ITAIA
«No puede haber un cambio real mientras se parcialicen las luchas y se eluda el conflicto de clase»
La opresión de la mujer -apunta ITAIA– ha sido un tema muy estudiado durante la historia desde puntos de vista diversos: desde el origen de la opresión hasta las funciones que cumple o los intereses que alimenta. Las diferentes hipótesis han desembocado en distintas propuestas políticas, muchas veces contrapuestas, para responder a la problemática.
Como aportación a la historia de estos debates, ITAIA participó con Isabel Benítez1 en la edición 2020 de la Herri Unibertsitatea, organizada por el movimiento estudiantil. A continuación se resumen las ideas y conclusiones que se compartieron.
El papel de la subordinación de la mujer en la dominación capitalista
Rastrear el proceso histórico de transformación de la división sexual del trabajo en la transición del feudalismo al capitalismo nos ayuda a investigar las funciones que hoy cumple. Una pieza clave de este proceso histórico -sostiene ITAIA– fue la capacidad reproductiva de la mujer. El control de la reproducción biológica ubicó a las mujeres de la clase trabajadora en una situación de desposesión del control de su propio cuerpo, reducido a la categoría de reproductora. Para ello, uno de los mecanismos fue la negación de la sexualidad no reproductiva de la mujer y su placer. O, mejor dicho, el placer no sometido al proceso que no fuese ni reproductivo, ni mercantil (prostitución, pornografía).
Contrariamente a la reducción de las mujeres de la clase trabajadora a su papel de «amas de casa», desde sus inicios, el capital no las ha despreciado como fuerza de trabajo, aunque subordinadas a las necesidades históricas de generar más fuerza de trabajo. Esta inserción selectiva en el mercado de trabajo, aparte de presionar a la baja los salarios, convierte a las mujeres asalariadas en proletarias de segunda, atrapadas en la lógica del trabajo doméstico no mercantil y el asalariado.
La división sexual del trabajo concentra a la mano de obra femenina en sectores no cualificados, como servicios de salud y cuidado de personas, cobrando los salarios más bajos de todo el abanico de salarios medios por ocupaciones, y siendo mayoría en los empleos a tiempo parcial. A esto hay que añadir las barreras y riesgos laborales específicos asociados a la «condición de mujer»: bien por la conformación social del género (acoso laboral), bien por la noción de mercancía sexual (acoso sexual) o bien por el ideario acerca del cuidado (ser madre, de entrada, devalúa profesionalmente por la noción de «falta de implicación»). Ello contribuye a crear una subjetividad económica femenina, que abarata su fuerza de trabajo y aumenta el plusvalor absoluto.
Todo esto -prosigue ITAIA– ha ido de la mano de un clima ideológico adecuado al sostenimiento de la inferioridad social, que legitima este proceso de subordinación y ejerce una presión cosificante sobre las mujeres como objetos de consumo y reproduce mecanismos disciplinarios, también dentro de la clase obrera, como es la violencia machista. Como consecuencia, se deja sin capacidades políticas a una parte muy importante de la clase trabajadora, ralentizando continuamente un proceso revolucionario por parte del proletariado.
Feminismo ¿Producto moral para el consumo de masas o frente de lucha de clases?
El florecimiento del capitalismo en el siglo XIX trajo transformaciones en la condición objetiva de la mujer, al integrarla masivamente al trabajo asalariado. De ahí surgió la cuestión moderna de la mujer, creando posiciones antagónicas: mientras el feminismo tuvo como objetivo la integración de la mujer en la ciudadanía universal, las proletarias tenían la intención de conseguir las capacidades para revolucionar la realidad social en su totalidad.
Se podría decir que el feminismo como ideología se crea con el objetivo de conseguir la igualdad formal de la mujer en el marco capitalista, haciendo un llamamiento a la categoría “mujer” de manera abstracta. En el momento que el antagonismo de clase desaparece y la mujer burguesa se convierte en aliada, el enemigo se distorsiona. Por otro lado, el hombre se convierte en enemigo político, dividiendo así a la clase y perdiendo la capacidad de mejora de las condiciones sociales.
Con las reformas parciales que propone el feminismo se consigue, como mucho, la integración de la clase media femenina en el Estado. Al aislar la cuestión femenina de la totalidad, el problema no desaparece, solo cambia de forma. Por ejemplo, las mujeres de clase media han podido librarse de la carga de los trabajos domésticos dejándolos en manos de las mujeres más proletarizadas, perpetuándose de esta manera la división sexual del trabajo.
Son muchas las corrientes que se han desarrollado en torno al feminismo. Podríamos decir que, sobre todo desde los años 1960-70, con la ofensiva contra el marxismo, ha quedado en evidencia la incapacidad de cambio real como consecuencia de la tendencia hacia la parcialización e individualización de las luchas, lo que permite eludir la lucha de clases al liquidar el marco de totalidad.
La lucha proletaria en el campo de la mujer trabajadora: elementos estratégicos y tácticos
Desde un punto de vista marxista, para superar los problemas de las mujeres oprimidas y explotadas, debemos de tener una concepción científica del mundo en su totalidad. Acabar con la función que cumple la subordinación de la mujer trabajadora en la articulación del poder burgués exige una estrategia dirigida a terminar con el conjunto del sistema e implantar una forma de organización social donde las opresiones no cumplan ninguna función.
Esto implica la necesidad de construir el sujeto de clase que luche contra todas las brechas existentes. Es decir, debemos mejorar la situación actual de las proletarias y orientar las luchas a aumentar su conciencia de clase para unirlas a la lucha socialista.
El objetivo debe de ser la educación política: demostrar que los cambios que implica el socialismo son buenos y necesarios para la clase trabajadora. Eso implica que las reivindicaciones que vayamos planteando sean reales en cuanto a las capacidades que tengamos en cada momento.
Las reformas solo valen para mejorar las condiciones de lucha. En efecto, debemos ir confrontando a la burguesía y las figuras de colaboración que existen dentro del proletariado, para que, en un futuro, el incremento de conciencia de clase y la acumulación de fuerzas hagan posible combatir a la burguesía cada vez a mayor escala.
Ello requiere una forma organizativa que parta de una unidad estratégica en la que se asuma la estrategia socialista y eso dé pie a una articulación de todos los frentes. Debemos analizar cuáles son los mecanismos reales que puedan terminar con las expresiones concretas de la opresión y crear las herramientas necesarias para poder trabajar con las masas de mujeres proletarias.
En cuanto a las líneas de trabajo concretas -concluye ITAIA– tenemos que empezar a buscar e investigar con urgencia, de manera colectiva, desde la idea revolucionaria como valor fundamental para prevenirnos de modalidades socio-liberales o socialdemócratas y combatir por la vía discursiva -y sobre todo práctica- el interclasismo, fomentando una militancia integral y usando la pedagogía del ejemplo.
Puede consultarse la versión completa del texto, en:
https://itaia.eus/2020/03/29/1526/
1 Isabel Benítez es coautora del libro La huelga de Panrico, militante del sindicato Coordinadora Obrera Sindical (COS) de Catalunya y participa en el Seminario de Economía Crítica Taifa.
Fuentes:
http://canarias-semanal.org/art/27285/construyendo-el-sujeto-de-clase-en-todas-sus-dimensiones