1914: « La extensión de la violencia contra los civiles es un rasgo esencial de la I Guerra Mundial». Entrevista.

Benjamin Ziemann

Los periodistas Gaïdz Minassian y Antoine Reverchon entrevistan para el diario Le Monde al historiador Benjamin Ziemann acerca del carácter de la violencia contra los civiles a lo largo de la Gran Guerra.

La naturaleza de la violencia en relación con militares y civiles durante la I Guerra Mundial, ¿difiere significativamente de la de conflictos precedentes? ¿Se puede hablar a este respecto de «brutalización»?

La movilización de ejércitos masivos combinada con la utilización sistemática de armas de gran potencia de fuego– como la artillería y las ametralladoras pesadas – amplificó la guerra industrial en una escala jamás vista hasta entonces en Europa. La Guerra de Secesión norteamericana (1861-1865) había, sin embargo, rozado este nivel de destrucción. Pero «brutalización» es un término cargado de connotaciones normativas y de implicaciones teóricas erróneas, que remite sobre todo a la noción de «proceso de civilización» desarrollada por Norbert Elias, que desembocaría en una reducción a largo plazo del nivel de violencia. También resulta preferible, en mi opinión, evitar el empleo de este término.

La extensión de la violencia contra los civiles constituye, sin embargo, un rasgo esencial de la I Guerra Mundial, tanto en el frente occidental como en los Balcanes. En esta región son los serbios, de todos los pueblos envueltos en el conflicto, los que más la sufrieron.  Pereció cerca del 10 % de la población. Una gran parte de las víctimas murió a manos de las tropas austriacas y alemanas en una serie de atrocidades que tuvieron su inicio en 1914. Según algunos trabajos universitarios recientes, la campaña contra los civiles serbios habría sido la última expedición punitiva de tipo imperialista del siglo XIX.

Pero si nos atenemos a los enfrentamientos puramente militares, el aspecto esencial de la violencia en la Gran Guerra fue la capacidad de los estados de obligar a millones de hombres a enrolarse en ejércitos de conscriptos, y a reemplazar las pérdidas, aun tras varios años de combates.

¿Cuáles serían las características de la violencia militar durante la I Guerra Mundial?

Se mataba esencialmente a distancia. Cerca del 75% de los soldados franceses heridos entre finales de 1914 y 1917 lo fueron a causa de la artillería, es decir, por obuses o esquirlas de obuses. El papel de la artillería en tanto que arma principal no hizo más que acrecentarse al hilo de la guerra. Nos faltan estadísticas en relación con numerosos ejércitos, pero se puede suponer sin gran riesgo de error que durante la segunda mitad del conflicto, la artillería causó cerca de tres cuartas partes de los muertos y heridos, los fusiles y ametralladoras cerca del 15% y las granadas de mano, el 1 o 2%. Las pérdidas en los combates cuerpo a cuerpo fueron completamente marginales. Para la mayor parte de los soldados, enfrentarse y matar a un enemigo cara a cara era por tanto algo excepcional, casi reservado  a especialistas del cuerpo a cuerpo, como los arditi italianos, las tropas de asalto alemanas o los tiradores de élite de la British Expeditionary Force. Matar de lejos no requería una gran inversión emocional.

La violencia de la Gran Guerra, ¿preparó el terreno para la violencia política y militar todavía mayor que hizo estragos a lo largo del resto del siglo XX?

La glorificación de la violencia por parte de los  movimientos fascistas en Europa y su recurso a la violencia paramilitar contra sus enemigos políticos no puede comprenderse si no tienen en cuenta las experiencias vividas en el campo de batalla del primer conflicto mundial. De modo más general, existió una cultura de la violencia paramilitar en Europa entre 1917 y 1923. El fenómeno se puso poco de manifiesto en viejos estados nacionales como Francia o el Reino Unido, aun cuando las tropas paramilitares británicas se entregaran a atrocidades contra la población civil irlandesa entre 1919 y 1920.

La violencia paramilitar fue de lo más feroz en los países fronterizos de la Rusia post-revolucionaria, a saber, en Ucrania y en Lituania, en las cuales no existía ningún estado, y en Hungría, donde rojos y blancos libraron verdaderas campañas de terror unos contra otros.

Pero esta violencia de postguerra es resultado menos de una sed de violencia que de una reorientación con fines políticos de experiencias vividas durante la guerra. Adolf Hitler ofrece un buen ejemplo de ello. Sabemos que fue un soldado muy distinto de muchos otros reclutas de los regimientos bávaros, los cuales, en su mayoría, cada vez más hastiados de la guerra, no intentaban en absoluto distinguirse en los combates. Hitler fue sin duda alguna el más brutal de los antiguos combatientes de la I Guerra Mundial, pero esta brutalización no se produjo más que después de su compromiso en la lucha antibolchevique en Múnich en los 1919-1920.

¿Cuál es la proporción respectiva de los actos de violencia cometidos espontáneamente por los soldados y la de aquellos organizados, dirigidos por los jefes militares o por los gobiernos?

Algunos historiadores han afirmado que constituía una práctica extendida en los ejércitos británico, francés y alemán abatir en el frente a los soldados que se rendían individualmente, en lugar de hacerlos prisioneros. Pero las pruebas en apoyo de esta opinión son extremadamente endebles y las estadísticas no corroboran ya esa radicalización espontánea.

Las atrocidades cometidas en Bélgica y en el norte de Francia, donde los alemanes mataron a 6.000 civiles en agosto de 1914, constituyen otro ejemplo. En su libro Les Atrocités allemandes 1914 (Tallandier, 2005), los historiadores John Horne y Alan Kramer proponen como razón principal de estas atrocidades los prejuicios todavía vivos que mantenían los militares alemanes desde la guerra franco-prusiana de  1870-1871. La celeridad a la hora de abatir a cualquier presunto o verdadero francotirador, así como un profundo anticatolicismo protestante, serían, según los autores, las principales causas de estas exacciones.

Desde entonces, se ha llegado, sin embargo, a un consenso que objeta que estos argumentos son falaces y que estos incidentes, lejos de ser atribuibles a causas orgánicas, se debieron en realidad a reacciones espontáneas. Algunos regimientos bávaros formados por católicos cometieron también atrocidades. ¿Por qué habrían despreciado o considerado inferiores a los católicos belgas? Eso no tiene ningún sentido.

¿Hubo actos de resistencia o de protesta contra el uso de la violencia, ya fuera en el seno del ejército, o entre los civiles?

La deserción fue un fenómeno relativamente extendido en la mayor parte de los ejércitos beligerantes. Los ejércitos ruso e italiano conocieron deserciones en masa en 1917. Los ejércitos austro-húngaro y alemán se vieron a su vez gravemente afectados por este fenómeno en el verano y el otoño de 1918. Dicho esto, la deserción no expresaba necesariamente una protesta contra la violencia guerrera, sino ante todo el rechazo a dejarse matar. Numerosos soldados desertaban porque combatían en un  ejército en el que no se reconocían – como los rutenos, los checos y los italianos en el ejército austriaco –, y desde luego, estaban bien dispuestos a retomar el combate una vez que se hubieran sumado al ejército que les convenía. Pensemos en esos alsacianos que, habiendo desertando del ejército alemán en el frente ruso, fueron enviados a Francia, ¡donde se unieron a la lucha contra los alemanes!

Si bien la ideología afectaba a la voluntad de combatir y de matar, el pacifismo no existió más que en el Reino Unido. Los objetores de conciencia eran esencialmente cuáqueros y otros protestantes no conformistas, aunque cerca de un tercio de los cuáqueros en edad militar sirvieron en las fuerzas británicas.

Algunos miembros del Independent Labour Party estimaron igualmente que un socialista no podía matar en el curso de una guerra. Francia y Alemania, por el contrario, no contaron más que con algunas decenas de objetores de conciencia.

¿El genocidio de los armenios representó una violencia masiva excepcional durante la I Guerra Mundial?

Sí. Como ya he mencionado, las tropas alemanas y austriacas masacraron civiles y se hicieron por tanto culpables de violaciones del Derecho internacional. Pero el intento deliberado de exterminar a todo un pueblo, como es el caso del genocidio al que se entregaron los Jóvenes Turcos en 1915-1916, es de una naturaleza totalmente diferente. Existe un importante debate sobre los lazos entre el imperio otomano y su aliada Alemania a este respecto. El gobierno alemán intentó suprimir los numerosos informes que recibía de hombres de negocios y de oficiales alemanes a propósito del genocidio en curso. Pero acusar a Alemania de complicidad en ese genocidio, como hicieron las potencias de la Entente, es algo claramente exagerado.

¿Jugó Alemania un papel específico en la escalada de violencia en razón de su cultura militar o de sus experiencias de guerras coloniales, como la guerra en África del Sudoeste entre 1904 y 1907?  

Ahí hay una cuestión que suscita siempre un animado debate, y hay que desconfiar de las generalizaciones precipitadas a las que se entregan algunos historiadores. Hay quienes afirman, por ejemplo, que existe una relación directa entre Windhoek y Auschwitz, es decir, entre el genocidio contra los hereros y los namas en la colonia alemana de África del Sudoeste y el Holocausto. Ahora bien, no existe la menor prueba que apuntale esta afirmación, ni en el plano ideológico ni en el plano de la continuidad individual. Resulta igualmente erróneo suponer que una cultura militar específica habría conducido al ejército alemán a buscar la «aniquilación total» como estrategia. Los que interpretan la práctica de la violencia por parte de Alemania durante la Gran Guerra como una «vía especial» hacia la II Guerra Mundial han recurrido a argumentaciones filosóficas que no se fundan en prueba empírica alguna.

La naturaleza de la violencia durante la I Guerra Mundial, ¿tuvo impacto a sobre el Derecho internacional y la instauración de diligencias judiciales respecto a crímenes de guerra y violaciones graves del Derecho internacional?

No…Los aliados bien que intentaron obtener de las autoridades alemanas que les enviaran a los criminales de guerra alemanes (o a aquellos que los vencedores consideraban como tales), pero esto fue en vano. El Derecho siguió siendo el mismo de antes de la guerra. Se trata de un punto importante y es verdaderamente una lástima que los investigadores lo hayan descuidado durante décadas.

Hay que rendir homenaje a la historiadora Isabel Hull por haber abordado esta cuestión, a su manera, en su libro A Scrap of Paper [Cornell University Press, 2014, aparecido en junio en los Estados Unidos]. Según su criterio, los alemanes son los  «malos» porque violaron las dos convenciones de La Haya de 1899 y 1907 cometiendo atrocidades contra civiles, pero también y sobre todo porque llevaron a cabo una guerra submarina sin límites. Infringieron en este caso la ley de  «capturas», es decir, las disposiciones del Derecho marítimo que regulan el apresamiento y decomiso de navíos, lo que condujo a la muerte de numerosos marinos y pasajeros civiles. Gran Bretaña, por el contrario, aparece como heroína del libro de Isabel Hull, pues respetó el Derecho internacional.

Se trata, sin embargo, de un argumento falaz. No atiende al hecho de que si los británicos pudieron respetar las leyes de la guerra naval, se debe a que eran imprecisas, lo que hasta entonces se había acomodado bien a los intereses del Reino Unido como primera potencia marítima mundial.

El bloqueo marítimo de Alemania por parte de la flota británica no infringía, desde luego, el Derecho internacional, pero la malnutrición que provocó ocasionó la muerte de una cifra de civiles alemanes – 500.000 víctimas parece una estimación razonable – ¡mucho más elevada que la de los civiles muertos a manos de los alemanes durante toda la guerra! Todo argumento de este género sobre el uso y las implicaciones del Derecho internacional que ignore las cuestiones pertinentes de moralidad en tiempos de guerra no resulta demasiado sólido.

Benjamin Ziemann estudió en la Freie Universität de Berlín y se doctoró en Bielefeld. Enseña Historia moderna de Alemania en la Universidad de Sheffield (Reino Unido) y es autor de numerosas obras, entre las cuales se cuenta Contested Commemorations. Republican War Veterans and Weimar Political Culture (Cambridge, 2013). Ha estado a cargo también de la dirección de la obra colectiva German Soldiers of the Great War. Letters and Eyewitness Accounts (Barnsley, 2010).

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuentes:

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=7511

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