¿Internacionalismo socialista o cosmopolitismo liberal?

Javier Díaz García

Consideraciones sobre globalismos, socialmundismo y otros «ismos»

Hoy en día, las izquierdas socialdemócratas y el resto de las asimiladas por el Sistema dominante, incluso aquellas que se definen como “marxistas”, siguen siendo esencialmente cosmopolitas y no internacionalistas.

El internacionalismo, como escribe Engels, supone que haya naciones autónomas e independientes (lo dijo muy bien a propósito de Polonia, por ejemplo), y que las naciones libres se relacionen entre sí internacionalmente. El cosmopolitismo liberal, que es algo completamente diferente, establece, en cambio, que las naciones desaparezcan, disueltas en el único mercado cosmopolita y sin fronteras donde reina simplemente la ley cruel de la competitividad y se impone la del más fuerte.

Pues bien, la mayor parte de esa “izquierda” institucionalizada sigue siendo aliada del orden cosmopolita liberal. Su lucha contra el fascismo y contra la derecha es, en realidad, la misma lucha que hace el capitalismo cosmopolita, que nos lleva a luchar contra un enemigo que ya no existe: la derecha fascista, nacionalista, para que seamos indiferentes o, mejor dicho, para que aceptemos con alegría al enemigo, o sea, el rostro del nuevo capitalismo cosmopolita liberal.

Al fin y al cabo, ya lo dijo Lenin en “El derecho de las naciones a la autodeterminación”, quien escribe literalmente que la primera fase del capitalismo es la nacionalista-imperialista, luego esta se convierte en un capitalismo cosmopolita con una “apertura”, diríamos hoy, que apunta a derribar las fronteras nacionales.

Tales “izquierdas” asimiladas, digámoslo abiertamente, han olvidado la distinción gramsciana entre nacionalista y nacional. Gramsci distingue muy bien estos dos aspectos en los «Cuadernos de la cárcel».

Digamos que es imposible “resocializar” la economía si no se lleva a cabo una recuperación preventiva de la soberanía nacional de aquellos pueblos sometidos a opresión; es decir, mientras se permanezca en el nivel del cosmopolitismo sin fronteras, las clases dominantes capitalistas seguirán ganando.

Digámoslo de otra manera. La economía globalizada, con apertura ilimitada del mercado, nunca será democrática.

Por eso, si queremos ser marxistas –con el término marxista quiero decir, en sentido general, del lado de los dominados y contra la clase dominante, del lado del trabajo contra el capital–, pues bien, si queremos ser marxistas, hoy, en la coyuntura histórica en la que nos encontramos, en la época de la globalización atlantista, para liberarnos del yugo globalista y de sus vínculos externos (como los de la Unión Europea, que despolitizan la economía y desplazan las decisiones de los pueblos a los consejos de administración supranacionales), si este es el contexto en el que vivimos, para liberarnos del yugo globalista, decía, hay que recuperar la soberanía nacional.

Es la “conditio sine qua non” para repolitizar la economía y redemocratizar la realidad sociopolítica, con leyes nacionales dirigidas a lograr el pleno empleo y la defensa de las clases más débiles.

En otras palabras, sin soberanía nacional no puede haber defensa de las clases más débiles, no puede haber Estado social. Sin el soberanismo político no puede haber auténtica democracia ni derechos sociales; sin la participación activa de los pueblos, es decir, sin un movimiento del siervo “globalizado”, entendido como masa nacional-popular que sufre los efectos de la globalización, no puede haber soberanismo democrático y verdaderamente socialista (esto es, revolucionario).

El soberanismo sin participación activa de las clases trabajadoras de los pueblos conduce a un soberanismo reaccionario, conservador, antidemocrático y regresivo. Si, en cambio, se asocian entre sí el soberanismo y implicación activa popular, puede surgir la experiencia de un soberanismo democrático y socialista, revolucionario… marxista, si queremos decirlo así.

Por esta razón es necesario repetirlo enfáticamente: a las almas bellas del globalismo de los “derechos” y de la “democracia global”.

Opongamos el realismo del propio Gramsci; de aquel Gramsci que escribió en 1919 «El Estado y el socialismo», un artículo importante que se remonta a la fase anterior a su encarcelamiento.

Aquí Gramsci escribe:

“Toda conquista de la civilización se convierte en algo permanente, es historia real y no un episodio superficial y fugaz, ya que se encarna en una institución y encuentra una forma en el Estado”. Esto significa que, mientras nos limitemos a imaginar una inversión a-dialéctica del globalismo en comunismo, o a fantasear con una evolución lineal inexplicable de la globalización hacia la democracia y la igualdad, la idea socialista, el comunismo, la emancipación –nuevamente con las palabras de Gramsci («El Estado y el socialismo»)– seguirán siendo (cito) “una leyenda, una evanescente quimera, un mero albedrío de la fantasía individual”.

Esto significa que el socialismo revolucionariamente democrático, para poder realizarse, necesita de una subjetividad organizada en un movimiento revolucionario, que debe coincidir con el siervo nacional-popular y, al mismo tiempo, necesita de la forma-Estado (momento soberanista) como forma capaz de institucionalizar las conquistas del movimiento revolucionario y convertirlas en un gobierno centrado en la soberanía popular.

No existen, que yo sepa, formas de socialismo más o menos perfectamente realizadas fuera del marco de los Estados nacionales concretos: desde el “Patria o muerte” de Che Guevara en Cuba, hasta el socialismo de la República Popular China, pasando naturalmente por los socialismos patrióticos bolivarianos de Latinoamérica, como la Bolivia de Morales y la Venezuela de Chávez.

Así es como debe entenderse el activismo popular soberanista, que es la variante del marxismo del nuevo milenio en un contexto concreto, es el movimiento por el cual el pueblo abandona su condición de “pasividad subalterna” y vuelve a ser el protagonista de su propia historia. Recupera su soberanía, su antagonismo conflictual reivindicador y se mueve, por decirlo con Gramsci, según su voluntad colectiva, según líneas opuestas a las del bloque dominante que, al contrario, tiene como objetivo la pasividad de las masas y las decisiones tomadas por las instituciones posdemocráticas y transnacionales.

“Lo bajo” del pueblo, la masa nacional-popular, la clase trabajadora debe moverse para reabrir el conflicto entre siervo y señor. Hoy en día el conflicto lo controlan de manera unívoca los que están arriba en contra de los que están abajo, pero debe volver a surgir un conflicto de abajo hacia arriba. Por esta razón, en la lucha de clases llevada a cabo desde arriba por parte de la élite globalista líquido-financiera, la disolución de las soberanías de los pueblos tiende siempre (pensemos tan solo en la Unión Europea) a ser funcional a la supresión de las soberanías de los pueblos, para que las decisiones se tomen en los consejos de administración posnacionales.

Por todo lo dicho anteriormente, queda clara, una vez más, la existencia de un vínculo inevitable entre democracia y espacio nacional, por una parte, y entre dictadura de lo económico y espacio cosmopolita por la otra. La lucha de clases hoy en día se da entre la apertura financiera ilimitada y la autonomía nacional del “pueblo” que decide por sí mismo.

Pues bien, tras los pasos de Lenin, «el señor», que un tiempo era nacionalista, ahora es cosmopolita; por lo tanto, el siervo debe ser soberanista internacionalista, nunca nacionalista en sentido regresivo, o cosmopolita en sentido liberal. El nacionalismo como individualismo capitalista vinculado a la nación, aplica el competitivismo del “bellum omnium contra omnes” (guerra de todos contra todos) para relacionarse con las demás naciones. Si el nacionalismo reaccionario pudiera hacerlo, neutralizaría a las otras naciones para proteger a su propio egoísmo adquisitivo. Por su parte, el cosmopolitismo lucha contra la dimensión nacional, lo hace en nombre de una “openness” que es la apertura de la libre circulación desregulada de los mercados, de las mercancías y de las personas cosificadas.

Esta es la razón por la cual el internacionalismo revolucionario socialista (que representa una alternativa tanto al cosmopolitismo liberal como al nacionalismo regresivo) valora la dimensión nacional sin ser nacionalista; sabe muy bien que uno no puede ser internacional sin ser nacional (esto lo escribe también Engels), y que uno no puede ser democrático y socialista sin derrocar al nacionalismo imperialista y a su evolución globalista, a saber, el cosmopolitismo liberal que es la dominación planetaria de una sola nación (la monarquía talásica del dólar) y de una sola manera de pensar, existir, hablar y relacionarse.

Por este motivo yo apoyo abiertamente el internacionalismo socialista desde un enfoque marxista, que no es, repito, ni el cosmopolitismo liberal ni el nacionalismo regresivo. Es necesario combinar la acción soberanista de los pueblos con el internacionalismo socialista para que se oponga tanto al nacionalismo imperialista como al cosmopolitismo mercantil.

Es preciso hacer valer la idea de una constelación nacional no posnacional, como en cambio diría Habermas, de patrias solidarias y comunitarias, socialistas y democráticas, respetuosas de su propia alteridad irreductible y, al mismo tiempo, concebidas como hermanas, no como competidoras en la arena de la guerra de todos contra todos. Es, básicamente, el viejo internacionalismo que la izquierda institucionalizada ya no quiere aceptar, difamándolo más bien como “nacionalismo”, puesto que el internacionalismo recupera realmente la idea de nación pero repudia ese “nacionalismo”, y las izquierdas institucionalizadas se han volcado al cosmopolitismo liberal y no aceptan la idea misma de nación, descartándola de inmediato como nacionalista.

Se han apoderado de los mapas del enemigo liberal y cosmopolita. No debemos, pues, sorprendernos si esas izquierdas reaccionan tan violentamente contra quien hoy habla de soberanía nacional, incluso en clave marxista y socialista. Al fin y al cabo, si hasta Lukács y su “Historia y conciencia de clase” así como Karl Korsch y su “Marxismo y filosofía” fueron expulsados y liquidados como revisionistas, ¿por qué deberíamos sorprendernos nosotros, que somos infinitamente más pequeños que ellos?

Fuentes:

https://canarias-semanal.org/art/31074/internacionalismo-socialista-o-cosmopolitismo-liberal

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