Camarada Arenas
* Publicado en Antorcha nº 10 – enero 2001.
Los oportunistas deben ser desenmascarados, expulsados del partido y denunciados como enemigos de clase
Es preciso distinguir claramente las contradicciones que se dan inevitablemente dentro del Partido de aquellas otras que nos enfrentan de manera frontal, antagónica, a los enemigos de clase. Tal es el caso de la lucha contra el revisionismo y el oportunismo. Los revisionistas y oportunistas de distintos pelajes, son ajenos al Partido, son agentes de la burguesía infiltrados en nuestras filas y como a tales hay que tratarlos. Por este motivo no cabe mantener con ellos ningún tipo de relación, de «unidad» o conciliación, ningún «debate». La ruptura con el revisionismo y el oportunismo debe ser clara y tajante, sin concesiones, de manera que no puedan utilizar la coartada del marxismo o del comunismo para proseguir su labor de zapa entre nosotros. Con tanto mayor motivo debemos mantener alejados a semejantes elementos, sin permitir que se agazapen a la sombra del Partido.
Pero no podemos conformarnos con eso. Además, tenemos que aislarlos completamente, destrozar sus embestidas, desenmascararlos como agentes de la burguesía y denunciarlos como tales. Ante este problema tan importante que nos plantea la lucha de clases, no caben vacilaciones ni posturas intermedias. Hay que actuar con la máxima firmeza.
— I —
La lucha contra los agentes de la burguesía infiltrados en nuestras filas no es algo nuevo o que hayamos descubierto recientemente. De hecho, esta lucha siempre se ha manifestado en diversas formas dentro del Partido, llegando a veces al antagonismo abierto. Y así sucederá también en el futuro, no debemos relajarnos a este respecto ni bajar la guardia. Éste es un reflejo de la lucha de clases que se da en la sociedad, y mientras existan las clases y sus luchas, ésta continuará manifestándose, inevitablemente, dentro del Partido Comunista.
El proletariado no es una clase cerrada. Como explicó Lenin, a él afluyen continuamente elementos de origen pequeño-burgués e intelectuales más o menos proletarizados por el desarrollo del capitalismo. También tenemos a la «aristocracia obrera», compuesta por una reducida capa de obreros cebados por el imperialismo, los cuales forman hoy el principal apoyo social de la burguesía.
Todos esos sectores presionan e influyen en la clase obrera y, como dice Stalin con toda razón, «penetran de un modo o de otro en el Partido, llevando a éste el espíritu de vacilación y de oportunismo, el espíritu de desmoralización y de incertidumbre; son ellos, principalmente, quienes constituyen la fuente del fraccionalismo y de la disgregación, la fuente de la desorganización y de la labor de destrucción del Partido desde dentro. Hacer la guerra al imperialismo teniendo en la retaguardia tales “aliados”, es verse en la situación de gente que se halla entre dos fuegos, tiroteada por el frente y por la retaguardia. Por eso, la lucha implacable contra estos elementos, su expulsión del partido es la condición previa para luchar con éxito contra el imperialismo»1.
Esto no significa que toda contradicción que surja en el Partido deba ser tratada de la misma manera; no quiere decir que debamos «atrincherarnos» cada vez que aparezcan diferencias políticas e ideológicas o se haga alguna crítica a la actuación de la Dirección del Partido. Al contrario, como hemos explicado otras veces, esas contradicciones que surgen en el Partido son inevitables y necesarias, y de hecho ayudan a corregir los errores, aclaran mejor las ideas y nos fortalecen, debiendo, por tanto, ser resueltas con métodos democráticos, con la crítica y la autocrítica.
Sin embargo, tal como lo demuestra la experiencia, con eso sólo no basta; además, para fortalecer y mantener unido al Partido sobre la base de los principios revolucionarios marxista-leninistas y una línea política justa, resulta también necesario depurarlo de vez en cuando de la «escoria» que produce el desgaste de la lucha y de todos los oportunistas ajenos a la clase obrera. Particularmente con estos últimos, no cabe aplicar métodos democráticos (la persuasión, la crítica y la autocrítica), pues ellos jamás se atienen a tales métodos en la lucha soterrada que mantienen contra el Partido; ni siquiera podemos pensar en la posibilidad de «convencerles», ya que como agentes de la burguesía infiltrados en nuestras filas, actúan de acuerdo con su concepción burguesa, recurriendo a las mentiras y trucos que se corresponden a esa misma concepción.
Esto se revela con particular claridad en todo lo relacionado con la organización y su fortalecimiento. Al oportunista, como hizo notar Lenin, «la organización del partido se le antoja una “fábrica” monstruosa, la sumisión de la parte al todo y de la minoría a la mayoría le parece un “avasallamiento” (…); la división del trabajo bajo la dirección de un organismo central le hace proferir alaridos tragicómicos contra la transformación de los hombres en “ruedas y tornillos”…; la sola mención de los estatutos de organización del Partido suscita en él un gesto de desprecio y la desdeñosa observación… de que se podría vivir sin estatutos.
«¡Eres un burócrata porque has sido designado por el Congreso sin mi voluntad y contra ella! ¡Eres un formalista, porque te apoyas en los acuerdos formales del Congreso, y no en mi consentimiento! ¡Obras de un modo brutalmente mecánico, porque te remites a la mayoría “mecánica” del Congreso del Partido y no prestas atención a mi deseo de ser cooptado! ¡Eres un autócrata, porque no quieres poner el poder en manos de la vieja tertulia de buenos compadres!»2.
No creemos que haga falta insistir en que la Línea del Partido, así como su Dirección no son inalterables o inamovibles, pues como es bien sabido las condiciones de la lucha de clases cambian con mucha frecuencia y eso obliga a modificar la táctica, algunos aspectos de la política del Partido, etc. Además, también debe ser tenido en cuenta que nosotros, a diferencia de lo que les ocurre a los fascistas y a los intelectuales burgueses, no estamos vacunados contra el riesgo de cometer errores y nos equivocamos algunas veces. Esto nos obliga a rectificar sin tener por ello que rasgarnos las vestiduras. Para eso contamos con unas normas y unos métodos de trabajo y funcionamiento rigurosos, basados en el principio del centralismo democrático; lo que quiere decir que, una vez agotada la discusión y adoptados unos acuerdos, éstos tienen que ser cumplidos, llevados a la práctica, por todos los miembros del Partido.
Lo que no admitimos en el Partido es el «liberalismo» y la formación de varios centros y fracciones con distintos planteamientos o «plataformas» ya que eso nos incapacitaría para actuar unidos contra el imperialismo y llevaría la confusión y las vacilaciones pequeño-burguesas a nuestras propias filas; con lo que, podemos darlo por seguro, el Partido se debilitaría y sería pronto liquidado como destacamento de vanguardia, disciplinado, de la clase obrera.
«En la actual época de cruenta guerra civil —dice Lenin— el Partido Comunista sólo podrá cumplir con su deber si se halla organizado del modo más centralizado, si reina dentro de él una disciplina férrea, rayana en la disciplina militar, y si su organismo central es un organismo que goza de gran prestigio y autoridad, está investido de amplios poderes y cuenta con la confianza general de los afiliados al Partido»3.
Éste es uno de los motivos por los cuales, la reacción, y en combinación con ella los oportunistas de toda laya, centran siempre sus ataques contra la disciplina consciente del Partido proletario y especialmente contra su Dirección, procurando minar su autoridad y la confianza en ella de los militantes de base del Partido. Naturalmente, tal como apunta por su parte Stalin, «los partidos de la II Internacional, que combaten la dictadura del proletariado y no quieren llevar a los proletarios a la conquista del poder, pueden permitirse un liberalismo como la libertad de fracciones, porque no necesitan, en absoluto, una disciplina de hierro. Pero los partidos de la Internacional Comunista, que organizan su labor partiendo de las tareas de conquistar y fortalecer la dictadura del proletariado, no pueden admitir ni el “liberalismo” ni la libertad de fracciones.
«(…) De aquí que Lenin exigiera “la supresión de todo fraccionalismo” y “la disolución inmediata de todos los grupos, sin excepción, formados sobre tal o cual plataforma” so pena de “expulsión incondicional e inmediata del Partido”»4.
Como vemos, ésta es una cuestión fundamental que afecta a la existencia misma del Partido como organización revolucionaria. De ahí que no resulte nada exagerado decir, como lo hace Lenin, que «el que debilita, por poco que sea la disciplina férrea del Partido del proletariado (sobre todo en la época de su dictadura) ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado»5. Ésta es la razón por la cual la contradicción que enfrenta a los oportunistas con el Partido, llegado un momento de su desarrollo, se antagoniza y la lucha contra ellos adquiere un cariz especialmente virulento.
Resultaría muy sencillo desenmascarar a esa clase de elementos si desde el comienzo se presentaran ante nosotros en su calidad de agentes propagadores de la ideología, de la política y los métodos burgueses. Por este motivo hacen todo lo posible por ocultarse, por camuflarse, apelando unas veces a la «libertad de crítica» (de una crítica desprovista de todo fundamento científico, de todo principio), otras bajo la máscara hipócrita de la «incomprensión» y el victimismo. Así planteado, el problema se reduce, en última instancia, a una cuestión de «método», a que no sabemos entenderlos ni darles un «tratamiento correcto», ya que, por lo demás, el oportunista que no se quiere corregir oculta sus verdaderos propósitos antipartido y contrarrevolucionarios y suele estar «totalmente de acuerdo» con nosotros hasta que no los desenmascaramos. Somos nosotros, a decir verdad, los que no estamos ni podemos estar nunca absolutamente en nada de acuerdo con los oportunistas.
— II —
También es verdad que se dan algunos casos de elementos confusos y vacilantes que ni siquiera son conscientes del papelón que están representando, lo que hace aún más complicado poder combatirlos. Porque ¿cómo negarnos a recibir a gente tan «abnegada», que asegura perseguir nuestros mismos objetivos y muestra cierta predisposición para la lucha?, ¿cómo negarle el título de comunista al que se pronuncia a favor de la causa, emplea una terminología marxista, dice estar de acuerdo con los planteamientos del Partido y dispuesto a organizarse? Esto resultaría una irresponsabilidad, aparte de que no se puede descartar que, con el tiempo y la práctica, una persona inmadura, pero guiada por la mejor de las intenciones, pueda convertirse en un auténtico militante comunista. La experiencia ha demostrado muchas veces que esas transformaciones son posibles; que, por ejemplo, de un romántico pequebú puede salir un revolucionario proletario consciente y aguerrido. Claro que para ello hay que cogerlos en la edad más tierna, en el momento de su máxima exaltación o radicalismo, antes de que tomen cuerpo y se desarrollen en él los elementos más negativos de su «subjetividad» e individualismo. Pero en cualquier caso ha de ser la práctica, llevada a cabo conforme a los principios y las normas del trabajo revolucionario, marxista-leninista, la que habrá de realizar el milagro de la transformación.
Y la práctica nos ha demostrado también muchas veces que ese proceso de conversión o «reeducación» no suele ser espontáneo, ya que se efectúa a través de una larga y complicada lucha, en la que intervienen numerosos factores y en la que se trata de vencer, antes que nada, la propia inseguridad y los prejuicios y hábitos pequeño-burgueses adquiridos desde la infancia, que han sido inculcados por la familia, la escuela, el medio social. En suma, son esos rasgos del carácter individualista, esa altanería petulante o falsa modestia, la inclinación a la querella, al chismorreo, al lloriqueo y a la flojedad que Lenin identifica como propios de los intelectuales.
Por cierto, que visto el problema desde este ángulo personal o psicológico, no se puede afirmar que ese antagonismo al que antes nos hemos referido, tenga el mismo carácter que el que se da entre la burguesía y el proletariado. Lenin se refiere —y la cita extensamente en Un paso adelante, dos pasos atrás—a la «brillante definición psicológico-social» que trazó C. Kautsky (cuando éste todavía era marxista) de esa «cualidad» del intelectual común.
«El intelectual no es un capitalista. Es cierto que su nivel de vida es burgués y que se ve obligado a mantener este nivel a menos que se convierta en un vagabundo; pero, al mismo tiempo, se ve obligado a vender el producto de su trabajo y muchas veces su fuerza de trabajo y sufre con frecuencia la explotación por los capitalistas y cierta humillación social. De este modo no existe antagonismo económico alguno entre el intelectual y el proletario. Pero sus condiciones de vida y de trabajo no son proletarias y de aquí resulta cierto antagonismo en su sentir y pensar.
«El proletario no es nada mientras sigue siendo un individuo aislado. Todas sus fuerzas, toda su capacidad de progreso, todas sus esperanzas y anhelos las extrae de la organización, de su actuación sistemática, en común con sus camaradas. Se siente grande y fuerte cuando constituye una parte de un organismo grande y fuerte. Este organismo es todo para él, y el individuo aislado, en comparación con él, significa muy poco. El proletario lucha con la mayor abnegación, como partícula de una masa anónima, sin vistas a ventajas personales, a gloria personal, cumpliendo con su deber en todos los puestos donde se le coloca, sometiéndose voluntariamente a la disciplina, que penetra todos sus sentimientos, todas sus ideas.
«Muy distinto es lo que sucede con el intelectual. No lucha aplicando, de un modo u otro, la fuerza, sino con argumentos. Sus armas son sus conocimientos personales, su capacidad personal, sus convicciones personales. Sólo puede hacerse valer merced a sus cualidades personales. Por esto, la plena libertad de manifestar su personalidad le parece ser la primera condición de éxito en su trabajo. No sin dificultad se somete a un todo determinado como parte al servicio de este todo, y se somete por necesidad, pero no por inclinación personal. No reconoce la necesidad de la disciplina sino para la masa, pero no para los espíritus selectos. Se incluye a sí mismo, naturalmente, entre los espíritus selectos…».
— III —
Por todos estos motivos resultará imposible, mientras no sean suprimidas las causas que lo han originado (especialmente la división entre el trabajo manual y el trabajo intelectual) desarraigar mediante la discusión o el «debate» la psicología individualista de los intelectuales comunes y corrientes. Y en cuanto a aquellos otros que se aproximan al proletariado con ánimo (no lo podemos negar) de «ayudarle», pero se niegan a renunciar a su señoritismo y a su «espíritu selecto», sólo cabe apartarlos de nuestro lado sin ninguna consideración, ya que en realidad no hacen otra cosa sino emporcar la conciencia colectiva de los obreros inculcándoles, en nombre del marxismo, sus hábitos indisciplinados y liberales y sus mismas vacilaciones e irrefrenable tendencia hacia el reformismo, el legalismo y la claudicación.
Para eso, naturalmente, es preciso que nos mantengamos vigilantes contra todo intento de establecer dentro del Partido un terreno «neutral» que posibilite una «aproximación» o conciliación con tales elementos. Ésa es una posición «centrista» que no puede conducir más que a justificar y hacer el juego que más interesa a los oportunistas. Aparte de que no podemos pretender «convencerles» de su individualismo y señoritismo con ideas y razonamientos, pues carecen de todo principio y se mofan descaradamente de ellos.
En realidad, los oportunistas y revisionistas jamás han buscado la polémica o la lucha ideológica, franca y abierta, sienten verdadero pánico por ella. Lo suyo es intrigar y enredar; a ellos no les interesa «aclarar» nada, sino enmascararse y oscurecer lo que está ya más claro que el agua para poder posar, en definitiva, de «marxistas críticos» opuestos al «dogmatismo» y al «burocratismo». Y no vamos a ser nosotros, como se podrá comprender, los que contribuyamos a darles cuerda. No proceder de esta forma conduciría al Partido «a la parálisis y a una dolencia crónica».
Por lo demás, no tenemos ninguna necesidad de «vencer» a los oportunistas «mediante la lucha ideológica dentro del Partido»; y eso, por la sencilla razón de que hace tiempo que fueron vencidos.
* * *
Como ha sido explicado, no vamos a entrar en «polémicas» ni en ningún tipo de «debate» con los dos tipos que recientemente abandonaron nuestras filas para formar una «fracción» y presentar una «plataforma» con el pretexto de una supuesta «crisis» en el Partido. En realidad esos dos tipejos hace tiempo que fueron desenmascarados y aislados entre nosotros por su individualismo y por su deshonestidad.
Ésta, y sólo ésta, es la causa de que finalmente hayan decidido salirse por la tangente para intentar conseguir por ese camino lo que no han logrado ni podían lograr dentro del Partido de una forma franca y abierta. ¿Qué teníamos que debatir con esos fulanos una vez que fueron ampliamente discutidas en todo el Partido las tesis del Programa, la Línea Política y los Estatutos, y aprobadas en el IV Congreso? Cierto que no estaban de acuerdo (eso ya lo sabíamos), pero ¿por qué no manifestaron entonces sus «profundos desacuerdos»?
Desde luego, hay que tener la cara muy dura o ser un tarado mental para proponer un «debate» sobre la base de una flamante «plataforma» al poco tiempo de celebrarse el Congreso donde ni siquiera esbozaron una crítica. ¿Por qué no se decidieron entonces a presentar su «plataforma»?, ¿acaso por la «falta de libertad» o por ese fantasmal «estado de sitio» que, según dicen, ha sido impuesto en el Partido para cerrarles a ellos la boca? Éste sería, ciertamente, un argumento de mucho peso, que podrían tratar de utilizar para encubrir su oportunismo, si fuera cierto y tuvieran alguna prueba para demostrarlo. Pero no la tienen, y por eso no pueden utilizar más armas que la intriga, la tergiversación, la mentira y las provocaciones que acompañan a su «plataforma» trotsko-revisionista .
¿Debemos darles la oportunidad de seguir mintiendo, enredando y calumniando; de «convencernos» a fin de que les permitamos liquidar al Partido aprovechando para ello las posibilidades que les ofrece el régimen fascista «normalizado» y universalmente «homologado»? Ese «debate» hace tiempo que fue llevado a cabo dentro del movimiento comunista en nuestro país para poner en claro, entre otras cosas, el carácter contrarrevolucionario de la pandilla carrillista y de otros agentes de la burguesía y el imperialismo. Y no hace ninguna falta volver a plantearlo. Ésa fue una «crisis» que superamos hace ya muchos años, como lo revela el fracaso y desenmascaramiento de esos dos individuos.
Mas, ¿por qué salen ahora con esas tretas? Por la misma razón por la que no se atreven a negar la legitimidad del IV Congreso; porque, lo mismo que antes, tampoco ahora tienen ni la más mínima posibilidad de arrastrarnos a la charca donde siempre han estado metidos y ya sólo buscan hacer el mayor daño posible al Partido y a la causa comunista.
Como auténticos truhanes no se decidieron a mostrar sus cartas trucadas en el Congreso porque sabían positivamente que tenían perdida de antemano la partida. Evidentemente, el Congreso frustró todos sus planes ocultos, encaminados a conducirnos a la claudicación, cerrándoles al mismo tiempo el paso a los organismos de Dirección. Luego, cuando comprobaron que tampoco iban a ser cooptados, decidieron sabotear abiertamente el trabajo del Partido y saltarse su disciplina, con lo que se situaron fuera de él. Y si ahora se han decidido, con el descaro que lo han hecho, a presentar su «plataforma» antimarxista y anti-Partido, es porque sus «espíritus selectos» aún confían en la idiotez del género humano y porque, en fin… «de perdidos al río». De alguna manera tenían que intentar justificar el cambalache; si de paso consiguen paralizarnos, enredarnos en la trama de una falsa polémica tejida desde la intriga y la más absoluta falta de principios —calculaban sin duda— aún podrían quedar a flote durante algún tiempo. Pero no les vamos a dar ni esa oportunidad: que se hundan en sus propios excrementos.
1Stalin: Los fundamentos del leninismo.
2Lenin: Un paso adelante, dos pasos atrás.
3Lenin: citado por Stalin en Los fundamentos del leninismo.
4Stalin: Los fundamentos del leninismo.
5Lenin: citado por Stalin en Los fundamentos del leninismo.
Fuentes: