Manuel Medina
La invasión hitleriana de la Unión Soviética tuvo un carácter netamente colonial e imperialista, fundamentada también en razones ideológicas y étnicas.
En los primeros días del próximo mes de mayo se celebrará el 75 Aniversario de la derrota de la Alemania de Hitler. La cuestión es que tal celebración suele tener lugar exclusivamente en Moscú. En esa ciudad, desde el año de 1945, se viene celebrando un gigantesco desfile militar en el que, antes los soviéticos y ahora los rusos, conmemoran la derrota alemana y su victoria en lo que ellos conocen como «la Gran Guerra Patria». Este año, sin embargo, por efectos del coronavirus, no tendrá lugar ese histórico desfile.
El hecho de que esta celebración tenga lugar solamente en Moscú, y no en otras capitales europeas, no deja de tener un cierto sentido. Sobre la desaparecida Unión Soviética no sólo recayó el mayor esfuerzo bélico para la derrota de la Alemania de Hitler, sino que fue también el país en el que más soldados murieron durante la conflagración con el nazismo.
Los datos al respecto, aunque son conocidos, conviene recordarlos:
Reino Unido perdió 370,000 soldados.
Francia: 250,000.
Japón: 1.170.000
Alemania: 3.250.000.
Estados Unidos: 220.000.
Unión Soviética: 8.860.400 de soldados.
El número de muertos entre la población civil soviética alcanzó la cifra de 27 millones. Mientras, en el resto de los países contendientes murieron:
60.000 civiles en Reino Unido.
270.000, en Francia.
360.000, en Japón.
En los Estados Unidos no se produjeron víctimas civiles.
El terrible y monumental sacrificio generacional que supuso para los pueblos que integraban la hoy desaparecida Unión Soviética lograr la derrota de Alemania, y la expulsión de los los nazis de su territorio explica la importancia que la efemérides sigue teniendo hoy para Rusia.
LA «OPERACIÓN BARBARROJA»
En diciembre de 1940, el Alto Mando alemán puso en marcha el diseño de la «Operación Barbarroja». Una estrategia militar que tenía como finalidad la conquista de la parte europea de la Unión Soviética, con el objetivo de efectuar una posterior repoblación demográfica de esos territorios con ciudadanos de origen germano.
La expansión hacia el Este fue un propósito que Hitler y los teóricos nacionalsocialistas nunca ocultaron. En el propio libro «Mein Kamf» -Mi lucha – dictado por el dirigente fascista alemán en el año 1924, mientras permanecía en prisión, éste lo dejó muy claro. Mientras Inglaterra y Francia habían expandido sus imperios coloniales hacia espacios geográficos de ultramar de donde obtenían materias primas para su industria, a Alemania le correspondería encontrar la satisfacción a sus ambiciones imperiales y económicas en la expansión hacia el Este europeo.
Los dirigentes soviéticos de la segunda mitad de la década de los 30 del siglo pasado trataron de evitar una confrontación bélica con Alemania por diversas y obvias razones. En principio, porque la Unión Soviética de 1939 estaba todavía intentando, a duras penas, dejar atrás el feudalismo heredado de la época del zarismo, debatiéndose en una lucha desesperada, a vida o muerte, por lograr una rápida industrialización del país.
La dirección soviética de entonces estimaba que lograr ese último objetivo era esencial, si se deseaba que la nueva sociedad socialista pudiera sobrevivir en medio de una agresiva jauría de países capitalistas, especialmente interesados en impedir que la experiencia social que allí se estaba produciendo saliera adelante.
De hecho, los políticos soviéticos temían, además, – y con razón – que en el Occidente europeo se pudiera gestar una gran alianza entre Alemania, Italia, Gran Bretaña, Francia y otros países, para acabar con lo que estos consideraban – también con razón – el «peligro del ejemplo social bolchevique» que, si se desarrollaba exitosamente, un día podría acabar con el dominio de sus clases sociales hegemónicas.
Esa fue la razón, y no otra, por la que en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial la Unión Soviética trató de evitar, por todos los medios, la confrontación armada con Alemania. Previamente, había intentado concertar acuerdos de asistencia mutua con Inglaterra y Francia. Pero esos proyectos resultaron frustrados. Más adelante, Moscú y Berlín firmaron un «Pacto de no agresión», cuyo objetivo, en realidad, no era otro que intentar retrasar la irreversible confrontación bélica entre la propia URSS y Alemania.
Sin embargo, ya desde entonces el Alto Mando estratégico de la Wehrmacht estaba confeccionando, con todo detalle, un macroplan militar que permitiera una exitosa invasión de la Unión Soviética para verano de 1940. A ese Plan meticuloso los alemanes lo bautizaron con el nombre de «Operación Barbarroja»
En efecto, el 22 de junio de 1941, 3 millones de soldados alemanes irrumpieron con inusitada fuerza en el territorio de la URSS, iniciando un avance que parecía imparable, y que provocó la sensación de que la guerra en el Frente del Este iba a ser muy corta. Tan corta como lo había sido en el Frente del Oeste.
El objetivo de la Wehrmacht era arrinconar al Ejército Rojo hacia los Urales. No obstante, una titánica resistencia y un gran número de batallas se cruzaron en ese propósito e impidieron a los alemanes alcanzar el objetivo militar previsto, que era dar por concluida la invasión en el invierno de 1941. A esa resistencia se agregarían la de importantes núcleos que terminarían interceptando el fulgurante avance alemán.
Entre esos núcleos se encontró la asediada ciudad de Leningrado, que tuvo que pagar el alto precio de 1.500.000 víctimas por resistir al embate germano. Igualmente, Moscú y Stalingrado se iban convertir en trincheras inexpugnables que iniciarían el principio del fin de la aventura militar nazi.
IDEOLOGÍA E IMPERIALISMO EN LA INVASIÓN ALEMANA
Al margen de los aspectos estrictamente militares de la «Operación Barbarroja», la invasión alemana de la Unión Soviética tuvo dos objetivos claves muy precisos.
Uno, de carácter netamente colonial e imperialista. Y otro, fundamentado en razones ideológicas y étnicas.
El primero partía del convencimiento de que la «necesidad expansionista» del capitalismo alemán sólo podría encontrar su espacio «económico-vital» en el Este de Europa. Alemania había llegado históricamente tarde y dividida al reparto colonial de las potencias europeas. Hitler, la dirigencia que lo rodeaba y el gran capital industrial y bancario que lo promocionó políticamente pretendían impulsar el desarrollo del capitalismo germano, apoderándose de las inmensas riquezas naturales que ofrecía el territorio soviético, entre las que se encontraban los recursos agrícolas, minerales y petróleos, de los que Alemania no disponía.
El segundo, de carácter ideológico, tenía que ver con la propia naturaleza del nazismo. Desde su aparición en Alemania, este movimiento político fue la expresión de la fuerte pulsión anticomunista de las clases hegemónicas de ese país, que intentaron con éxito establecer un dique político que parara el desarrollo del movimiento obrero alemán y del Partido Comunista. En la dura y sangrienta confrontación clasista que tuvo lugar en Alemania antes y después del «crack del 29» se gestó el Partido y la ideología nacionalsocialista.
No debe resultar extraño, pues, que uno de los objetivos del Tercer Reich al invadir la Unión Soviética fuera acabar con el «peligro bolchevique» y el Estado constituido por él, que estaba amenazando a la «civilización occidental».
En un plano destacado figuraba también la concepción de los teóricos racistas alemanes de que los eslavos tan sólo eran una suerte de «subhumanos». Para ellos, esa etnia formaba parte de lo que consideraban «razas inferiores», que debían desaparecer del mapa de la Europa del Este. Entre los objetivos de sus planes de invasión figuraba, en efecto, que una buena parte de esa población fuera sometida – como así se intentó – al exterminio físico. El resto, sería sometido a un proceso de «germanización» que lograría convertirlos en «eslavos superiores».
RAZONES DE UN FRACASO
El fracaso de toda aquella operación militar y política se debió a diferentes factores. Pero entre ellos, uno fundamental, que a la postre resultaría decisivo, fue, precisamente, que los fascistas alemanes estaban convencidos de los infundios políticos creados por su propia propaganda. Estaban persuadidos de que el gobierno soviético no contaría con el apoyo de su pueblo.
Daban por hecho, además, que aquellos «subhumanos» eslavos no iban a poder resistir la precisión, resistencia, disciplina, experiencia, poder y el arte militar del Ejército alemán.
Un craso error, que en situaciones diferentes, con países distintos y 75 años más tarde, continúa reproduciéndose clónicamente hasta nuestros días.
Fuentes: