De campesinos a soldados

Ronald Suárez Rivas

El 31 de agosto de 1959, por indicación de Fidel, quedaría conformada en las montañas pinareñas la primera milicia campesina de Cuba, conocida como Los Malagones

Imponente, como las cumbres que la rodean, la escultura de más de 110 toneladas de peso de un campesino con su fusil, custodia el lugar donde todo comenzó hace 60 años.

Es la constancia del triunfo sobre el terror que una vez azoló las montañas cubanas, de ahí que cada detalle a su alrededor tenga su propio significado: los árboles, el sonido de las aguas evocando el tableteo de las ametralladoras, el mural que honra la memoria de los más de 500 caídos combatiendo el bandidismo.

Pero sobre todas las cosas, es el homenaje a aquellos 12 hombres que el 31 agosto de 1959, por indicación de Fidel, conformaron la primera milicia campesina de Cuba.

Cuentan que al líder de la Revolución le había sobrecogido la situación de abandono de los campos pinareños. «Ninguna región del país fue más olvidada y ninguna población de Cuba fue objeto de mayor indiferencia», diría en su discurso del 26 de julio de 1976.

Por ello, desde los primeros días del triunfo, el Comandante en Jefe no escatimaría esfuerzos para transformar Vueltabajo.

Fue precisamente en una de sus visitas a la provincia que supo de los desmanes que el bandidismo incitado desde Estados Unidos estaba provocando en la zona y que surgió la idea de armar una tropa de campesinos para combatirlo.

La misión recaería en Leandro Rodríguez Malagón, un hombre resuelto y afable que había servido de guía durante años a Antonio Núñez Jiménez, en sus múltiples incursiones como espeleólogo a la serranía pinareña.

En total fueron 12 los escogidos para iniciar de inmediato la preparación en el campamento militar de Managua, en la capital del país. Aunque la mayoría no era familia de Leandro, la tropa sería bautizada con el sobrenombre de Los Malagones. El entrenamiento duró todo el mes de septiembre y muy pocas personas sabían cuál era el objetivo.

«Fidel nos mandó a que dijéramos que íbamos a cuidar los bosques», recordaría Juan Quintín Paz Camacho, uno de los integrantes del grupo.

Con frecuencia, el Jefe de la Revolución acudía a visitarlos. La última vez, los llevó al campo de tiro para evaluarlos y al terminar les aseguró que ya estaban listos para cumplir la misión de capturar la banda del cabo Luis Lara, un sanguinario exmilitar de la tiranía con más de una veintena de crímenes sobre su conciencia.

Para hacerlo, Fidel les dio un plazo de tres meses, y les advirtió que aquella tarea tenía un alcance mucho más grande que el de contener a Lara y los suyos. «Si ustedes triunfan, habrá milicias en Cuba», advirtió.

«Nos pareció poco tiempo, porque ya el comandante Dermidio Escalona, el capitán Borjas y el comandante Pinares habían estado en esta zona con sus unidades, sin poder localizarlos; pero las órdenes no se discuten», rememoraría Paz Camacho, el mejor tirador de todos, y también el más joven, con apenas 21 años.

Durante varios días recorrieron las montañas en busca de pistas, hasta que el 12 de octubre, divisaron un avión que lanzó cinco paracaídas con pertrechos para los bandidos. La persecución, a partir de ese momento, sería incesante. Seis días después, apresarían a uno de los miembros de la banda.

Al principio, el hombre intentó engañarlos, diciendo que había ido a visitar unos parientes y se había perdido, pero los Malagones lo mandaron a que se quitara las botas, y cuando le vieron los pies llenos de ampollas, confirmaron que era un alzado.

Entonces confesó que era asmático y que había huido tras escuchar a Lara que tendría que eliminarlo, porque los iba a delatar con su tos. Además, contó que los bandidos se encontraban en una zona conocida como Las Cazuelas y que estaban tratando de llegar a la costa.

Con la intención de abarcar más terreno, la tropa se dividió en un grupo de siete hombres y otro de cinco. Fue este último, acompañado por un soldado del Ejército Rebelde que se les había sumado, el que, sobre las cinco de la tarde, logró ubicarlos.

No tardaría en oscurecer y sabían que si salían a buscar refuerzos, los bandidos se les podrían escapar, así que decidieron rodear la casa donde se encontraban y ordenar que se rindieran.

En lugar de hacerlo, los bandidos lanzaron una andanada de disparos. Solo en la piedra tras la que se ocultó Cruz Camacho Ríos, se contaron 27 impactos de bala.

En medio del tiroteo, el propio Cruz Camacho comenzó a gritar a toda voz: «¡El capitán Borjas, que avance por el flanco derecho y emplace las ametralladoras!». Otro de sus compañeros se da cuenta del ardid y añade que emplacen también los morteros.

Desconcertados ante la idea de que han sido rodeados por el Ejército, Lara y sus secuaces deciden rendirse. Escudado detrás de una niña que se encontraba en la vivienda, el jefe de los bandidos abre la puerta y sale solicitando alto al fuego.

Después de entregar las armas, pide que no los golpeen, ni que dejen llegar hasta ellos a los familiares de sus víctimas, y que le permitan hablar con el capitán. Es entonces que se da cuenta que en la pequeña tropa que acababa de capturarlo no había oficial alguno, ni ametralladoras ni morteros. «¡Si yo llego a saber que son ustedes, no me entrego!», dicen que exclamó. Pero ya era demasiado tarde.

Al día siguiente, el 19 de octubre, los 12 milicianos eran recibidos con honores militares en Ciudad Libertad. Allí estaban Raúl, Camilo y otros jefes principales de la Revolución. «Aquello no nos gustó. ¿Cómo unos compañeros que habían peleado en la Sierra, iban a estar con una banda de música esperándonos a nosotros? Pero Camilo dijo que así tenía que ser», le confesaría Paz Camacho a Granma durante una entrevista, hace algunos años.

Más tarde se reunirían con Fidel y este les reafirmaría. «Va a haber milicias, porque ustedes triunfaron». Una semana después, el entonces Primer Ministro daba la indicación de constituir las Milicias Nacionales Revolucionarias, a las que cientos de miles de cubanos se sumarían voluntariamente, dejando clara su voluntad de defender la patria.

Para Los Malagones, haber sido precursores de una iniciativa que luego demostraría su valor en Girón, en la movilización general durante la Crisis de Octubre, en la lucha contra bandidos, y en la creación de las FAR, significaría el mayor orgullo de sus vidas.

Tras el cumplimiento de la misión de Fidel, todos continuaron de alguna manera sobre las armas, combatiendo el bandidismo. Luego, con la misma humildad con la que se habían puesto un día a las órdenes del Comandante en Jefe, pasaron a la vida civil, desde donde siguieron ayudando a construir la Revolución.

Fuentes:

De campesinos a soldados.

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