El “miedo rojo” y la caza de brujas, ¿cosas del pasado?

Raúl Antonio Capote

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos necesitaba un enemigo y, para lograrlo, nada resultaba mejor que echar mano a un antiguo «espantajo»: la amenaza roja, tan útil para la construcción del consenso en torno a la necesaria defensa del «sueño americano».

Los aliados soviéticos resultaban demasiado incómodos, el prestigio alcanzado por la urss en la guerra y su papel protagónico en la victoria contra la Alemania nazi, más el papel desempeñado por los partidos comunistas en la lucha antifascista, representaban un serio peligro para los intereses del floreciente capitalismo estadounidense, después de la conflagración mundial.

El país norteño entró en una espiral de persecuciones políticas, una enfermiza paranoia anticomunista se extendió por toda la nación.

En realidad, la «obsesión» anticomunista en EE. UU. se remontaba a 1917, cuando triunfó la Revolución Bolchevique, causa de gran temor en los sectores más conservadores. Se trataba de un pavor sin sentido, atizado por políticos arribistas y fanáticos enemigos del marxismo, para proteger «los valores norteamericanos», lo que permitió al sistema realizar una concienzuda purga de todo aquel que tuviera la más mínima tendencia, no ya comunista, sino meramente progresista.

Una de las más conocidas «purificaciones» se inició en 1947, cuando, guiados por una serie de nombres y apellidos de presuntos simpatizantes comunistas, publicada por la revista The Hollywood Reporter, los congresistas llamaron a declarar a diez de los citados en el impreso.

El conocido como Caso de los Diez de Hollywood fue enormemente mediático. Los implicados, condenados a penas de entre seis meses y un año de prisión, tuvieron que sufrir el «estigma» de engrosar la lista negra de enemigos de la nación, lo que significaba la pérdida de sus empleos, la persecución y el ostracismo.

Actores, técnicos, productores, artistas y promotores culturales en general, se convirtieron en sospechosos para los vigilantes cazadores de comunistas.

Obras de arte como las de Georgia O’Keeffe o Adolph Gottlieb fueron tildadas de antinorteamericanas, y los artistas de vanguardia o los sospechosos de haber tenido vínculos con marxistas fueron perseguidos y condenados.

Mientras la histeria subía de nivel, el temor a posibles infiltrados dentro del Gobierno llevó a la administración, a acusar a altos y prestigiosos funcionarios como Alger Hiss, quien había participado en la Conferencia de Yalta. Fue condenado a cinco años de cárcel, por haber negado su pertenencia al Partido Comunista.

En medio de la locura desatada, se hizo famoso un senador, que le dio nombre al periodo: Joseph McCarthy. Después del caso de Alger Hiss, el político pronunció un célebre discurso, afirmando que el Departamento de Estado estaba infestado de rojos, y mostró una lista con 205 supuestos infiltrados.

El actuar del político republicano llevó al Senado a la creación de un Subcomité de Investigación de la Lealtad de los Empleados del Departamento de Estado, que acusó a varias personas.

En este ambiente persecutorio fueron varias las víctimas inocentes, entre ellas el matrimonio formado por Julius y Ethel Rosenberg. Juzgados por espionaje en 1953, acusados de haber entregado el secreto del diseño de la bomba atómica a la urss, los Rosenberg murieron en la silla eléctrica, el 19 de junio de 1953.

Años después de finalizado el Macartismo, la persecución de comunistas y simpatizantes sigue siendo una realidad en la sociedad estadounidense.

Quizá no con la abierta crudeza de la «caza de brujas», pero con igual o más eficiencia, el sistema ha perfeccionado los mecanismos de represión del disenso, y el «miedo rojo» continúa siendo un arma eficaz para mantener el control de la sociedad.

Fuentes:

RAÚL ANTONIO CAPOTE. El “miedo rojo” y la caza de brujas, ¿cosas del pasado?

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