En muchos países, el sistema electoral clásico, tradicional, con múltiples partidos, se transforma a menudo en un concurso de simpatía y no, realmente, en un concurso de competencia, de honradez, de talento para gobernar. En una elección de ese tipo, se termina por elegir al más simpático, a aquel que comunica mejor con las masas, a aquel que tiene, inclusive, la presencia más agradable, la mejor propaganda en la televisión, en la prensa o en la radio. O, al final, a aquel que tiene más dinero para gastar en publicidad.
Fidel Castro