Si, al contrario, el movimiento es verdaderamente nacional, nuestros hombres ocuparán su lugar antes que se les dirija una consigna, y nuestra participación en tal movimiento será una cosa indiscutible. Ahora bien, en ese caso debe estar claro, y nosotros debemos proclamarlo abiertamente, que tomamos parte como partido independiente, aliado por el momento a los radicales o los republicanos, pero completamente distinto de ellos; que no nos hacemos ilusiones acerca del resultado de la lucha en caso de victoria; que ese resultado, lejos de satisfacernos, no será para nosotros más que una etapa lograda, una nueva base de operaciones para nuevas conquistas; que, el día mismo de la victoria, nuestros caminos se separarán y que, a partir de ese día, formaremos frente al nuevo gobierno la nueva oposición, no la oposición reaccionaria, sino progresista, la oposición de la extrema izquierda, la oposición que impulsará hacia el logro de nuevas conquistas rebasando el terreno ya ganado. Después de la victoria común nos ofrecerán, posiblemente, algunos puestos en el gobierno, pero siempre en minoría. Este es el mayor peligro. Después de febrero de 1848, los demócratas socialistas franceses -«Réforme» [3] Ledru-Rollin, L. Blanc, Flocon, etc.- cometieron el error de aceptar semejantes puestos [4]. Estando en minoría en el gobierno de los republicanos, compartieron voluntariamente la responsabilidad por todas las infamias de la mayoría y por todas las traiciones a la clase obrera en el interior. Mientras ocurría todo eso, la clase obrera estaba paralizada por la presencia, en el gobierno, de esos señores que pretendían representarla.
Friedrich Engels