Manuel Medina
A principios de la Revolución Industrial, la irrupción de las máquinas en el trabajo de los hombres llevó a millones de ellos en todo el mundo al paro, la miseria y la emigración.
Frente a la utilización de las máquinas en el proceso productivo, los asalariados y los artesanos de entonces contestaron con un poderoso movimiento de destrucción de máquinas en las empresas, que ya previamente estaba destinado al fracaso. Esa corriente, rebelde pero ingenua, encabezada por los artesanos ingleses a finales del siglo XVIII, se conoció en la historia como movimiento «ludista».
El nombre con el que se bautizó a aquel movimiento de protesta respondía al hecho de que el trabajador que había encabezado la lucha en contra de las máquinas se llamaba Ned Ludd, un joven tejedor inglés que rompió los dos primeros telares automáticos, en el año 1779. La realidad es que los trabajadores ingleses identificaron erróneamente a su auténtico enemigo. Las máquinas no eran la amenaza para la clase trabajadora, ni tampoco para los artesanos. Quienes constituían el verdadero peligro para su futuro eran los propietarios de las máquinas: los capitalistas.
Las máquinas no son otra cosa que el resultado de la laboriosidad, la inventiva y la inteligencia humana . Son por ello un valioso patrimonio de toda la humanidad, pues su creación es el resultado del esfuerzo colectivo que el hombre ha realizado a lo largo de toda su historia. La invención de los ingenios más sofisticados de la ciencia y la tecnología no hubieran sido posibles sin que antes se hubiera producido ese proceso laboral colectivo.
¿DE QUIÉN SON «PROPIEDAD» LOS DESCUBRIMIENTOS Y LOS AVANCES DE LA CIENCIA?
Parafraseando al escritor alemán Bertolt Brecht, podríamos decir: Fleming, en efecto, descubrió la penicilina, sí. Pero su descubrimiento ¿fue el resultado exclusivo de un «instante» de genialidad del científico escocés? ¿No necesitó Fleming de la aportación de miles de «sabios», atentos observadores, curanderos y científicos que lo precedieron con su trabajo a lo largo de décadas? ¿No fue su descubrimiento la suma de acumulaciónes interminables de aciertos y errores de otros que lo antecedieron? ¿Y quién cuidó, mientras tanto de Fleming y de a todos los investigadores durante siglos? ¿Quién los alimentó y los mantuvo con vida, para que pudieran realizar sus investigaciones en condiciones idóneas? ¿Nada tuvieron que ver en ese complejo proceso secular los campesinos, los labradores que pusieron a su disposición peras, manzanas y naranjas para su alimentación? ¿Y los pescadores? ¿En nada participaron los mamposteros que con su experiencia en la construcción, sin ser conscientes de ello, permitieron que el lugar donde estos se dedicaban a observar reuniera unas condiciones mínimas para que su trabajo diera resultado?
La ciencia, los descubrimientos, así como los resultados de los mismos, no pertenecen solamente a quienes los protagonizas. Son la expresión materializada de un todo común de la humanidad. Por ello,igualmente, el disfrute de los avances obtenidos constituye una intransferible propiedad colectiva. Y también colectivamente deberán repartirse sus beneficios.
El más simple sentido común nos indica que si la utilización de las máquinas permite reducir el tiempo que un hombre invierte en el proceso productivo, lo racional no es que éste a consecuencia de ello pierda su trabajo y se dibuje ante él un futuro de incertidumbre. Por el contrario, el enorme esfuerzo realizado por miles de generaciones debe ofrecer como resultado que las jornadas laborales se vean reducidas, incrementando el tiempo dedicado al ocio, al descanso y a la cultura.
¿Qué factores, pues, están realmente impidiendo que exista una justa correlación entre la automatización e informatización tecnológica y el bienestar de los seres humanos? En la respuesta a esta pregunta están implícitos muchos de los paradójicos «enigmas» sociales que nos acosan en nuestros días.
Viene esta reflexión porque hoy la vertiginosa informatización de la producción, en el marco de las relaciones sociales capitalistas, está permitiendo que millones de hombres y mujeres pierdan su puesto laboral, al igual que sucedía a principios de la revolución industrial, en los siglos XVIII y XIX.
EL PARADIGMÁTICO «CASO GOOGLE»
Una muestra recientísima de lo que aquí estamos diciendo es lo que próximamente sucederá en «Google-España». La filial de esta multinacional estadounidense en España tiene preparada ya la irrupción en su estructura laboral del proyecto «Google Duplex». Según informó la publicación «Computer Hoy», desde hace dos meses la compañía anunció que dispone de la tecnología suficiente para poder prescindir totalmente de la participación de asalariados en su comunicación con el exterior. Dispone de seis voces naturales, capaces de reconocer distintas órdenes en una misma frase.
Google, además, va a poner este programa informático a disposición de las reservas de restaurantes y peluquerías, extendiendo próximamente sus servicios a otros amplísimos ámbitos. Por ejemplo, al de los llamados «call centers». El número de sectores laborales que se verán afectados por esta aplicación será inmenso.
Pero la iniciativa de Google solo es una pequeñísima muestra de otros procesos de automatización similares que se están produciendo en la infraestructura productiva de todo el planeta. El «Google Duplex», así como todos los procesos similares de automatización se han puesto en marcha, no para beneficiar y compensar los esfuerzos milenarios de los seres humanos, sino para multiplicar beneficios. Pero aún así, la automatización no debe ser contemplado enemigos como una enemiga de los asalariados . La diana nuestra lucha debe estar dirigida contra sus propietarios, que centuplicarán sus dividendos a costa del paro y el hambre de millones de individuos. En definitiva, en contra del sistema económico capitalista, en cuyas entrañas se gestan las condiciones para que lo que es una gran conquista para los hombres sea convertido en una monstruosidad.
Fuentes: