Tita Barahona
En estos días han circulado por los medios imágenes estremecedoras de decenas de bebés recién nacidos o de pocas semanas, hijos de madres de alquiler, almacenados en cunas en la sala de un hotel de Kiev, capital de Ucrania. Esto ha reavivado la polémica sobre la gestación subrogada. En esta sección analizamos lo que ésta representa en el contexto histórico de las formas de utilización de la capacidad reproductiva de las mujeres pobres.
Los bebés estancados en Ucrania están al cuidado de seis empleadas de la empresa de gestación subrogada BioTexCom, la mayor de este sector en dicho país. Según estas mismas mujeres han declarado a los medios, la situación de estos bebés “les entristece”, porque ellas, así como cualquiera con un mínimo de sentido, saben que no pueden suplir los cuidados maternales esenciales para el normal desarrollo psico-físico y bienestar de estas criaturas. Imaginemos el daño irreversible que sufrirán mientras sigan en esta situación.
Es cierto que en circunstancias parecidas se hallan, por lo general, los bebés recogidos en orfanatos y otras instituciones que los ofrecen en adopción. Y es triste también, sobre todo porque ello se podría evitar si los Estados no tuvieran por norma excluirnos a los pobres de la capacidad de adoptar. Pero lo que estamos viendo en Ucrania son bebés-mercancías almacenados por meros problemas de logística y distribución. Sufren en soledad porque las parejas de distintas partes del mundo que los compraron -de España, Francia, Reino Unido y Australia, entre otros países-, no pueden acudir a recogerlos al haber cerrado Ucrania sus fronteras como medida preventiva contra el coronavirus.
Esta es sólo una de las consecuencias nefastas que provoca la mercantilización de las mujeres gestantes y de su fruto, los eslabones más débiles de la cadena de la llamada gestación subrogada -forma eufemística de “vientres de alquiler”-, que rinde sustanciosos beneficios a unas cuantas empresas mientras cumple los “deseos” de parejas pudientes que supuestamente no pueden tener hijos de forma natural y no quieren adoptar.
Una vez que las granjas de mujeres gestantes de La India, Nepal o Tailandia se han cerrado, porque esos Estados han aprobado legislaciones más restrictivas o prohibido totalmente la práctica, Ucrania y Georgia son los únicos países europeos donde se pueden comprar madres y niños por el módico precio de unos 50.000 euros (sin contar gastos de viaje y legales), de lo que la gestante recibe de 10.000 a 14.000. Sin duda, un negocio redondo para las cincuenta empresas, aproximadamente, que en Ucrania se dedican a este comercio de seres humanos.
En el reino de España, la gestación subrogada está prohibida. Desde 2016, la embajada española en Kiev desaconseja recurrir a ella en Ucrania por no tener cabida en el ordenamiento jurídico español. Sin embargo, desde 2010 España permite la inscripción en el registro de los menores adquiridos en el extranjero. Muchas nos preguntamos qué tienen que decir al respecto y qué acciones van a tomar la ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperacion, Arancha González Laya, y la de Igualdad, Irene Montero.
En 2017, el partido político Ciudadanos presentó una propuesta de ley para la legalización de la gestación subrogada, a condición de que las gestantes lo hiciesen de forma “altruista” y sólo recibieran una “compensación por las molestias”. Ya entonces advertíamos de lo que escondía esta propuesta y exponíamos cómo la legalización del alquiler de madres implica la cruda mercantilización de la capacidad reproductiva de las mujeres más pobres -sometidas a procesos de hormonación y otros tipos de medicalización que a menudo conllevan graves daños a su salud física y psíquica.
En Ucrania, tanto la Defensora del Pueblo para los Derechos Humanos, Lyudmila Denisova, como Miloka Kuleba, Defensor del Menor, están de acuerdo en que la maternidad subrogada viola los derechos de las mujeres y los menores y se han posicionado en contra de este mercado. El Parlamento Europeo también ha condenado esta práctica y la ONU considera que viola la Convención sobre los Derechos del Niño. Pero las empresas tienen oficinas en países donde la gestación subrogada está prohibida, sin amenaza de clausura. Pasa como con el proxenetismo, que es delito en la mayoría de ordenamientos jurídicos, pero aquí en España los numerosos «puti-clubs» de carretera siguen con sus luces de neón anunciando su mercancía, sin mayores problemas.
En Europa, desde muchos siglos atrás, las familias aristocráticas y burguesas contrataban el trabajo de las mujeres pobres para que les criaran a sus hijos, de los que prácticamente se desentendían durante sus primeros años. Las nodrizas no sólo los amamantaban, sino que también se ocupaban del aseo de la criatura y resto de cuidados. Unas iban a las grandes casas, donde solía haber una estancia aparte dedicada a guardería (la llamada nursery en Gran Bretaña), en la que trabajaban como internas. Otras, normalmente campesinas, los recibían en sus casas y allí los criaban hasta que sus familias mandaban recogerlos, normalmente no antes de los dos años. Según fuera el estatus socio-económico de la familia, así se remuneraba a las nodrizas. La que crió a Carlos III, rey de España desde 1759 a 1788, fue incluso agraciada con un título nobiliario.
La otra cara de la moneda la representaban las nodrizas de las Inclusas, centros donde se recogían tanto los bebés abandonados como los que ingresaban sus propias madres por no poderlos mantener, casi siempre con la idea de recuperarlos. Las nodrizas de esta institución eran las mujeres más pobres y peor pagadas. En la Inclusa de Madrid, durante el siglo XVIII, la escasa dotación del centro, la baja calidad nutritiva de la leche de estas mujeres sub-alimentadas, y el hecho de que alguna llegó a lactar hasta seis mamones, incidía en la elevada mortandad de las criaturas, que alcanzó el 77 por ciento entre 1764 y 1787.
Las mujeres pobres siempre vendieron su trabajo reproductivo a las clases altas, pero ellas no solían tener capacidad adqusitiva para contratar a otras mujeres que les cuidaran a sus hijos. Sólo podían confiar en la ayuda familiar o vecinal. De hecho, abundaron los casos de mujeres que lactaban a los hijos de otras de manera altruista. En España, hasta bien entrado el siglo XX, fueron corrientes los llamados “hermanos de leche”.
En Gran Bretaña, a mediados del siglo XIX, cuando Marx y Engels describían los estragos de la Revolución Industrial en la clase proletaria, muchas obreras de fábricas o comercios que se quedaban embarazadas fuera del matrimonio -y debido a ello eran expulsadas de sus comunidades-, no tenían más opción, para no perder sus empleos y caer en la absoluta indigencia, que recurrir a las llamadas baby farmers (lit. granjeras de bebés). Estas eran casas, generalmente regidas por mujeres, que acogían a un número de estos niños ilegítimos por una cantidad que las madres pagaban a plazos. Pero, lamentablemente, muchas de estas “granjas” se convirtieron en lugares donde se ejercía el asesinato sistemático y premeditado de estas criaturas, normalmente por la administración abusiva de opiáceos, sin el conocimiento de las madres. Este fue uno de los temas más espinosos en la Inglaterra victoriana, aunque hubo también acogedoras -altruistas o no- con mayor sensibilidad y altura moral.
Pero es importante tener en cuenta que una cosa es lactar o cuidar a un niño por unos ingresos, es decir, mercantilizar todo el cuidado que conlleva la crianza, y otra mercantilizar el cuerpo de una gestante y por ende el bebé que da a luz. Aquí nos hallamos ante un notable salto cualitativo, porque en este caso el riesgo para la salud e incluso la vida de la mujer es mucho mayor, aparte del trauma que conlleva, para madre y recién nacido, la separación física nada más dar a luz. No hay lugar a la comparación.
Desde la década de 1970, los avances de la bio-tecnología han hecho posible la donación o compra-venta de células germinales (óvulos y esperma) para su fecundación en laboratorio -o in vitro– y posterior implantación en el útero de una mujer previamente hormonada. Esta técnica permite incluso la elección de sexo, como lo hacen algunas empresas en Ucrania, y a las parejas heterosexuales u homosexuales tener descendencia con algo de su propio material genético, verdadero atractivo de esta técnica para sus demandantes, llamados “padres de intención”.
El argumento recurrente de los partidarios de la gestación subrogada es el consabido de la libertad de elección: la mujer es libre de disponer de su cuerpo como quiera, como si la necesidad material que empuja a las mujeres pobres a vender su capacidad gestante no fuese en sí una forma de esclavitud. Y no es sólo ya la mezquina utilización de estas mujeres y su exposición a riesgos físicos y psicológicos, sino la perpetuación de la idea ancestral, acientífica y profundamente reaccionaria, de que las hembras de la especie humana somos meros receptáculos, como presuponen los que recurren a la gestación subrogada cuando hablan de la mujer gestante como “portadora del embarazo” e incluso niegan que sea la madre del niño que compran. Deliberada e interesadamente pasan por alto que la gestación es un proceso activo en el que la mujer aporta todo su organismo, sus emociones e inteligencia, aspectos que influyen sobremanera en el desarrollo del feto.
Otro argumento de los partidarios de los vientres de alquiler es que las personas infértiles o los nuevos modelos de familia, especialmente las formadas por dos varones, también tienen derecho a tener hijos. Partiendo de que no existe tal «derecho», debería igualmente serlo para los cientos de miles de personas que no pueden tener hijos, no por problemas de infertilidad, sino porque su vida fértil se va por el sumidero del mercado laboral y/o no logran obtener medios suficientes para mantenerlos. Ese «derecho» debería ser respetado asimismo para todas las asalariadas que se quedan embarazadas y son recurrentemente despedidas, sin que lo eviten las leyes que lo prohíben expresamente.
La gestación subrogada es una fase superior de la explotación capitalista de la capacidad reproductiva de las mujeres pobres en todo el mundo, a las que reduce a mercancías y al estatuto de meras “vasijas”. Es, además, una forma extrema de violencia obstétrica que debemos combatir junto al modo de producción/reproducción capitalista que la hace posible.
Referencias:
https://elpais.com/sociedad/2020-05-15/bebes-varados-en-ucrania-la-pandemia-pone-en-cuarentena-el-negocio-de-los-vientres-de-alquiler.html
https://www.bbc.com/mundo/amp/noticias-internacional-52679424?
Bastardy and Baby Farming in Victorian England: http://people.loyno.edu/~history/journal/1989-0/haller.htm
Pauperismo, protesta social y colapso del sistema asistencial en Madrid (1798-1805): https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7190972.pdf
http://canarias-semanal.org/not/20770/la-fuerza-de-trabajo-reproductiva-una-mercancia-al-alcance-de-poc-s
Fuentes: