Eva Lagunero
Las conexiones con los servicios de inteligencia occidentales
Tras pasar cinco meses en Alemania recuperándose del supuesto envenenamiento que atribuye a agentes del gobierno ruso, el opositor político de esa nacionalidad Alexei Navalny, fue arrestado en el aeropuerto de Moscú cuando retornaba a su país. El arresto se produjo por haber violado la libertad bajo palabra que se le impuso en juicio por desfalco, cargo que, según él tiene motivación política.
La detención de Navalny y las manifestaciones de protesta de sus seguidores han hecho grandes titulares en toda la prensa corporativa. El ex-embajador de EE.UU en Rusia, Michael McFaul dijo en su cuenta de Twitter que “la heroica lucha de Navalny no se diferencia de la Gandhi, King, Mandela o Havel. Aunque Navalny no ha logrado éxito todavía, no debería haber duda de que su causa es buena y justa”.
Amnistía Internacional (en adelante AI) ha declarado a Navalny “preso de conciencia” y exige a las autoridades rusas que le pongan en inmediata libertad. Pero este es un sello que esta organización, con sede en Londres, se ha negado a estampar sobre otros disidentes encarcelados como Chelsea Manning o Julian Assange.
Si retrocedemos en el tiempo, vemos cómo en 1964 AI rechazó otorgar el estatus de preso de conciencia al líder del Congreso Nacional Africano, Nelson Mandela, por haberse negado a renunciar a la lucha armada contra el Apartheid.
Sin embargo, Navalny también promueve la violencia, aunque por motivos y objetivos muy diferentes a los de Mandela. En un vídeo político publicado en Twitter se puede ver al opositor ruso llamando a los musulmanes del norte del Cáucaso “infección de cucarachas”, y diciendo que, mientras a los bichos se les puede matar con una zapatilla, en el caso de las infecciones humanas, “recomiendo la pistola”.
Otra figura violenta que se ha ganado el estatus de “prisionero de conciencia” es Leopoldo López, el opositor venezolano de extrema derecha que hoy disfruta de un refugio de lujo en España. No olvidemos que, en 2014, estuvo implicado en las violentas guarimbas en Venezuela que costaron la vida a 43 personas y cuantiosos daños materiales.
Este arbitrario reparto de prebendas simbólicas no debería extrañarnos si tenemos en cuenta que AI posee una larga historia de colaboración con las agencias occidentales de inteligencia. Uno de sus co-fundadores, Peter Benenson, mantuvo estrechos lazos con la Brithish Foreign Office y la Colonial Office, contribuyendo durante bastantes años a sostener el régimen del Apartheid en Sudáfrica, mientras recibía pagos secretos del gobierno del Reino Unido.
Un segundo co-fundador, Luis Kutner, fue operativo del FBI implicado en el asesinato del líder de los Panteras Negras, Fred Hampton. También realizó acciones secretas contra el primer ministro congoleño, el anti-imperialista Patrice Lumumba, tras cuyo asesinato se sabe que estuvieron los servicios secretos de Bélgica y EE.UU.
Estas conexiones con los poderes occidentales siguen vigentes a día de hoy. Por ejemplo, Susan Nossel, que colaboró con Hillary Clinton, Madeleine Albright, Samantha Power y Susan Rice para acuñar el concepto de “intervención humanitaria”, fue nombrada Directora Ejecutiva de AI en EE.UU en 2012. Y, desde entonces, ha ocupado cargos importantes en otras organizaciones como Human Rights Watch y PEN International.
En ese mismo año de 2012, AI lanzó una campaña de elogio a la OTAN por su supuesto buen trabajo en ayudar a las mujeres de Afganistán: “OTAN: mantén el progreso adelante”, fue el eslogan.
AI publica informes que documentan violaciones de derechos humanos en varias partes del mundo, pero sigue manteniendo estrechas relaciones con los gobiernos que son responsables de muchas de esas violaciones. Este hecho contradictorio es lo que lleva a la organización a correr en defensa de los disidentes de naciones enemigas de EE.UU y sus aliados, mientras hace caso omiso o resta importancia a otros. El caso Navalny es el último ejemplo.
Fuentes:
https://canarias-semanal.org/art/29627/amnistia-internacional-y-sus-presos-de-conciencia