La Klave
El 9 de mayo de 1976 fallecía durante su encarcelamiento la militante izquierdista alemana Ulrike Meinhof, una de las fundadoras del grupo de resistencia armada Fracción del Ejército Rojo (RAF, siglas en inglés). Según la versión oficial fu un suicidio. Sin embargo, en marzo de ese mismo año, durante uno de sus encuentros en la cárcel con su hermana, Ulrike confesaría: ‘si oyes que me he suicidado, puedes estar segura de que ha sido un asesinato’. Al mes después aparecía ahorcada en su celda…
Tanto la autopsia inmediata, en la que no se dejó participar a ningún médico ni abogado de confianza, como la autopsia oficial, practicada dos horas más tarde del fallecimiento, fueron llevadas a cabo por ex-militantes nazis. Entre ellos, el Dr. Hans Joachim Mallach, antiguo miembro de las Waffen-SS.
Al año siguiente, los miembros de la RAF: Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Jan Carl Raspe aparecieron también muertos en sus respectivas celdas. Una vez más, la versión oficial fue la del suicidio. Llama la atención que a los tres se les ocurriese quitarse la vida el mismo día, del mismo mes: 18 de octubre de 1977.
La Alemania occidental de los 60
Ulrike Meinhof desde 1959 era una destacada periodista de Konkret, órgano comunista que buscaba sumar fuerzas de oposición al matiz autoritario que estaba tomando la reconstrucción de Alemania tras la guerra. Al poco tiempo, Ulrike se convierte en ícono público de las luchas sociales, ya fueran contra los planes nucleares de las potencias occidentales en Alemania, contra la Guerra de Vietnam, contra la presencia de ex-nazis en cargos públicos o contra la represión policial incitada por las autoridades.
La compleja realidad de la Alemania dividida, empieza a hacer crisis en la segunda mitad de los sesenta. Entre 1966 y 1967 la República federal (RFA) sufrió una fuerte recesión económica. Fue muy notoria, en cuanto interrumpía la expansión continua que había acompañado los años de la reconstrucción y del milagro económico de Konrad Adenauer y Ludwig Erdhart.
El Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) formó gobierno en 1966, comprometiéndose con una política impositiva de apoyo a la economía privada, y una política de intervención pública más centralizada, una racionalización económica y una contención de la conflictividad social que el frente conservador difícilmente podía haber gestionado sin aliados.
Dos hechos son esenciales en la radicalización del movimiento estudiantil alemán y de la propia Meinhof. El 2 de junio de 1967, los estudiantes convocaron a una manifestación en contra la visita del Shá de Irán a la RFA. Ulrike escribirá: ‘Cuando el Sha de Persia visitó la RFA aún sabíamos poco sobre Irán, y poco sobre nuestro propio país. Pero cuando los estudiantes salieron a la calle para dar a conocer la verdad.. entonces se descubrió que no se puede recibir a un jefe de un Estado policial sin estar simpatizando uno mismo con el Estado policial’. Al final de esa manifestación, la policía berlinesa mató de un disparo a un estudiante que caminaba solo y sin armas de ninguna clase, Benno Ohnesorg. El Movimiento 2 de Junio -guerrilla urbana alemana de la época, de carácter más contracultural- tomó su nombre de este episodio.
Al año siguiente se produjo el atentado de un obrero anti-comunista contra Rudi Dutschke, uno de los portavoces más visibles del movimiento socialista estudiantil, quien pudo regresar a la vida política luego de una larga rehabilitación. Y el lenguaje de Ulrike Meinhof cambió, como cambió el estado del ánimo del movimiento: ‘Se acabó la broma, hay que utilizar medios distintos de los que han fracasado, puesto que no han podido impedir el atentado contra Dutschke.

El trabajo periodístico de Meinhof denuncia el caudal de desinformación ideológica que la cadena de medios pertenecientes a Áxel Springer derrama sobre la opinión pública alemana, legitimando el accionar represivo de la policía y de las autoridades, a través de las llamadas leyes de emergencia que limitaban las libertades públicas.
En un artículo publicado en ‘Konkret’ en 1967, Meinhof decía: ‘Quienes practican la discusión con las porras de goma, quienes impiden la información acerca del contenido de las diferencias de opinión, quienes ocultan a la población los hechos que documentan el carácter de la guerra norteamericana en el Vietnam, de modo que para la mayoría de la población los manifestantes tienen que aparecer como unos verdaderos idiotas, todos ellos convierten la democracia en un estado policíaco, y a los ciudadanos en súbditos obedientes’.
Todos estos hechos, extremaron las posiciones de cierta fracción de estudiantes y de la propia Ulrike. Así, se pasó de una oposición extra-parlamentaria a una oposición extra-institucional, derivando en la lucha armada como opción válida contra el Estado y el capitalismo.
La banda Baader-Meinhof
El 14 de mayo de 1970, la vida Ulrike dio un giro total. O más bien giró en un sentido que la llevó a enfrentarse directamente con la ley. Ese día, Meinhof apoyó la operación de rescate de Andreas Baader, que se encontraba cumpliendo una condena de tres años por la quema en 1968 de unos grandes almacenes comerciales en Frankfurt (‘un acto contra la sociedad de consumo y la Guerra de Vietnam’, que Ulrike valoró críticamente). Meinhoff, ese día, no se hizo la desentendida frente al asalto del comando –como era el plan inicial- sino que escapó junto a los prófugos.
Un mes después, tras varios atracos a bancos, los integrantes de la llamada ‘Banda Baader-Meinhof’, viajaron hasta un campo de entrenamiento guerrillero de Al Fatah en Jordania, donde serían expulsados al poco tiempo por su indisciplina o, más bien, por sus diferencias culturales con los Palestinos. A su regreso a Alemania en mayo, el grupo desarrolló en quince días una intensa ofensiva anti-imperialista, consistente en el robo de bancos para recaudar dinero y armas, y ataques contra edificios militares de los Estados Unidos, estaciones de policía y edificios del imperio periodístico de Springer, así como el intento de asesinato de un juez.
En un comunicado del grupo de abril de 1971, redactado presumiblemente por Ulrike, se leía: ‘La guerrilla urbana tiene como fin tocar el aparato del Estado en puntos muy precisos, ponerlo fuera de servicio, destruir el mito de su omnipresencia y de la invulnerabilidad del sistema. La guerrilla urbana es la lucha anti-imperialista ofensiva. O somos parte del problema o de la solución, pero entremedio no hay nada’.
La RAF tenía inspiración marxista leninista, con tintes jerárquicos y distanciados de las bases. Tomaba nota de la teoría foquista desarrollada por Regis Debray, del Minimanual del guerrillero urbano de Carlos Marighella y de las tácticas de Ernesto Guevara y las guerrillas sudamericanas de la época como los Tupamaros de Uruguay.
Su ataque al Estado pretendía incitar una insurrección de masas al develar su debilidad y su monopolio de la violencia. Sin embargo, no contaron con un apoyo masivo de las bases, ya que sus integrantes no realizaron un trabajo social que consolidara la lucha armada desde abajo, como expresión de clase y no sólo de grupúsculos. Meinhof era más conocida, pero sólo por su trabajo periodístico.
Después de una intensa investigación, Baader, Ensslin, Meinhof, Raspe y Holger Meins fueron detenidos en junio de 1972.

Cárcel y muerte
Las condiciones a las que fueron sometidos los integrantes del grupo en prisión fueron extremas. Ulrike pasó 8 meses aislada en Ossendorf, Colonia. Su compañera en la R.A.F. Astrid Proll -quien también estuvo en el mismo lugar y condición un año antes- señaló que ‘el total aislamiento en la torre de la prisión, sin ruido ni presencia alguna, era como estar enterrada viva y que a nadie le importara… Lo único que querían era que confesáramos o nos suicidáramos’.
Los prisioneros lograron crear una red de comunicación e iniciaron huelgas de hambre para protestar en contra de estas condiciones. Holger Meins murió el 9 de noviembre de 1974, pesando apenas 50 kilos. Tras varias protestas públicas, las condiciones de los miembros restantes fueron mejoradas por las autoridades.
En el otoño de ese año, fueron trasladados a la cárcel de Stuttgart. Fueron ubicados en el séptimo piso, donde podían verse y reunirse algunas horas al día e incluso podían salir al balcón, algo inédito en la vida carcelaria. Asimismo, contiguo al edificio se inició la construcción de un palacio de justicia, especialmente creado para juzgar a los guerrilleros sin correr peligro de escape.
En esta época es cuando la llamada ‘segunda generación RAF’ –que contó con apoyo de otros grupos- desoló Alemania y Europa con el objetivo de lograr la liberación de los prisioneros, a través de numerosos secuestros y atentados a objetivos germanos en Europa, logrando la liberación de algunos guerrilleros que no tenían cargos por asesinato.
El ánimo del núcleo central de la RAF iba deteriorándose cada vez más, en especial el de Meinhof que, a diferencia de Ensslin y Baader, no se fortalecía por el hecho de ser considerada un ‘enemigo peligroso del Estado’. Meinhof se caracterizó siempre, según sus cercanos, por caer en períodos depresivos, así como por llevar una vida familiar conflictiva que la afectaba profundamente.
En enero de 1976 –en medio de atentados y bombazos de apoyo y presión- comenzó el juicio contra Baader, Ensslin, Meinhof y Raspe. El juicio resultó ser una instancia de propaganda política para la banda: atacaron a los jueces y la justicia, se negaron varias veces a participar de las sesiones, se mostraron mordaces e irónicos. Sin embargo, un hecho cambió todo el escenario: el 9 de mayo es encontrada Meinhof ahorcada en su celda. Las versiones del Gobierno hablaban de suicidio, pero para la extrema izquierda alemana, Ulrike ha sido asesinada o, al menos, presionada para hacerlo. El juicio siguió, bajo una creciente presión de los grupos armados que seguían realizando acciones violentas.
Finalmente, el 28 de abril de 1977, los tres acusados sobrevivientes fueron declarados culpables de cuatro asesinatos, 54 intentos de asesinato y de formar una organización terrorista, siendo sentenciados a cadena perpetua.
La sentencia dio paso a lo que se conoció como el ‘otoño alemán’, una seguidilla de espectaculares acciones violentas motivadas por la arenga hecha por Baader a sus camaradas. El 5 de septiembre, el presidente de la patronal alemana, Hans Martin Schleyer, fue secuestrado. Se exigió un intercambio con sus militantes encarcelados. El 13 de octubre, un comando palestino secuestró un avión de Lufthansa con todos los pasajeros como apoyo a las reivindicaciones de la RAF. En la noche del 17 al 18 de octubre, las autoridades alemanas pusieron fin al secuestro.
A la mañana siguiente se informó del suicidio de tres militantes de la RAF, Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Jan-Carl Raspe, en la prisión de Stammheim. Ya no sólo para los militantes de la izquierda esto ha sido un asesinato, sino que para el mismo abogado de la RAF, Klaus Croissant –quien terminó en la cárcel, cumpliendo condena de dos años y medio por ‘apoyo a banda criminal’, inhabilitado para ejercer su profesión y proscrito en los medios oficiales de su país- ellos ‘fueron asesinados fríamente en la cárcel (…) cárceles que incluso para Amnistía Internacional son ‘tortura blanca’, ya que no existen malos tratos físicos, pero psíquicamente alcanzan niveles de sofisticación insospechados’.
Lo que sigue en la historia de la RAF, guarda toda lógica: El día 19 de octubre informaron que Schleyer ha sido ejecutado. Desde fines de los 70′ hasta fines de los 90′, diversas encarnaciones de la Fracción del Ejército Rojo cometieron numerosas acciones en contra de personas y símbolos del capital.
Ni loca, ni mala madre, ni asesina
¿En qué momento pasa una periodista de izquierdas a empuñar una pistola? ¿Cómo se convierte una burguesa madre de gemelas en la enemiga pública número 1 del Estado? Para Ulrike Marie Meinhof fue tan natural como respirar.
La escritora y socióloga alemana Jutta Ditfurth publicó hace una década la biografía de Meinhof más documentada que existe. En las casi 500 páginas de Ulrike Meinhof las etiquetas que el poder ha impuesto a la activista son ampliamente despejadas por la investigación de Ditfurth.
“La encontraron colgada de una ventana. Enseguida 13 oficiales llenaron la habitación y nadie puso a salvo las huellas. Escondieron su cadáver. La autopsia la hizo un ex-oficial de las SS nazis”, dice la autora sobre las primeras irregularidades tras la muerte de Ulrike.
¿Suicidio o asesinato? ¿Por qué había una escalera secreta que daba justo al lado de la celda de Meinhof? ¿Por qué hubo declaraciones contradictorias sobre el lugar que ocupaba la silla sobre la cual Meinhof se habría presuntamente colgado? ¿Por qué Ulrike tenía marcas de presión en las piernas y arañazos en las nalgas? ¿Por qué nadie le hizo al cadáver un test de histamina que quizá podía haber aclarado si la presa todavía vivía cuando el nudo ahogó su cuello?
Ulrike estuvo en aislamiento 238 días de los casi cuatro años que pasó en la cárcel de Stammheim. El aislamiento tiene un doble y perverso efecto: destruye la voluntad humana a la vez que atrofia funciones cerebrales, degenerando fácilmente en alucinaciones o hipersensibilidad sensorial. En esas condiciones, simplemente el ruido del helicóptero que trasladaba a Meinhof al tribunal podía suponer una brutal sacudida en su sistema nervioso.
“El Estado usó esta tortura blanca. Con Meinhof fue una mezcla de tratar de destruir su cabeza como puro sadismo científico de raíces fascistas. Tras torturarla, quisieron abrirle el cráneo para examinar su cerebro. Hubo protestas de sectores liberales, pero todo aquello sucedió bajo un gobierno socialdemócrata”, señala Ditfurth.
Para el Estado alemán era clave presentar a Meinhof como una mujer neurológicamente enferma. Eso desactivaría el carácter político de su decisión de pasar de periodista de izquierdas a activista de un grupo armado como la Facción del Ejército Rojo (RAF). Loca: solo así podría la RFA justificar que una treintañera y madre burguesa se hubiera convertido en la enemiga pública número 1.
Pero Meinhof en absoluto estaba desequilibrada. Tampoco nunca se demostró que hubiera matado a nadie y tampoco —aunque tradicionalmente se ha pensado que fue su participación en la liberación armada de Baader en 1970— hubo para ella un único momento que sirviera de punto de inflexión. ‘Nació en 1934 entre vecinos y maestros nazis. La mayoría de su familia eran, también, nazis cristianos’, ilustra Ditfurth. ‘El anti-comunismo era religión en aquella Alemania. En 1959, con 24 años, se afilió al ilegal Partido Comunista. Paralelamente, se convirtió en una conocida periodista de izquierdas en mitad de la Guerra Fría. Como comunista, feminista, divorciada y activista del movimiento del 68 ya estaba fuera del consenso: la teoría y la práctica fueron de la mano”.
Sus hijas Bettina y Regine, que entonces tenían 6 años, fueron dos de las participantes más jóvenes de las manifestaciones del 68. Marchaban cogidas de la mano de su madre, junto al resto de la Oposición Extraparlamentaria alemana.
Durante años caló la idea de que al marcharse con sus compañeros de la RAF a un campo de entrenamiento en Oriente Medio, quiso dejar a sus gemelas en un orfanato en Jordania. ‘Amaba a las niñas profundamente y nunca quiso abandonarlas’, desmiente Ditfurth. ‘A medida que abandonó la vida legal tuvo también que protegerlas de su ex-marido, violento y pedófilo. Finalmente, un editor del Spiegel amigo de este, encontró a las niñas y se las llevó al padre. Ahí comenzó otro drama para Ulrike’.
Klaus Rainer Röhl, el ex-marido, publicó en 1974, con Ulrike en la cárcel, el libro Cinco dedos no son un puño. Allí contaba que ella le había amado, pero él a ella no.
La militancia de Meinhof tuvo poco que ver con el terrorismo chic que mostraba hace años la película Der Baader Meinhof Komplex. La biografía de Ditfurth supura un sufrimiento presente incluso en momentos fácilmente memorables como la respuesta que dio Ulrike a la pregunta del tribunal ‘¿Cuál es su profesión?’: ‘Antifascista’.
Su radical desburguesización estuvo acompañada de un trabajo teórico sobre la legitimidad de la acción directa. Comenzó cuando se preguntó por qué la prensa presentaba como hecho más criminal lanzar puding a la cara del vicepresidente de EEUU que rociar Vietnam con napalm. Meses después, escribía que el incendio de unos grandes almacenes no es en sí misma una acción anticapitalista sino que la clave no radica ‘en la destrucción de la mercancía, radica en la delictividad del hecho, en el hecho de infringir la ley’.
También en un artículo para la revista Konkret —donde también participaban Beauvoir o Enzensberger— escribió las que quizá sean sus dos frases más reproducidas: ‘La protesta es cuando digo esto y aquello no me gusta’. ‘La resistencia cuando me encargo de que esto y aquello que no me gusta no vuelva a suceder’.
¿Era Meinhof una izquierdista aventurera? ¿Creía la RAF que su lucha armada podía servir como foco de una deflagracion social total en Alemania? ¿Era posible declarar y ganarle una guerra al Estado europeo más militarizado de la OTAN?
‘No sé si realmente creía eso, aunque ella, y la primera generación del grupo, sí pensaban que la sociedad alemana occidental estaba en fase prerrevolucionaria. Es algo que análisis críticos de la izquierda de los 70 han probado como falso’, señala Ditfurth. ‘Ella y sus compañeros creyeron que si conseguían afilar las condiciones políticas con sus acciones, serían una vanguardia revolucionaria y el proletariado y los marginados se organizarían y les seguirían. Calcularon mal la conciencia política de la clase trabajadora alemana, pero no creo que Ulrike fuera una aventurera’, completa Ditfurth. Su investigación también ratifica que la RAF tuvo apoyo logístico de la RDA.
Qué rol político habría jugado Ulrike Meinhof de no haber amanecido colgada en su celda con 41 años, pertenece al territorio de la especulación. A su desaparición le siguió una ofensiva de la RAF en el otoño del 77 que culminó con la noche de la muerte en la cárcel de Stammheim y la aparición de los cadáveres de sus compañeros Baader, Ensslin y Raspe en sus celdas. Eclosionaron el movimiento antinuclear y las luchas autónomas por la vivienda, al tiempo que caía el Muro y el neoliberalismo decía que se acabó.
Mientras todo eso pasaba, los restos de Ulrike estaban bajo tierra. El poder impuso una última condición: que su tumba estuviera varios metros separada de la de los demás.
Ulrike Meinhof reafirmó su convicción en la última carta enviada a sus hijas, días antes de su muerte, con lo que no nos queda más que aprender de los errores tácticos y estratégicos de la RAF, pero no condenar sus acciones como eje de la crítica. Recordemos que el capitalismo se funda en una violencia originaria explícita, que con el correr de los tiempos se ha sofisticado hasta parecer casi natural. Algunos no lo olvidamos. Otros no lo soportan y se enfrentan directamente contra el poder, aunque sea casi un suicidio.
Fuentes:
Ulrike Meinhof: de burguesa a luchadora antifascista
https://www.playgroundmag.net/lit/Ulrike-Meinhof-niloca-nimalamadre-niasesina_22593915.html
Periodista y revolucionaria: Ulrike Meinhof y la Fracción del Ejército Rojo (RAF)