La moral de la burguesía está bajo el signo de la interioridad (y ya en el dominio del Terror advertimos las primeras señales). Su punto cardinal es la conciencia, ya sea la del citoyen de Robespierre o la del ciudadano del mundo kantiano. El comportamiento burgués, ventajoso para sus propios intereses, pero referido a otro comportamiento complementario del proletariado, no correspondiente por cierto a los intereses de este último, proclamaba la conciencia como instancia moral. La conciencia está bajo el signo del altruismo. Aconseja al propietario actuar según conceptos cuya vigencia favorece mediatamente a los otros propietarios, y con toda facilidad aconseja lo mismo a los que nada poseen. Si estos últimos se acomodan a este consejo, la utilidad de su comportamiento para los propietarios es evidente y tanto más inmediata cuanto más problemática resulta para los que así actúan y para su clase. Por eso hay un premio de virtud para comportamiento semejante. Así es como se impone la moral de clase. Pero lo hace de manera inconsciente. La burguesía no necesitó tanto de la consciencia para levantar esta moral como necesita de ella el proletariado para derribar a la burguesía.
Walter Benjamin