¿Qué pasó en el PC en enero de 1964?

José Sotomayor Pérez

José Sotomayor nos cuenta desde su punto de vista personal como multitud de buenos comunistas en los años 60 se alinean con las posturas «prochinas» en el marco del debate sobre el movimiento comunista internacional, asi se produce la división en gran parte de los partidos comunistas oficiales con el cambio de política de la URSS de Jrushov. Pero la ilusión pronto se ve desbordada por algunos manejos oscuros y de ahí Sotomayor inicia un estudio donde va comparando con Lenin algunas de las teorías de Mao, la revolución cultural, la «nueva democracia», la política exterior china, el idealismo filosófico de Mao, la farisaica y no autentica defensa de Stalin, y así desgrana una posición de franca critica ideológica al Maoísmo pero no desde posiciones prosoviética de la época (Wang Ming) sino desde una posición independiente de cualquier bloque o corriente internacional comunista, solo la defensa del Marxismo-leninismo.

En octubre de 1963, después de 5 días de largos debates en torno a cuestiones administrativas, estos se convirtieron pronto en enfrentamientos de carácter ideológico. Durante el XVIII Pleno del Comité Central, quedaron deslindados los campos: de un lado los llamados «chinófilos» y de otro los «sovietófilos”.

Las posiciones divergentes adquirieron un carácter irreconciliable. Si es verdad que se trató, en lo fundamental, de una lucha interna basada en principios, también es cierto que se introdujeron en ella elementos extraños a la cuestión ideológica, emponzoñando y agudizando los debates. No pudo realizarse, pues, un enfrentamiento de tesis y puntos de vista, sereno y alturado. Por ambas partes contrincantes hubo olvido de que la lucha dentro del Partido es asunto de la mayor seriedad, gravedad y responsabilidad, y que debía y debe llevarse a cabo teniendo en cuenta los intereses del Partido.

No se trató de una lucha «importada» entre, burgueses y pequeño-burgueses como afirmaron. Las cuestiones en debate tenían carácter de principio, vinculadas directamente con táctica y estrategia de la revolución peruana y hubiera sido nefasta ceguera soslayar su elucidación. Cuestiones como el carácter de nuestra época, las contradicciones fundamentales del mundo contemporáneo, las vías de tránsito al socialismo, la guerra y la paz, etc., han tenido seguirán teniendo importancia decisiva para los revolucionarios de todo el mundo. Si no se hace un enfoque correcto de estas cuestiones, que son cardinales, no podrá elaborarse una línea política correcta y se cometerá errores difíciles de corregir.

Ahora, 50 años después de la realización del XVIII Pleno del CC del PCP, surge el interrogante: ¿era inevitable la escisión del Partido de la clase obrera peruana? No, no era inevitable. Para que ella se produjera confluyeron hechos y actitudes extraños a una lucha interna bien conducida. Los responsables de la dirección del Partido fueron objeto de crítica, severa es cierto, pero justa, por cuestiones ligadas al burocratismo, a la promoción errónea de cuadros y otros asuntos administrativos. Este tipo de crítica es frecuente y normal en los partidos proletarios revolucionarios, y por lo mismo, después de analizar y encontrar las raíces de los errores se toman las medidas para corregirlos. Pero esto no ocurrió en el XVIII Pleno; se aplicó la sentencia que dice «la mejor defensa es el ataque». Y para descalificar a los que ejercían el derecho de crítica, se les emplazó para que se definieran si eran o no «pekineses».

La discusión sobre las divergencias en el seno del Movimiento Comunista Internacional debió prepararse cuidadosamente, teniendo en cuenta, que era un asunto de la mayor trascendencia y sin olvidar que en la dirección del Partido había cuadros con estudios en Pekín. El XVIII Pleno fue convocado precipitadamente, con verdadera sed de venganza, para ajustar cuentas a los «pekineses». Esta es la verdad objetiva y ningún esfuerzo que se haga por negarla tendrá resultados.

En el XVIII Pleno del CC del PCP no hubo llamados al «diálogo sereno y cordial». No. Los ataques fueron despiadados y las acusaciones envenenadas. Y hasta alguien fue traído en avión para hacer de fiscal. Al iniciarse los debates, se ejerció presión para alterar el orden del día: primero debían definirse posiciones en el campo ideológico. Se llegó así a una situación de veras deplorables: cerca del 50% fue forzado a ubicarse en la posición defendida por quienes sosteníamos, con conocimiento de causa, los puntos de vista del PCCh. Si la división no hubiera alcanzado tales proporciones, es seguro que nadie se hubiera decidido a pensar en un ‘nuevo partido».

Fue en tales condiciones que buscamos contacto con el PCCh. Las contradicciones habían tomado carácter antagónico, y los que quedamos excluidos de la Dirección Nacional nos apresuramos a tomar medidas de carácter orgánico, antes de que se produjeran las expulsiones que se anunciaban. No vimos otra alternativa que la escisión; pero antes de dar paso tan grave, queríamos conocer la opinión autorizada del Partido cuyos puntos de vista, sobre los problemas debatidos en el seno del M. C. I., defendíamos.

¿Qué es lo que nos impulsó a dar ese paso? ¿Eran solamente los ataques frenéticos de nuestros oponentes? ¿Quizás sus errores tercamente no reconocidos? No. En el fondo, y lo reconocemos sin reticencias, creíamos que era posible la edificación rápida y sin dificultades de un auténtico Partido Comunista. Veíamos en Pekín el centro de la revolución mundial socialista y en el PCCh la nueva brigada de choque del movimiento obrero internacional.

La escisión

El mes de enero de 1964 se llevó a cabo la «IV Conferencia Nacional», convocada por el sector «pro-chino» del C. C. del PCP. Esta fue la Conferencia de la escisión del Partido de los comunistas peruanos. En todos los documentos que aprobó están nítidamente esbozados los principales puntos de vista sostenidos por el PCCh en oposición al Movimiento Comunista Internacional. Aún no había hecho su aparición el maoísmo como lo conocemos en la actualidad. Es un hecho incuestionable que los planteamientos y tesis que el PCCh sostuvo hasta 1965 -año anterior a la «revolución cultural»- tienen una marcada diferencia con los que posteriormente ha sostenido y sigue defendiendo. En 1964 la dirección del PCCh tenía cuadros internacionalistas, marxistas leninistas. Es erróneo calificar de «antimarxistas» todos los puntos de vista que pusieron sobre el tapete de discusión los años de polémica en el M. C. I. La dirigencia china aún se atenía a su VIII Congreso, y es un hecho que para el maoísmo todavía no había llegado el momento de «imponer su autoridad absoluta» en el Estado y el Partido de la RPCh.

Tanto en el PCCh como en los grupos «pekineses», el maoísmo se impuso paulatinamente, en lucha frontal contra los marxistas leninistas a quienes, en la RPCh, se les eliminó en muchos casos físicamente. En el PCP (Bandera Roja) el maoísmo se hizo presente a fines de 1965, en víspera de la «gran revolución cultural proletaria». Los cuadros con larga formación partidaria en el PCP hicimos frente la embestida maoísta y desenmascaramos el oportunismo de izquierda del maoísmo remitido por Pekín.

La V Conferencia Nacional del PCP (Bandera Roja)

Paredes no estaba contento con el triste y anodino papel que jugó en la IV Conferencia Nacional y, desde un principio, buscó pretexto para disminuirla y desprestigiarla, urdiendo toda clase de intrigas que culminaron en la «V Conferencia Nacional del PCP (Bandera Roja)».

La indicada «V Conferencia Nacional» ha pasado a la historia del maoísmo en el país, como un putch planeado por Paredes con asesoría de los dirigentes chinos. Sus objetivos fueron claros y concretos: depurar a quienes tenían formación marxista leninista e imponer las teorías y tesis maoístas, como cimiento doctrinario de la organización partidaria. No era suficiente haberse identificado con los puntos de vista defendidos por Pekín en su polémica con el PCUS y los demás PPCC ; había que introducir íntegramente y en forma mecánica toda la experiencia de la revolución china a la realidad concreta de nuestra revolución.

Intensos fueron los trajines de Paredes antes de la «V Conferencia Nacional». En reuniones personales con cada uno de los delegados traídos del interior del país por Soria, el «secretario general» hacía «informes confidenciales» relatándoles los pormenores de su último viaje a Pekín, sus conversaciones con el «camarada Mao Tse tung», la «aprobación de su Informe Político a la V Conferencia» por el máximo dirigente chino y las «felicitaciones» que de él había recibido.

Hechos estos preparativos, se dio comienzo a los debates. Con aires de teórico y persiguiendo objetivos típicamente escisionista, el «secretario general» enfiló sus ataques contra la IV Conferencia Nacional del PCP (B.R), centrando su puntería en las siguientes cuestiones

a) El Perú no es un país dependiente sino semicolonial;
b) La fuerza motriz principal de la revolución peruana es el campesinado;
c) La revolución peruana va del campo a. la ciudad, siguiendo un curso duro y prolongado;
d) La violencia revolucionaria en forma de guerra popular es la forma principal de lucha;
e) El Ejército Revolucionario es la forma principal de organización del movimiento revolucionario;
f) La constitución de Bases de Apoyo Revolucionarias y la construcción de las Fuerzas Armadas Revolucionarias son la tarea principal de los revolucionarios.

Es fácil descubrir la esencia y procedencia de esta barata teorización de Saturnino Paredes, contenida en su «trascendental informe a la V Conferencia Nacional”: no es otra cosa que un burdo trasplante de las experiencias chinas surgidas de su Segunda Guerra Civil Revolucionaria. Con un coocimiento fragmentario y unilateral del marxismo leninismo, Paredes se empecinó en hacernos aprobar un esquema que resulta ajeno a nuestra realidad nacional.

Las formas de lucha dependen de la situación objetiva y concreta que se presenta en un momento determinado. Es realmente infantil pretender que, una determinada forma de lucha, pueda ser siempre principal aunque la situación de la que emergió haya cambiado.

Vanos fueron nuestros esfuerzos por hacer comprender a Paredes que las formas de lucha surgen de la propia realidad y que ellas cambian cuando ésta cambia. De nada sirvió que le repitiéramos las siguientes palabras de Lenin: «cuando en aras de una consigna falsamente comprendida en un sentido inmóvil, no se quiere tener en cuenta la situación creada de hecho ni las condiciones del correspondiente movimiento de masas, semejante aplicación de una consigna degenera de modo inevitable en fraseología revolucionaria»

Al introducir el estereotipo traído de Pekín, en la línea del PCP (BR), y meter la compleja y cambiante realidad nacional en el lecho de Procusto del esquema maoísta, la comparsa de Paredes se divorció de la parte sana de la organización partidaria. Era la propia vida la que nos había enseñado, desde enero de 1964, que las experiencias de la revolución china, trasladadas mecánicamente al país, sólo sirven para estimular actos aventureros y desorganizar el trabajo revolucionario.

La “VI Conferencia Nacional”

Puesto al descubierto el plan escisionista y las andanzas putchistas del maoísmo, la Comisión Nacional de Control y Cuadros encabezada por Jorge Valdez Salas asumió la Dirección Nacional, convocando a la VI Conferencia Nacional del PCP (BR). Realizada en marzo de 1966, esta Conferencia hizo una caracterización certera del bloque que Paredes encabezó en la V Conferencia. Se trataba de la unificación transitoria y sin ninguna base de principios de 3 grupos: el de Paredes, conformado por gente políticamente atrasada y algunos aventureros que habían recorrido anteriormente diversas tiendas de seudo-revolucionarios; el grupo de J. Soria y E. Basto, respaldado por fraccionalistas de viejo cuño, como Odón. Espinoza; y por último el desplazado grupo dirigente de la JCP (B. R.) conformado por jóvenes carreristas de formación trotskoide: Hurtado, Breña, Chu, Cervera, Rojas, Legua y otros. De este último grupo, nuestra VI Conferencia dijo que estaba impulsado por ambiciones desmedidas y que se había propuesto usurpar la Dirección del Partido por etapas, «eliminando primero al grupo de Sotomayor».

Fue en tales condiciones que buscamos contacto con el PCCh. Las contradicciones habían tomado carácter antagónico, y los que quedamos excluidos de la Dirección Nacional nos apresuramos a tomar medidas de carácter orgánico, antes de que se produjeran las expulsiones que se anunciaban. No vimos otra alternativa que la escisión; pero antes de dar paso tan grave, queríamos conocer la opinión autorizada del Partido cuyos puntos de vista, sobre los problemas debatidos en el seno del M. C. I., defendíamos.

Los que el 14 de marzo de 1966 realizamos la VI Conferencia Nacional del PCP (BR), llevamos adelante nuestro V Congreso Nacional en julio del mismo año, denominándonos P. C. (M-L) del P., desde esa fecha. Fue acuerdo de este certamen sacar a luz el vocero «Lucha de Clases». Hasta entonces seguíamos ligados a Pekín, pero ya manifestamos nuestra oposición a todo intento de trasplantar mecánicamente la experiencia china al Perú.

Los trágicos acontecimientos de Checoeslovaquia, el año de 1968, y el apoyo abierto que Pekín dió al revisionismo contrarrevolucionario de Dubcek y Cía., produjeron un fuerte remesón en nuestras filas, obligándonos a replantear nuestra posición frente al Movimiento Comunista Internacional. Los hechos demostraban fehacientemente que a la dirigencia china le importaba un pito la lucha contra el revisionismo y que estaba dispuesta a aliarse hasta con el diablo, para oponerse a los países de la Comunidad Socialista. El desarrollo posterior de los acontecimientos confirmaron plenamente nuestra previsión.

El PC (ML) acordó su autodisolución en enero de 1976, recomendando a su militancia su incorporación a las filas del PCP, con el fin de consolidar al Partido del proletariado fundado por J. C. Mariátegui. La práctica nos enseñaría que la unidad de los revolucionarios, en una sola organización, no se consigue aprobando resoluciones y acuerdos; tienen que haber madurado las condiciones que permitan esa unidad.

Final del bloque Paredes-Soria-Ben

El bloque formado por Paredes, Soria y el Buró Ejecutivo de la JCP (BR), comenzó a desintegrarse rápidamente después de la «V Conferencia Nacional». Unificados transitoriamente para oponerse a lo que denominaban «grupo de Sotomayor», cada uno por su cuenta trató de asegurarse las relaciones con Pekín y usurpar la dirección del bloque maoísta.

El carrerismo y las ambiciones desmedidas de los miembros del BEN (Hurtado, Chu, Breña y Cía) eran conocidos. Sin haber jugado ningún rol en la lucha interna que llevó a la escisión del PCP a comienzos de 1964, se propusieron desde un principio usurpar la dirección de la organización partidaria, aprobando secretamente un plan de depuración de dirigentes, por partes. Este plan fue conocido y desenmascarado por miembros del PCP (BR) en Pekín, a comienzos de 1965, con motivo de un ciclo de estudios seguido allí.

Es importante señalar que este grupo de jóvenes ya había creado serios problemas al viejo PCP los años de 1962 y 1963, levantando la bandera de la «autonomía de la Juventud Comunista». Somos testigos de reuniones conjuntas de dirigentes del PCP y la JCP realizadas en pie de igualdad. La escisión de 1964 no hizo sino estimular hasta extremos inconcebibles los apetitos de poder de dirigentes juveniles políticamente tan mal formados.

El año de 1967 el grupo de Paredes tuvo que enfrentarse al asedio de la pandilla de Hurtado, Chu, Cervera y demás rebeldes sin causa. En agosto de 1968 se constituía la «Comisión Nacional Reorganizadora del PCP (B.R.). Así quedaba escindido por segunda vez el «Partido» nacido bajo el amparo y protección de Pekín hacía apenas 4 años. En marzo de 1969 se formalizó el surgimiento del 3º partido comunista pekinés: el P. C. del P. (Patria Roja).

Tanto Paredes, como los de «Patria Roja», han hecho esfuerzos por barnizar sus luchas y furiosos enfrentamientos con cuestiones de principios. En esencia, se trató de una pugna por decidir quién debía tener el control de las relaciones con Pekín y todo lo que se deriva de ellas. Ambos grupos estaban de acuerdo en que su «V Conferencia Nacional» tenía una «singular importancia en la historia del Partido». En otras palabras, no tenían ninguna discrepancia en lo que a la validez del esquema maoísta, traído por Paredes de Pekín, se refiere. Los de «Patria Roja» se limitaron a decir a su ex jefe que nada nuevo había en su «Informe a la V Conferencia» porque ya el IV Congreso de PCP había dicho que el Perú es una semicolonia y que lo demás, contenido en el mamotreto de la V Conferencia, era «mas bien producto de las experiencias mal asimiladas de la revolución china».

En su enfrentamiento con el grupo Hurtado-Cervera-Chu y Cía., Paredes contó con el apoyo de Guzmán, profesor huamanguino que el año 1965 volvió de Pekín con ideas confusas sobre el trabajo abierto y el trabajo secreto del Partido. Toda su teorización representaba un típico liquidacionismo de izquierda, pues no admitía la necesidad de utilizar todas las posibilidades legales, objetivamente existentes, en la conducción del trabajo partidario. Siendo ilegal el Partido, decía Guzmán, todo su trabajo debe realizarse secretamente.

Desde fines de 1965, Paredes vociferó hasta por los codos anunciando su inevitable y pronta «guerra popular». Acusó, a quienes criticaban su vocingloria, de ser opuestos a la lucha armada y de no querer hacer la revolución, señalándolos como culpables de «nuestro atraso en la iniciación de la revolución violenta». No pasaron 2 años y el grupo «Patria Roja» le espetó estas mismas acusaciones.

A partir de 1970 el PC del P (Patria Roja) surgió como el grupo maoísta más beligerante, radical y sectario. Un año después declararían: «Si somos consecuentes con los acuerdos a que arribó la VII Conferencia, en el curso de los próximos años seremos la organización marxista más influyente, mejor organizada y consolidada de nuestro país. Existen los elementos objetivos para tal salto cualitativo. Seamos pues capaces de concretarlos». En efecto, en esos momentos, toda hacía pensar que el maoísmo encontraba en «Patria Roja» su organización definitiva, dando comienzo a una etapa de desarrollo y consolidación. El tiempo, sin embargo, diría otra cosa.

La descomposición de «Bandera Roja»

A mediados del año 1970 el grupo «Bandera Roja» capitaneando por Saturnino Paredes quedó escindido. Fue la 3^ escisión del pekinés PCP (BR). Guzmán decidió retornar a Huamanga siguiendo un «secreto sendero luminoso» para formar su propia secta, a la cual finalmente le dio el nombre de Partido Comunista Peruano, con una bandera Roja sin hoz y martillo como emblema. Paredes tuvo que ponerle hoz y martillo a su bandera, para diferenciarla de la bandera del profesor huamanguino, partidario frenético de la «pandilla de los 4» y apasionado defensor de todos los actos rufianescos realizados por la llamada «revolución cultural» china.

Abandonado por Guzmán y sus otros «íntimos camaradas de armas», de Lima, Cuzco y Ayacucho, Paredes pretendió salir a flote de cualquier modo. Organizó media docena de «núcleos rojos»; pero estos también le volvieron las espaldas tomando su propio rumbo. Poco antes el único Comité que le quedaba, «Estrella Roja», lo desconoció como «secretario general», acusándolo de haber renunciado a la «guerra popular». Desde entonces comenzó a distanciarse de Pekín y a volver los ojos hacia Tirana. Su conocida cantilena sobre la revolución que va del campo a la ciudad a través de la guerra del pueblo, fue sufriendo cambios. Muy pronto, pidió que en la Constituyente tuvieran sitio «revolucionarios seguros», Y señaló que era necesario participar en las elecciones porque las masas populares lo exigen.

Según Paredes la «Junta Militar Fascista ha convocado a una Asamblea Constituyente que institucionalice y haga irreversibles las pseudoreformas de esencia corporativista o fascista, es decir para legalizar el fascismo constitucionalmente. Pero de este enfoque, que dice mucho de su ceguera política, no desprendió la necesidad inaplazable de cumplir las tareas recomendadas por su Informe a la «trascendental V Conferencia»•. Todo lo contrario, haciendo caso omiso de su conocida teorización sobre la existencia de una permanente e invariable situación revolucionaria en el país, y con el fin de justificar sus andanzas electorales, descubrió que “millones de las masas populares se aprestan a participar en el proceso electoral”, lo que “nos hace ver que aún no han comprendido la necesidad de la violencia revolucionaria como único medio de conquistar el poder político”

Hechas estas constataciones que ratifican -dice Paredes- «los acuerdos de la V Conferencia Nacional” propuso que el proceso electoral sea utilizado para “hacerle ver al pueblo el camino de la violencia revolucionaria”, es decir enseñarle a empuñar las armas poniendo votos en las urnas.

La participación en elecciones a parlamentos u asambleas constituyentes, convocadas por regímenes burgueses, es cuestión que no discuten los marxistas leninistas; pero los maoístas, que han pregonado en forma sistemática durante años la guerra popular como único medio de lucha revolucionaria, aprove chan la primera oportunidad que se les presenta para lanzarse con desesperación en pos de una candidatura.

Arrojando al tacho de basura su tarea principal -la organización de las fuerzas armadas revolucionarias- Paredes se amparó en la fama del dirigente trotskista Hugo Blanco, para asegurar su presencia en la Asamblea Constituyente. Temeroso de que su candidatura fuera cuestionada por su pasado pekinés, remitió una carta «aclaratoria a la revista «Marka», haciendo saber a la opinión pública que no dirigía ningún partido político ni menos el llamado PCP (Bandera Roja).

Cuando se examina el curso sinuoso seguido por los maoístas y se constata sus inconsecuencias, no se puede dejar de recordar las siguientes palabras de Lenin: «semejantes tipos son característicos como escombros de las formaciones históricas de ayer»

La escisión de «Patria Roja»

El grupo que en 1969, después de elegir su «núcleo dirigente», salió a la palestra con el nombre de Patria Roja, con la seguridad de que pronto se convertiría en el Partido maoísta más fuerte y organizado del país, se encuentra sumido en una profunda crisis y ante una escisión definida. Diez años de prédica inútil de la revolución que va del campo a la ciudad, sólo ha servido para que surjan contradicciones insalvables entre los caudillajos que se disputan los vínculos con Pekín. De un lado están los llamados «populistas» y de otro la denominada «banda de los siete». Los primeros representan y defienden la pureza del maoísmo; los segundos le han puesto ingredientes trotskistas. Cada facción tiene su vocero: los «populistas» editan «Documentos» y «Puka Llacta», y la «banda de los siete», «Patria Roja».

Aferrándose al esquema traído de Pekín por Paredes, los «populistas» afirman que «sólo la guerra popular revolucionaria, del campo a la ciudad, permitirá derrocar al imperialismo y a la dictadura de clase de los grandes burgueses y terratenientes e instaurar un Gobierno Popular Revolucionario… «. Polemizando con la «banda de los siete» los acusan de plantear «una estrategia ‘izquierdista’ respecto a nuestro país sometido al imperialismo, promueven al mismo tiempo una táctica, un estilo de acumulación de fuerzas para poder conquistar el poder transitorio, táctico, concreto…».

Los «populistas», siguiendo los métodos escisionistas del maoísmo criollo, han nominado su «Comisión Organizadora de la VIII Conferencia Nacional». Esta es la 6ª escisión del maoísmo en el Perú,  pero no la última.

La «banda de los siete», encabezada por Breña, señala que la plataforma política enarbolada por los «populistas», no responde a un análisis de nuestra realidad. «No encontramos por ningún lado -dice- el mínimo intento de interpretación de las leyes propias que rigen nuestra sociedad y revolución, y por el contrario ella es sólo una traslación mecánica y esquemática de la experiencia de la revolución china».

No se puede dudar que estamos frente a una revisión del modelo traído de Pekín por Paredes en 1965. Pero más que un acercamiento al marxismo leninismo, hay en la posición de la «Banda de los Siete» una fuerte influencia trotskista. Igual que los múltiples y minúsculos grupitos «permanentistas», se han puesto a predicar la «acción directa de las masas» y la «huelga nacional», siempre y en todo momento. La nueva posición del grupo encaramado en la dirección de Patria Roja, es atribuida, por los «populistas» (Gallardo-Palma, Sánchez-Vicente), al entrismo trotskista traído por Breña desde Francia.

Escisión y nuevamente escisión: éste es el camino que el maoísmo está condenado a seguir, arrastrando una triste existencia correida por interminables luchas intestinas. De otro lado, que del maoísmo se vayan desprendiendo grupúsculos «populistas» y trotskistas, no tiene nada de extraño porque, en esencia, las teorías de Mao representan una corriente de revolucionarismo pequeño burgués.

Tenemos que reconocer que en el Perú, como en China, existen condiciones objetivas para que surja y se manifieste el revolucionarismo pequeño burgués, igual que en otros países de la América Latina, sumidos en el atraso y la dependencia. Pero de aquí no desprendemos que tal cosa sea inevitable. A los marxistas leninistas les toca, en este sentido, partir del hecho real de que ese revolucionarismo, cuando alcanza determinado grado de desarrollo, se convierte en un serio obstáculo en la marcha de los procesos revolucionarios.

No exageramos al decir que, hoy por hoy, la lucha contra el revolucionarismo pequeño burgués es una tarea de verdadera importancia histórica en el país. Junto con el trotskismo, el maoísmo se ha convertido en uno de los elementos más dañinos del movimiento obrero. Un examen objetivo de la situación política actual del país, demuestra, en efecto, que el ultraizquierdismo, anarquista y aventurero por naturaleza, ha encontrado en las tesis de Mao su asidero ideológico. La fraseología revolucionaria y el subjetivismo de los grupos “ultras” se nutren de las teorías que exportan los dirigentes chinos.

Pensar y creer que la lucha contra el «ultraizquierdismo» de inspiración maoísta, y el maoísmo como corriente ideológica no tiene importancia, es una candidez que puede traer trágicas consecuencias. No dudamos, que la historia de querellas y discordias del maoísmo ha hecho estériles los esfuerzos de Pekín por crear «un movimiento comunista internacional paralelo». Sin embargo, la verdad es que estamos frente a una contracorriente que debe ser rechazada y combatida con toda energía. El peligro real que representa no debe ser desdeñado. Lo aventaja al trotskismo en que se ha entronizado en un gran país como la República Popular de China, cuya población se aproxima a los mil millones de habitantes. Con semejante «base de apoyo», el asunto se torna realmente grave.

Tomado de ¿Leninismo o Maoísmo? de José Sotomayor Pérez. Editorial Universo S.A. Lima-Perú 1979.

Fuentes:

http://www.jornaldearequipa.com/Que-paso-en-el-PCP.htm

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