Andrés Piqueras
Al Sistema le falta con creciente angustia “la sangre” del valor-plusvalor.
EE.UU. como hegemón mundial ha venido encargándose desde el fin de la II Gran Guerra de crear o recrear, organizar y dirigir el conjunto de instituciones mundiales necesarias para la gestión y regulación global del Sistema Mundial capitalista.
Esa formación social imperial, como veladora última del funcionamiento del capitalismo global, ha asumido también la función de establecer el entramado jurídico-institucional valedor de su acumulación de capital a escala planetaria (ONU, FMI, BM, OMC, cumbres o entidades de coordinación con el resto de las principales potencias subordinadas, tribunales de arbitraje internacional, etc.).
Su ambicioso proyecto de construcción del capitalismo global a imagen propia no hacía sino trasladar la jurisprudencia USA al resto del planeta, y con ella después su conjunto de dispositivos y medidas tendentes a garantizar la reproducción ampliada del capital a escala propia pero también global. La Cooperación y el Desarrollo servirían, en cuanto que paradigmas mundiales, como tejedores de un entramado global de intervenciones e injerencias (por lo general forzadamente) consentidas.
Esos dispositivos y medidas irían mayoritariamente destinados más tarde, ante la creciente obstrucción de la acumulación capitalista, a la procura de crecimiento por Desposesión, la cual pasaría a blindarse, especialmente tras la caída de la URSS, mediante toda clase de Acuerdos y Tratados de comercio e inversiones (llamados “libres”).
“Tratados de Libre Comercio e Inversiones” (TLC) que se potenciarían como una de las vías privilegiadas de “cosechar” dinero, y que han venido creando una especie de “derecho internacional” informal que en realidad está basado en las leyes y la jurisprudencia de EEUU (porque ningún Tratado o Acuerdo con este país puede contradecir las leyes o el Congreso de EEUU, ni EE.UU. acepta ninguna decisión de organismo multinacional que le contravenga).
Es decir, que todos los Tratados firmados por este país institucionalizan de iure la aplicación extraterritorial de las leyes de EEUU (al igual que ocurre con las disposiciones internacionales y las “sanciones” contra países que decide la potencia hegemónica).
De hecho, los países signatarios de acuerdos de liberalización comercial ceden su soberanía nacional y popular, y dejan indefensas a sus sociedades frente al multiplicado poderío de los mercados reguladores (que no regulados). A este festín se sumarían en una u otra medida el resto de potencias capitalistas.
En conjunto, y una vez eliminado el enemigo sistémico soviético, en los años 90 del pasado siglo se terminaría de crear un entramado legal supranacional que consagraba un creciente peso o dominio del capital globalizado sobre las dinámicas de territorialidad política de los Estados (exceptuando al propio hegemón, claro).
De hecho, quedaría abolido de facto el sistema internacional basado en el principio de soberanía de los “Estados nacionales” heredado de Westfalia, que se sacrificaba al objetivo de proteger todas las formas de acaparamiento y propiedad del gran capital, especialmente las rentistas (obviamente, cualquier atisbo de “soberanía popular” resultaba asimismo desterrado).
Muy especialmente, ese proceso se cebó con el Sur y el Oriente Globales, desbaratando el impulso unitario y las posibilidades de su erección en un sujeto colectivo internacional asociado a los esfuerzos históricos de la Internacional Comunista, de la Conferencia de Bandung y de la Tricontinental, entre otros.
Con ello se produjo el espejismo de la ahistoricidad del Sistema: el capitalismo pasaba a contemplarse como imperecedero; de lo que se trataría en adelante, en el mejor de los casos, era de regular en algo su funcionamiento o de pasar lo más desapercibido posible bajo su manto.
Sin embargo, como sabemos, se trata en el fondo de un Sistema gangrenado al que le falta con creciente angustia “la sangre” del valor-plusvalor.
Para ubicarnos estratégicamente en un mundo acelerado, con patente inclinación hacia el caos, es preciso tener claro que estamos más allá de un capitalismo estancado, pues es nítidamente degenerativo, en el cual no se vislumbran sendas estables de incremento de la tasa media de ganancia, de la productividad, de la formación de capital ni del empleo. A ello se añade la particular decadencia de su potencia hegemónica, directora del funcionamiento sistémico capitalista.
La acumulación militarizada busca paliar ese estancamiento en EE.UU. (y en una medida más cuestionable y en todo caso subordinada, en el resto de los centros del Sistema Mundial u Occidente Colectivo) a través de, entre otros mecanismos, la acentuación del expolio de recursos del Sur y el Oriente Globales, la destrucción masiva de medios de producción y de capital fijado al territorio (infraestructuras), así como la exacerbación de la explotación de las poblaciones, la extracción de un tributo económico a través de una deuda dolarizada (que se paga imponiendo depresión y austeridad en cada país) y el reciclaje de dólares del resto del planeta a través de mecanismos bancario-financieros y monetarios posibles por la condición de moneda internacional que ostenta el dólar y su dominio sobre el sistema internacional de compensación de pagos (SWIFT).
Tal proceso está vinculado también al propio “reseteo” del capitalismo para desatar formas despóticas de ingeniería social.
Contra esa degenerativa economía-mundo que construyó el Occidente Colectivo, e intentando escapar de ella, ha ido perfilándose un mundo emergente, que para algunos autores, siguiendo más o menos la formulación teórica de Mészáros, podría ser también una última salida del capital a través de su compenetración con el Estado (en forma de “capitalismo de Estado” plenamente desarrollado, con una cada vez mayor centralización del capital), la cual da como resultado hoy en China una economía crecientemente planificada y unos recursos clave y servicios básicos (entre los que se cuenta el dinero y el crédito) bajo control estatal y en favor del conjunto de la población.
En tal camino, China se debate entre esa “última salida capitalista” y el emprendimiento decidido de una transición socialista. Esta formación socio-estatal traza la única contra-dinámica con posibilidades de universalidad altersistémica en la recuperación de una territorialidad político-estatal soberana frente al desenvolvimiento mundial del capital degenerativo.
Así, China está intentando construir una forma de internacionalización que comienza a despegarse de la actual globalización del capital, por lo que en vez de estar basada en el desenfreno financiero, la especulación, la rapiña de recursos mundiales, la multiplicación de recortes sociales y planes de ajuste, la corrupción como vía privilegiada de beneficios, “paraísos fiscales” y capital ficticio, busca proporcionar un entramado energético-productivo y comercial sustentado en diferentes polos de autodesarrollo (lo cual no quiere decir que algunos de aquellos rasgos no estén presentes también en su expansión económica, lo que pasa es que no alcanzan ni de lejos el papel preponderante que tienen en el capitalismo degenerativo actual).
Toda un área transcontinental integrada económicamente mediante la que se ha designado como nueva “Ruta de la Seda”. En ella se intenta incluir a la Unión Económica Euroasiática, con India y su zona de influencia, pero también América del Sur, Sudáfrica y la Unión Africana. Una red con moneda internacional centrada en el yuan, que pretende complementarse con una canasta de monedas (de los llamados BRICS, que ven cómo poco a poco pero sin parar se suman las solicitudes para ampliar su membrecía), y que cuenta con un Banco de Infraestructura y Desarrollo, un Fondo de Fomento, un sistema propio de compensación de intercambio, una Bolsa Internacional de Energía, un plan de infraestructura y desarrollo que enlaza continentes, además del RCEP o mayor tratado comercial de la historia.
La Ruta de la Seda o “Un Cinturón una Ruta” en la terminología china, cubriría, de completarse, al 65% de la población mundial, mediante conexiones con más de un centenar de países de los cinco continentes. Involucraría un tercio del PIB global. Movilizaría una cuarta parte de los bienes planetarios, suponiendo algo así como un tipo de “New Deal” a escala global capaz de insuflar algo más de vida al capital productivo, pero también de constituirse en una de las últimas posibilidades de hacer una “reconversión suave” del capitalismo a otro modo de producción.
En todo ese proceso ha surgido una Rusia re-soberanizada, que está poniendo su poderío diplomático-militar al servicio de tal proyecto, al que parece comenzar a entender como su vía de futuro, con el fin de crear una Zona de Estabilidad fuera del caos del capital degenerativo y de los coletazos destructivos de la territorialidad política imperial estadounidense en decadencia.
Hay que tener en cuenta que esa alianza entra dentro de la estrategia de Moscú para adherir económicamente Europa y Asia en el súper-continente que realmente es: Eurasia. Proyecto que por fin le permite a Rusia desconectar de su larga historia de intentos de insertarse de forma periférica en Europa, para pasar a ser el fulcro euroasiático.
No solamente esto debilita aún más la globalización neoliberal, sino que fortalece las economías estatales implicadas, así como el proceso multilateral y regional, lo que explica que la comunión de ambas formaciones sociales (Chinusia) haya ido creando semejante Zona de Estabilidad y de previsibilidad en materia de relaciones internacionales, de relaciones comerciales, económicas y monetarias, fortaleciendo la opción de un sistema multipolar basado, hoy por hoy, en el respeto y beneficio mutuo entre Estados.
Ese proyecto en curso contrasta vivamente con la imprevisibilidad y arbitrariedad de las decisiones político-estratégicas estadounidenses y los terribles abusos de su unipolaridad.
Tal proyecto no es sino parte de históricas luchas, de un proceso de descolonización y soberanía de ya larga data, recuperando el espíritu de la Conferencia de Bandung para “desengancharse” del Occidente Colectivo o potencias centrales confeccionadoras del Sistema Mundial capitalista, con sus imposiciones colonizadoras, su división internacional del trabajo, su deterioro de las relaciones de intercambio, su succión del trabajo y de los recursos ajenos.
Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Irán, Zimbabue, Corea, Rusia, China, Vietnam, son ejemplos de realidades enormemente diferentes, mas con un denominador común: la persecución de soberanía frente al orden neocolonial occidental, frente a su imperialismo inveterado.
Pero ante la mera posibilidad de un nuevo entramado mundial productivo-energético, que paradójicamente, como se ha dicho, podría prolongar la propia vida del capital, la territorialidad política del hegemón en declive opone una tenaz resistencia.
EE.UU. no va a dejarse relevar sin destruir. Sin guerra.
Su peligrosidad es mayor si tenemos en cuenta que su zona de seguridad y reserva energética está precisamente en Asia Occidental, el nudo gordiano entre sus intereses y los del “cinturón” de conexión mundial chino.
En el conjunto de Asia (y en lo que desde los centros de poder de Washington se diseñó como Medio Oriente Ampliado, desde el Magreb hasta Paquistán, pasando por el Cuerno de África), la “geo-ecología” o pugna por la energía, recursos, materias primas y “tierras raras” de minerales estratégicos (fundamentalmente localizados en el corazón asiático y especialmente en Siberia –y también en China-), se erige en motivo primordial de la geo-estrategia global.
EE.UU. ha decido por tanto emprender una suerte de golpe de Estado mundial contra el posible mundo pluriversal, multipolar. Y lo ha hecho ya, antes de que tal posibilidad pueda terminar de consolidarse y antes de que su propia decadencia le impida enfrentarla más adelante.
Es una jugada a todo o nada, en la que arrastra a sus subordinados europeos, a todo el Occidente Colectivo, pero también en sus consecuencias al conjunto de la humanidad, dado que Estados Unidos y su brazo armado global, la OTAN, están metiendo al mundo entero en una Guerra Total, definitiva, sin fin.
Una guerra que como tal entraña un espectro completo (que el término “híbrido” apenas alcanza a definir): es militar (aunque no necesariamente convencional), paramilitar, terrorista (con interposición de yihadistas, mercenarios, ejércitos privados y bandas criminales de distinto pelaje), biológica y bacteriológica; es económico-financiera y judicial, pero también mediática, cognitiva, ideológica e incluso cibernética y librada igualmente en la estratosfera.
La desmenuzamos brevemente en la próxima entrega.
Puede consultarse el artículo completo y sus notas en:
https://observatoriocrisis.com/2022/11/24/__trashed-3/
(*) Andrés Piqueras es profesor titular de Sociología y Antropología Social en la Universidad Jaume I de Castellón, y miembro del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC). Es autor de varios libros, el último de los cuales es “De la decadencia de la política en el capitalismo terminal. Un debate crítico con los «neo» y los «post» marxismos. También con los movimientos sociales” (El Viejo Topo).
Fuentes:
https://canarias-semanal.org/art/33582/la-acumulacion-belica-de-capital