Este año se cumple un aniversario celebrado en su momento con gran alborozo y aparato mediático por el neoconservadurismo, el trotskismo, la progresía soCIAldemócrata y el neofascismo internacional: 25 años de la desaparición oficial de la URSS (acontecida en diciembre de 1991). Tan sólo un mes después de que Gorbachov, George Soros, Reagan y la CIA certificaran el fin de la Unión Soviética, ésta volvía a “reaparecer”, en enero de 1992, en forma de concurrida manifestación pro-soviética, donde se pudieron ver nuevamente gran profusión de banderas rojas y estandartes soviéticos.
La gente tuvo bien presente ese día que el de la mancha de cola-cao (la matroska Gorby) se la había metido bien doblada y Yeltsin apestaba a un corrupto comprado por Occidente, aunque sabían que ya no había vuelta atrás, máxime teniendo en cuenta que Washington había colocado en el poder al mencionado alcohólico Boris Yeltsin, quien iba a enfilar al país hacia la OTAN aunque en última instancia, afortunadamente, todo fue abortado por Vladimir Putin.
El escritor Francisco Umbral escribió una lúcida, irónica y brillante columna en el diario ELMUNDO, el 14 de enero de 1992, con motivo de la manifestación reseñada anteriormente, en la que desmontaba, con fina pluma, aquel timo por entregas que nos vendieron de la “perestroika” y “glasnost”. En algunos aspectos de su artículo se advierten pasajes políticamente incorrectos que hoy serían objeto de polémica (vacua) y ataques “ad-hominem” a su persona por la progresía “rosa”. Creo que el artículo de Umbral (personaje siempre heterodoxo), que ya leí en su día, me parece oportuno rescatarlo, veinticuatro años después, antes que realizar un fatigoso ejercicio de memoria histórica (por falta de tiempo, más que nada) sobre la trayectoria de la URSS, con sus débitos o haberes.
Moscú
Francisco Umbral – Los Placeres y los días
14-01-1992,
EL MUNDO
Al fin Moscú despierta, ha despertado tal que ayer, al fin la Rusia profunda, la del 17 y el trabajo, se ha echado a la calle para decir, para gritar lo que otros callan, pero también sienten: que la democratización ha sido un fraude, la perestroika unas rebajas de enero a la inversa y Yeltsin el hombre de la CIA.
Miles de personas, en Moscú y otras ciudades, llenaron el domingo ruso de himnos y pancartas, de gritos y verdades, de violencia y conciencia. Eran los viejos y los pobres, una adunación de generaciones que constituyen la cultura penetral de un pueblo, la cultura de la austeridad, la sobriedad, la seguridad, todo eso en lo que ha vivido el pueblo siempre, todo pueblo bajo, sutil en sus artesanías, sabio y sencillo en sus guadamacilerías.
La primera decepción, la primera iluminación la tuvieron los alemanes del Este con la caída del Muro: Occidente no era más que unos grandes almacenes reventones de todo lo innecesario, un desolador e inmenso parking, más la repetición alucinada, monótona y niñoide de las hamburguer: la civilización de la silicona. Luego se ha enterado Rusia y hasta Bielorrusia.
La cultura comunista ha pregnado profundamente a un inmenso pueblo, ha sido la seguridad, el trabajo, la vejez arropada, la muerte digna y sobria, la ausencia de hiperestésicas competitividades, el corazón de Rusia sin infarto. Las elites; «la raza de los gerentes», denunciada por Neruda, los yuppies de la vodka son los que forzaron «la libertad del pueblo», que no era sino la libertad de morirse de hambre, para convertirse ellos en brillantes empresarios a la manera occidental. La perestroika era un caballo de Troya con la panza llena de yuppies y traidores.
Aquí en el Occidente estamos muy orgullosos de nuestras democráticas corrupciones, vivimos a diario la gran mariconada de una liberté que no llega a la libertad y nos parece que hemos hecho la revolución porque los homosexuales se besan ya en la Gran Vía y la Quinta Avenida de Nueva York, pero a mí me resulta más urgente desamueblar la Gran Vía y la Quinta Avenida de mendigos, tercermundistas, ciegos, parados del muñón y del cartel, y hacer con ellos algo realmente social y justo.
Los homosexuales yo creo que se van a besar siempre donde caiga. Puestos a mirar las cosas, resulta que la bandera de nuestra democracia avanzada, de nuestros logros liberales y nuestra cultura humanista consiste en que dos maricones se besen en la boca, en la Puerta del Sol, o que los más astutos e hipócritas de entre ellos luzcan en sociedad. De ahí no hemos pasado. Está bien, pero a uno le parece poco y hasta le da un algo de risa.
Moscú no quiere amariconarse y ha levantado el domingo las viejas banderas de una revolución macho que cambió el mundo y tiene detrás un fundamento ilustre y hondo, el marxismo como filosofía de la Historia. Marx es el único hombre que ha dicho alguna verdad en toda la vasta literatura occidental, desde Cristo. A finales del siglo XX ¿quién que es no es un poco marxista?
Se habla del fracaso de la apertura en Rusia, pero uno cree que donde ha fracasado el experimento es aquí en Occidente: no teníamos nada que darles ni que venderles, salvo una cultura decorativa encuadernada en plástico, una felicidad de diseño y una incertidumbre en vida y muerte, en trabajo y ocio, que nos tiene a todos febriles, temulentos, cintilantes e infartados detrás del segundo coche, el tercer televisor, la cuarta criada filipina o polaca, el quinto safari y la sexta esposa o amante. Toda esta cultura de la histeria es lo que hemos querido contagiar al Este, más un discreto touche de SIDA. Por fortuna, parece que están reaccionando a tiempo, y los más auspiciadores llenan ya el domingo de hoces y martillos. Salve.
Fdo. Francisco Umbral
Fuentes:
25 años de la disolución de la URSS. A propósito de un artículo de Francisco Umbral