Cada dictador tiene una jerga que le es propia. Los vocabularios son distintos, pero sus propósitos son los mismos en todos los casos: legitimar un despotismo local hace aparecer a un gobierno 'de facto' como un gobierno de derecho divino. Tales jergas resultan, para las tiranías, instrumentos no menos indispensables que el espionaje policial y la censura de la prensa. Suministran un surtido de vocablos con los que llegan a justificarse ampliamente los crímenes más monstruosos y pueden racionalizarse las políticas más extraviadas. Sirven de molde para los pensamientos, sentimientos y deseos de pueblos enteros. Valiéndose de ellos, se puede llegar a persuadir a los oprimidos a que toleren y hasta veneren a sus insanos y criminales opresores.
Aldous Huxley