Antonio Gramsci: ¿el teórico «reformista» que rechazó la necesidad de una revolución?

Cristóbal García Vera

La lectura socialdemócrata de Gramsci lo presenta como al teórico del «consenso» y la «vía parlamentaria al socialismo»

A lo largo de la historia, la distorsión deliberada del pensamiento y las acciones de las figuras revolucionarias ha sido  una práctica común. De esta falsificación no escapan ni personajes como Lenin, al que, justo en estas fechas, se han atrevido a reivindicar políticos y académicos plenamente integrados en el statu quo capitalista a los que, sin duda, el líder de la revolución rusa habría fulminado con sus agudas y precisas críticas.

Sin embargo, posiblemente haya pocos autores más notoriamente manipulados que el italiano Antonio Gramsci, cofundador del Partido Comunista de Italia y teórico al que no pocos identifican hoy erróneamente – por ese uso espurio de su obra –como un teórico “reformista” o impugnador del contenido revolucionario del marxismo.

Desde su utilización, en los años 70 del siglo XX, para tratar de justificar la práctica política del «eurocomunismo» y el “compromiso histórico” del PCI con la burguesía italiana, a las lecturas postmodernas popularizadas en nuestros días por Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero o Íñigo Errejón, la adulteración del pensamiento de Gramsci ha sido facilitada por el desconocimiento generalizado que existe del mismo (1).

A riesgo de ser excesivamente simplificador, y priorizando la utilidad de una exposición didáctica, la falsificación socialdemócrata de Gramsci podría resumirse en dos lugares comunes.

  1) Su supuesta defensa de una vía pacífica al socialismo, en contraposición a la vía revolucionaria;

 2) y su supuesta recusación de la dictadura del proletariado, concepto que hace referencia a la necesidad de configurar, tras una hipotética revolución, una sociedad regida democráticamente por la clase obrera, pero en la que ésta ejercería también la coerción contra los restos de las antiguas clases hegemónicas desalojadas del poder económico y del Estado pero no definitivamente derrotadas.    

A menudo se ha aludido al lenguaje necesariamente críptico con el que Gramsci se vio obligado a escribir durante su estancia en las prisiones de Mussolini como una causa de posibles lecturas “alternativas” de sus textos en relación con estos temas fundamentales. Este fue, ciertamente, uno más de los condicionantes a los que tuvo que enfrentarse Gramsci en la cárcel, donde el médico fascista al cargo de los presos le reconoció, abiertamente, que “mantenerlo con vida no era una de sus funciones”. Pero aunque la necesidad de eludir la censura fue en su caso un hecho objetivo, la realidad es que las dos falsificaciones de su pensamiento antes mencionadas son fácilmente desmontables acudiendo a pasajes sobradamente conocidos de los Cuadernos de la cárcel.

 

EL CONCEPTO DE HEGEMONÍA EN LA OBRA DE GRAMSCI

El concepto de «hegemonía», que Gramsci abordó en profundidad, ha sido el más utilizado por sus falsificadores para tratar de justificar su lectura en términos «revisionistas» o socialdemócratas. 

En los «Cuadernos», específicamente en el pasaje «Análisis de situaciones. Relaciones de fuerzas» (2), Gramsci explica la hegemonía como un proceso de liderazgo cultural, moral e intelectual que un grupo social ejerce sobre otros.

Este liderazgo no es simplemente dominación, sino una forma de dirección consensuada que permite a una clase liderar a otras en un proyecto común. Gramsci no se refiere , sin embargo, a un “consenso” con las clases sociales antagónicas a la clase obrera. Se trata de un liderazgo que la clase obrera debería ejercer sobre otras clases subordinadas y potencialmente aliadas, como el campesinado,  para imponer una nueva concepción del mundo y un nuevo «sentido común», que no sustituiría, sino que vendría a complementar y fortalecer la dominación o coacción necesaria que necesariamente se debe ejercer contra las clases hegemónicas del viejo régimen.

HEGEMONÍA Y GUERRA DE POSICIONES: ¿UNA RECUSACIÓN DE LA DICTADURA DEL PROLETARIADO? 

   Gramsci también desarrolla el concepto de «guerra de posiciones» en contraposición a la «guerra de maniobras». La guerra de posiciones -metáfora que no por casualidad es también militar – se refiere, justamente, a la lucha cultural e ideológica que precede y prepara el terreno para cambios revolucionarios más directos.

Pero en los «Cuadernos», Gramsci enfatiza, igualmente, que esta lucha no reemplaza la necesidad de la confrontación directa, sino que la complementa.

Contrariamente a las interesadas interpretaciones reformistas de su obra, Gramsci no se mecía en la ilusión, refutada una y otra vez por la práctica política y la historia, de una posible « transición pacífica al socialismo».

En los «Cuadernos»  Gramsci argumenta que cualquier cambio revolucionario significativo implica inevitablemente una confrontación.

La construcción de una hegemonía cultural y moral es crucial, pero no puede sustituir la necesidad de una lucha directa contra las estructuras de poder capitalistas. Contra las clases sociales que, en ningún caso, renunciarían pacíficamente a sus privilegios.  

 Gramsci no creyó jamás, en suma, que la superación de la sociedad capitalista se pudiera conseguir por vía no revolucionaria ni, en particular, por vía parlamentaria, como muchos comenzarían a defender tras su muerte recurriendo a lo que llegó a conocerse como «los usos de Gramsci». 

Tal y como apuntara el filósofo Manuel Sacristán – introductor de la obra de Antonio Gramsci en España – para el revolucionario italiano:

«Todo lo que llamaba guerra de posiciones era preparación de una fase inevitable de asalto (inevitable para que haya revolución social, la cual, por su parte, ha sido perfectamente evitable hasta el momento)» (3). 

 «Fase de asalto» en el proceso revolucionario en la que Gramsci destacó que resultaría también inevitable el conflicto armado. En sus «Cuadernos», se refiere, específicamente, al carácter decisivo de esa fase militar. 

   «Puede decirse, por consiguiente, que todos estos elementos son la manifestación de las fluctuaciones de coyuntura en el conjunto de las correlaciones sociales de fuerzas, en cuyo terreno se produce el paso de éstas a correlaciones políticas de fuerzas para culminar en la correlación militar decisiva» (4).

El desarrollo de una política para conquistar la hegemonía cultural y moral de las clases trabajadoras era para Gramsci, pues, una fase necesaria -particularmente en Occidente- en la preparación del terreno para la revolución, pero que, en ningún caso, eliminaba la necesidad del enfrentamiento llegado a cierto punto del conflicto social.

 

Del mismo modo, un desarrollo de la hegemonía tras el momento de ruptura revolucionaria constituía para Gramsci un elemento fundamental para desarrollar una imprescindible «reforma intelectual y moral» y para ofrecer una base sólida al complejo proceso de construcción del socialismo que, también necesariamente, implicaría en esa fase de transición la coacción de las antiguas clases hegemónicas, mediante lo que la tradición marxista clásica definió como «dictadura del proletariado».    

Notas:

(1) Nos referimos, en este punto, al desconocimiento generalizado de la obra de Gramsci en la actualidad, que facilita vender «mercancía averiada» como las lecturas postmodernas de su obra originadas en autores como Ernesto Laclau y promovidas por los dirigentes de las organizaciones políticas de la nueva «izquierda woke». Una realidad muy diferente a la vivida, por ejemplo, en la segunda mitad del pasado siglo XX, con la utilización también interesada de Gramsci en Italia para justificar la política de conciliación de clases del PCI conocida entonces como «Compromiso Histórico». El conocimiento que en aquellos años si existía de la obra de Gramsci, al menos en su país, obligaba a autores reconocidamente socialdemócratas como Norberto Bobbio -para no comprometer su propio prestigio como intelectual- a admitir que Gramsci jamás planteó en sus escritos dicha política de compromiso con la burguesía, aunque fuera para defender a continuación que ésta sí era la más correcta en la sociedad italiana de la época.

(2) Antonio Gramsci. «La política y el Estado moderno». Ediciones Península.

(3)  «Gramsci es un clásico, no es una moda». Entrevista de Manuel Sacristán a Felix Manito y Miguel Subirana para Diario de Barcelona, publicada el 10 de mayo de 1977.

(4) Antonio Gramsci. «La política y el Estado moderno». Ediciones Península.

Fuentes:

https://canarias-semanal.org/art/35625/antonio-gramsci-el-teorico-reformista-que-rechazo-la-necesidad-de-una-revolucion

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