Manuel Medina
Según sostiene en este artículo el profesor de historia Manuel Medina, la historia política norteamericana se ha caracterizado a lo largo de estos tres últimos siglos por la permanente presencia de un «enemigo exterior» que unifique la voluntad de sus ciudadanos alrededor de la autoridad de su gobierno. En la segunda mitad del siglo XX , Washington atribuyó a la Unión Soviética el desempeño de ese papel, Pero atendiendo a la documentación histórica ¿Se encontraba la Unión Soviética en situación de poder asumir ese papel?
De acuerdo con los datos que nos ofrece la documentación histórica existente en relación con el periodo conocido como «la Guerra Fría», se puede asegurar que la «amenaza soviética», tal y como fue descrita por los estrategas político-militares estadounidenses, jamás existió.
A estas alturas del siglo XXI puede sostenerse, más bien, todo lo contrario. Se trató, en realidad, de un espantajo fantasmagórico, deliberadamente urdido por el Gobierno norteamericano, cuyo objetivo no fue otro que el mantener atemorizada a una parte de la opinión mundial, hasta tal punto que través de ese mismo terror mediático el Ejecutivo estadounidense se encontrara en condiciones de justificar sus acciones político-militares en el exterior.
1945 : UN CAMBO RADICAL EN LA CONFIGURACIÓN POLÍTICA MUNDIAL
A mitad del siglo XX, las circunstancias históricas habían cambiado radicalmente. El desenlace de la II Guerra Mundial había dejado atrás a aquellas épocas en las que los colonos europeos podían dormir plácida y sosegadamente la siesta, abanicados por algún súbdito de sus extensos dominios.
En 1945, una parte de los habitantes de las viejas colonias imperiales habían tenido la oportunidad de constatar por ellos mismos que Inglaterra, Bélgica y Francia ya no eran el gigante imbatible que hasta entonces se habían estado imaginado.
No habían sido pocos los súbditos de las colonias que se vieron obligados a engrosar los batallones franceses, belgas e ingleses durante las dos guerras mundiales. Tanto en una como en otra ocasión éstos pudieron comprobar por ellos mismos las enormes debilidades de las que adolecía el supuestamente invencible “gran padre blanco” frente a los Ejércitos alemanes.
Los imperios coloniales europeos no sólo salieron seriamente maltrechos económicamente de ambas conflagraciones mundiales. Al quedar al descubierto tanto sus debilidades como sus contradicciones permitieron que la llama anticolonialista prendiera sobre toda Asia y África.
Por otro lado, los países de la Europa oriental, hasta dónde el Ejército Rojo había podido llegar en su combate contra los alemanes, inauguraron, con mejor o peor fortuna, regímenes sociales que cuestionaban la esencia misma del sistema capitalista.
Paralelamente, en la Europa occidental los partidos políticos de izquierdas obtenían arrolladores resultados en las elecciones. El temor a la “marea roja” se apoderó de la burguesía americana y europea. Los primeros tuvieron que inventarse «el fantasma del peligro rojo». Los segundos, atemorizados por sus antiguas complicidades políticas con los ocupantes nazis, se vieron impelidos a realizar impensables concesiones a sus respectivas clases trabajadoras: atención sanitaria gratuita, derecho de paro, escuelas públicas, vacaciones pagadas, pensiones…
El «pánico de clase» que sufrió la burguesía europea alcanzó tales límites que la llevaron a aceptar la nacionalización de diferentes recursos de su economía, como los Transportes, la Educación o la Sanidad.
El mundo de la posguerra fue, ciertamente, un mundo convulso, pero sus contradicciones estuvieron engendradas por el propio sistema económico y político, no por el desafío de ningún otro factor externo.
¿ POR QUÉ LA «AMENAZA SOVIÉTICA» FUE UNA BURDA INVENCIÓN?
La llamada “amenaza soviética” no fue más que una invención diseñada a propósito en los laboratorios del expansionismo norteamericano. Hoy se dispone de pruebas documentales que demuestran que ni siquiera sus propios autores le otorgaban la más mínima verosimilitud a su existencia. Solo personajes como James Forrestal, Secretario de Estado para la Marina, que se suicidó enloquecido en un hospital psiquiátrico porque veía horrorizado como llegaban los rusos a través de su ventana, daba crédito a una patraña de aquella envergadura.
La imposibilidad de que existiera una «trama soviética», hábilmente manejada por José Stalin desde su despacho del Kremlin, no sólo fue una burda majadería propagandistica sino que no dispuso nunca de la más elemental posibilidad de realización .
La imposibilidad de que la URSS pudiera constituir en aquellos momentos una amenaza seria frente al poderío de los Estados Unidos era una elemental evidencia. La Unión Soviética fue el país sobre cuyas espaldas recayó el peso fundamental de la guerra contra Alemania. El carácter intensamente devastador de la invasión hitleriana dejó tras de sí a 25 millones de muertos sobre su inmenso territorio. Ningún otro país en el planeta había sufrido unos daños tan gigantescos.
En su participación en la misma contienda bélica los Estados Unidos tan sólo perdieron 400.000 soldados, una buena parte de ellos en el frente en contra de Japón. Dicho de otra manera, por cada norteamericano muerto correspondieron 50 muertos rusos. Ni que decir tiene que tal desproporción resultaba tan gigantesca gigantesca que hacia inimaginable la capacidad de los sovieticos para constituir un autentico desafio para Occidente.
Pero sucedía, además, que sobre la amplia geografía de los EEUU no habia caido ni una sola bomba a lo largo de toda la guerra. Sus industrias no dejaron en ningún momento de funcionar. Tampoco sus campos dejaron de producir. Ello convirtió a los Estados Unidos en el principal proveedor mundial de mercancías. Un hecho, por cierto, que sirve para explicarnos cuáles han sido los pilares sobre los que se ha sostenido su hegemonía en el comercio mundial durante décadas.
No fue eso lo que le sucedió a la Unión Soviética, que aunque entre 1917 a 1939 pasó de ser una economía feudal a convertirse en el segundo país más industrializado del planeta, ese vertiginoso desarrollo económico fue dramáticamente truncado por la brutal invasión hitleriana.
Tan sólo tres años después de haber concluido la II Guerra Mundial, en 1948, el ministro de Sanidad de la antigua Unión Soviética, E. Smirnov, se lamentaba horrorizado de como, por falta de vasos, en los hospitales de su país se daba de beber a los enfermos en latas cochambrosas, repletas de herrumbre, con bordes retorcidos. La guerra había destruido la tercera parte del patrimonio nacional soviético. De acuerdo con la cotización monetaria de entonces, el valor de lo que fue destruido ascendió a 485 mil millones de dólares, una cifra impensable si intentáramos traducirla a su equivalencia actual.
¿DESCONOCÍAN LAS ALTAS ESFERAS POLÍTICAS Y MILITARES ESTADOUNIDENSES ESE PANORAMA?
Michael Sherry, un investigador norteamericano que ha tenido acceso a los expedientes de los archivos de la época, asegura que
“según reconoció el Mando de las Fuerzas Armadas la Unión Soviética no representaba un peligro inmediato. Su economía y sus recursos materiales se encontraban agotados por la guerra… Por tanto, en los primeros años deberá concentrarse en la reconstrucción interna… Pero sus posibilidades, con independencia de lo que pensemos de las intenciones rusas, no dan motivo suficiente para designar a la URSS como enemigo potencial.”
En agosto de 1945, fecha en la que Hiroshima y Nagasaki fueron arrasadas, los Estados Unidos disponían sólo de las dos bombas atómicas que habían utilizado contra esas ciudades. Pero apenas cuatro meses después, a finales de 1945, sus arsenales atómicos almacenaban nada menos que 195 ingenios termonucleares. La URSS, que ya por esa fecha había empezado a ser descrita por la iconografía norteamericana como el “enemigo diabólico”, no poseía todavía ni una sola bomba atómica.
Europa, por tanto, no estuvo nunca amenazada por ningún tipo de potencial “agresión soviética”. En realidad, lo que asustaba a los americanos y a las clases dominantes europeas era la posibilidad de que se constituyeran alianzas entre las fuerzas populares que habían luchado contra el fascismo.
En cualquier caso, para los Estados Unidos no era novedosa la práctica de “construir” enemigos. Desde su nacimiento como nación, en 1776, había sido un país cuyas fronteras se encontraban en constante movimiento y despliegue. Esa pulsión expansionista se convirtió en una constante de su política exterior. Las clases dirigentes norteamericanas han tenido que justificar, ante su propio pueblo, sus continuas intervenciones militares, desencadenadas generalmente por causas inconfesables. Y, preciso es reconocerlo, aprendieron a hacerlo con auténtica maestría. Con el paso del tiempo, los gobernantes estadounidenses desarrollaron una gran pericia en el arte de colar por el ojo de la cerradura de cada hogar americano la imagen maléfica de un enemigo que les sirviera para unificar la voluntad de la nación.
Cuando se hizo necesario arrebatarle a México una parte importante de su territorio, los mexicanos fueron previa y sistemáticamente demonizados por los rotativos estadounidenses de entonces. Mas tarde, el fantasma del enemigo se encarnó en España, justo en el momento en el que las ambiciones anexionistas sobre su colonia de Cuba se hicieron irrefrenables.
Posteriormente, coreanos, vietnamitas, cubanos, nicaragüenses y dominicanos, iraníes, chinos, iraquíes, libios entre otras muchas nacionalidades, se encargaron de llenar de temores las mentes del norteamericano medio.
Aun durante estas últimas décadas, cuando ya el “Imperio del Mal”, la URSS, se había esfumado de la faz de la tierra, y la potencia militar norteamericana parecía no tener rivales, nuevos e interminables enemigos, –árabes, Ben Laden, Pekín, Moscú, Pionyang, el terrorismo internacional etc., no han dejado de cernirse sobre las atribuladas conciencias de los norteamericanos medios, acosados siempre por malvados y perversos comunistas que querría arrebatárselo todo.
(*) Manuel Medina es profesor de historia
Fuentes:
https://canarias-semanal.org/art/33543/pero-existio-alguna-vez-la-amenaza-sovietica