Ernesto Estévez Rams
En el filme estadounidense de 1988, Ellos Viven, Juan Nadie, un desclasado social, halla, en una iglesia abandonada tras una operación policial contra un grupo de «terroristas», unas gafas que, cuando se las pone, ve la realidad de los mensajes subliminales que nos rodean: desnudan los símbolos.
Juan Nadie camina por las calles de la ciudad con las gafas puestas, y los que son atractivos carteles publicitarios, con mujeres objetivadas para vender algo, dejan de ser tal cosa y delatan explícitamente el mensaje de sujeción social que realmente transmiten. Lo mismo ocurre con todo lo que le rodea. Ver el dinero a través de las gafas, es ver impreso en un cartel que dice: Tu dios. Leer una revista es ver repetidos mensajes de: obedece, no pienses, etc. Las personas, vistas tras las gafas, son zombies pancistas incapaces de voluntad propia. Los dictadores de tal estado de cosas son extraterrestres que controlan el mundo.
Solo les importa el dinero
Cuando Juan Nadie quiere que su amigo, un negro, obrero como él, use las gafas, este, aterrado, lo rechaza, incluso al punto de la violencia. Una escena se desata en que ambos amigos forcejean, uno por colocarle las gafas que le harán ver la realidad de la dictadura de los símbolos, sostenedores ideológicos de la otra dictadura, y el otro tratando de evitar, a todo costo, que le muestren la realidad que lo sacará de su anuladora comodidad mental. Armitage, el amigo de Juan Nadie, se opone a que le enseñen la cruda desnudez del mundo que habita.
El filme, basado en el cuento corto Ocho en punto en la mañana, de Ray Nelson, es una crítica a la realidad que impuso en Estados Unidos el estreno neoliberal de manos de Ronald Reagan. Según su director, John Carpenter, su intención de hacer la película le vino como resultado de haberse percatado de «que todo lo que vemos está diseñado para vendernos algo… Lo único que quieren es tomar nuestro dinero».
La cinta, a pesar de un éxito modesto inicial, ha sido enterrada en el olvido y hoy es recordada como película de culto en un circuito pequeño de cinéfilos, pero el sistema no perdona. En la era de los celulares, aplicaciones que simulan el efecto de las gafas pueden ser adquiridas en las tiendas online de internet. Es la denuncia del filme reducida a mera mercadería; el efecto revelador de la realidad convertido en otro servicio funcional a la misma maquinaria zombificadora.
En la novela Sueñan los androides con ovejas eléctricas, de Philip K. Dick, la tierra es un desastre ecológico. En ese estado de cosas, los seres humanos usan una máquina de sintonización de emociones. Tales aparatos le permiten, a quien los use, programar los estados anímicos que desean, de tal manera que alegría, euforia, depresiones, angustias, no son resultado de un contexto concreto de la realidad, sino caprichos volitivos del usuario de su propia caja emocional. Las personas, sin dicho chisme, se sienten desorientadas, incapaces ya de generar emociones espontáneamente, y mucho menos generar pensamiento emancipador del estado de cosas imperante.
La novela fue la inspiración del filme de Ridley Scott, de 1982: Blade Runner. Al guion no llegó nada de la dichosa maquinita. ¿Quién sabe? ¿Quizá demasiado revelador sobre una realidad ya presente?
El precio de la rebelión
Cypher, en la primera entrega de Matrix, es un rebelde de la nave Nabucodonosor, liderada por Morfeo, que decide traicionar cansado de la vida dura y la escasez que le depara la realidad y el camino que ha escogido. La película, primera de una saga de tres, todas dirigidas por las ahora hermanas Wachowskis, es una narración apocalíptica posmoderna. En ella el mundo es pura ilusión alimentada cibernéticamente por una inteligencia artificial, que ha reducido al género humano a meros generadores de energía. Cada ser humano realmente habita una especie de útero que lo alimenta y donde, por medio de distintas conexiones, le crea una realidad virtual donde nuestra conciencia convive entrelazada con las demás, e ignorante de su verdadera condición de alimento.
Aquellos que han logrado liberarse de la matriz y luchan por derrotar al sistema opresivo que ella impone, pagan el precio de vivir una realidad sin adornos; un mundo pos-apocalíptico donde el planeta sufre las consecuencias del uso de armas nucleares. En ese contexto duro, los rebeldes habitan una ciudad subterránea donde la vida es una batalla diaria por la sobrevivencia. Rodeados y bloqueados, sus naves son acechadas por máquinas sicarias de la otra que domina al mundo.
En la conversación donde Cypher sella su traición, confiesa que él sabe que todas las comodidades que le pueden ofrecer son pura virtualidad creada por una fábrica de símbolos hecha para generarnos una falsa conciencia; pero se cansó de saber, prefiere aceptar la ilusión confortable a la realidad difícil. Solo pide que le toque, en ese mundo de fantasía, todo lo posible: dinero, fama, lujos.
Miedo y egoísmo
El instrumento del miedo ha sido siempre el más efectivo para asegurar el dominio clasista de los pocos sobre los muchos. Ese miedo es, en primer lugar, cultural, y cuando no basta, se recurre a la otra violencia. El miedo cultural implica imponer la actitud del rebaño que, viniéndole evolutivamente, una parte de él pugna por un status quo que, aun disfuncional, conoce, y donde se ha adaptado a sobrevivir.
Es a la totalización de ese miedo que el capitalismo apuesta como uno de los ejes de su discurso ideológico. Con la llegada irremediable de su declive, el capitalismo ya no aboga por un mundo mejor, reduce su discurso a que cualquier alternativa sería peor. A ese discurso le acompaña el otro que promete al individuo que la realidad de uno no tiene que ser la de las mayorías. El éxito se reduce a ti y se le despoja de su pretensión colectiva.
Cuando el discurso es insuficiente, la otra violencia entra a jugar su función reaccionaria. La realidad del rebelde debe ser convertida en tal infierno, que sus habitantes terminen prefiriendo regresar al capitalismo que seguir el bregar de emancipación. Y esa violencia que cerca, destruye y ahoga, es presentada, empaquetada de tal manera, que parezca que su denuncia la magnifica, y la culpa del sacrificio es del proceso que se empeña en ser liberador. La anulación simbólica de lo revolucionario precede a su aniquilación real.
Cuando el director de Ellos Viven contó sus preocupaciones, reflejadas en la película, sobre el carácter devorador de la sociedad capitalista, un directivo de los estudios Universal le dijo: «¿y que tiene eso de malo?». La respuesta que no quieren, es que digas: todo.
Cypher confiesa que ya está cansado del discurso de resistencia. La matriz te devora, pero si juegas sus cartas, tendrás tú lo que a la mayoría le es negado.
Dicen que cuando a Einstein, refugiado en EEUU, le dijeron que cien científicos en Alemania habían firmado una carta diciendo que sus teorías eran ciencia judía y, por tanto, falsas, él respondió: si una sola firma tuviera razón, bastaría.
El Etc., como título, se refiere a la lista de supuestas razones por las que deberíamos rendirnos. No vale la pena ni siquiera mencionarlas.
El instrumento del miedo ha sido siempre el más efectivo para asegurar el dominio clasista de los pocos sobre los muchos. Ese miedo es, en primer lugar, cultural, y cuando no basta, se recurre a la otra violencia.
Con la llegada irremediable de su declive, el capitalismo ya no aboga por un mundo mejor, reduce su discurso a que cualquier alternativa sería peor.
La anulación simbólica de lo revolucionario precede a su aniquilación real.
Fuentes:
https://agendacomunistavalencia.blogspot.com/2020/08/obedece-no-pienses-etcetera.html