Augusto Zamora es un nicaragüense que fue embajador de su país en España. Posteriormente, sería también profesor de Derecho Internacional Público en la Universidad Autónoma de Madrid.
Según ha reiterado Zamora en diferentes artículos y exposiciones, la humanidad se dirige hacia:
«un mundo de confluencia y cooperación», en el «que los grandes países tendrán sus áreas de influencia, pero no en el sentido imperialista o neocolonialista que históricamente y aún hoy tienen Estados Unidos y Europa».
Precisando aún más acerca de cómo concibe las características del mundo que se avecina, el ex diplomático agrega:
«Se tratará de un nuevo modelo de sociedad internacional en el que la influencia no será negativa, sino que adquirirá la forma de cooperación y entendimiento. Se trata de la que se daría, por ejemplo, entre China e India o se podría dar entre Europa y Rusia, una vez que se disipe la pesadilla estadounidense».
En opinión de Zamora, solo a partir de entonces:
«se podrá desarrollar este otro mundo, ya con otras reglas y sin estar planteándose, como se plantea Estados Unidos, mantener su hegemonía a punta de cañonazos y bajo amenazas, coacciones y sanciones».
Contrariamente a lo que muchos podrían pensar, lo cierto es que las ilusiones expresadas por este ex diplomático en los párrafos citados, en relación con la evolución del capitalismo actual, no son en absoluto novedosas. Forman parte, por el contrario, de un centenario debate que se planteó en el seno del movimiento socialdemócrata después de la muerte de Marx y que hoy se vuelve a plantear con el auge de las consideraciones sobre la llamada «multipolaridad».
Al igual que ha sucedido -y continúa sucediendo- con la vieja polémica de si la sociedad capitalista podría o no ser «reformada», intentando con el uso de cosméticos embellecer sus aspectos más lacerantes e inhumanos, el debate sobre la naturaleza del imperialismo no ha dejado de ser motivo de múltiples y enconados enfrentamientos a lo largo de un siglo entre aquellos que dicen querer combatirlo.
Sucede, además, que en los tiempos de derrotas como las que hoy estamos viviendo, este tipo de evasiones ilusorias crecen y crecen por doquier, como si de un enorme soufflé se tratara. Y preciso es reconocer que existe una tendencia muy humana que de manera obstinada se empeña en sustituir la realidad que nos resulta insoportable o dramática por ilusionantes pero endebles castillos de naipes. Especialmente en momentos en los que ni siquiera llega a atisbarse aún la reconstitución de organizaciones o movimientos revolucionarios cuya praxis logre fundamentarse en análisis científicos de la realidad circundante.
UN VIEJO DEBATE: ¿ES MODIFICABLE LA NATURALEZA EXPANSIONISTA Y DEPREDADORA DEL CAPITALISMO?
Fue en 1916 cuando el revolucionario ruso Vladimir Lenin escribió su famoso libro «El imperialismo, fase superior del capitalismo», un trabajo que terminó convirtiéndose en un clásico imprescindible para entender cuáles son los vectores que orientan los movimientos y el desarrollo de las grandes potencias capitalistas a partir del siglo XX.
En su libro, Lenin planteaba, – y demostraba -, que el imperialismo no era resultado de la decisión o el capricho de un Estado o de un grupo de Estados. Lo que Lenin demostró en el libro citado era que el imperialismo constituía una etapa inevitable del desarrollo económico capitalista, su última etapa, la etapa del capital monopolista, sucesora de la fase precedente del capitalismo competitivo.
Lenin vio claro -y también lo demostró- que el desarrollo del capital financiero conducía a los países capitalistas económicamente más desarrollados, de manera inexorable, hacia su expansión y, finalmente, hacia la explotación de otros pueblos y a la guerra. Para corroborar este aserto del revolucionario y teórico ruso nos bastaría con echar un vistazo a nuestro alrededor y constatar los movimientos que de forma «natural» han experimentado las grandes potencias mundiales a partir de una determinada fase de su desarrollo económico.
La interpretación de Lenin acerca de qué tipo de evolución caracterizaba a los Estados capitalistas con un desarrollo del capital monopolista y financiero determinado tuvo de forma inmediata aguerridos contradictores. Uno de ellos fue el político checo y miembro del Partido Socialdemócrata alemán, Karl Kautsky, que mantenía que era posible reemplazar las políticas imperialistas de las grandes potencias, por otro tipo de políticas de tipo pacifista.
En opinión de Kautsky cabía la posibilidad de que tuviera lugar una nueva etapa de desarrollo económico, una suerte de “ultraimperialismo”, en el que el planeta quedaría dividido entre unos pocos grandes monopolios, abriéndose así la posibilidad de establecer un «equilibrado consenso pacífico» entre las grandes potencias en litigio.
La diferencia esencial entre el planteamiento de Kautsky y el de Lenin en relación con el imperialismo consistía en que, mientras el primero mantenía que el imperialismo era solo «una política» adoptada por el capital monopolista, para Lenin, en cambio, el imperialismo era una etapa inevitable de su desarrollo y solo la lucha revolucionaria en contra del capital monopolista podría acabar con él y con las guerras imperialistas que inevitablemente generaba. La diferencia entre uno y otro no era en absoluto trivial.
Poco duraron, no obstante, las evanescentes ilusiones reformistas de Kautsky. La Primera y la Segunda Guerra Mundial se encargaron de convertir en trizas las expectativas de un político cuyo nombre y memoria, por cierto, solo se conservan en la historia gracias al libro-réplica que escribió Lenin, publicado bajo el título de «La revolución proletaria y el renegado Kautsky».
Los planteamientos, pues, del exdiplomático y también ex profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid, Augusto Zamora, aunque quizas él mismo lo ignore, no hace más que reproducir una viejísima polémica planteada hace nada menos que más de 100 años.
La ilusoria posibilidad de que pueda existir un sistema global capitalista no imperialista, pacífico y de cooperación podría ser «entendida» desde una perspectiva ajena a criterios estrictamente científicos. Puede resultar humanamente comprensible que la barbarie provocada en el planeta a partir de la desaparición de la URSS, con agresiones militares y económicas brutales en contra de países como Irak, Libia, Siria, Somalia, Yemen, Venezuela o Cuba, en el cortísimo tiempo histórico de solo tres décadas, haya logrado infundir tanto pavor hacia el mundo «unipolar» comandado por los Estados Unidos y sus aliados, que ello empuje a personas y a pueblos enteros a refugiarse en espejismos supuestamente protectores. Por otro lado, también resulta comprensible que los países del llamado «Sur Global» traten de aprovechar la emergencia de nuevas potencias mundiales para intentar aliviar el avasallador dominio -económico, militar y político- que hasta ahora venía ejerciendo sobre ellos la gran potencia del Norte. Pero nunca, en cualquier caso, las oportunidades que brindan los acontecimientos circunstanciales deberían nublar la visión objetiva de la realidad.
En cambio, resulta difícilmente comprensible que aquellos que disponen de las herramientas de análisis y del método que les permite desentrañar los fenómenos políticos y sociales dediquen su tiempo a fomentar ilusiones sobre la pretendida naturaleza «emancipatoria» de este nuevo escenario internacional que, a la postre, suelen tener resultados catastróficos.
De los escuetos párrafos de Augusto Zamora de los que hemos hecho referencia en el presente artículo, puede deducirse que el ex diplomático parece haber llegado a la conclusión de que el expansionismo agresivo que muestra el Gobierno de los Estados Unidos en contra de aquellos países y pueblos que se le resisten, lejos de ser el resultado del sistema económico social que lo sustenta y del papel que esta potencia desempeña, obedece a la naturaleza «intrínsecamente perversa» de la propia sociedad norteamericana. Por ello, con una ingenuidad rayana en la simpleza, impropia de un profesional del Derecho Internacional Público, el profesor Augusto Zamora piensa que una vez muerto el perro inevitablemente se acabará también la rabia.
El mundo que describen tanto Augusto Zamora como una creciente legión de defensores de un imaginario mundo capitalista pacífico y multipolar se asemeja a una suerte de fotograma fijo, congelado, similar a un fantástico cuento de hadas en el que las contradicciones sociales permaneceran también congeladas, o en trance de desaparecer, sin que sea necesario destruir el sistema económico que las genera mediante la lucha de clases.
En la «multipolaridad» imaginada por Zamora, y por otros muchos, se esfumarían como por arte de magia, las contradicciones de clase, la explotación o la competencia intercapitalista internacional. Repentinamente, la sangrienta experiencia de siglos es borrada de un irresponsable plumazo. De acuerdo con la idílica estampa que nos describe el exdiplomático, Rusia, la India, China o la UE – todos ellos países con formaciones sociales capitalistas, donde el hombre continúa siendo un lobo para el hombre, son presentadas como naciones capaces de repartirse pacíficamente sus «áreas de influencia» en una suerte de benevolente «win-win».
En la descripción del ex diplomático nicaragüense son suprimidas también realidades objetivas tales como el «desarrollo desigual» entre las diferentes áreas geográficas, o el fenómeno de la acumulación creciente de capital en unos «polos» basada en la superexplotación de otros, o la inevitable depredación medioambiental provocada por un sistema económico compulsivo e insostenible que está condenado a crecer indefinidamente para tratar de evitar su propio colapso.
Se desea transmitir así la pretensión quimérica de que tales problemas se podrán solventar en el marco de las diferentes sociedades capitalistas integradas en la nueva «multilateralidad», en la que las «entidades hegemónicas» capitalistas -o sea, lo que todavía hoy algunos nos atrevemos a denominar «países imperialistas» – concertarán acuerdos altamente beneficiosos para el conjunto de la humanidad. Tal propuesta no deja de ser sino una miserable trampa saducea.
Lo que no es, a nuestro juicio, sino la manera en la que hoy se nos vuelve a presentar la vieja promesa «reformista», tantas veces refutada por la tozuda realidad, de que facilitando el desarrollo del «capitalismo con rostro humano» nos podríamos ahorrar la ardua y peligrosa tarea de, un día, llegar a hacer la revolución.
Fuentes:
https://canarias-semanal.org/art/33802/la-evanescente-ilusion-de-un-mundo-multipolar-capitalista-pacifico-y-de-cooperacion