Apuntes para una estrategia de clase contra la violencia machista

Sara Pérez y Victoria López

«El origen de la violencia es esa terrible deshumanización necesaria para mantener el actual status quo»

En este mes de noviembre han tenido lugar las movilizaciones que, cada año, recuerdan y denuncian los casos de mujeres que sufren violencia machista, mientras tenemos aún en la retina la represión violenta del Estado destada en Catalunya el mes pasado. Mirando alrededor, parece que la violencia es un problema endémico en nuestra sociedad que está por todas partes, con diferentes formas que debemos identificar.

Es nuestra tesis que la violencia que se ejerce por parte de hombres hacia mujeres, la llamada “violencia de género”, no puede entenderse ni erradicarse si se considera separada de todos los tipos de violencia que genera este sistema socio-económico.

1. Tomándolo como un síntoma más de una sociedad patriarcal, la lucha contra la violencia sexista ha pecado muchas veces de considerar este tipo de agresiones como un rasgo característico de los hombres, sea por naturaleza o por aprendizaje. Sin embargo cada vez más estudios desmienten que la violencia y la crueldad sean exclusivas de los hombres. (1) También, aunque en menor porcentaje, hay mujeres que ejercen violencia contra sus parejas y sus hijos, incluso abusos sexuales o proxenetismo, además de contra personas bajo su responsabilidad en instituciones estatales (cárceles, centros de menores, etc). Muchos de los debates sobre violencia sexual se centran en las experiencias personales, enfatizando que una sociedad sexista produce violencia contra las mujeres y dejando de lado la posibilidad de que esta sociedad engendre violencia a un nivel más fundamental que el de la diferencia de sexo, el propio del funcionamiento del Capital.

2. El sistema capitalista es extremadamente injusto y violento, pero lo es de una forma que está tan naturalizada que puede resultar invisible. La violencia no son sólo los golpes, las torturas, las muertes, las humillaciones. El miedo permanente a perder el trabajo es una forma de violencia, trabajar ocho horas o más realizando las mismas tareas repetitivas y absurdas es una forma de violencia, no tener ninguna capacidad de decisión sobre nuestro futuro es una forma de violencia, la mercantilización de los seres humanos es la forma de violencia subterránea y permanente. El motor de esta sociedad no es una supuesta lucha entre los sexos, sino una bien palpable lucha de clases. El núcleo de la actual organización social es la extracción de plusvalía. El origen de la violencia es esa terrible deshumanización necesaria para mantener el actual status quo.

La mercantilización del sexo y la cosificación de nuestros cuerpos no pueden ser entendidos sino en el marco de una sociedad que mercantiliza y cosifica a las personas, en todas sus posibles vertientes. Bajo el capital, donde todo se compra y se vende, todas y todos los que vivimos de nuestro trabajo tenemos que vendernos cada día y convertirnos en cosas para sobrevivir. Si las personas están a la venta ¿por qué no usarlas, ya que no son más que objetos, para la propia satisfacción? ¿Por qué no seguir deseos sádicos cuando están bajo nuestro control? Estos extremos pueden parecer ajenos a la experiencia cotidiana de muchos. Pero surgen de las mismas estructuras y son producidos por la misma sociedad que nos explota y oprime a la mayoría. El hecho de que una de las violencias más destructivas sea de tipo sexual tiene que ver con el origen de esta sociedad.

El capitalismo nace de una larga historia de sociedades patriarcales y, aunque modifica de raíz las relaciones sociales anteriores (entre ellas el estatus social de hombres y mujeres), no deja de hacerlo de forma contradictoria. Si por una parte el capitalismo tienden a igualar a hombres y mujeres trabajadores, por la otra, con ayuda del Estado, tiene a profundizar la opresión de género. El hecho de enviar masas de mujeres a las fábricas las extrajo del control de padres y maridos para ponerlas bajo el control de los patronos, pero tambíen creaba la posibilidad de que luchasen en pie de igualdad con sus compañeros hombres por mejoras y derechos. Hoy, cuando las conquistas de las mujeres son enormes, la violencia machista sigue estando generalizada por múltiples causas que sólo pueden entenderse como arraigadas en las estructuras del capital, una sociedad de clases que ha llevado la alienación a sus extremos.

3. En la lucha contra este tipo de violencia, el recurso a la intervención estatal suele tener un papel predominante. Sin embargo, el Estado no es un ente neutro cuyo objetivo sea garantizar el bienestar de la personas, como se insiste en hacernos creer desde el poder. Como único actor reconocido que puede ejercer violencia legítima, el Estado la utiliza para imponer su autoridad, aterrorizar a las personas o las comunidades que se interpongan en el camino de la clase dominante. El Estado y su burocracia fomentan una forma de alienación que convierte a los individuos en engranajes en una rueda inhumana, como reflejo de lo que sucede en el mercado privado. Esta dinámica en el ámbito público legitima los abusos en los aspectos más íntimos y privados de nuestras vidas.

El Estado cuenta con un ejército de funcionarios y numerosos organismos cuya función principal (sean o no conscientes de ello) es mantener el orden. Esto es obvio en el caso de los cuerpos represivos, pero también en el cuerpos de jueces, abogados y fiscales que se encargan de aplicar una legislación que funciona negando la contradicción con la que coexiste la institución en la que trabajan: promete derechos en el papel que son imposibles de garantizar en realidad. Así, desde diferentes ámbitos, se proclama la lucha contra la “violencia de género” mientras se mira hacia otro lado sobre los abusos de la clase alta (ejemplos hay de abusadores de alto poder y millonarios que han salido impunes de sus crímenes) o se usa una definición de la violencia de género que no incluye las reformas laborales o los recortes en servicios públicos.

Esta definición reductora de la violencia favorece una política de reivindicación de mano dura. De hecho, esta es la tendencia actual, que no tiene en cuenta la responsabilidad de la propia organización social en esa violencia, ni las consecuencias de esas políticas. Reforzar la intervención estatal para resolver conflictos domésticos a menudo genera para las mujeres otras acusaciones no relacionadas (por posesión de drogas, impago de multas, denuncias cruzadas, etc) y violencias añadidas (como la suspensión de la custodia de los hijos). Con ello no se aborda la causa de la violencia machista, sino que da al Estado más capacidad de intervenir de manera negativa en la vida de las personas.

El Estado no sólo se ve reforzado con las peticiones de mano dura, sino también mediante medidas que son consideradas alternativas: el desarrollo del Estado social o de bienestar (algo que el capital está resuelto a que no vuelva a ser realidad). Eso no impide que defendamos la sanidad, la educación y otros servicios públicos que hemos ganado con nuestra lucha y pagamos con nuestros impuestos. La reivindicación de más recursos para las mujeres maltratadas puede ser una táctica necesaria. Pero no podemos tampoco olvidar las contradicciones que plantea. Si pedir más centros de atención o ayudas puede ser una línea productiva en la larga lucha por la emancipación, no puede ser este el objetivo final. El Estado, por su carácter de clase y por su modo de funcionamiento burocrático y deshumanizante, tenderá a destruir los derechos y la autoestima de quienes dependan demasiado de él.

4. A pesar de ello, en el feminismo que podemos llamar anticapitalista, las dos líneas mayoritarias en la lucha contra la violencia machista dependen enormemente del Estado. Una es represiva, sobre la cual ya hemos hablado. La otra tiende a ser educativa. Consiste en exigir al Estado una educación afectiva y sexual más igualitaria, que critique el modelo de masculinidad imperante, etc. Si esta propuesta parece tener mejor cariz, también tiene fuertes carencias. Para empezar, le otorga a la educación reglada un papel desproporcionado en su capacidad de cambiar la realidad ¿Educar en igualdad cuando persiste una división sexual del trabajo, que precariza los sectores más feminizados? ¿Educar en igualdad cuando es una igualdad en la explotación? ¿Educar en igualdad mientras se siguen produciendo juguetes sexistas o la pornografía más insultante para las mujeres está hoy al alcance de niños y niñas?

Teniendo en cuenta ambas líneas y sus limitaciones, llama la atención el hecho de que hoy prácticamente no haya propuestas para abordar o trabajar directamente contra la violencia hacia las mujeres que no sean problemáticas. Desde el planteamiento político del feminismo hegemónico, su alianza con el Estado es en gran medida inevitable, ya que parte de una interpretación de la violencia de género como un crimen descontextualizado de la realidad social actual, separado de la lucha de clases y de la explotación capitalista. Del mismo modo, esta postura concuerda con la composición social de este movimiento, mayoritariamente de clase media y alejada de los problemas de las masas.

En nuestra opinión, es absolutamente ilógico crear una línea estratégica contra la violencia machista como tema específico separado de los demás. Aún más, es contraproducente. Para poder luchar contra esta violencia es urgente considerarla un síntoma de un modo de organización social injusto y violento que sólo puede ser destruido si se incluye en un proyecto político mayor cuyo objetivo sea la emancipación no sólo de la mujer, sino de todas las personas. No hay soluciones fáciles, pero es imperativo tener una visión de la realidad tan amplia como sea posible, no cerrarse a los datos que contradicen nuestras asunciones, aunque cuestionen nuestras creencias más íntimas, y finalmente considerar la lucha contra la violencia machista como una más, por supuesto, sin negarla o quitarle la gravedad que tiene y la importancia que merece.

5. Actualmente, los sentimientos de atomización son uno de los pilares del capitalismo que desmoviliza a la clase trabajadora. Esta atomización empuja a las y los trabajadores a buscar una fuerza que pueda ofrecer cierta protección contra las amenazas individuales, a medida que disminuye la confianza en la clase para organizarse, para solucionar los propios problemas, o incluso para ganar reformas. De este modo, crece la dependencia del brazo coercitivo del Estado, como ha sucedido entre los movimientos progresistas y feministas al mismo ritmo que se han incorporado a las instituciones estatales y ha crecido su dependencia económica de este, tanto a nivel personal como de colectivos.

Algunos argumentan que la izquierda debería participar en iniciativas impulsadas por el Estado para influir en su resultado. Pero pensar que la izquierda podría influir en cualquier proyecto impulsado por figuras de la clase dirigente contradice el principio de realidad. Incluso si la izquierda estuviera enraizada en la base social, influir, o para ser más exactas, derrotar cualquier programa impulsado por el Estado y la “sociedad respetable” requeriría una enorme movilización, no como participantes, sino como oponentes. Es decir, requeriría una fuerza de clase trabajadora organizada que la sostuviese.

Frente al institucionalismo pequeño-burgués, es necesario recuperar la independencia de clase. Hay mucho por lo que luchar que no implica fortalecer los aspectos represivos del Estado. Por ejemplo, empezar a reivindicar una justicia obrera y popular y el uso de la violencia legítima. Recuperar la confianza del pueblo en su capacidad de organización y de toma de decisiones justas. Nos referimos a reducir la dependencia de la policia y de las instituciones del Estado, tal y como se hizo, por ejemplo con los miembros de la Manada cuando volvieron a sus pueblos después del juicio y se encontraron con carteles que lanzaban un mensaje muy claro: no os queremos. En otras palabras, atacar a una mujer de nuestra clase tiene consecuencias. O unir la lucha contra la violencia de género a las reivindicaciones laborales y por derechos y libertades.

La organización resultante de estas luchas puede unir a las y los trabajadores sobre una base de clase. Quizás no se conseguirán resultados inmediatos ni la violencia sexual será el objetivo principal, pero se podrán debilitar las raíces sociales de la violencia. En el curso de esas luchas, las personas que sufren la violencia, la opresión y la explotación podrán encontrar las herramientas para organizarse contra ellas, en el trabajo, en la familia o en las organizaciones revolucionarias, más allá del maquillaje progresista y la represión estatal. Tenemos que abandonar la agenda impuesta desde un movimiento feminista interclasista y dirigido por las élites y retomar la iniciativa política.

Si queremos luchar contra la violencia machista, lo único que puede salvarnos es una organización de clase más fuerte, capaz y dispuesta a luchar por mejores condiciones para todos, para recuperar la dignidad y la autoestima, aumentar la conciencia de clase, erradicar los prejuicios. Para contribuir a esa reconstrucción, necesitamos espacios frentistas donde podamos unirnos todos los que queremos luchar contra la explotación y las opresiones. Para crear un programa de clase, que incluya la lucha contra los recortes, por una vivienda digna y asequible, por pan y trabajo, por los derechos de las minorías, incluyendo el derecho a la autodeterminación de los pueblos, y contra la represión. En general por todas las reivindicaciones democráticas, como medio para aumentar la conciencia de clase y mostrar en la práctica los límites de las reformas que hoy el movimiento feminista hegemónico plantea como única solución.

(*) Sara Pérez es miembro de Colectivo Trinchera, Victoria López es militante del Espacio de Encuentro Comunista (EEC)

Puede consultarse la versión íntegra del texto, en https://espineta.org/2019/11/28/apuntes-para-una-estrategia-de-clase-contra-la-violencia-machista/

(1) Datos del estudio: «The Sexual Victimization of Men in America: New Data Challenge Old Assumptions» Lara Stemple, JD, y Ilan H. Meyer. Publicado en American Journal of Public Health, junio 2014, Vol 104, No.6

Fuentes:

http://canarias-semanal.org/art/26349/apuntes-para-una-estrategia-de-clase-contra-la-violencia-machista

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