Los anarquistas italianos son muy tercos porque son muy presuntuosos; siempre han estado convencidos de ser los depositarios de la verdad revolucionaria; esta persuasión se ha vuelto “monstruosa” desde que el Partido Socialista, por influjo de la revolución rusa y de la propaganda bolchevique, se apoderó de algunos puntos fundamentales de la doctrina marxista y los divulga de manera elemental y pintoresca entre las masas obreras y campesinas. Desde hace un tiempo, los anarquistas italianos no hacen más que enjuagarse la boca satisfecha con esta comprobación: “¡Lo habíamos dicho siempre! ¡Teníamos razón!”, sin tratar jamás de plantearse estas preguntas: ¿Por qué, teniendo razón, no fueron seguidos por la mayoría del proletariado italiano? ¿Por qué la mayoría del proletariado italiano siguió siempre al Partido Socialista y a los organismos sindicales y aliados del Partido Socialista? ¿Por qué el proletariado italiano siempre se dejó “engañar” por el Partido Socialista y los organismos sindicales aliados del Partido Socialista?
A esta pregunta, los anarquistas italianos podrían responder exhaustivamente sólo después de un gran gesto de humildad y contrición: sólo después de haber abandonado el punto de vista anárquico, el punto de vista de la verdad absoluta, y haber reconocido que se equivocaron cuando “tenían razón”; sólo después de haber reconocido que la verdad absoluta no basta para arrastrar las masas a la acción, para infundir a las masas el espíritu revolucionario, sino que es necesaria una “verdad” determinada; después de haber reconocido que para los fines de la historia humana es verdad sólo la que se encarna en la acción, la que llena de pasión de impulsos la conciencia actual, la que se traduce en movimientos profundos y en conquistas reales de parte de las propias masas.
El Partido Socialista siempre ha sido el partido del pueblo trabajador italiano: sus errores, sus falencias son los errores y las falencias del pueblo italiano; las condiciones materiales de la vida italiana se han desarrollado, se ha desarrollado la conciencia de clase del proletariado, el Partido Socialista ha adquirido una mayor distinción política, ha intentado lograr una doctrina científica propia. Los anarquistas se quedaron inmóviles, siguen estando inmóviles, hipnotizados por el convencimiento de haber estado en lo cierto, de estar siempre en lo cierto. El Partido Socialista se ha transformado junto con el proletariado, ha cambiado porque ha cambiado la conciencia de clase del proletariado; en este movimiento suyo está la profunda verdad de la doctrina marxista que hoy ha pasado a ser su doctrina. En este movimiento está contenida también la característica “libertaria” del Partido Socialista que no debería escapárseles a los anarquistas inteligentes y debería inducirlos a la meditación. Meditando, los anarquistas podrían llegar a la conclusión de que la libertad, entendida como desenvolvimiento histórico real de la clase proletaria, nunca se encarnó en los grupos libertarios, sino que siempre ha tomado parte por el Partido Socialista.
El anarquismo no es una concepción que sea propia de la clase obrera y solamente de la clase obrera: ésta es la razón del “triunfo” permanente, de la “razón” permanente de los anarquistas. El anarquismo es la concepción subversiva de toda clase oprimida y es la conciencia difusa de toda clase dominante. Puesto que toda opresión de clase ha tomado forma en un Estado, el anarquismo es la concepción subversiva elemental que pone en el Estado, en sí y de por sí, la causa de todas las miserias de la clase oprimida. Cada clase, al volverse dominante, ha realizado su propia concepción anárquica, porque ha realizado su propia libertad. El burgués era anarquista antes de que su clase conquistase el poder político e impusiese a la sociedad el régimen estatal idóneo para custodiar el modo de producción capitalista. El burgués continúa siendo anarquista después de su revolución porque las leyes de su Estado no son coerción para él, son sus leyes, y el burgués puede decir que vive sin ley. El burgués volverá a ser anarquista después de la revolución proletaria: entonces advertirá nuevamente la existencia de un Estado, la existencia de leyes ajenas a su voluntad, hostiles a sus intereses, a sus costumbres, a su libertad. Advertirá que Estado es sinónimo de coerción porque el Estado obrero quita a la clase burguesa la libertad de explotar al proletariado, porque el Estado obrero es el custodio de un nuevo modo de producción que desarrollándose logra destruir todo rastro de propiedad capitalista y toda posibilidad de que ella resurja.
Pero la concepción propia de la clase burguesa no ha sido el anarquismo; ha sido la doctrina liberal, así como la concepción propia de la clase obrera no es el anarquismo, sino el comunismo marxista. Cada clase determinada ha tenido una determinada concepción, suya propia y de ninguna otra clase: el anarquismo ha sido la concepción “marginal” de toda clase oprimida, el comunismo marxista es la concepción determinada de la clase obrera moderna y sólo de ésta; las tesis revolucionarias del marxismo se tornan cifra cabalística si se piensan fuera del proletariado moderno y del modo de producción capitalista cuya consecuencia es el proletariado moderno.
El proletariado no es enemigo del Estado en sí y de por sí, como no era enemigo del Estado en sí y de por sí la clase burguesa. La clase burguesa era enemiga del Estado despótico, del poder aristocrático, pero era favorable al Estado burgués, a la democracia liberal. El proletariado es enemigo del Estado burgués, es enemigo del poder en manos de los capitalistas y de los banqueros, pero es favorable a la dictadura proletaria, al poder en manos de los obreros y de los campesinos. El proletariado es favorable al Estado obrero como fase de la lucha de clases, fase suprema, en la que el proletariado tiene el predominio como fuerza política organizada; pero las clases subsisten todavía, subsiste la sociedad dividida en clases, subsiste la forma propia de cada sociedad, dividida en clases. El Estado, que está en manos de la clase obrera y de los campesinos, es utilizado por la clase obrera y por los campesinos para garantizar la propia libertad de desarrollo, para eliminar completamente a la burguesía de la historia, para consolidar las condiciones en que ninguna opresión de clase pueda seguir determinándose.
¿Es posible llegar a un acuerdo en la disensión polémica entre comunistas y anarquistas? Es posible en cuanto a los grupos anarquistas formados por obreros con conciencia de clase; no es posible en cuanto a los grupos anarquistas de intelectuales, profesionales de la ideología. Para los intelectuales, el anarquismo es un ídolo, es una razón de ser de su particular actividad presente y futura: el Estado obrero debe ser efectivamente para los agitadores anarquistas un “Estado”, una limitación de la libertad, una coerción. Igual que para los burgueses. Para los obreros libertarios, el anarquismo es un arma de lucha contra la burguesía; la pasión revolucionaria supera a la ideología, el Estado al cual ellos combaten es verdadera y únicamente el Estado burgués capitalista, y ya no el Estado en sí, la idea de Estado. La propiedad que ellos quieren suprimir ya no es la propiedad genéricamente, sino el modo capitalista de propiedad. Para los obreros anarquistas, el advenimiento del Estado obrero es el advenimiento de la libertad de la clase y por ende también de su libertad personal. Ser el camino abierto para toda experiencia y para todo intento de concreción positiva de los ideales proletarios; el trabajo de creación revolucionaria los absorberá y hará de ellos una vanguardia de militantes abnegados y disciplinados.
En el acto positivo de creación proletaria, ninguna diferencia podrá subsistir entre obrero y obrero. La sociedad comunista no puede ser construida por autoridad, con leyes y decretos: surge espontáneamente de la actividad histórica de la clase trabajadora que ha logrado el poder de iniciativa en la producción industrial y agrícola y se encamina a reorganizar la producción de nuevos modos, con un nuevo orden. El obrero anarquista apreciará entonces la existencia de un poder centralizado que le garantice permanentemente la libertad lograda, que le permita no interrumpir a cada instante la tarea iniciada para acudir a la defensa de la revolución; apreciará entonces la existencia de un gran partido de la parte mejor del proletariado, de un partido fuertemente organizado y disciplinado que estimule la creación revolucionaria, que dé el ejemplo del sacrificio, que con su ejemplo arrastre a las grandes masas trabajadoras y las lleve a superar más rápidamente el estado de envilecimiento y postración al que las ha reducido la explotación capitalista.
La concepción socialista del proceso revolucionario se caracteriza por dos rasgos fundamentales que Romain Rolland ha resumido con su consigna: “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”. Los ideólogos del anarquismo declaran en cambio que “les interesa” repudiar el pesimismo de la inteligencia de Carlos Marx (cfr. L. Fabbri, “Cartas a un socialista”) “en cuanto que una revolución llegada por exceso de miseria o de opresión requeriría instituir una dictadura autoritaria, que podría hacernos llegar (!) a un socialismo de Estado (!?), pero nunca al socialismo anárquico”.
El pesimismo socialista ha tenido una terrible corroboración en los acontecimientos: el proletariado ha sido lanzado al más puro abismo de miseria y de opresión que pudiera imaginar un cerebro humano. Los ideólogos del anarquismo no saben contraponer a tal situación otra cosa que una exterior y vacía fraseología pseudorevolucionaria, entrelazada sobre los más añejos motivos del optimismo populista. Los socialistas le contraponen una enérgica acción organizativa de los elementos más conscientes de la clase obrera; los socialistas se esfuerzan de todas las maneras por preparar, a través de estos elementos de vanguardia, a las más amplias masas para lograr la libertad y el poder capaz de garantizar esta libertad misma. La clase proletaria está hoy fortuitamente diseminada, en las ciudades y en el campo, en torno de las máquinas o sobre los terrones; trabaja sin saber el por qué de su trabajo, constreñida a la faena servil por la amenaza constante de morir de hambre y de frío; se agrupa también en los sindicatos y en las cooperativas, pero por necesidad de resistencia económica, no por elección espontánea, no siguiendo impulsos libremente nacidos en su espíritu. Todas las acciones de la masa proletaria se mueven necesariamente en formas establecidas por el modo de producción capitalista, establecidas por el poder estatal de la clase burguesa. Esperar que una masa reducida a semejantes condiciones de esclavitud corporal y espiritual exprese un desarrollo histórico autónomo, esperar que espontáneamente ella inicie y continúe una creación revolucionaria, es pura ilusión de ideólogos. Contar solamente con la capacidad creadora de semejante masa y no trabajar sistemáticamente para organizar un gran ejército de militantes disciplinados y conscientes, dispuestos a cualquier sacrificio, educados para ejecutar simultáneamente una consigna, listos para asumir la responsabilidad efectiva de la revolución, listos para pasar a ser los agentes de la revolución, es una verdadera traición a la clase obrera, es una contrarrevolución inconsciente por anticipado.
Antonio Gramsci
Fuentes: