El ‘comité de los engaños’ que ganó la Guerra Fría

Ola Tunander

El gobierno de Estados Unidos es un organismo burocrático, casi laberíntico, repleto de oficinas y parásitos que acuden cada mañana a desempeñar sus siniestras funciones lo mejor que pueden. No falta de nada, y menos un tinglado que se llama “comité de los engaños”. Su tarea es exactamente esa: contar mentiras, que luego los medios de comunicación del mundo entero reproducen, lo mismo que las universidades y los “expertos”.

Una de esas mentiras es una toda una fábula de la Guerra Fría, en la que tampoco falta de nada, ni siquiera unos sinestros submarinos soviéticos que asediaban a un pobre país, Suecia, que ni siquiera pertenece a la OTAN… o eso ha parecido siempre.

Ocurría en los años ochenta con mucha frecuencia y la fábula alcanzó su climax en octubre de 1981, cuando un submarino soviético de la clase “whiskey” encalló en la base naval de Karlskrona.

Como toda historieta tiene que tener su gracieta para poner en los titulares de la primera portada, el submarino soviético fue llamado “Whiskey on the Rocks” y, a partir de ahí, los “expertos” y periodstas podían dar rienda suelta a su imaginación. O bien los marinos rusos eran unos torpes, incapaces de conducir un submarino, o bien se trataba de un acto de espionaje a un país neutral…

Lo más obvio no interesaba a nadie: Karlskrona es un fiordo estrecho y de poca produndidad en el que resulta difícil (por no decir imposible) entrar y dar la vuelta para salir.

Tampoco interesó a nadie preguntarse por qué los agregados navales estadounidenses llegaron hasta el submarino antes de que los suecos se enteraran siquiera del incidente.

La intoxicación publicitaria fue tan fuerte que Suecia cambió para siempre. Protestó oficialmente ante la embajada soviética y se convirtió en algo que nunca había sido hasta entonces: un país hostil a la URSS. En tres años el porcentaje de suecos que veían a la URSS como un país enemigo y amenazador aumentó del 25-30 por cien al 83 por cien.

Todo era un engaño, cuidadosamente mantenido y cultivado por los medios más sensacionalistas. El único que había dicho la verdad fue Yuri Andropov, el temible secretario general del PCUS: el submarino no era soviético, la marina soviética no estaba enviando a sus submarinos a las cosas suecas, el submarino era estadounidense.

Naturalmente nadie hizo caso. Era propaganda soviética.

El engaño se mantivo hasta el cambio de siglo, cuando el Secretario de Defensa de Estados Unidos de la época, Caspar Weinberger, reconoció ante la televisión sueca que Andropov había dicho la verdad: regularmente los submarinos de Estados Unidos navegaban por aguas suecas para probar sus defensas costeras.

En 2007 el Secretario de Marina de los tiempos de Weinberger, John Lehman, confesó que la decisión de navegar en aguas suecas había sido tomada por un “comité de operaciones de engaño” que presidía por el director de la Inteligencia Central (DCI), William Casey.

Ese tipo de movimientos no tenía ningún objetivo militar, ni de entrenamiento; sólo se trataba de engañar y, desde luego, Suecia colaboró en el engaño, a pesar de que no formaba parte de la OTAN.

También formaban parte del “comité de los engaños” Dick Allen, Asistente Especial del Presidente para Asuntos de Seguridad Nacional, así como un representante del Departamento de Estado y otro de Defensa. Entre las fábulas inventadas por aquel puñado de estafadores estaba la “guerra de las galaxias” de Reagan, que en los años ochenta llenó los titulares de los periódicos.

Según Lehman, el “comité de los engaños” jugó un papel tan importante para ganar la Guerra Fría como los 600 buques de la Armada. Sus embustes persuadieron a los dirigente políticos suecos y europeos para que no colaboraran con la URSS.

El ministro de Marina británico, Keith Speed, confirmó las declaraciones de Weinberger y Lehman. La presencia de submarinos occidentales en las costas suecas era muy frecuente. Se trataba de submarinos diésel-eléctricos de clase Oberon y Porpoise, que eran muy silenciosos. “Se suponía que las pruebas estadounidenses y británicas tendrían lugar en aguas profundas de Suecia, lo que haría que los suecos fueran conscientes del enemigo soviético”.

Durante la Guerra Fría en este tipo de operaciones no participaba la OTAN necesariamente. Se trataba de relaciones de Estado a Estado. Sin embargo, dos comités secretos de la OTAN responsables de Gladio también dirigieron operaciones submarinas encubiertas en aguas escandinavas: el Comité de Planes Clandestinos (CPC), presidido por el propio SACEUR (Comandante Supremo Aliado en Europa), y el Comité Clandestino Aliado (ACC), cuya presidencia se turnaba.

Entre estos últimos también se encontraban países neutrales como Suecia, afirmó Wolbert Smidt, antiguo director de inteligencia operativa del BND alemán. Este último es el único comité aliado que tiene un representante sueco, admitió. Sin embargo, las operaciones de provocación con submarinos con periscopios y velas que comenzaron en 1982 no fueron operaciones de Gladio. Las operaciones en las bases navales y puertos suecos en los años ochenta eran demasiado delicadas para llevarlas a cabo en el marco de la OTAN.

Sin embargo, las operaciones de prueba o engaño nacionales estadounidenses y británicas descritas arriba por Caspar Weinberger, John Lehman y Keith Speed ​​​​y por funcionarios de alto nivel de la CIA y la Marina a continuación podrían beneficiarse de las restricciones al uso de la fuerza desarrolladas para los submarinos bajo el mando de ACC-CPC. Se suponía que estos no serían visibles en la superficie.

El “comité de los engaños”, la CIA y la Marina aprovecharon las pruebas con submarinos en Suecia para engañar. Junto con el asesinato de Olof Palme, fue el instrumento ideal para cambiar la política exterior de Suecia.

La reunión con Weinberger obligó al primer ministro sueco, Göran Persson, a nombrar al embajador Rolf Ekeus para encabezar una comisión “de investigación” sobre las intrusiones soviéticas en aguas suecas. Como sabemos ahora, no había nada que investigar. Todo era una pantomima.

Fuentes:

El ‘comité de los engaños’ que ganó la Guerra Fría

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