Hernán Porras Molina
Italianos y españoles conocían las armas químicas por haberlas empleado en sus guerras coloniales (Abisinia y Marruecos). Franco y Mussolini consideraron seriamente a fines de 1936 la posibilidad de usarlas contra los republicanos españoles como una gran solución para sus ambiciosos planes militares porque la República estorbaba y había que terminar con ella.
En su libro “Veleni di Stato”(Los venenos de Estado) de Gianluca de Feo recuerda que por varias generaciones de políticos, historiadores y militares de las grandes potencias, esos venenos han sido olvidados o casi. Entre 1935 y 1945 , el laboratorio microbiológico romano de Celio, situado en unos sótanos amplios de apariencia inocente a dos pasos del Coliseo, se experimentó y produjo a gran escala armas químicas y bacteriológicas de efectos letales. De Feo revela que Benito Mussolini puso en marcha un plan para construir 46 plantas químicas capaces de destilar hasta 30.000 toneladas de gas anuales.
Cotejando decenas de documentos casi todos inéditos hallados en el National Archive de Londres -informes de inteligencia, papeles diplomáticos, actas de reuniones de gobiernos, intervenciones privadas de Winston Churchill en los Comunes, e incluso cartas nostálgicas de Mussolini-, el escritor ha calculado que el régimen fascista produjo anualmente entre 12.500 y 23.500 toneladas de gas letal desde la década de los 30 hasta la II Guerra Mundial
Italia en Abisinia y España en el Rif utilizaron armas químicas como el fosgeno y difosgeno, la clorociprina y, sobre todo, el gas mostaz a, contra la población civil en el norte de Marruecos en la llamada Guerra del Rif (1921-1927) e Italia en Abisinia contra Haile Selassie.
Lo afirman numerosos historiadores, nietos de actores de aquellas guerras y los sucesivos gobiernos nunca lo han negado, aunque tampoco han incluido esas armas como las usadas en sus hazañas bélicas.
Las bombas cargadas con gases tóxicos €”que habían sido prohibidas en el Tratado de Versalles de 1919 €”y luego en sucesivas convenciones de Ginebra estaban identificadas con la letra ‘C’. Eran el recuerdo de la primera guerra de gases de la guerra europea (1914-1918).
La inasumible derrota y la lucha contra los bárbaros
En 1912, España estableció un Protectorado en el norte de Marruecos, con capital en Tetuán, gracias a un acuerdo con Francia, que meses antes había conseguido la soberanía de su zona del país de manos del sultán Abdelhafid.
La reacción rifeña, encabezada por Abdelkrim el Jattabi, creció a partir de 1919, y tras el “desastre de Annual” en julio de 1921, las tropas españolas sufrieron una grave derrota militar a manos de los rifeños. El Rey Alfonso XIII necesitaba medios para aplacar rápido al enemigo y tranquilizar a la población. A los rifeños los consideraban salvajes y contra ellos España puso en linea hasta 50.000 soldados no voluntarios.
En la segunda mitad de los años 20, Mussolini, con la nostalgia de la Marcha sobre Roma, comenzó a imaginar la creación de un imperio africano que otorgase a Italia el papel de gran potencia colonial. La propaganda fascista alentaba el deseo de dominio total del Mediterráneo a la manera en que lo había hecho la Antigua Roma.
Italia ya había conquistado parte de Libia, Eritrea y Somalia, pero lo que hacía especialmente apetecible era Abisinia (Etiopía), por no estar cubierta por zonas desérticas y era susceptible de una intensa explotación económica con grandes asentamientos humanos y de material.
El papel de Alemania
El 3 de octubre de 1935, sin previa declaración de guerra, el ejército italiano penetró en Abisinia, contando con la total oposición del Reino Unido, la tibieza de Francia y el apoyo incondicional de Alemania. El emperador Haile Selassie intentó infructuosamente oponerse a los invasores sin más armas que lanzas, sin víveres, agua, ni medicinas y hombres cubiertos por una débil túnica blanca.
La Sociedad de Naciones impuso sanciones a Italia en noviembre 1935. Mussolini respondió con la salida de la delegación italiana de dicho organismo. Las sanciones, sin embargo, no llegaron a tener efecto y, de hecho, fueron retiradas el 4 de julio de 1936.
La débil reacción de las potencias democráticas y el apoyo de Alemania animaron al dictador italiano a consumar la conquista del territorio. El moderno ejército motorizado del general Pietro Badoglio destruyó completamente al ejército abisinio. Haile Selassie se vio obligado a abandonar la capital Addis Abeba, que cayó en manos italianas el 5 de mayo de 1936. Londres dio asilo al Negus, el emperador.
Los alemanes aconsejaron a las autoridades italianas y españolas utilizar gas mostaza para bombardear los enclaves, las casas, los mercados de Addis Abeba y poblados del Rif que sustentaban la guerrilla de Hale Selassie y Abdelkrim. El Duce tenía la expericia de Etiopia. Según los investigadores Rudibert Kunz y Rolf Dieter Müller, Berlín primero vendió municiones al rey Alfonso XIII y luego le asesoró sobre cómo hacerlas, labor que asumió la fábrica de La Marañosa.
Veleni di Stato (Venenos de Estado), del periodista Gianluca de Feo, redactor jefe de la revista italiana L’Espresso, siempre consideró una obligacion moral contar esa historia terrible y sistemáticamente silenciada.
“Que este crimen contra la Humanidad no se olvide”.
Décadas después hay quien sigue removiendo la historia para que este “crimen impune contra la Humanidad” no caiga en el olvido porque las consecuencias, según dice De Feo, aún se advierten en Africa. Son dos los supervivientes cuyas vivencias recoge el documental ‘Arrash’ (Veneno), dirigido por el español Javier Rada y el marroquí Tarik el Idrissi, los que han revivido esa memoria histórica. Sus obras están agotados.
”Nuestro objetivo es evitar que con la muerte de los pocos que sobrevivieron aquello se esfume y el recuerdo de un crimen que cometimos nosotros y que siempre ha silenciado la historia y los libros de texto se borre. Mientras, por otro lado, nos explayamos en contar otros conflictos en que hubo amplio empleo de supuestas armas químicas tales como la Gran Guerra, Abisinia ¿y las otras?”, se lamentaba Rada.
Desde 2001, el centro bautizado como «Instituto Tecnológico”, sigue desarrollando labores en el campo de las armas químicas, biológicas y nucleares, mientras grupos de veteranos y de pacifistas luchan por su desaparición.
El historiador Juan Pando -que asegura que el uso de la iperita fue muy común y que también se dio en Libia (contra los senusíes) por parte de la aviación italiana y el Rif, gaseado por Francia, España y hasta por Hassan II, que se adueñó del Sahara occidental cuando se retiraron las tropas españolas, esclavizando a su población sin que Naciones Unidas logre arreglar el problema. Argelia ha brindado refugio a parte de la auténtica poblacion sahariana.
Sobre la relación causa-efecto de las armas químicas y el cáncer en el norte de Marruecos no existen demasiados datos fiables, pero se habla. Juan Pando asegura que la iperita no es radioactiva, por lo que sus graves secuelas no pueden transmitirse de padres a hijos. Por el contrario, Sebastián Balfour afirma que, según cifras del único hospital de cáncer infantil en Marruecos, “donde van sólo los niños cuyos padres puede sufragar los gastos del tratamiento”, la incidencia de esta enfermedad en el norte es mucho más alta que en cualquier otra parte del país.
España cometió crímenes contra la humanidad
El problema es que, según la Asociación de Víctimas de Gas Tóxico en el Rif, el estado marroquí impide la recolección de datos. Su presidente, Ilias el Omani, se pregunta si no será porque a su Gobierno “le preocupan más las sardinas que nosotros” en relación con los posibles problemas diplomáticos sin resolver con España.
“España cometió un crimen en el Rif. Nos colonizó, nos lanzó gas, y después reclutó a nuestro pueblo para su guerra civil”, se lamenta Abdelsalam Bouteyeb, del Foro Hispano Marroquí para la Memoria Común y el Porvenir. Según sus datos, “la mayoría de marroquíes que padecen cáncer de pulmón proceden del Rif”.
Hace unos años, durante la presentación del libro ‘Abrazo mortal’, de Balfour, el ex ministro español de la Defensa, Narcís Serra, dijo que “el Gobierno español (durante la guerra del Rif) creó una idea sintética de un Marruecos demonizando al enemigo y esto nos da claves para entender la situación actual”.
“Venenos de Estado” de Giancana de Feo es casi providencial porque permite seguir los primeros rastros documentales y testimonios que prueban que el régimen fascista (1922-1942) experimentó y produjo además armas todavía más infames y monstruosas: las bacteriológicas.
Virus y bacterias transformadas en bombas
Un grupo selecto de científicos fascistas, dirigidos por un veterinario famoso llamado Giuseppe Morselli y apodado El Doctor Germen, incubó decenas de virus raros y de altísima eficacia en un laboratorio militar romano secreto. Un horror concebido con una única misión, explica De Feo: “Diezmar las poblaciones de las ciudades enemigas con pestilencias de todo tipo, ántrax, tifus, peste amarilla, aviaria y otras enfermedades que todavía hoy siguen en el centro de los secretos inconfesables de las grandes potencias”.
Morten Heiberg ha reconstruído con detalle la tentativas del empleo de armas químicas italianas usadas por el bando franquista y los fascistas, durante la guerra civil española. Los italianos y los españoles las conocían de sobra por haberlas empleado profusamente en sus guerras coloniales de Libia y Abisinia y Marruecos que Franco y Mussolini, respectivamente, usaron, más de diez años antes. Ellos valoraron seriamente a fines de 1936, al terminar el Duce el 4 de julio de ese año su victoriosa la campaña de Abisinia, y aliarse para una próxima guerra contra el bolchevismo en tierras de España y la posibilidad de usarlas contra la República española.
Entre los documentos hallados por Gianluca De Feo, hay varios muy novedosos que se refieren a España. Se trata de varios escritos a máquina fechados el 3 de agosto de 1944, que muestran que Mussolini durante la guerra civil española no se conformó con hacer experimentos teóricos, sino que probó sus armas bacteriológicas en varios frentes de la Guerra Civil en ayuda de sus 50.000 voluntarios y ejército regular que luchaban al lado de Franco junto a cientos de aviones Fiat, Arado, Savoia, tanques ligeros, ametralladoras y morteros, bajo el mando del general Mancini.
En la guerra civil española, en la zona republicana, el tétanos llegó a representar una verdadera emergencia, tambien hubo difteria. Los documentos hallados apuntan a lo que podría ser único sobre la guerra bacteriológica registrado en Europa después de la guerra europea- 1914-18.
Guerra química contra los antifascistas
Ya en marzo de 1934, Antonio Goicoechea y Emilio Barrera, se habían entrevistado con Mussolini e Italo Balbo en Roma. El comunicado de la entrevista decía: “Después de recibir detallada informacion de la triste situacion politica en España y los deseos del Ejército y la Marina, así como de los monárquicos, Mussolini declara estar dispuesto a ayudar por todos les medios para hacer caer el régimen bolchevique actual español y sustituirlo por una regencia que prepare el camino para la restauración de la monarquia”.
Esta declaración fue ratificada solemnemente dos veces por Mussolini y fue recibida con signos de gratitud por los que preparaban un complot contra la república española. Como demostración practica de sus intenciones, el Duce afirmó estar preparado para mandarles de inmediato 25.000 fusiles, 20.000 granadas de mano, 250 ametralladoras y millón y medio de pesetas en papel moneda.
Esto -dijo- sería solo un acto preliminar, seguido de envíos más importantes si el trabajo llevado a cabo y la circunstancias lo requieren. Las personas presentes se pusieron de acuerdo en la forma de pago y la distribución del material entre diversas organizaciones de derecha. Agradecido Franco después de los envíos, se dirigió a Mussolini por medio de los jefes monárquicos para decirle si sería posible “el envío de algo más contundente contra esa barbarie”.
“Franco y su patrocinador de Roma concebían la guerra química como la solución más barata y factible para sus ambiciosos planes inmediatos”, dice Morten Heiberg. Y desde el principio de la guerra civil civil Franco la incluyó en una estrategia en todo lo que pudo. Así para responder a un supuesto ataque químico republicano en la lucha por la posesión de Zaragoza en octubre de 1936, Franco le pidió al Duce “algo”, para animarle a dar el primer paso antes que Mussolini.
A las 5 de a mañana del 18 de julio de 1936, el general Franco que se encontraba en las Palmas, lanzó un manifesto radiado por todas las radios canarias y del protectorado marroqui, dirigido al “honrado pueblo” español en que que proclamaba el triunfo seguro de su alzamiento y saludaba al gorioso Ejército de Africa que él encabezaba por muerte accidental del general Sanjurjo que era el jefe nato del complot. Franco decía que “la sublevación estaba en marcha y hacía referencia al lema de “la fraternidad, la libertad y la igualdad” que él venía a preservar.
Al mismo tiempo remitía un telegrama a los cuarteles generales de la ocho Divisiones y centros militares de la península bajo los términos ”Gloria al Ejército salvador, España por encima de todo. Fe ciega en nuestro triunfo.!Viva España con honor¡”.
Al enterarse del comienzo de la sublevación, el dictador italiano envió de urgencia gas tóxico a España, pero este se quedó custodiado por el general Mario Roatta, jefe del SIM. Su falta de uso inmediato obedeció a varias razones, ninguna humanitaria, esencialmente la falta de datos sobre las reservas republicanas por si había represalias rojas y, además, la repentina y eventual escalada bélica de Franco, que vulneraba los protocolos de Ginebra que prohibían el uso de armas químicas y hubieran disgustado al Comité de Control de la No-Intervencion. Además había la complejidad de cómo hacer la entrega y el control del gas tóxico de Mussolini a Franco.
El apoyo italiano
La investigación de periodistas italianos revela que el fascismo tenía la experiencia reciente de guerra química a base de gases letales no sólo de Abisinia. Los periodistas antifascistas tenían que guardar silencio o escribirlo desde fuera de Italia, cosa que ya habían hecho tanto el escritor sudafricano George L.Steer como el Dr Junod, de la Cruz Roja. Al primero en su documentada “Caesar in Abissinia”, se le calificaba en Roma como “un vulgar criminal inglés”, era corresponsal en la guerra de Etiopía del The Times de Londres y estaba condenado en Roma por el fascismo italiano por “haber difamado a los supervivientes y a los caídos en Africa Oriental” y el periódico ” Il Reduce d´Africa” (El Veterano de Africa) le dedicó un editorial con el título “Vientos locos de Antipatria” condenando juntos a Steer y Junod.
Ya antes el periodista Herbert L. Matthews, del New York Times, había pronosticado lo que le podía pasar a Italia si se metía en la Guerra Civil al lado de Franco. Eran los tres autores muy amigos de los vascos y los tres compartieron sus simpatías por la guerra desesperada de los gudaris en los montes de Euskadi y en Asturias como antes Steer lo había hecho en Abisinia y Etiopía.
Jon Melly, conductor de ambulancia en Etiopía, les había servido de testigo, en cuanto a las heridas de armas químicas y gases de los bombardeos de la aviación legionaria italiana. Llevaba un detallado récord de las víctimas, la cura dispensada, el número de muertos, y su testimonio fue útil para periodistas e historiadores de aquella guerra.
El secreto de la existencia de documentos publicados por Gianluca Feo fue revelado mucho después por un célebre médico y científico, Dr Ugo Cassini, a un pequeño grupo de investigadores norteamericanos enviados a Roma en 1944 para interrogar a médicos militares italianos que presuntamente habían colaborado con el III Reich alemán en la invención de armas letales de Hitler, en el curso de la guerra total. Los virus para el frente se probaban antes sobre cobayas humanos- prisioneros rojos- en la guerra de España o gitanos y judíos en Alemania, Polonia y Austria.
El hombre moderno necesita vacunarse contra las locuras de nuevas armas toadas de libros de química de ayer y de mañana.
En su casa de Roma, Ugo Cassini, máximo responsable del secreto Hospital Militar de Celio y de los laboratorios ocultos de Mussolini entre 1939 y 1942, que hemos mencionado confesó que el Ejército italiano había llevado a cabo ese ambicioso y macabro programa de armas químicas y bacteriológicas, y que durante la guerra civil española había lanzado esporas del virus del tétano contra la combatientes y civiles republicanos.
En su declaración, el profesor no facilitaba detalles ni indicaciones precisas de lugar o fecha de las campañas de Franco. Pero su relato señala que las bacterias se “extendieron sobre el terreno para intentar contagiar el tétano al enemigo”, y añade que cree que “los resultados fueron bastante alentadores -encouraging-, pero admite que no tenía “un conocimiento numérico” sobre el tema. No hay cifras, pero los casos eran muy frecuentes.
Sí afirma que había grupos especiales de las tropas italianas expedicionarias encargados de ese tipo de misiones que eran “inmunizados contra el tétano, la difteria y el tifus” antes de salir para España. Y que en España no era normal inyectar a los chicos contra el tétanos hasta bastante después. El tétanos, dice De Feo, fue uno de los primeros virus explotado con fines bélicos en España. Gran parte de los experimentos realizados en esos años partieron de ese microorganismo.
El autor de “Venenos de Estado” apunta que “las ojivas llenas de esporas debieron ser lanzadas por medio de aviones o de artillería ligera”. Y recuerda que en la zona republicana el tétano llegó a representar una verdadera emergencia. “Hubo incluso recogida de fondos por medio de sindicatos, organizaciones humanitarias y religiosas en Irlanda y Francia para comprar sueros protectores y material médico(vacunas) que era muy escaso o inexistente en los parapetos republicanos españoles”.
Aparte de citar el bacilo utilizado, Ugo Cassini aportó otros datos desconocidos hasta ahora. Habló de “esporas mezcladas con glass particle”, partículas de cristal: un método utilizado todavía hoy, señala Gianluca De Feo, “para alargar la vida de gérmenes y vacunas, que es la aproximación ideal para fabricar una bomba bacteriológica experimental”. El testimonio de Ugo Cassini confirma el primer acto de guerra bacteriológica registrado nunca en Europa, y suma puntos tanto a la barbarie insaciable de Mussolini y Franco como al carácter de laboratorio y campo de pruebas del conflicto bélico español.
Según dice De Feo, la idea de los dictadores era “plagar las poblaciones de las ciudades enemigas o en el frente de batalla con pestilencias de todo tipo, ántrax, tifus, peste amarilla, aviaria y otras enfermedades como la peste bubónica, nebulizando ratas y pájaros, o la brucelosis humana, no mortal pero fácilmente trasmisible por los animales, o el bacilo de Whitmore, de elevada virulencia, fácil de cultivar y altísima mortalidad humana; igualmente varias formas de antivirus difíciles de producir en gran cantidad como la fiebre de los papagayos, el afta epizoótica o el tifus, que es factible de esparcir a través de parásitos lanzándolo desde aviones o extendiendolo con saboteadores como en Abisinia.
Los soldado japoneses de Hiro Hito utilizaron gas mostaza y varios otros en 1938 durante la invasión de China. En Manchuria establecieron un centro de experimentacón con cobayas humanos con inventos bacteriologicos desde 1931.
En 1933 el equipo científico dirigido por el Dr Shiro Ishi uitlizaba seres humanos, presumiblemente prisineros de guerra hechos por tropas del Emperador Hiro Hito. El grupo de investigacion fue bautizado como Unidad 731 y se calcula que se contabiizaron como víctimas mortales entre 4.000 y 6.000 cobayas humanos no voluntarios. Se dice que se hacían explotar cerca del cuerpo del paciente “bombas de gangrena” que contenían bacilos diversos. Se les protegía la cabeza para evitar que la exlosión misma les matara. La unidad experimentó con prisioneros chinos y aliados sacados de los campos de prisioneros japoneses. Los bacilos tenían en general características que hacían fácil su conservación y el empleo y, además, era mimético: la enfermedad podía ser atribuida a heridas de guerra que a menudo sufren los combatientes de modo natural y no es fácil detectar lo contrario”, apunta De Feo.
En un artículo de la revista “Monde Diplomatique” de julio 1999, Stephen Endicott y Edward Hagerman nos condujeron sobre la pista de la biología utilizada con fines militares durante la guerra de Corea. Sus autores cuentan que desde octubre de1950, tras la entrada de tropas chinas en ese conflicto, que duró de 1950 a 1953, se temió a la extensión de la lucha a otros continentes. El Secretario de estado norteamericano para la Defensa, Georges Marshall, dio luz verde para un programa de investigación de la ciencia bacteriológica
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Retrocediendo en el relato en 1944, el coronel Morselli- el Dr Germen-preso de los aliados en Italia, no quería colaborar con ellos y negó rotundamente ante los científicos que le interrogaban que se hubiera usado el tétano en España y consideró todas las afirmaciones de su jefe Ugo Cassini como “ridículas”. Tenía sus razones, explica De Feo: “El Doctor Germen no era ningún ingenuo; se había separado de los fascistas a finales del 43 y se había sumado a la República de Saló, en el norte de Italia, bajo mando alemán, con los últimos colaboradores de Mussolini. Pensaba después huir a Suiza. Era prisionero “benévolo” de los aliados. Sabía perfectamente que las armas bacteriológicas estaban vetadas por cuatro convenciones internacionales de Ginebra firmadas por más de 130 países: experimentar con ellas podía no ser un crimen, pero haberlas impulsado o intentarlo para contaminar a los republicanos españoles, sí: un motivo necesario para mentir”.
Diversos historiadores italianos y españoles consultados por los medios coinciden en dar verosimilitud tanto al documento inédito como al contexto y la interpretación que trazan Gianluca De Feo y Ugo Cassini. No lo que declaró el Dr Germen Giuseppe Morselli que ocultó todo lo que pudo, aunque terminó por hablar.
Quizá el libro oficial italiano y el rigor del Dr Cassini convencieron a los aliados, incluido Churchill. Les pareció una fuente digna de crédito. “Además de médico y docente, aunque había sido el número uno de las invenciones secretas del Dr Morselli en los laboratorios de Celio, nunca tuvo palabras de crítica hacia Mussolini y no había motivo de sospechar de su fidelidad al Duce. El laboratorio secreto de Celio había dependido de él formalmente ante Mussolini, y no suena probable que alguien le hubiera mentido sobre la guerra química del Duce y Franco en España dando tantos detalles, incluso de su supuesto fracaso global”.
“El equipo médico norteamericano que interrogaba a Ugo Cassini y al Dr Germen recibía sus órdenes directamente de la inteligencia de Washington, y se coordinaba con sus colegas británicos”, escribe De Feo.
Eran un puñado de oficiales médicos y ex policías al mando del coronel William S. Moore, “con plenos poderes y una lista de nombres a encontrar a toda costa”.
En lo alto del elenco había cinco personas, consideradas artífices del programa de las armas secretas fascistas. Ugo Reitano, el profesor que desde 1932 dirigió la estrategia de guerra bacteriológica llamada Operación Epidemia; el citado coronel Giuseppe Morselli o Doctor Germen, que desde 1934 había guiado además los experimentos sobre el terreno en África; Fausto Vaccaro, el oficial que inventó una maquina para esparcir los virus; el general retirado Loreto Mazzetti, antiguo número uno del hospital del Celio que daba el permiso final a las investigaciones; y el general Ingravalle, cuyo verdadero nombre no se conoce”.
A Giuseppe Morseli se le ha considerado tecnicamente como un genio insuperable. Como era veterinario conocía mejor el organismo animal que el humano y así eran sus ideas; según De Feo, todos temían a esas alturas repercusiones internacionales porque se trataba de armas prohibidas salidas del laboratorio de Celio.
El testimonio de Ugo Cassini parece en todo caso auténtico y útil por distintas razones. Principalmente, porque el autor era médico y fisiólogo por vocación. Antes y después del fascismo, el galeno sentó las bases de la medicina deportiva italiana y fue el impulsor del riguroso método antidopaje que aún hoy utiliza el Comité Olímpico de su país (CONI). Como tantos jóvenes italianos de esa época, Ugo Cassini se alistó al fascio en 1925 después de la Marcha de Mussolini sbre Roma y, escribe de Feo: “Fue un oficial muy bien valorado por los jerarcas hasta 1942, año en que fue apartado del cargo de director del Hospital de Celio por Mussolini porque era testigo de todo aquel horror”, según confesó él mismo a los norteamericanos, “demasiado liberal a la hora de conceder bajas médicas a los atletas destinados al frente como oficiales”. Una forma de resistencia humanitaria que le honra, apunta De Feo, porque suponía salvar las vidas de los que debían ir a morir a las trincheras de África, Grecia o Rusia en vez de entrenarse.
“Sería todo lo que me cuentan una novedad absoluta dijo a los investigadores el profesor Lucio Ceva, pero no hay nada que no sea verdad”, afirma, este prestigioso historiador de la Universidad de Pavía, consultado como posible testigo era un demócrata militante. “Los fascistas eran muy capaces de cualquiera de estas aberraciones impunemente. Era una banda de delincuentes, sólo mitigada por una gran desorganización para esconder sus peores intenciones. Ya habían usado ampliamente antes gases tóxicos contra las tropas desnudas y cubiertas sólo de una sábana, armadas con lanzas, del Negus barridos por los aviones volando a ras de tierra, en Etiopía, por ejemplo”, como recuerdan detalladamente George L. Steer, Junod y Matthews en sus libros.
Julián Casanova, catedrático de la Universidad de Zaragoza, piensa que el hallazgo de documentos secretos en varios archivos es una contribución “importante” y nueva, y debiera completarse con investigaciones que analicen, por ejemplo, la incidencia del tétano en tierras de España, justo en los lugares donde hubo tropas italianas voluntarias, bien vacunadas”.
“Los bombardeos del puerto de Barcelona y de Valencia, partiendo de Mallorca por aviones Caproni y Savoia-Marchetti y cazas Fiat o Arado y dos submarinos y contratorpederos, según las “memorias” del Conde Ciano, fueron los más feroces de la Guerra Civil y eran la muestra del proyecto de Mussolini de hacer del Mediterraneo, un mar italiano., y se sabe además que Mussolini había enviado también a Franco cantidad de armamento químico, aunque no hay pruebas de como y cuanto lo usó.”
Fuentes: