El papel quintacolumnista del Partido Socialdemócrata alemán

Miguel Urbano Rodrigues

Secuencias históricas de la poco conocida revolución alemana de 1919

En la primavera de 1917, la mayoría del pueblo alemán sufrió  los estragos causados por la Primera Guerra Mundial.. El sueño de una victoria rápida y fácil había concluido con la batalla del Marne. Ya en 1916 en el curso de la batalla de Verdún, otra derrota germana, el Ejército imperial había perdido nada menos que 250.000 hombres.

El bloqueo comercial británico había funcionado con efectividad y las autoridades germanas se vieron obligadas a imponer un estricto racionamiento de alimentos. Por otra parte, en el año anterior, la cosecha de patatas había sido extraordinariamente mala, y la de   trigo y centeno no había sido mucho mejor.

La revolución de febrero en Rusia contribuyó a que los trabajadores y los campesinos germanos evolucionaran hacia posiciones pacifistas, y que los deseos de terminar con la guerra se extendieran rápidamente

En 1917, los Estados Unidos entraron en la guerra, reforzando con ello  la convicción de que la victoria alemana era imposible.

La primera manifestación expresiva del descontento popular se produjo en abril de este año, cuando 250.000 trabajadores de la industria del acero se declararon en huelga, paralizando más de 300 empresas. La envergadura del movimiento huelguístico sorprendió al gobierno. Sobre todo porque  igual que los trabajadores rusos, los obreros alemanes exigían “pan, libertad y paz.”

Entre  la marinería de los buques de guerra alemanes, inmovilizados en Kiel y en otras bases navales, el deseo de paz era evidente . El 6 de junio, los marineros de la Prinz Luitpold se declararon en huelga de hambre, y en la Friedrich der Grosse exigían una rápida y sustancial mejora del rancho. La agitación se extendió como una mancha de aceite a otros buques de guerra.

La reacción del Almirantazgo imperial fue brutal. Cinco marineros fueron fulminantemente ejecutados y decenas de ellos condenados a largas penas de prision. No obstante, los disturbios en la Armada no cesaron, agravándose después de la victoria de la Revolución de Octubre en Rusia.

En enero de 1918 se levantó una ola de huelgas en Berlín, Kiel, Hamburgo, Leipzig, Colonia, Breslau, Múnich, Núremberg y en otras otras ciudades de Alemania.

El SPD, es decir, el Partido Socialdemócrata alemán, que teóricamente  era “marxista y revolucionario”,  bajo la dirección revisionista de Kautsky, Bernstein y Hilferding, actuaron como cómplices de los militares, y sus  líderes sindicales trataron de que los huelguistas se desmovilizaran.

Los generales Hindenburg y Ludendorff, con el apoyo de la burguesía industrial y el capital financiero, exigieron una ofensiva al Kaiser Guillermo II, que ya se había convertido en una figura meramente decorativa.

El malestar aumentó cuando se dieron a conocer los términos en los que se había firmado el tratado de Brest-Litowsk, en marzo de 1918. En contra de la aspiración general de una “paz sin anexiones”, el gobierno alemán se anexionó  una parte de Polonia, los países bálticos y ocupó Ucrania.

La revolución de noviembre

El general Ludendorff creía que con la transferencia de   tropas rusas al frente occidental  se aseguraría la victoria de Alemania. Pero su ofensiva de primavera y verano fracasó. Y en octubre, la derrota militar alemana ya se había convertido en un hecho.

El 3 de noviembre se produce una rebelión generalizada en la Armada imperial.  Sólo 24 horas después, Kiel estaba en manos de los marineros amotinados. El ejército se negó a intervenir. En los buques de guerra y en las fábricas, inspirados en los soviets rusos se formaron  Consejos de Obreros y Soldados, que desplegaban  la bandera roja de la revolución.

El 10 de noviembre en toda Alemania el poder real estaba en manos de estos Consejos.  El conocido historiador Gilbert Badia narra los acontecimientos de esta forma:   “Estos revolucionarios son pacíficos. Los 14 puntos que se plantean al gobernador de la plaza son un programa muy sencillo y hasta  anodino: exigían la liberación de los prisioneros, la libertad de prensa, el mismo poder de los oficiales y la anulación de la orden de que los buques de guerra salieran hacia alta mar ‘.

Gustav Noske, un oscuro  socialdemócrata , jugó un papel decisivo en el desarrollo de la contrarrevolución. Pudo haber sido elegido presidente del Consejo de Trabajadores y de marineros de Kiel, pero fue designado gobernador de la ciudad. Más tarde el mismo revelaría como había procedido  para detener la rebelión.

El historiador Badia, en la descripción de aquellos sucesos  puso de relieve la debilidad intrínseca de los Consejos populares. Casi todo era espontáneo. No había ni  una organización, ni un partido,  que dirigiera la revolución. Los espartaquistas, encabezados por por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, tenían una influencia muy   reducida fuera las grandes ciudades. De hecho, su fracción constituía tan sólo una pequeña minoría dentro del USPD, el partido nacido de una escisión en el Partido Socialdemócrata Alemán.

La publicidad antibolchevique jugó también un papel clave en la derrota de la revolución. El miedo al comunismo había alarmado a un pueblo profundamente conservador.  El anticomunismo se convirtió en un arma poderosísima que ayudó a despertar a la burguesía alemana, humillada por la derrota militar.

Cambio en la correlación de fuerzas

En los últimos meses de la guerra, la correlación de fuerzas se había alterado bruscamente en Alemania. Mientras que el prestigio de la monarquía había caído a un nivel bajísimo y el discurso militar había perdido toda su credibilidad, el Partido Socialdemócrata adquirió, de repente, un papel enormemente destacado, llenando el vacío político que se había producido después del armisticio firmado en Compiègne, el 11 de noviembre.

Los socialdemócratas alemanes nunca fueron durante la guerra un problema para el gobierno imperial. Cuando los socialdemócratas asumieron al gobierno tras la abdicación  del Kaiser Guillermo II,  era el único partido que poseía una sólida y numerosa organización política. Tenía cuadros experimentados en su dirección, y controlaba a los sindicatos .

“En un país —escribe Badia— donde los sentimientos de orden y disciplina son la base de  una antigua tradición, los socialdemócratas recibieron el apoyo de la mayoría de los empleados públicos, porque habían ocupado el gobierno, y y también de parte de las clases medias que no eran necesariamente conservadoras, pero que en cambio si eran muy sensibles  a la propaganda de la burguesía”.

Cuando estalló la Revolución, el Partido Socialdemócrata alemán fue invitado inmediatamente por la gran burguesía a formar parte del  “gobierno de transición” .

El propio presidente del Partido, Friedrich Ebert, fue  designado para dirigir el Ejecutivo. El SPD conservaba   entonces   la confianza de gran parte del proletariado alemán,  y una buena parte de los líderes populares eran miembros del Partido. Sin embargo, la socialdemocracia alemana trabajó como una “quinta columna” dentro del movimiento revolucionario. Naturalmente, el nuevo presidente del gobierno alemán Friedrich  Ebert, no procedió a la sustitución de los generales, ministros y altos funcionarios comprometidos con la guerra y la derecha reaccionaria.

En enero de 1919, en el curso de las primeras elecciones generales celebradas en Alemania, el SPD recibió 11 millones de votos. Es decir, más de un tercio de los votos emitidos. En cambio, la izquierda revolucionaria sólo obtuvo 2.300.000 votos (menos del 10%).

En realidad, el presidente Ebert no era  más que un monárquico  que odiaba a la revolución y al socialismo. A pesar de que durante unas semanas el poder real estuvo en manos de los Consejos de soldados y trabajadores, él trato de sustituir ese poder para traspasárselo  a las instituciones  oficiales que habían sobrevivido a la derrota militar.

Ebert se situó desde el principio en el lado de las fuerzas reaccionarias, entre las que se encontraba el cuerpo de oficiales prusianos, el núcleo duro del Ejército permitido por el Tratado de Versalles.  “El drama alemán —ha escrito Badía— es la historia de la elección de la socialdemocracia, de su alianza con las fuerzas más reaccionarias del antiguo régimen.”

En el año 1924, Ebert confesó que había concertado un pacto con el mariscal Hindenburg “para formar con su ayuda constituir un gobierno capaz de restaurar el orden en Alemania”.

Pero la confrontación decisiva había comenzado en Berlín, a principios de enero de 1919. A lo largo de cinco meses, los revolucionarios alemanes lucharon con un extraordinario valor. Pero poco a poco fueron siendo aplastados en diferentes Estados. En realidad, la desprestigiada República de Weimar había sido fundada como resultado de un baño de sangre.

Los historiadores alemanes más rigurosos  han reconocido después del catastrófico final del Tercer Reich, que  el Partido Socialdemócrata alemán fue en gran parte  responsable de  crear las condiciones que iban a permitir el acceso de  Hitler al poder, en 1933

Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron detenidos y asesinados en enero de 1919, por oficiales del Ejercito alemán

Ebert murió en 1924 como presidente de la República de Weimar. La clase dominante alemana bendijo su memoria . El socialdemócrata traidor  fue elevado al rango de héroe nacional. En la actualidad, una Fundación perpetúa su nombre. Resulta oportuno recordar que esta Fundación financió generosamente al Partido Socialista Portugués, de Mário Soares, y al PSOE, de Felipe González. Ambos personajes han reconocido en la figura histórica de Friedrich Ebert a un “eminente demócrata”.

Fuentes:

El papel quintacolumnista del Partido Socialdemócrata alemán

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