Sesenta aniversario de la contrarrevolución húngara de 1956

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MONOLITO (TODAVÍA EN PIE), EN HUNGRÍA, EN HOMENAJE A LOS CAÍDOS POR LA CONTRARREVOLUCIÓN HÚNGARA. DICE LA LEYENDA: “GRATITUD ETERNA Y GLORIA A LOS HÉROES SOVIÉTICOS QUE SACRIFICARON SUS VIDAS POR LA LIBERTAD DEL PUEBLO HÚNGARO DURANTE LA CONTRARREVOLUCIÓN DE OCTUBRE DE 1956”

A la hora de analizar o cotejar los acontecimientos ocurridos en la Hungría socialista de hace sesenta años podemos encontrar en la historiografía occidental una sincronizada colección de manidas, adulteradas y prostituidas versiones sobre aquellos hechos, utilizando como herramienta la propaganda de la guerra fría. La maquinaria (des) informativa del “mundo libre” se ha encargado de poner en circulación, desde que sucedió el mal llamado “levantamiento” o “revolución húngara anticomunista” una idea de que lo que allí ocurrió fue un ejemplo de la lucha por la “libertad” y los derechos civiles de un pueblo contra la tiranía comunista. Palabra (libertad) que fue puesta incluso en boca de asesinos profesionales como George W. Bush, cuando en las conmemoraciones-aniversario de hace unos cuantos años el gran criminal americano puso como ejemplo de su particular concepto de “democracia” a los insurrectos “mártires” húngaros caídos en los enfrentamientos contra las tropas soviéticas y los leales al gobierno socialista húngaro.

Es curioso que tan sólo dos años antes de la publicitada por Occidente “revolución húngara” (¿revolución?, ese vocablo que resulta pestilente en boca de las élites político-financieras mundiales cuando va contra ellas) la amnesia de las democracias mundiales impide recordar que EEUU y sus aliados de Europa Occidental habían dado un golpe de Estado en Guatemala a través, como siempre, de la CIA y depuesto a su presidente legítimo, Jacobo Árbenz (un socialdemócrata moderado pero con una política exterior no sometida a los dictados del imperio; en la línea de Salvador Allende); eso sí, no faltando, previamente al golpe, las correspondientes decenas de muertos y campañas de terrorismo y sabotajes en toda Guatemala, con el sello inconfundible de la CIA. También, cabe recordar que tres años antes, en Irán, la CIA había depuesto el presidente legítimo de ese país, Mossadegh, mediante otro golpe cruento marca de la Agencia del crimen organizado. Mossadegh estaba dispuesto a nacionalizar los recursos naturales que legítimamente le correspondían al pueblo iraní y no a las multinacionales petroleras estadounidenses, como pretendía EEUU, quién “lógicamente” no permitió tal cosa y colocó a un déspota criminal en el poder afín a sus intereses: el monarca Reza Pahlevi, alias el Sha.

Las llamadas “revueltas” húngaras anticomunistas acaecidas en otoño de 1956 no fueron otra cosa que una sublevación golpista (como aquí lo fue, por ejemplo, la del General Franco), de marcado componente fascista y, dicen algunos, que antisemita, algo que han intentado esconder, deliberadamente, los publicistas sionistas de la guerra fría (y caliente) que dieron su versión sesgada de estos hechos, tanto desde el ultraconservadurismo capitalista como desde el “socialismo progre-troskista”. Se ha hablado, hasta la saciedad, repitiendo mil veces una mentira hasta que parezca verdad, de que en Hungría se produjo una “Invasión” soviética cuando la realidad es que se trató de una ayuda internacionalista, en el marco de cooperación entre dos países pertenecientes al Pacto de Varsovia. Por tanto NO se trató, en ningún caso (al igual que en la llamada “primavera de Praga checoslovaca” y años después en Aganistán), de invasión soviética alguna. Las invasiones, de verdad, han estado siempre protagonizadas, invariablemente, por un mismo actor o actores: EEUU y sus aliados de la OTAN (léase, Irak, Afganistán, Libia, Panamá, Vietnam, Siria, etc ¿seguimos?).

Paradójicamente, mientras la maquinaria de propaganda de guerra occidental en contra el bloque soviético se focalizaba agresivamente contra la Hungría socialista, las potencias imperiales que se hacían llamar democráticas intervenían militarmente, para no variar, en países del Oriente Medio cuando sus espurios intereses neocoloniales se veían amenazados. Así sucedió, ese mismo año de 1956, con el Estado racista de Israel, la Francia del sobrevalorado De Gaulle (un Adenauer a la francesa) y el Reino Unido (del aristócrata Anthony Eden, ex delfín de Churchill), quienes desencadenaron una agresión militar contra el Egipto de Nasser con la “excusa” de la nacionalización del Canal de Suez por el líder egipcio. Todo ello, como es costumbre en el neocolonialismo occidental, sin mediar acuerdo de la ONU y actuando como saben hacerlo: vulnerando el derecho internacional.

Los meses previos al intento de golpe de Estado en Hungría se caracterizaron por una frenética actividad involucionista exterior para organizar a los grupos “disidentes”, tanto los que estaban infiltrados en el gobierno como a nivel de calle. Uno de los puntos álgidos que impulsaron la violencia insurreccional contra el dividido gobierno húngaro, a cuya cabeza estaba el “reformista” Imre Nagy (un paje, en la práctica, de EEUU), fue el discurso del líder soviético, Nikita Kruschev, criticando duramente a su antecesor, Jose Stalin, en el XX Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), celebrado el mismo año del “golpe húngaro”. La maniobra oportunista del dirigente revisionista ruso, pretendiendo dar un falso aire “renovador” al socialismo soviético, estuvo a punto de volverse en su contra ya que faltó poco para que cambiase el sistema de equilibrio político y geoestratégico en Europa, de consecuencias imprevisibles.

La fanfarronada del atrabiliario Kruschev no pasó desapercibida para la entonces poderosa e influyente Radio Free Liberty Europa, la emisora anticomunista creada por la CIA para alentar, mediante vías violentas, cambios políticos en los países que conformaban el entonces bloque socialista, con el objetivo de que se acercaran e integraran en el área de influencia política de EEUU y la OTAN. Al calor del discurso anti-estalinista del Kremlin, la Radio Free Liberty no desaprovechó la ocasión y empezó a editar miles de folletos y publicaciones hostiles en contra del gobierno húngaro valiéndose de todos los medios posibles, incluso lanzando globos propagandísticos al espacio aéreo de Hungría. En el primer semestre de 1956 (la involución golpista ocurrió a finales de octubre y primeros de noviembre de ese año) hasta en 293 ocasiones fueron detectados globos-propaganda donde se conminaba a los húngaros a que encabezasen una rebelión. Incluso hubo testimonios (del periodista británico John Adams) que hablaban de que fueron detectados cerca de tres mil globos en una noche, todos ellos lanzados desde una de las bases de Radio Free Europa en Baviera (Alemania).

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ASÍ SE LAS GASTABAN LAS HORDAS CRIMINALES DE LA CONTRARREVOLUCIÓN. UN CIUDADANO AFÍN AL GOBIERNO LEGÍTIMO HÚNGARO, DESPUÉS DE SER ASESINADO Y COLGADO PÚBLICAMENTE, ES ESCUPIDO

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LOS “HÉROES” A LOS QUE MANUELA CARMOMIA, LA ALCALDESA DE MADRID, Y OTROS PÚTRIDOS REPRESENTANTES DE LA POLÍTICA ESPAÑOLA, HA HOMENAJEADO CON UN MONOLITO PARA “HONRAR” A LOS GRUPOS CRIMINALES QUE FINANCIÓ LA CIA Y LA OTAN SON LOS QUE SE ENSAÑARON CONTRA UN CIUDADANO QUE NO SE UNIÓ A LAS HORDAS PRO-NAZIS

A partir de entonces, las fuerzas contrarrevolucionarias y los grupos fascistas “horthystas” (afines al líder pro-nazi, el almirante Miklos Horthy, colaboracionista con el régimen de Hitler) empezaron a crecer en número y a llevar el peso de las protestas con financiación y armas procedentes desde el exterior, siendo coordinados todos ellos en territorio húngaro por otro antiguo nazi, el general Bela Kiraly. Este último, fracasada la revuelta golpista, huyó a EEUU y fue recibido años más tarde, tras la caída del socialismo real, como un “héroe” en la ya capitalista, reaccionaria y otánica Hungría (la del hoy populista nacionalista ultraconservador Viktor Orban). La biografía de Kiraly, huelga decir, ha sido aseada convenientemente por los agit-prop del Oeste para entronizarle como el líder que quiso llevar la democracia a su país. Era el perfecto “demócrata” vasallo de la CIA que ansiaban en Washington.

En el exterior del país húngaro, además de la emisora golpista Radio Free Europe, el que fue jefe de operaciones encubiertas de la CIA en Europa, Frank Wisner, jugó un papel activo en la contrarrevolución húngara siendo señalado por algunos como el culpable de instigar el levantamiento con promesas de enviar armamento militar que, según algunas fuentes, nunca llegó a buen término, aunque esto, en la práctica, no resultó ser así. Las armas llegaron incluso utilizando “organizaciones humanitarias” como la Cruz Roja.

En 1956, el jefe de la logia masónica Propaganda 2 (P2) y cabecilla principal (o uno de ellos) de la red terrorista Gladio en Italia, el conocido criminal Licio Gelli, era director de una empresa llamada Permindex con sede en Basilea, que en realidad se trataba de una fachada de la CIA integrada dentro de la estructura de Gladio. La administración de la misma la llevaba el mencionado Wisner y desde Permindex se enviaron armas al presidente “reformista” Imre Nagy y a las fuerzas contrarrevolucionarias húngaras. Con lo que no contaron (y esperaban) los amotinados es que Occidente no se “implicase” en una invasión militar directa (de la OTAN), que esperaban como agua de mayo. Esto fue, probablemente, lo que impulsó a los criminales golpistas a empuñar las armas y a cometer asesinatos de forma indiscriminada en las calles húngaras, actuando como auténticas “Sturmabteilung” (las tropas de asalto de Hitler).

En consecuencia, la mal llamada “revolución” (golpista) de Hungría fue un montaje perfectamente orquestado por la CIA a través de su títere principal, Imre Nagy, que fue el que estrenó la partitura. Nagy, el agente seleccionado por EEUU, utilizó un discurso populista, nacionalista, engañoso y claramente entreguista, al calor del oportunista y demagógico informe de Kruschev en el XX Congreso del PCUS, consiguiendo que una parte del pueblo húngaro se lo creyera, más o menos, de forma sincera (junto a los panfletos de Radio Free Europe). Mientras, por otro lado, las fuerzas reaccionarias más ultranacionalistas y pro-nazis, con el aval de haber sido muchos de ellos colaboracionistas con el régimen de Hitler, se unieron al fervor anticomunista para manifestarse en contra de la URSS y del Pacto de Varsovia, armas en mano. Nacionalismo de corte fascista y antisovietismo propagado por el Oeste se fundían por igual. A finales de octubre de 1956 dieron comienzo las manifestaciones opositoras, impulsadas por la CIA a través de Radio Free Europe, en su sede de Viena.

A este respecto, cabe señalar que el propio Richard Nixon, vicepresidente entonces de los EEUU, nada más comenzar el levantamiento húngaro se apresuró a viajar a Austria, a una localidad fronteriza con Hungría. Allí tuvo un encuentro con un grupo de representantes de los sublevados (“refugiados” en el argot imperial) a los que, según sus propias palabras, preguntó ¿Creen ustedes que La Voz de América y Radio Europa Libre [las armas mediáticas de la CIA] han contribuido a estimular la insurrección?. La respuesta, obvia, fue un “si” que desmontaba, vía hechos sobre el terreno, que no hubo, en ningún momento, el levantamiento espontáneo y “popular” que la falsa propaganda oficial occidental ha dejado para los libros de historia.

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LA PARTICULAR “VENDETTA” CONTRA LOS COMUNISTAS POR PARTE DE LOS ESBIRROS DEL NAZISMO HORTHISTA

Budapest fue donde los ataques armados de las recién constituidas milicias anticomunistas resultaron ser más intensos y encarnizados, mientras que el gobierno leal al Pacto de Varsovia (el luego reformista Janos Kadar y Ferenc Munnich, entre otros), el grueso del ejército húngaro, los obreros y campesinos y las divisiones soviéticas, se constituyeron como un frente antifascista. A finales de octubre Nagy ya había capitulado políticamente de forma definitiva y se entregó a un falsificado discurso de “independencia” y a una “Hungría libre”, sabiendo que bajo esa fachada aséptica de aparente “neutralidad” se escondía la financiación ideológica y monetaria de las potencias occidentales, al igual que el suministro de armas, cuyo trasvase se hizo a través de los generales golpistas Bela Kiraly y Maléter.  La contrarrevolución húngara fue planificada y supervisada al detalle por EEUU y la OTAN, teniendo como centro de operaciones la Alemania del Oeste, del “ex nazi” Konrad Adenauer, donde residían bajo protección (además de numerosísimos criminales de guerra nazis) antiguos camaradas del aliado de Hitler, Horthy, y bastantes emigrados anticomunistas.

Un destacado papel protagonista, muy activo, en la guerra contra la Hungría socialista corrió (tardaba en faltar a la cita) a cargo de la Iglesia católica húngara. La iglesia de Cristo siempre ha estado presente, de manera preeminente, en todos los grandes golpes de Estado fascistas cruentos del siglo XX. En Hungría, en 1956, lo hizo por medio de su cardenal Primado, Jozsef Mindszenty, quien lanzó proclamas a favor del capitalismo y la propiedad privada. La iglesia romana, a través de uno de sus sicarios de sotana se posicionaba, una vez más, como aliado del fascismo y los detentadores del poder gran capitalista. Mindszenty, una vez derrotados los planes golpistas de la CIA y Radio Free Europe, buscó refugio donde mejor podía hacerlo: en la embajada de EEUU en Budapest, para hacerse, ante los ojos del mundo, la víctima y mártir del comunismo durante quince largos años. El lugar, sin duda, era el idóneo para organizar una campaña de acoso, desgaste y derribo del gobierno socialista húngaro. Recibía, de este modo, el jerarca católico húngaro, protección en la guarida de los que habían planificado la violencia y el derrocamiento por vía cruenta de la Hungría socialista.

El ejército soviético intervino en Hungría a primeros de noviembre de 1956 a un coste altísimo (en miles de vidas), tanto entre las filas contrarrevolucionarias como de las propias tropas soviéticas y de la población civil que se puso del lado del gobierno legítimo. Finalmente, al cabo de dos días la revuelta anticomunista fue aplastada y se llegó a retomar el control de la situación aunque, sin duda, Hungría quedó marcada por estos hechos hasta que a finales de los años ochenta, en el marco de las llamadas cínicamente “revoluciones de terciopelo”, tuteladas, orquestadas y monitoreadas por Occidente y sus agencias de espionaje, Hungría entregó definitivamente el país a EEUU y la OTAN.

Los responsables principales del golpe de Estado huyeron del país, pero a los autores de los crímenes se les persiguió con merecida dureza y el cabecilla principal, Imre Nagy, fue fusilado. El saldo dejado por la subversión anticomunista fue el asesinato de miles de personas que tuvieron la desdicha de no ser afines a los sublevados, con métodos tan crueles como los que habían practicado los nazis años atrás durante la ocupación. Se utilizaron todos los medios para conseguir llevar a buen término la violencia insurreccional, en particular utilizando a organizaciones “humanitarias” como la Cruz Roja, que se vio envuelta en las actividades criminales de los golpistas, como años antes había ocurrido con el nazismo proporcionando ayuda a criminales de guerra del III Reich para fugarse a Sudamérica.

En particular, respecto de esta última organización “humanitaria”, se incautaron vehículos oficiales de Cruz Roja Internacional que procedían de Austria y que no iban, precisamente, hacía Hungría cargados con ayuda humanitaria sino más bien pertrechados de armas hacia los “rebeldes”, algo que fue detectado por las tropas soviéticas que los requisaron sin contemplaciones. El tratamiento informativo de entonces es que los “salvajes” soviéticos no respetaban ni siquiera a un convoy humanitario de Cruz Roja. Vamos, como ahora hacen los rusos con los camiones terroristas del ISIS procedentes de Turquía que dicen entraban en Siria con ayuda humanitaria, o con la fachada humanitaria terrorista de Occidente, los Cascos Blancos sirios.

Los sublevados húngaros huidos a países como la vecina Austria continuaron realizando actividades contrarrevolucionarias, algo que pudieron advertir las autoridades austríacas, que no estaban dispuestas a consentirlo (a pesar de que Austria era territorio de operaciones de la Radio Free Liberty y la CIA): En febrero de 1957 una directiva del Ministerio del Interior (austríaco) hizo mención a las actividades políticas y de inteligencia de los refugiados húngaros en Austria: “El Ministerio del Interior, decía la nota, en ningún caso, está dispuesto a tolerar cualquier actividad por parte de extranjeros en Austria que tenga por objeto perturbar la convivencia pacífica de la República con otros Estados o que pretende influir en la situación política interna de otros países”. Papel mojado, puesto que la “neutral” Austria había estado dando cobijo a las actividades contrarrevolucionarias meses atrás, de las que debía tener total conocimiento.

Se podría decir que el “levantamiento húngaro” de 1956 fue uno de tantos procesos contrarrevolucionarios que la CIA y la OTAN intentaron llevar a cabo en los países del bloque soviético. Una “revolución” tan “espontánea” y “natural”, tan “libre”, como los golpes de Estado que planificaban a diario la CIA y el Pentágono para aquellos países que no se plegaban a la dictadura neocolonial del Nuevo Orden estadounidense surgido tras la II Guerra Mundial.

Fuentes:

https://uraniaenberlin.com/2016/10/20/sesenta-aniversario-de-la-contrarrevolucion-hungara-de-1956/

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