José Ernesto Nováez Guerrero
En la actualidad vemos como determinados intelectuales de “izquierda” apelan recurrentemente a una lectura “crítica” del marxismo donde, muchas veces, este acaba despojado de todo lo que tiene de valioso y revolucionario. Por lo general los argumentos expuestos en estos artículos no tienen nada de nuevo, sino que son repeticiones o redescubrimientos de viejos argumentos anti-marxistas, que tienen su antecedente en los movimientos antagónicos del siglo XIX y, particularmente, en el revisionismo marxista.
El marxismo soviético, dogmatizador en su esencia, usó muchas veces el término revisionismo como ariete en contra de ideologías y movimientos que eran percibidos, por alguna razón, como hostiles o lejanos a la cosmovisión del mundo que desde la URSS se sostenía. Esta visión reduccionista contribuyó a confundir la esencia del revisionismo marxista y convirtió el propio término en un epíteto fácil contra todo aquello que no nos gusta o no entendemos.
Eduard Bernstein, el padre teórico del revisionismo, fue la primera figura importante del movimiento socialdemócrata de la II Internacional en someter a una crítica sistemática muchas de las premisas de la obra de Marx. Sus ideas eran la expresión de un espíritu que ya estaba en dicho movimiento y por esta razón tuvieron un fuerte impacto en su desarrollo. No por gusto las mentes más lúcidas de la II Internacional arremetieron de inmediato contra las tesis revisionistas.
Si leemos con cuidado algunas de las variantes de desarrollo del marxismo en los siglos XX y XXI veremos emerger, con asombro, las proposiciones de Bernstein y algunas de las dudas razonables que este pionero de usar a Marx contra Marx sembrara en su momento.
Por eso, volver sobre los pasos del desarrollo histórico de un movimiento tan rico y diverso como el marxismo resulta siempre importante. En las circunstancias actuales, donde una pandemia pone una vez más en crisis las estructuras del capital y activa toda una serie de procesos ideológicos, conviene más que nunca remontarnos en esta tradición, como forma de evitar vernos arrastrados por interpretaciones seudomarxistas o que falsean, de alguna forma, la esencia revolucionaria de la obra de Marx.
La II Internacional y el Partido Socialdemócrata Alemán
La II Internacional surgió en 1889 como un órgano de concertación de los diversos partidos y movimientos socialistas que existían en la Europa de la época. A diferencia de la I Internacional, que disponía de un Consejo General que orientaba su política, la II Internacional fue un órgano más diverso ideológicamente y carecerá de una dirección central, lo cual será a la larga uno de los factores que determinaránsus límites como organización.
En los años comprendidos entre 1889 y 1914 el marxismo como doctrina teórica y política va a alcanzar un auge sin precedentes, llegando a constituir la ideología dominante en el seno de la Internacional, desplazando a otras doctrinas socialistas. Sin embargo, muchas de estas doctrinas mantuvieron una relativa vitalidad e influyeron en las diversas posturas y alineamientos del socialismo en los diferentes países. Es el caso del proudhonismo y el blanquismo en Francia y del lassallismo en Alemania. También es el caso del anarquismo, cuya vitalidad planteó uno de los primeros retos significativos que hubo de enfrentar la II Internacional como movimiento.
Según el investigador del marxismo Leszek Kolakowski, desde el punto de vista doctrinal las principales etapas del desarrollo teórico de la II Internacional pueden dividirse en tres: “(…) lalucha contra el anarquismo y el revisionismo en la primera y segunda etapa, respectivamente, y el conflicto entre la ortodoxia y el ala izquierda tras la revolución rusa de 1905.”[1]
En los años que van desde el surgimiento de la II Internacional en 1889 al inicio de la I Guerra Mundial se dan una serie de transformaciones en la situación europea. En primer lugar, está el creciente desarrollo del militarismo asociado a los proyectos coloniales de finales del siglo XIX. Esto promoverá importantes debates al interior de las sociedades europeas de la época y planteará significativos dilemas teóricos y morales al movimiento socialista. La concreción de Italia y Alemania como Estados nación y el interés alemán, sobre todo, por hacerse con parte del botín colonial llevarán a la agudización de las contradicciones interimperialistas en las primeras décadas del siglo XX.
También convendría hablar de las transformaciones que se dan en el seno del capitalismo europeo. El proceso mismo de desarrollo de las estructuras coloniales y neocoloniales determinan un desplazamiento de los costos sociales y ambientales del desarrollo hacia las regiones del mundo dominadas por el capital europeo. Este proceso de tercerización de los costos del desarrollo viene aparejado, en Europa, con el surgimiento de una política de inversión estatal que pretendía dar respuesta a la controvertida “cuestión social”[2], que había provocado numerosas explosiones revolucionarias (1830, 1848, 1871) y que sostenía un vigoroso movimiento huelguístico que periódicamente se revitalizaba. Con esta política el Estado contenía la oleada revolucionaria y frenaba el auge de la socialdemocracia[3]. Más adelante veremos la política social para el caso específico del Imperio Alemán.
Kolakowski resume los factores que incidieron sobre el desarrollo del pensamiento socialista en este período: “(…) abandono del liberalismo como ideología y como práctica económica: la democratización de las instituciones políticas, y en especial la introducción del sufragio igual y universal en muchos estados europeos; la expansión económica de la Europa occidental y, por último, el desarrollo de las tendencias imperialistas.”[4]
El sufragio igual y universal, particularmente, abrió un frente de batalla para los partidos socialdemócratas que, en apariencia, ofrecía la posibilidad de construir progresivamente el socialismo mediante reformas aprobadas en el parlamento. Esta es una de las bases del revisionismo posterior. Desde luego, las actitudes de los diversos partidos y grupos de la II Internacional en torno al parlamentarismo fueron diversas y en algunos casos, la oposición fue total.
Dentro de la II Internacional el partido más importante, tanto por sus dimensiones como por la significación de sus miembros era el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD por sus siglas en alemán). Este era también el partido socialdemócrata más antiguo, heredero del que fundara Lassalle en 1863 y del partido marxista que fundaran Bebel y Liebknecth en 1869. El SPD surgió en el Congreso de unidad de Gotha en 1875, cuyo programa criticara tan duramente Carlos Marx[5].
El auge del SPD entre los años 1875 y 1878, sumado a la crisis económica que golpeó a Prusia a partir de 1873, posibilitó a Bismarck construir las alianzas suficientes para aprobar en el Reichstag en 1878 un decreto ley que prohibía las reuniones y publicaciones socialistas y disolvía las organizaciones locales del partido. De hecho, lo único que quedó en pie del aparato partidista y donde se concentró la principal actividad y autoridad desde ese momento, fue la fracción parlamentaria[6].
Paralelamente a los decretos anti-socialistas, Bismarck llevó a cabo una política de inversión social que es el antecedente de las modernas políticas sociales europeas. Para entender este proceso conviene repasar rápidamente el desarrollo industrial de Alemania.
Entre los años 1859-1873 la industria alemana había vivido una etapa de auge, donde se sentaron las bases de la futura industria básica nacional: siderurgias, minería y maquinaria ferroviaria. A partir de 1873 y hasta 1896 se da un declive en el crecimiento económico, a causa de la crisis que estalla ese año 1873 y que muchos contemporáneos denominaron como Gran Depresión[7].
Como es de suponer, tanto el auge industrial como la crisis económica de 1873 descansaron sobre la clase trabajadora alemana. Como cualquier otro moderno país capitalista, el desarrollo alemán fue pagado con la sangre de la clase obrera.
A partir de 1871, resueltos con la fundación del Reich alemán los principales problemas políticos, la “cuestión social” pasó a ser el principal elemento de inestabilidad al interior del imperio. Según refiere Monserrat Galcerán, la “cuestión social” en sí misma “(…) es un problema general de la Europa industrializada del siglo XIX; lo que es peculiar de Alemania es el intento de resolverla desde el Estado, con medidas de política social, es decir con medidas legales para combatirla.”[8]
En 1883 se da la sanción del seguro de enfermedad por la Dieta Imperial alemana, que contemplaba una retribución salarial de hasta el 50% para los trabajadores industriales. Posteriormente se incluyó en la cobertura del Seguro Social los accidentes de trabajo (1884) y jubilaciones por vejez e invalidez (1889)[9].
Bismarck también apostó por paliar la crisis y la recesión con medidas tales como la creación de empleo público, o la multiplicación de las oficinas de empleo, permisos de trabajo y toda una serie de medidas de intervención estatal que sirvieran como barrera de contención al descontento social.[10]
La socialdemocracia alemana se vio atrapada entonces en una política de tenaza. Por un lado, las leyes antisocialistas redujeron la actividad del partido y le plantearon el dilema de afrontar una lucha revolucionaria e ilegal, para la cual no se sentía con fuerzas, o una lucha legal cuyo único frente, casi, era el parlamento. Por el otro lado, la demagógica política social del estado bismarckiano atenuaba muchas de las contradicciones derivadas del desarrollo capitalista en Alemania.
En 1890 se derogan las leyes anti-socialistas y la socialdemocracia alemana vuelve por fin, plenamente, a la legalidad. En 1891 realizan el Congreso de Erfurt, donde se reafirma la fuerza del partido y su creciente apoyo popular. Sin embargo, los años de persecución habían dejado su huella. El parlamentarismo había devenido acción política fundamental de la socialdemocracia, convirtiendo esta vía y los socialdemócratas electos al parlamento en figuras claves dentro de la vida del partido. Subsistía el temor a una reedición de las leyes anti-socialistas, lo que llevaba al partido a ser sumamente cauto. La acción revolucionaria práctica había sido sustituida por una política de consignas y pactos, que se sustentaba en la concepción determinista del marxismo kautskyano.
Peter Nettl en su biografía sobre Rosa Luxemburgo señala respecto al SPD: “La confianza, y la posesión de la dialéctica histórica [marcada por el determinismo de Kautsky], venían a ser así un obstáculo para el pensamiento político claro. Cuando empezaron a manifestarse los problemas, el SPD estaba mal preparado para enfrentarse a ellos.”[11]
En el congreso de 1898 del SPD en Stuttgart se denuncia por primera vez en un encuentro de alto nivel del partido a la desviación revisionista. Esta denuncia se repetirá más vigorosamente en los congresos de 1901 y 1903 y tendrá su colofón en la condena que recibirá el revisionismo en el congreso de la II Internacional en Ámsterdam en 1904. Sin embargo, a pesar de condenarlos, las principales figuras del revisionismo no son expulsadas del partido. Los acontecimientos posteriores, la revolución de 1905 y el auge del militarismo que desembocará en la Primera Guerra Mundial, trasladarán las preocupaciones del SPD y de los otros partidos miembros de la Internacional a problemáticas políticas más acuciantes. De ahí que el grueso del debate teórico en torno al revisionismo se concentre entre los años 1897 y 1905.
Las tesis revisionistas
Como se ha expuesto hasta ahora, el revisionismo como actitud teórica no surge de la nada, sino que se nutre de los procesos que se habían dado en la II Internacional y particularmente en el SPD como principal partido del movimiento. La política social de Bismarck y la presencia creciente de la socialdemocracia en el parlamento, no solo en Alemania, llevaron a amplios sectores socialistas de la época a considerar factible una política de reformas.
Ya desde principios de la década del 90 del siglo XIX algunas secciones del SPD del sur de Alemania habían comenzado a asumir, abiertamente, actitudes reformistas. Primero, habían aceptado votar en los parlamentos locales a favor de los presupuestos regionales, algo que iba en contra de la actitud histórica del SPD de votar contra todos los presupuestos del estado burgués. También en 1894 Vollmar, un alemán del sur, había cuestionado en el Congreso de Erfurt la idea de la creciente proletarización del campo y propuesto una política agraria conciliatoria para el partido[12].
Eduard Bernstein, el padre teórico del revisionismo, había sido hasta ese momento, junto con Kautsky, uno de los grandes nombres del SPD y, por extensión, del marxismo europeo. Peter Nettl caracteriza a Bernstein de la siguiente manera:
Bernstein era una figura distinguida en el partido alemán: se le estimaba particularmente por su buen carácter y su temperamento simpático y poco afecto a los excesos. Durante algún tiempo había sido secretario de Engels y siempre había permanecido estrechamente vinculado a éste. Había compartido el exilio en Suiza con muchos dirigentes alemanes importantes, entre ellos Kautsky, del cual era amigo personal. A continuación, se había trasladado de Suiza a Londres, donde permaneció (…). Durante su estancia en Inglaterra desarrolló una considerable simpatía por las actitudes inglesas. De hecho, Bernstein no regresó a Alemania hasta 1901. Sus opiniones, por consiguiente, eran consideradas fundamentalmente como el producto de una mente bien conocida y respetada. Sus pares aceptaban sin reservas el derecho de Bernstein a hablar sobre todos aquellos asuntos con autoridad.[13]
Sus años de residencia en Inglaterra acercaron a Bernstein al reformismo de los sindicatos ingleses. Esto, sumado a la relativa estabilidad y auge del capitalismo europeo en la segunda mitad de la década del 90 del siglo XIX, le permitieron iniciar en 1897 en una serie de artículos publicados en Die NeueZeit (DNZ), revista dirigida por Kautsky y principal órgano teórico del marxismo europeo, la revisión de cuestiones claves de la teoría de Marx. Esta serie de artículos se tituló Problemas del socialismo y fueron la base de su libro de 1899 Los problemas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, el cual inmediatamente alcanzó amplia difusión, logrando tiradas de varias decenas de miles de ejemplares, algo significativo para un libro de teoría supuestamente marxista.
En los artículos de 1897, Bernstein muestra algunas tendencias que luego ampliará en el libro. Es el caso de la polémica con otros autores como forma de desarrollar sus posiciones por contraposición y el uso excesivo de datos y tablas económicas que, en apariencia, contribuyen a fundamentar sus tesis[14]. Bernstein también hace énfasis en la necesidad de las reformas como vía de ir preparando en el seno de la sociedad capitalista las condiciones para una nueva sociedad. Enfatiza en las transformaciones que se estaban dando en el seno de la socialdemocracia, donde las preocupaciones teóricas eran sustituidas cada vez más por preocupaciones de índole práctica[15].
En estos artículos Bernstein cuestiona la que considera como una de las premisas claves de la socialdemocracia: la convicción de que la realización total del socialismo vendría como resultado de un gran derrumbe general del sistema capitalista.
Las transformaciones económicas verificadas en la sociedad capitalista alejan, a juicio de este autor, de forma casi irreversible el anunciado derrumbe. Bernstein añade con entusiasmo: “(…) estoy firmemente convencido de que nuestra generación vivirá muchos logros socialistas si no patentados, si en los hechos.”[16] Y a continuación pasa a apuntar la famosa sentencia que devendría en síntesis de todo su proyecto político y teórico:
Reconozco abiertamente que para mí tiene muy poco sentido e interés lo que comúnmente se entiende como “meta del socialismo”. Sea lo que fuere, esta meta no significa nada para mí y en cambio el movimiento lo es todo. Y por tal entiendo tanto el movimiento general de la sociedad, es decir el progreso social, como la agitación política y económica y la organización que conduce a este progreso.[17]
A la socialdemocracia le corresponde entonces una tarea de educación del proletariado para que sea capaz de aprovechar los espacios democráticos existentes en la sociedad y usarlos de tal forma que, mediante las reformas, lleven a una democratización mayor del estado.
A pesar de la negación evidente, en muchas de las tesis explícitas en estos trabajos, de premisas claves para la socialdemocracia de la época y para el marxismo, los planteamientos de Bernstein pasaron prácticamente sin repercusiones por las páginas de DNZ. Algunos jóvenes en las filas del partido protestaron y se generó un cierto debate, pero en general no hubo pronunciamientos de la élite del SPD.
La aparición del libro de Bernstein dos años después ya fue algo más difícil de ignorar, sobre todo porque Parvus y la entonces poco conocida socialdemócrata polaca Rosa Luxemburgo enfilaron decididamente los cañones contra lo que consideraban era un problema capital para el partido y obligaron a la dirigencia a posicionarse.
En su libro Bernstein reafirma muchas de las tesis aparecidas en los artículos del 97 y agrega otras. En general y a pesar de que Bernstein muchas veces invoca citas de Marx y sobre todo de Engels para reforzar sus posiciones, el libro va a significar un alejamiento decisivo de todas las posturas del marxismo revolucionario.
Bernstein divide su libro en cuatro capítulos y una sección final. El primer capítulo está dedicado a los principios fundamentales del socialismo marxista; el segundo al marxismo y la dialéctica hegeliana; el tercero al desarrollo económico en la sociedad moderna; el cuarto a las tareas y posibilidades de la social democracia. La sección final es un balance titulado “Objetivo final y movimiento. Kant contra can´t.”[18] Los dos primeros capítulos pretenden ser más filosóficos, mientras que tercero y cuarto van más al análisis de la realidad económica contemporánea. La última sección es un balance de la obra con la intención de darle al socialismo un sentido ético de inspiración kantiana.
Bernstein establece una relación entre la concepción materialista de la historia, que entiende en sentido determinista, y la necesidad histórica. Para él ser materialista “significa ante todo reducir cada acontecimiento a los movimientos necesarios de la materia.”[19] Esta concepción del materialismo está sin dudas influida por el determinismo de corte kautskyano, a través de cuya interpretación del marxismo es como parece entender Bernstein la obra de Marx.[20]
Para Bernstein transferir esta concepción del materialismo a la historia implica sostener a priori la necesidad de todos los hechos históricos. Esto lo lleva a afirmar que el materialista es “un calvinista sin Dios.”[21] Es claro no solo que Bernstein en su concepción del materialismo no va mucho más allá de Kautsky, sino que además para él este es el núcleo de la concepción materialista de la historia que Marx y Engels defendieron durante toda su vida.
Sin embargo, para emprender su programa de crítica y reformas, Bernstein se apoya en la afirmación de una supuesta flexibilización que verifican en el desarrollo de su teoría Marx y Engels[22], fundamentalmente en lo referente a la relación de dicha teoría con las relaciones económicas e ideológicas. El resultado último de esta flexibilización sería el reconocimiento, principalmente por Engels, de que el desarrollo capitalista había seguido derroteros un tanto diferentes de los que habían anticipado. Entonces para Bernstein “(…) el desarrollo ulterior y el perfeccionamiento de la teoría marxista deben empezar por su crítica.”[23]
Esta crítica comprende, desde luego, a la dialéctica hegeliana, que junto al materialismo es una de las bases filosóficas de la obra de Marx y Engels. Bernstein considera a la dialéctica como elemento que confunde la adecuada capacidad de comprensión de la realidad en el marxismo. “El «sí, no y no, sí», en lugar de «sí, sí y no, no», la confluencia recíproca de los opuestos, el trastrocamiento de la cantidad en calidad y todas las demás linduras dialécticas, fueron los obstáculos permanentes que le impidieron [a Marx] darse perfecta cuenta del alcance de las transformaciones que el conocimiento había encontrado.”[24]
El énfasis de la dialéctica hegeliana en la contradicción es, para Bernstein, el factor decisivo que lleva a Marx y Engels a elaborar una doctrina totalmente afín con el blanquismo. Para un pacifista como Bernstein, escribiendo en su tranquilo retiro inglés, el blanquismo era la encarnación del culto al poder creador de la violencia revolucionaria, de la expropiación revolucionaria.[25]
El marxismo implica entonces, para él, un compromiso entre dos tendencias dentro del movimiento socialista: una reformista y utópica que aspira a la toma del poder por vía pacífica y otra revolucionaria que incluye la vía violenta, privilegiando sobre todo esta última como vía para la transformación de la sociedad moderna.[26]Y sintetizando su actitud ante la dialéctica, añade:
Siempre que veamos a la doctrina que parte de la economía como base del desarrollo social rendirse ante la teoría que exalta el culto de la violencia, podemos estar seguros de que nos encontramos ante una tesis hegeliana. Podrá tratarse de una analogía únicamente, pero entonces será peor. El gran fraude de la dialéctica hegeliana consiste en que nunca se equivoca del todo. No se contradice precisamente porque para ella todas las cosas tienen en sí mismas su propia contradicción.[27]
Bernstein pasa entonces a cuestionarse la teoría marxiana del valor. Para él la teoría del valor trabajo es desorientadora. Esta teoría podría darnos un indicador de la justicia o injusticia en la distribución del trabajo, considera, pero no más allá. La prueba de su insuficiencia, según el autor, se puede encontrar en el hecho de que muchas veces los trabajadores de la llamada “aristocracia del trabajo” se hallan precisamente en los sectores de la producción donde la tasa de plusvalía es más alta, mientras que los trabajadores peor pagados se encuentra en las ramas donde esa tasa es más baja.[28] Y añade: “No se puede basar científicamente el socialismo o el comunismo en el solo hecho de que el trabajador asalariado no reciba todo el valor del producto de su trabajo.”[29]
Derrumbar la teoría del valor de Marx, en tanto piedra de toque del marxismo, es indispensable para el desarrollo de una de las tesis centrales de Bernstein: cuestionar la premisa marxista de la concentración de la riqueza en un número cada vez menor de capitalistas. Apelando a una serie de estadísticas sobre las sociedades por acciones en la Inglaterra de su época, pretende demostrar que, por el contrario, el capitalismo se socializa, involucrando a un volumen creciente de individuos de las clases inferiores.
Para él, las estadísticas demuestran claramente cómo ha ido mejorando el nivel adquisitivo de una parte creciente de la población en los más importantes estados industriales de Europa: Inglaterra, Francia y Prusia. En esto ve síntomas de una normalización de la situación capitalista y de la estabilidad futura del sistema.
Aunque estas estadísticas no tienen un carácter probatorio para todas las conclusiones que Bernstein extrae de ellas, como se encargará de demostrar Kautsky en su réplica, lo que puedan contener de cierto es resultado, en parte, de las políticas sociales aplicadas primeramente en la Alemania de Bismarck y luego extendidas a otros países europeos, y del proceso de tercerización de los costos del desarrollo que empiezan a darse con el modelo neocolonial y el nuevo flujo colonial de finales del siglo XIX. Bernstein, en un alarde eufemístico, denomina a este proceso de ampliación aparente de la clase capitalista “articulación social de las clases”:
Si la quiebra de la sociedad moderna depende de la desaparición de los elementos que están entre el vértice y la base de la pirámide social, y si está condicionado a la absorción de estos elementos intermedios por parte de los extremos superior e inferior, entonces en Inglaterra, Alemania y Francia la quiebra no está tan cerca de la realización como lo estuvo en cualquier otro período anterior del siglo XIX.[30]
Para este autor, el crédito, las cooperativas de consumo y los cárteles actúan como elementos estabilizadores, que atenúan las contradicciones del sistema, fundamentalmente las de índole social, que eran las que más afectaban al joven sistema capitalista a finales del siglo XIX en Europa. Confunde, entusiastamente, el período de auge económico que se vive en la región a partir de la segunda mitad de la década del 90, con una etapa de esplendor ininterrumpido donde el capitalismo, en virtud de los mecanismos económicos que ha creado y de las estructuras de la democracia burguesa, ha alejado de sí el fantasma de la crisis general.
Para Bernstein la democracia es la negación del dominio de clase. Es lógico entonces que para él términos como el de dictadura de clase sean recaídas en el atavismo político de una época donde no existían los medios para conquistar las leyes que garantizaran los crecientes derechos de la clase trabajadora.
En su afán de eliminar todas las implicaciones revolucionarias del socialismo y convertir a los socialdemócratas en buenos e integrados burgueses, Bernstein llega incluso a afirmar que el socialismo es heredero legítimo del liberalismo. El socialismo sería algo así como un liberalismo organizador, que pone orden en las dinámicas internas del capital.[31]
Puesto que el socialismo ya no es el resultado inevitable de las contradicciones insolubles del sistema capitalista, cuya profundización lleva al colapso de dicho sistema, entonces el socialismo va a ser preferible solo por razones éticas. El sustento de la lucha y aspiraciones socialistas ya no será científico, sino moral. Por tanto, es preciso pasar la obra de Marx y Engels por el tamiz de la crítica kantiana, para definir “con un rigor convincente qué cosa, de la obra de nuestros grandes precursores, merece y está destinada a sobrevivir, y qué cosa en cambio puede y debe morir.”[32]
Así, el libro de Bernstein constituye el desmontaje de las premisas teórico-filosóficas fundamentales de la obra de Marx y Engels y su sustitución por una teoría vacua y una práctica real oportunista, para la cual el objetivo final del socialismo no es nada.
Las principales réplicas a Bernstein
El libro de Bernstein generó un encendido debate en el seno del partido. Las posiciones intransigentes de varios líderes teóricos, fundamentalmente de Plejánov[33], y la decidida hostilidad de jóvenes líderes como Rosa y Lenin, forzaron finalmente al SPD a tomar una actitud ante el revisionismo.
Entre la profusión de artículos y libros que se publicaron en los años de la polémica revisionista, tres destacan por encima de los demás: el de Kautsky por ser la respuesta del teórico más importante y conocido de la II Internacional; el de Rosa por ser el ataque mejor organizado metodológicamente, así lo reconoció incluso el propio Bernstein, y el que más acertadamente desmonta las implicaciones oportunistas de las tesis del revisionismo; y el de Lenin que se da en la polémica con una expresión concreta del revisionismo, el economicismo ruso, en debate con la cual el líder bolchevique extrae un grupo de conclusiones prácticas para la lucha revolucionaria y para extirpar los elementos oportunistas y vacilantes del seno del partido.
Kautsky
Kautsky desde la introducción de su libro Bernstein y el programa socialdemócrata. Una anticrítica (La doctrina socialista) (publicado originalmente en 1899), cuestiona la gama tan amplia de temas que toca Bernstein en su obra, muchos de los cuales quedan sin solución y carecen, en general, de un planteamiento serio. Kautsky divide su libro en tres partes. En la primera critica el método de Bernstein, en el segundo el programa que se desprende de sus tesis teóricas y en el tercero las tácticas propuestas por este. Todo el tiempo contrapone los planteamientos errados de Bernstein con las actitudes correctas de la socialdemocracia, fundamentalmente alemana. Para él las tesis de Bernstein son algo ajeno al marxismo y al mundo de la II Internacional[34].
Ante el cuestionamiento de Bernstein respecto al determinismo en la obra de Marx y Engels, la respuesta de Kautsky es reivindicar dicho determinismo. De esta forma afirma que:
Bernstein confunde dos cuestiones que deben estar rigurosamente separadas: por una parte, la de la concepción que Marx y Engels tenían del proceso histórico, y por otra, la de la exactitud de esta concepción. Afirma que Marx y Engels no han sido deterministas en historia más que al principio y que no lo fueron más tarde, y, por consiguiente, que la concepción determinista de la historia es falsa y sin valor científico. Aunque las premisas fueran justas, negaría yo absolutamente esta conclusión.[35]
Para Kautsky defender el determinismo en la teoría marxista era defender su particular interpretación del marxismo que él había convertido en hegemónica en el seno de la II Internacional. Por eso ante los intentos de relativización de Bernstein se muestra más determinista aún. Afirma que “El gran mérito de Marx y de Engels consiste en haber hecho entrar, con más éxito que sus antecesores, los hechos históricos en el dominio de los hechos necesarios, elevando así la historia a la categoría de ciencia[36]”, y en la página siguiente añade: “Mientras Bernstein no presente mejores pruebas, declararemos que está en el error más completo cuando pretende que la concepción marxista de la historia no es determinista.”[37]
Respecto al supuesto dualismo que Bernstein atribuye al marxismo entre el elemento evolucionista pacífico y el elemento demagógico terrorista, Kautsky apunta el empeño de Bernstein de superar el segundo, que no es otra cosa que el intento de extirpar del marxismo el espíritu revolucionario y la dialéctica.
Niega, asimismo, el intento de reducir la noción marxista del valor a una mera construcción ideológica. Afirma el carácter concreto del valor dentro de la producción capitalista, independiente de Marx y que incluso se había estudiado y apuntado antes que este. Lo que es de naturaleza ideológica, añade, es la teoría del valor, el intento de explicar la relación que existe entre el proceso de producción del valor y otros hechos de la vida económica[38].
Respecto a lo que Bernstein denomina como teoría del derrumbe, Kautsky apunta: “Marx y Engels no han formulado una teoría especial del derrumbe. La palabra es de Bernstein, así como la expresión de teoría de la miseria creciente pertenece a los adversarios del marxismo.”[39]
Para Marx y Engels, según Kautsky, determinismo no implica fatalismo. En ninguna parte de sus obras ni en ningún documento del partido se afirma el derrumbe del sistema como única vía para acceder el proletariado al poder. Se describen solo las contradicciones que el modo de producción capitalista genera y se funda la necesidad del socialismo sobre la madurez y el poder creciente del proletariado.
De ser cierto lo que sostiene Bernstein respecto al aumento del número de propietarios y de la pequeña industria, las contradicciones del sistema quedarían, sin dudas, muy atenuadas. De ahí que Kautsky se apoye en una amplia serie de estadísticas y gráficos que demuestran el carácter insuficiente y limitado de las que manejó Bernstein para su análisis. Meticulosamente va punto por punto de los que plantea Bernstein demostrando que no se verifican los procesos de la forma y en la magnitud que este sostiene, pero se limita solo a esto, sin sacar todas las implicaciones ideológicas y prácticas de dichos planteamientos. A diferencia de Rosa, a Kautsky solo le interesaba mostrar que Bernstein estaba equivocado en sus conclusiones y su interpretación del marxismo.[40]
Kautsky está constantemente oponiendo al relativismo y cuestionamiento de Bernstein un determinismo ligeramente matizado. Todos los pronósticos de Marx son inevitables, lo que pueden darse en un período más o menos prolongado de tiempo.
Ante la afirmación de Bernstein de que el partido socialista, para poder llegar al poder debía convertirse en un partido popular, Kautsky hace una defensa del carácter de clase del partido, que no puede incluir elementos de todos los espectros sin perder su esencia proletaria. Con convicción afirma:
Si el proletariado se organiza en partido político autónomo, consciente de la lucha de clase que ha de sostener, su fin debe ser la supresión de la propiedad individual de los medios de producción capitalista y la supresión de la forma de producción individual capitalista; no debe considerarse que el socialismo ha de perfeccionarse, sino que debe vencer al liberalismo; no puede contentarse con ser un partido que se limite a las reformas democrático-socialista; debe ser el partido de la revolución social.[41]
Y a renglón seguido atenúa el aliento revolucionario de la afirmación anterior:
No se trata aquí, naturalmente, de revolución en el sentido que la policía da a esta palabra, es decir, de insurrección a mano armada (…). Un partido político sería insensato si se decidiera en principio por la insurrección, cuando estuvieran a su disposición otros medios más seguros y menos terribles. En este sentido, el partido socialista no ha sido jamás, en principio, revolucionario. Es revolucionario únicamente en el sentido de que es consciente, de que no podrá emplear el poder político, el día en que lo consiga, sino para destruir la forma de producción sobre la que descansa hoy el orden social.[42]
Para Kautsky, entonces, el carácter revolucionario del SPD viene dado exclusivamente por la claridad en sus objetivos de transformación social, pero nunca en el sentido de la insurrección armada.
Esta renuncia de la lucha armada, sumada a la convicción fatalista del carácter inevitable de la revolución social, convirtieron al SPD de una organización que debía preparar la revolución a una que debía esperar pacientemente a que la misma dinámica del capitalismo le pusiera la conducción de la sociedad en las manos. Un partido así, aunque rechazara explícitamente las tesis teóricas de Bernstein, bien podía entenderse con las implicaciones prácticas de estas. Así, el marxismo ortodoxo de Kautsky, lejos de preparar al partido para la transformación del orden social, lo dejaba inerme ante posibles coyunturas revolucionarias y ante las propias desviaciones que podía incubar en su seno.
La respuesta del principal teórico del SPD a Eduard Bernstein está marcada por un rechazo formal de los planteamientos de este. Kautsky no llega al sentido último de las tesis revisionistas e, incluso, no se puede evitar tener la sensación mientras se lee de que Kautsky no estaba en pleno desacuerdo con todo lo postulado por Bernstein. Su atenuación del carácter revolucionario del partido así lo demuestra.
Rosa Luxemburgo
La crítica de Rosa, como hemos apuntado, es la más cabal de cuantas recibió el libro de Bernstein. No por agotar todos los problemas que aquel plantea, sino por ser la más incisiva y la que llega a la raíz del problema revisionista. Desde el prólogo de su libro Reforma o revolución (publicado originalmente en 1899) Rosa deja claro que para la socialdemocracia las reformas sociales son solamente el medio, mientras que la revolución social es el fin. Es Bernstein quien contrapone estas dos nociones creando una contradicción falsa. De ahí que Rosa afirme tajantemente sobre él: “Toda su teoría se reduce, en la práctica, al consejo de abandonar la revolución social, el fin último de la socialdemocracia, y convertir las reformas sociales, de medio de la lucha de clases en fin de la misma.”[43]
Para Rosa es impensable la renuncia al fin último, ya que este es el que diferencia al partido revolucionario de cualquier otro partido reformista burgués. Así, el debate entre revolución o reforma en el sentido bersteniano se convierte para el partido en un debate sobre ser o no ser.[44] Lo que se jugaba el partido en el debate con el revisionismo, y aquí Rosa fue preclara, era la existencia misma de la socialdemocracia como movimiento. Rosa considera que la base social del revisionismo dentro del partido está en los elementos pequeñoburgueses que se habían unido a él. El debate en torno a reforma o revolución, al movimiento o al fin, es en el fondo el debate en torno al carácter pequeñoburgués o proletario del movimiento. La teoría de Bernstein, según Rosa, no cuestiona la rapidez del desarrollo capitalista, sino la dinámica misma de este desarrollo, con lo que se cuestiona o niega la posibilidad de un fin último socialista.
Para Rosa la justificación científica del socialismo descansa sobre tres consecuencias del desarrollo capitalista: la anarquía creciente de la economía capitalista, la progresiva socialización del proceso de producción y la organización y la conciencia de clase crecientes del proletariado.[45]
Al negar que el desarrollo capitalista se encamine rumbo a una crisis general, Bernstein niega la primera de estas consecuencias. Su tesis de la progresiva ampliación de la clase capitalista y de la mejoría progresiva de la situación de la clase obrera gracias a las reformas ponen en cuestionamiento las contradicciones entre las dos clases antagónicas de la sociedad capitalista; con lo cual se pone en duda la segunda consecuencia. Solo queda en pie la conciencia de clase creciente del proletariado, pero ya esta conciencia aparece matizada y no necesariamente como algo contrapuesto al capitalismo. Rosa concluye: “En pocas palabras, lo que aquí tenemos es una justificación del programa socialista a través de la «razón pura», es decir, una explicación idealista del socialismo, que elimina la necesidad objetiva del mismo como resultado del desarrollo material de la sociedad.”[46]
Las propuestas prácticas del revisionismo, entonces, no hacen más que mitigar las contradicciones internas del capitalismo.
Rosa pasa entonces a la crítica de los que Bernstein considera como los medios principales de adaptación del capitalismo moderno: el crédito y los cárteles empresariales.
El crédito es una poderosa herramienta. Al ser la fusión de muchos capitales privados, el crédito permite a la clase capitalista disponer del dinero de otros, pero “lejos de ser un instrumento de eliminación o atenuación de las crisis, es un factor especialmente poderoso para la formación de las mismas.”[47]Dejan a su suerte a la producción en el momento en que más apoyo necesita.
Y no puede ser de otra forma, ya que la función específica del crédito, como señala Rosa, es flexibilizar al máximo posible los mecanismos que regulan el funcionamiento de las fuerzas capitalistas, reduciéndose drásticamente las posibilidades de evitar o controlar las crisis. Es absurdo por tanto señalar al crédito como medio de adaptación del capitalismo.
Respecto a los cárteles empresariales, Rosa sostiene que solo serían un medio de regulación de la anarquía capitalista si se inclinasen hacia una forma socializada de la producción. Pero como su objetivo es apropiarse totalmente de una determinada rama de la producción en detrimento de la competencia e, incluso, de los precios comerciales, no pueden de ninguna forma actuar como mecanismos reguladores. Al final las propias contradicciones internas y el carácter limitado del mercado mundial acaban determinando la fractura de estos cárteles. Rosa señala: “En general, consideradas como manifestaciones del modo de producción capitalista, las alianzas empresariales deben ser vistas como una fase del desarrollo capitalista. No son, en esencia, más que un medio del modo de producción capitalista para contener la fatal caída de la tasa de beneficios en ciertas ramas.”[48]
Entonces, como formas transitorias de la economía capitalista, como fases, los cárteles y los trust no solo son incapaces de regular la economía, sino que al final acaban actuando como catalizadores de las contradicciones y reforzando la anarquía misma del proceso de producción.
Para entender el problema de las crisis dentro del sistema capitalista es necesario entender la naturaleza de estas crisis. Las crisis de 1825, 1847, 1857, 1873, fueron resultado de período previos de gran crecimiento de la economía capitalista lo que la llevó, cada vez, a desbordar los límites de las capacidades existentes en el mercado. La solución a estas crisis fue siempre, como apuntaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista (publicado en 1848), la búsqueda de nuevos mercados y el desarrollo de los ya existentes. Por tanto, todas las crisis que vivió el sistema capitalista en el siglo XIX eran resultado de su crecimiento, no de su contracción. Como resultado de ello, apunta Rosa, “nos encontramos en una fase en que las crisis ya no son el producto del ascenso del capitalismo, pero todavía tampoco son el producto de su decadencia.”[49]
Habiendo rebatido los supuestos medios de regulación de la producción capitalista que proponía Bernstein, Rosa pasa a criticar los supuestos medios para la implantación gradual del socialismo: los sindicatos, las reformas sociales y la democratización paulatina del Estado.
Para Rosa la función más importante de los sindicatos es proporcionarle a los trabajadores una herramienta para realizar la ley capitalista del salario, que no es otra cosa que la venta de su fuerza de trabajo a precios de mercado. Permite al proletario aprovecharse de las coyunturas del mercado, pero no tienen ninguna capacidad para incidir sobre las coyunturas mismas: “Los sindicatos, por tanto, no pueden abolir la ley capitalista del salario. En las circunstancias más favorables pueden reducir la explotación capitalista hasta los límites «normales» de un momento dado, pero no pueden eliminarla, ni siquiera gradualmente.”[50]
La batalla de los sindicatos se reduce, entonces, al aumento de los salarios y la disminución de la jornada laboral; o sea, a regular la explotación de los trabajadores acordes con las condiciones que establece el mercado en un momento dado. Por eso, para Rosa, el trabajo de los sindicatos es un trabajo de Sísifo, imagen esta que le trajo significativos disgustos con los líderes sindicales del SPD y de la II Internacional en general[51].
Respecto a las reformas, su límite está determinado por el carácter del Estado. Rosa señala:
El Estado actual no es la “sociedad” que representa a la “clase obrera ascendente”, sino el representante de la sociedad capitalista, es decir, es un Estado de clase. Por este motivo, las reformas sociales que el Estado acomete no son medidas de “control social” (…), sino medidas de control de la organización de clase del capital sobre el proceso de producción capitalista. Es decir, las “reformas sociales” encontrarán sus límites naturales en el interés del capital.[52]
En lo referente a la democratización creciente del Estado, Rosa apunta que lo que se considera como “control social” sobre las dinámicas del capital, no tiene absolutamente ninguna autoridad sobre el derecho de propiedad. Este “control social” entonces, lejos de limitar la propiedad, contribuye a protegerla. O dicho en otras palabras: “no es una amenaza a la explotación capitalista, sino simplemente una regulación de la misma.”[53]
Toda la institucionalidad creada por el Estado capitalista, aunque pueda ser democrática en apariencia, en esencia está al servicio de la clase dominante. De ahí que el parlamento resulte inútil como herramienta para ejercer las reformas conducentes al socialismo. Y Rosa añade: “(…) en cuanto la democracia muestra una tendencia a negar su carácter de clase y a convertirse en un instrumento de los intereses reales de las masas populares, la burguesía y sus representantes en el aparato del Estado sacrifican las formas democráticas.”[54]
El parlamentarismo no es, entonces, una forma socialista que va modificando poco a poco la sociedad capitalista, sino que es una forma específica del Estado burgués, que contribuye a madurar y agudizar sus contradicciones. Rosa concluye:
Las relaciones de producción capitalistas se aproximan cada vez más a las socialistas. Pero sus relaciones políticas y jurídicas, en cambio, levantan un muro infranqueable entre la sociedad capitalista y la socialista. Ni las reformas sociales ni la democracia debilitan dicho muro, sino que lo hacen más recio y más alto. Solo el martillazo de la revolución, es decir, la conquista del poder político por el proletariado, podrá derribarlo.[55]
El socialismo es resultado de la lucha de la clase obrera por sus derechos y de la agudización de las contradicciones al interior del modo de producción capitalista. La única forma de superar estas contradicciones es mediante la revolución social. Al negar, como hace Bernstein, la agudización de las contradicciones y la necesidad de una revolución, se reduce de hecho el movimiento obrero a mero sindicalismo y reformismo. Lo que en última instancia acaba “llevando al abandono del punto de vista de clase.”[56]
Al apelar a supuestos mecanismos regulatorios que sirven de base para detener e incluso revertir el proceso de agudización de las contradicciones del sistema, algo que es consustancial a la propia dinámica de desarrollo de este, la teoría de Bernstein acaba negando de hecho el propio desarrollo capitalista, con lo cual se sentencia a sí misma. Rosa apunta: “En conjunto, la teoría revisionista se puede caracterizar así: una teoría del estancamiento del movimiento socialista basada en una teoría del estancamiento capitalista propia de la economía vulgar.”[57]
Para Rosa el que Bernstein considere despectivamente la teoría del valor marxista lo único que prueba es la incapacidad de este autor para comprenderla. La teoría del valor es la clave para entender toda la doctrina económica marxista. En resumen: “sin comprender la naturaleza de la mercancía y la de su intercambio, toda la economía capitalista y sus interrelaciones resultan un misterio.”[58]
La clave para desentrañar el misterio de la economía capitalista, apunta Rosa, radica en estudiarla desde una perspectiva histórica, en comprender el carácter transitorio de este orden económico y el paso inevitable hacia un orden superior. Al no ser capaz de colocarse en otra perspectiva que no sea la del capitalista individual, que confunde los fenómenos con las esencias, y partir, por tanto, de una concepción vulgar de la economía, Bernstein resulta incapaz de comprender, efectivamente, la economía marxista.
La subversión que realiza Bernstein al interior de la teoría marxista lo obliga a sustentar sus presupuestos teóricos sobre una base idealista. Rosa lo caracteriza así: “Para Bernstein, la distribución justa que propone no será consecuencia de la necesidad económica, sino del libre albedrío del hombre; o más precisamente, dado que la voluntad misma no es más que un instrumento, será consecuencia de la comprensión de la justicia, en resumen, de la idea de justicia.”[59]
Esta vuelta a un socialismo moral, como señala Rosa, es un retroceso en lo que a la teoría marxista respecta. Esa idea de justicia era la base del socialismo propugnado por el sastre Weitling, al cual Marx y Engels hubieron de criticar duramente en su momento, a pesar de la admiración y reconocimiento que Weitling como persona les merecía. El revisionismo es, entonces, el regreso a formas socialistas pre-marxistas.
La clave política del revisionismo de Bernstein está en la confianza en la progresiva ampliación de la democracia. Ante estas ilusiones, Rosa contesta que en primer lugar se basan en los logros alcanzados en un período relativamente corto de tiempo: los últimos 25-30 años del siglo XIX. En segundo lugar, solo dando una visión de conjunto al sistema capitalista, se gana una dimensión real de la significación de esta democracia dentro de las estructuras estatales existentes. Así, Rosa observa que existe una tendencia militarista ascendente en todas las sociedades burguesas de su época, con lo cual es lógico decir que la democracia se encuentra en un proceso descendente.
Para ella las instituciones democráticas, que habían jugado un papel importante en el ascenso y consolidación de los pequeños estados y la unificación de los grandes países modernos (Alemania, Italia), ya habían agotado su rol histórico, por lo que se encontraban en franco proceso de declive. La burguesía liberal, que una vez se había valido de esta herramienta para consolidarse, ahora lo percibía como una limitación a su ejercicio del poder.
Por tanto, el único sostén real de la democracia en su época, para Rosa, radicaba en la clase trabajadora. Por tanto, usando su afortunada frase, “la suerte del movimiento socialista no depende de la democracia burguesa, sino que es la suerte de la democracia la que depende del movimiento socialista.”[60] El que desee una democracia fuerte debe luchar por un movimiento obrero fuerte. Y añade: “quien abandona la lucha por el socialismo abandona también el movimiento obrero y la democracia.”[61]
La teoría de Bernstein deja a la lucha política práctica sin sustento, y conduce a la desaparición del movimiento socialista por el abandono de su objetivo último, concluye Rosa.
Para Bernstein, como ya apuntábamos, la reforma era un método de progresión lento y la revolución una evolución rápida. Rosa niega esta afirmación. No son la reforma y la revolución dos métodos de progreso histórico que puedan elegirse libremente en el mostrador de la historia, sino que son métodos distintos, condicionados en su uso por el desarrollo de la sociedad de clases y sus contradicciones. La revolución es la creadora del orden político y social donde las reformas actúan y estas solo pueden moverse en el medio creado por la última revolución. Las reformas carecen de potencial creador, su carácter es fundamentalmente regulatorio.
Por lo tanto, quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en contraposición a la conquista del poder político y a la revolución social no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua.[62]
No hay, para Rosa, forma de construir el socialismo que excluya la toma del poder político por parte del proletariado. Para este último la democracia funciona como una forma de ganar conciencia de sus intereses de clase y de sus tareas históricas: “En una palabra, no es que la democracia sea imprescindible porque haga innecesaria la conquista del poder político por el proletariado, sino porque convierte esa conquista del poder tanto en una necesidad como en una posibilidad.”[63]
Al abandonar la tesis del hundimiento del capitalismo, Bernstein abandona la doctrina socialista y renuncia a la posibilidad de la lucha de clases. Toda su teoría es una serie de renuncias eslabonadas, que llevan al resultado final de aceptar lo existente como satisfactorio. Toda la teoría de Bernstein es la aceptación tácita del orden burgués y la búsqueda de claves que lleven a mejorarlo, nunca a superarlo.
Para Rosa todo el libro de Bernstein servía para dotar de una base teórica al oportunismo que había ido ganando espacio en el SPD. Sin embargo, al igual que Kautsky, Rosa veía el problema como algo limitado que, de atajarse a tiempo, no traería mayores contratiempos. El marxismo era para ella la clave teórica capaz de explicar las bases sociales de este movimiento y comprender el papel que jugaba en el desarrollo ascendente del proletariado.
La cercanía a toda la dinámica de la II Internacional y al SPD en particular impidió a Rosa, que era uno de los espíritus más lúcidos del movimiento socialista de la época, comprender la magnitud del oportunismo que crecía incontrolado en las entrañas del movimiento socialdemócrata de la época.
Lenin
La crítica de Lenin al revisionismo va a revestir el carácter de crítica a una manifestación política concreta de esta vertiente: el economicismo[64], que en los años finales del siglo XIX y principios del siglo XX había ganado mucha fuerza en el movimiento socialista, particularmente en el ruso. El ataque de Lenin en esta etapa se estructurará en torno al ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento (publicado originalmente en 1902).
Siguiendo a Bernstein, los revisionistas rusos declaraban por todos los medios “la teoría de la atenuación de las contradicciones sociales, proclamando que es absurda la idea de la revolución social y de la dictadura del proletariado, reduciendo el movimiento obrero y la lucha de clases a un tradeunionismo estrecho y a la lucha “realista” por pequeñas y graduales reformas.”[65]
El viraje oportunista en la teoría se reflejaba en el viraje práctico de una parte de la socialdemocracia hacia el economicismo. Estos demandaban que los obreros se ocuparan de la lucha económica y los marxistas se unieran a los liberales en una lucha política común.
Ante esta manifestación abierta de oportunismo, Lenin postula claramente cuáles debían ser los deberes de los enemigos del oportunismo[66]. En primer lugar, debían ocuparse de que se reanudara el trabajo teórico, esto resultaba vital para el crecimiento del movimiento. En segundo lugar, era preciso emprender una lucha activa contra la “crítica” legal, o sea contra los marxistas “legales” que gozaban de cierto reconocimiento por parte del Estado. Esta “crítica” legal era para Lenin un elemento corruptor del movimiento obrero y revolucionario. Por último, había que combatir vigorosamente toda dispersión del movimiento práctico, defendiendo especialmente el programa y la táctica del partido socialdemócrata ruso.
Y para dejar clara su concepción en lo referente a la importancia de la teoría para un movimiento revolucionario vigoroso, afirma: “Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario.”[67]
La batalla de Lenin contra el oportunismo va ser, también, la batalla contra la concepción espontaneísta que este defendía, con especial fuerza en el caso ruso. Según esta concepción se debía respetar el carácter espontáneo que adquirían las reivindicaciones y las luchas del movimiento obrero, sin querer imponerle un rumbo desde el exterior. A esta afirmación Lenin responde: “La historia de todos los países atestigua que la clase obrera, exclusivamente con sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc.”[68]
Para trascender esta conciencia y remontarse a una lucha verdaderamente transformadora y emancipatoria, el movimiento obrero necesita una perspectiva mucho más amplia, de carácter científico. Y esta perspectiva es precisamente la que le aporta al movimiento obrero el socialismo científico.
Para Lenin la antinomia planteada era clara: o ideología burguesa o ideología socialista. La humanidad no había creado una tercera forma ideológica. Enfrentar estas manifestaciones parciales u oportunistas de la conciencia obrera o de la conciencia socialdemócrata era enfrentar las formas de la ideología burguesa.
Lenin no estaba interesado solamente en atacar las implicaciones de la teoría de Bernstein, sino que le preocupa también extraer premisas prácticas para la articulación de un movimiento revolucionario efectivo. Para elevarse efectivamente por encima de la conciencia tradeunionista el movimiento obrero necesitaba del concurso de “revolucionarios profesionales”. Estos se destacan del seno del mismo movimiento por sus cualidades. Una organización política revolucionaria se diferencia de una organización de la clase obrera. La organización política revolucionaria precisa estar formada por revolucionarios profesionales, sin diferencias por extracción social y con el mayor grado de clandestinidad posible[69].
La realidad política rusa posterior a la revolución de 1905 y las propias contradicciones internas de la fracción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, obligarán a Lenin a volver con posterioridad sobre el problema del revisionismo. Particularmente lo hará con Materialismo y empiriocriticismo,obra publicada en 1908. En ella Lenin se enfrenta a una serie de teóricos dentro de su fracción que pretendían revisar la teoría marxista, particularmente su sustento filosófico, a la luz de la “nueva física” postulada por los físicos alemanes Mach y Avenarius, de ahí que esta corriente se conozca también como machismo o empiriocriticismo. Esta corriente, como se encargará de demostrar Lenin, implicaba una unión ecléctica de Kant con Hume y de Hume a Berkeley. El resultado final era el agnosticismo, la negación del materialismo y la dialéctica y una actitud elitista, completamente divorciada de las masas[70].
Algunas consideraciones finales sobre el revisionismo
Luego de la revolución de 1905, las preocupaciones de muchos de los líderes teóricos y prácticos de la II Internacional derivaron hacia otros temas de la actualidad política. Aun cuando el revisionismo había sido negado en sucesivos congresos y sus principales figuras relegadas a un plano secundario, sus ideas permanecieron alentando la práctica oportunista que poco a poco se fue apoderando de los principales partidos de la Internacional.
El debate sobre el revisionismo fue el más importante de todos los que sacudieron a la II Internacional. El problema con las tesis de Bernstein es que reflejaban un espíritu que había ido ganando fuerza en el movimiento socialista. El reformismo y los pactos que implicaba ya eran una actitud común para los sindicatos asociados a los partidos socialdemócratas y para muchos de los líderes de estos partidos. La teoría marxista en el seno de la II Internacional era patrimonio de unos pocos teóricos. La mayor parte de los líderes eran hombres prácticos que de inmediato se identificaron con Bernstein, ya que este decía lo que ellos hacían.
Nettl proporciona un ejemplo del pragmatismo que acompañó este proceso:
Hombres como Auer, el secretario del partido, deploraban la ventilación en público de lo que en buena medida eran cuestiones de conciencia individual. Le escribió a Bernstein: “Mi querido Ede: Uno no toma formalmente la decisión de hacer las cosas que usted sugiere, uno no dice esas cosas, uno sencillamente las hace” Y Bernstein, que era esencialmente una persona práctica, supo entender; incluso consideró que podía votar en favor de futuras resoluciones que condenaban específicamente el revisionismo. Todo lo que hacía falta era añadir «un grano de sal a su voto».[71]
A pesar de la formidable embestida de Rosa y aunque el revisionismo fue condenado en sucesivos congresos, los revisionistas no fueron expulsados del partido. Permanecieron dentro de él, como un cáncer.
El problema con el revisionismo, como apunta Hanz Heinz Holz, es que “(…) mina la praxis revolucionaria al cambiar la teoría revolucionaria; la praxis reformista degenera, en el mejor de los casos, en acciones puntuales, de manera oportunista, convirtiéndose en todo caso en estrategia auxiliar de la política del capitalismo. (…) Es que los revisionistas no llegaron al partido desde fuera, sino que, al principio, eran buenos comunistas, y hasta líderes desde el punto de vista teórico, Bernstein y Kautsky son ejemplos de ello.[72]”
Lenin apunta:
El complemento natural de las tendencias económicas y políticas del revisionismo era su actitud ante la meta final del movimiento socialista. “El objetivo final no es nada; el movimiento lo es todo”: esta frase proverbial de Bernstein expresa la esencia del revisionismo mejor que muchas largas disertaciones. Determinar el comportamiento de un caso para otro, adaptarse a los acontecimientos del día, a los virajes de las minucias políticas, olvidar los intereses cardinales del proletariado y los rasgos fundamentales de todo el régimen capitalista, de toda la evolución del capitalismo, sacrificar estos intereses cardinales en aras de las ventajas reales o supuestas del momento: esa es la política revisionista. Y de la misma esencia de esta política se deduce, con toda evidencia, que puede adoptar formas infinitamente diversas y que cada problema un poco “nuevo”, cada viraje un poco inesperado e imprevisto de los acontecimientos (…), provocará siempre, inevitablemente, esta o la otra variedad de revisionismo.[73]
Las diversas actitudes de las figuras involucradas en el debate evidencian también la contradicción entre los viejos líderes y la joven generación que iba emergiendo en el seno de la socialdemocracia europea.
Kautsky, amigo personal de Bernstein y líder teórico de la II Internacional, ejemplifica la moderación típica del SPD conservador y temeroso que había emergido luego de los duros años de persecución por las leyes antisocialistas de Bismarck. Esta moderación, que en buena medida era compartida por todos los líderes y partidos importantes de la II Internacional fue la que determinó, a la larga, su fracaso como movimiento.
Preocupado solo por la pureza de la teoría, Kautsky fue incapaz de intuir los riesgos profundos que implicaba el revisionismo. Su respuesta a Bernstein, que fue escrita en buena medida bajo el acicate de Rosa Luxemburgo, es la típica respuesta sosegada del burgués que, desde la calma de su estudio, compara cifras y tablas para demostrar las insuficiencias en el análisis de su adversario. Esta actitud concuerda con un hombre que, llevando totalmente las riendas en el plano teórico, nunca se implicó en la actividad práctica del partido y jamás cuestionó ninguna de las decisiones de los líderes, ni siquiera los polémicos acuerdos con los líderes sindicales en 1905-1906 o la votación de los créditos de guerra en 1914.
Rosa y Lenin, por el contrario, vieron con claridad el peligro y lo atacaron con especial virulencia y efectividad. Inmersos ambos en la lucha política práctica y provenientes de países donde la efervescencia revolucionaria iba en ascenso (Polonia y Rusia) no podían dejar de percibir los riesgos de una teoría francamente desmovilizadora.
A diferencia de Bernstein, que había leído a Marx y Engels pasados por la interpretación kautskyana, Rosa y Lenin sí habían estudiado las obras de estos con cuidado y, aunque aún les faltaba mucho por pulir en su formación marxista a finales del siglo XIX, ambos habían comprendido el núcleo revolucionario de esta tradición. No es casual que después del fiasco de 1914, ambos pasaran progresivamente a radicalizar sus posturas, constituyéndose en líderes claves del movimiento comunista revolucionario.
El revisionismo evidenció las profundas desviaciones prácticas y teóricas que se venían gestando en el seno del SPD y la II Internacional y la incapacidad de la codificación kautskyana del marxismo para dar respuesta a esta desviación. Se verificaba entonces una fractura que las revoluciones rusas de 1905 y 1917 y la I Guerra Mundial habrían de profundizar. Luego de 1918, la socialdemocracia alemana, cada vez más despojada de la mistificación seudomarxista en que se había refugiado, derivó hacia una política claramente reformista de la cual surgió la moderna socialdemocracia europea. Se desentendió del marxismo revolucionario completamente. Baste solo un hecho: cuando Rosa Luxemburgo fue asesinada, el SPD era el partido que gobernaba en Alemania. Ellos contribuyeron activamente a tender un manto de silencio e impunidad sobre este y otros muchos asesinatos.
[1] Kolakowski, Leszek (1982) Capítulo 1 “El marxismo y la Segunda Internacional”. En Las principales corrientes del marxismo, Tomo 2, Alianza Editorial: Madrid p.14
[2] Por “cuestión social” se entendía en la época el problema de la miseria de los nuevos sectores sociales desfavorecidos. Cfr. Galceran Huguet,Monserrat (s.f.) La invención del marxismo. Iepala Editorial: Madrid. p.10-11
[3] Todos los partidos socialistas del período previo a 1914 respondían al apelativo de socialdemócrata. Es solo luego del estallido de la guerra y el apoyo del Partido Socialdemócrata Alemán a los créditos de guerra del Reich Alemán, que Lenin comienza a usar el término comunista para diferenciar el ala revolucionaria en el seno de la vieja socialdemocracia del ala oportunista.
[4] Kolakowski, op. cit. p.14
[5] Cfr Marx, Karl (2000) Crítica al Programa de Gotha. Descargado de www.elaleph.com
[6] La ley de excepción contra los socialistas fue aprobada en el Parlamento el 19 de octubre de 1878, por 221 votos contra 148. Desde el gobierno la ley se amparaba en el argumento de que para transformar a Alemania en un país moderno, era necesario un período de tranquilidad social. Cfr Galcerán, op. cit. p.109
[7] Cfr. Monserrat Galcerán op. cit. p.9-10
[8] Monserrat Galcerán op. cit. p.20
[9] Cfr. Gómez Paz, José Benjamín (s.f.) El derecho de la seguridad social y el sistema de salud. Descargado de www.palermo.edu p.3-4
[10] Cfr. Galcerán op. cit. p.21-22
[11]Nettl, J.P. (1974) Rosa Luxemburgo. Ediciones Era: México D.F. p.108
[12] Cfr. Nettl op. cit. p.111-112
[13] Nettl op. cit. p.128-129
[14] Kautsky se dedica a refutar a Bernstein usando su mismo método y señala el carácter insuficiente de muchas de las gráficas de Bernstein para sustentar algunas de sus tesis.
[15] Cfr. artículo “La lucha de la socialdemocracia y la revolución de la sociedad”. En Bernstein, Eduard (1982) Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Siglo XXI Editores: México D.F. p.53
[16] Cfr. Eduard Bernstein op. cit. p.74 (La cursivaen el original)
[17] Cfr. Eduard Bernstein op. cit. p.75 (El subrayado es mío. JENG)
[18] Aquí Bernstein juega con la expresión inglesa de imposibilidad.
[19] Cfr. Bernstein (1982) Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Siglo XXI Editores: México D.F.op. cit. p.114
[20] Para profundizar en la interpretación kautskyana del marxismo y su peso en la época, Cfr. Monserrat Galceran op. cit.
[21] Cfr. Bernstein op. cit. P.114.
[22]Bernstein hace referencia principalmente a Engels. Para él el prólogo escrito en 1895 por este autor al libro de Marx Las luchas de clases en Francia implicaun reconocimiento del fracaso de la vieja estrategia socialdemócrata y el reconocimiento de la factibilidad de la vía democrático electoral como principal vía en la lucha por el socialismo. También se apoya en algunas referencias aisladas extraídas de cartas de Engels, fundamentalmente cartas de la vejez. A Marx solo hace referencia muy puntualmente.
[23] Cfr. Bernstein op. cit. P.126. (En cursiva en el original.)
[24]Cfr. Bernstein op. cit. P.131.
[25]Cfr. Bernstein op. cit. P.134.
[26]Cfr. Bernstein op. cit. P.136.
[27]Cfr. Bernstein op. cit. P.140.
[28]Cfr. Bernstein op. cit. P.148-149. Esta tesis de Bernstein no soporta la lectura del tomo I de El Capital. Basta con hojear los capítulos dedicados a la plusvalía absoluta y relativa.
[29]Cfr. Bernstein op. cit. P.148-149.
[31] Cfr. Bernstein op. cit. p.225 Bernstein equipara similitudes superficiales sin tocar la diferencia fundamental: el liberalismo es la ideología de la producción capitalista, con todas las implicaciones de esta, el socialismo es la negación de este modo de explotación.
[32]Cfr. Bernstein op. cit. p. 274
[33]Plejánov veía el revisionismo como un problema fundamentalmente de índole filosófica y desdeñaba las implicaciones políticas que le daban los alemanes.
[34] Convendría apuntar aquí que esta actitud no es exclusiva de Kautsky. Rosa, aunque no ve el revisionismo como algo tan externo a la II Internacional y al SPD, insiste en considerarlo como una desviación minoritaria que hay que atajar a tiempo. Incluso Lenin, que tan cáustico sería posteriormente con la II Internacional, se plantea el problema de la misma forma. Quizás las razones para explicar este fenómeno radiquen en la profunda implicación de estos tres autores con todo el movimiento marxista de la internacional, del que ellos mismos eran parte importante. Es más fácil ver la desviación en individuos concretos que descubrirla en todo un movimiento.
[35] Cfr. Karl Kautsky (2018) Bernstein y el programa socialdemócrata. Una anticrítica (La doctrina socialista). Alejandría Proletaria: Valencia. p.8
[36] Cfr. Kautsky op. cit. p.10
[37]Cfr. Kautsky op. cit. p.11
[38]Cfr. Kautsky op. cit. p. 31
[39]Cfr. Kautsky op. cit. p.36
[40] Para más detalles de la argumentación de Kautsky en lo referente al crecimiento de la clase de propietarios, de la pequeña industria, etc, cfr. Kautsky, op. cit. pp. 42 y ss., 53 y ss., 67 y ss., 73 y ss.
[41] Cfr. Kautsky, op. cit. p.142 (La cursiva en el original)
[42]Cfr. Kautsky, op. cit. 142
[43] Cfr. Rosa Luxemburgo (2008) Reforma o revolución. Fundación Federico Engels: Madrid, p. 23
[44] Cfr. Rosa op. cit. p.23
[45] Cfr. Rosa op. cit. p.28-29
[46] Cfr. Rosa op. cit. p.30-31
[47] Cfr. Rosa op. cit. p.31-32
[48] Cfr. Rosa op. cit. p.33-34
[49] Cfr. Rosa op. cit. p.38
[50] Cfr. Rosa op. cit. p.42
[51] Rosa vuelve en la segunda parte del libro a la carga contra los sindicatos y las cooperativas, dos importantes herramientas para Bernstein. Es aquí donde lanza la famosa acusación del trabajo de los sindicatos como un trabajo de Sísifo (p. 72-73) Como la esencia de la postura de Rosa sobre los sindicatos ya la hemos expuesto y, por cuestiones de espacio no nos detendremos en su crítica de las cooperativas, remitimos al lector a las páginas 69 y ssop. cit. para ver en extenso las ideas de Rosa sobre estos temas.
[52] Cfr. Rosa op. cit. p.45. (La cursiva en el original)
[53] Cfr. Rosa op. cit. p.47
[54] Cfr. Rosa op. cit. p.51-52
[55] Cfr. Rosa op. cit. p.53
[56] Cfr. Rosa op. cit. p.56
[57] Cfr. Rosa op. cit. p.60 (La cursiva en el original).
[58] Cfr. Rosa op. cit. p.68
[59] Cfr. Rosa op. cit. p.74
[60] Cfr. Rosa op. cit. p.79-80
[61] Cfr. Rosa op. cit. p.79-80
[62] Cfr. Rosa op. cit. p.82 (La cursiva en el original).
[63] Cfr. Rosa op. cit. p. 85-86 (La cursiva en el original).
[64] «¿Qué era el “economicismo”? Se trataba de una corriente dentro de la izquierda rusa, y del mismo Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, inspiradas en las tesis revisionistas formuladas, en 1899, por Eduard Bernstein en Las Premisas del Socialismo y las Tareas de la Socialdemocracia. “Economistas” era pues el nombre que los marxistas rusos reservaban para los revisionistas.» en Atilio Boron (2005) Actualidad del ¿Qué hacer? En “¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento” de V. I. Lenin. Ciencias Sociales: La Habana p. 25
[65] Cfr. Vladimir Ilich Lenin (2001) ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento. Proyecto Espartaco. Disponible en http://www.espartaco.cjb.net p.9 Lenin también se ocupa del revisionismo desde una perspectiva más teórica en el artículo V. I. Lenin (1961) Marxismo y revisionismo. Obras Escogidas Tomo I, págs. 66-73, Editorial Progreso, 1961
[66] Lenin identifica indistintamente oportunismo y revisionismo.
[67]Cfr. Lenin op. cit. p.13
[68]Cfr. Lenin op. cit. p.24
[69]Cfr. Lenin op. cit. p.73-75
[70] Para más detalles confrontar Lenin, V.I (1979) Materialismo y empiriocriticismo. Notas críticas sobre una filosofía reaccionaria. Editorial Progreso: Moscú
[71] P. Nettl op. cit. p.136
[72]Hanz Heinz Holz (2014) Observaciones sobre el fenómeno del revisionismo. Revista Marx Ahora, nro 37 La Habana, Cuba. p.141
[73] V. I. Lenin (1961) Marxismo y revisionismo. Obras Escogidas Tomo I, Editorial Progreso: Moscú p.69-70. Para Lenin el núcleo del revisionismo estaba en la mentalidad pequeñoburguesa que era traída al seno de la socialdemocracia por las capas de la pequeña burguesía arruinada que, continuamente, se ve arrojada a las filas del proletariado.
Fuentes: