Sobre las huelgas

LENIN

En los últimos años, las huelgas obreras se han vuelto extraordinariamente frecuentes en Rusia. No existe una sola provincia industrial donde no haya habido varias huelgas. En cuanto a las grandes ciudades, las huelgas no cesan. Se comprende, pues, que los obreros conscientes y los socialistas se planteen cada vez más a menudo la cuestión del significado de las huelgas, de las formas de llevarlas a cabo y de las tareas que los socialistas se proponen al participar en ellas.

Queremos intentar una exposición de algunas ideas sobre estos problemas. En el primer artículo pensamos hablar del significado de las huelgas en el movimiento obrero en general; en el segundo, de las leyes rusas contra las huelgas y en el tercero, de cómo se han desenvuelto y se desenvuelven las huelgas en Rusia y cuál debe ser la actitud de los obreros conscientes ante ellas.

En primer término, es preciso buscar una explicación para el nacimiento y difusión de las huelgas. Quien recuerde todos los casos de huelga conocidos por su propia experiencia personal, por los relatos de otros o por los periódicos, verá en seguida que las huelgas surgen y se extienden allí donde aparecen y se multiplican las grandes fábricas. De las fábricas más importantes, en las que trabajan centenares (y a veces miles) de obreros, apenas se encontrará una donde no haya habido huelgas. Cuando en Rusia eran pocas las grandes fábricas, escaseaban las huelgas, pero son cada vez más frecuentes desde que aquéllas aumentan con rapidez, tanto en las antiguas localidades fabriles como en las nuevas ciudades y aldeas industriales.

¿Por qué la gran producción fabril conduce siempre a las huelgas? Porque el capitalismo lleva necesariamente a la lucha de los obreros contra los patronos, y cuando la producción se realiza en gran escala, esa lucha se convierte necesariamente en lucha huelguística.

Aclaremos esto.

Se denomina capitalismo a la organización de la sociedad en que la tierra, las fábricas, los instrumentos de producción, etc., pertenecen a un pequeño número de terratenientes y capitalistas, mientras la masa del pueblo no posee ninguna o casi ninguna propiedad y debe, por lo mismo, alquilar su fuerza de trabajo. Los terratenientes y los fabricantes contratan a los obreros, los obligan a producir unos u otros artículos, que ellos venden en el mercado. Los patronos abonan a los obreros únicamente el salario imprescindible para que éstos y sus familiares puedan apenas subsistir, y todo lo que el obrero produce por encima de esa cantidad de productos necesaria para su mantenimiento, se lo embolsa el patrono; eso constituye su ganancia. Por lo tanto, en la economía capitalista, la masa del pueblo trabaja por contrato para otros; no trabaja para sí, sino para los patronos, y lo hace por un salario. Se comprende que los patronos tratan siempre de reducir el salario: cuanto menos entregan a los obreros, más ganancias les queda. En cambio, los obreros tratan de obtener el mayor salario posible, para poder dar a su familia una alimentación abundante y sana, vivir en una buena casa y vestirse no como pordioseros, sino como se viste todo el mundo. Por lo tanto, entre patronos y obreros existe una lucha constante por el salario: el patrono tiene libertad para contratar al obrero que le venga en gana, por lo cual busca el más barato. El obrero tiene libertad para alquilarse al patrono que quiera, y busca el más caro, el que pague más. Trabaje en el campo o en la ciudad, alquile sus brazos a un terrateniente, a un campesino rico, a un contratista o a un fabricante, el obrero siempre regatea con el patrono, lucha contra él por el salario.

¿Pero puede sostener esta lucha por sí solo? Cada vez es mayor el número de obreros: los campesinos se arruinan y emigran de las aldeas a las ciudades y a las fábricas. Los terratenientes y los fabricantes introducen máquinas, que dejan sin trabajo a los obreros. En las ciudades aumenta sin cesar el número de desocupados y en las aldeas el de gente reducida a la miseria; la existencia de un pueblo hambriento hace que bajen cada vez más los salarios. Al obrero le resulta imposible luchar él solo contra el patrono. Si exige mejor salario o no acepta la rebaja del mismo, el patrono contestará: vete a otra parte, son muchos los hambrientos que esperan a la puerta de la fábrica y estarán contentos de trabajar aunque sea por un salario bajo.

Cuando la ruina del pueblo llega a tal grado que en las ciudades y en las aldeas hay siempre masas de desocupados, cuando los fabricantes amasan enormes fortunas y los pequeños propietarios son desplazados por los millonarios, entonces el obrero aislado se convierte en un hombre absolutamente desvalido frente al capitalista. A éste le es posible aplastar por completo al obrero, condenarlo a muerte en un trabajo de esclavos, y no sólo a él, sino también a su mujer y a sus hijos. En efecto, tomemos las industrias en que los obreros no han conseguido aún la protección de la ley y no pueden ofrecer resistencia a los capitalistas, y comprobaremos que la jornada es increíblemente larga, hasta de 17 y 19 horas, que criaturas de cinco o seis años realizan un trabajo extenuante, y que los obreros padecen hambre constantemente, condenados a una muerte lenta. Un ejemplo es el de los que trabajan a domicilio para los capitalistas; ¡pero cada obrero recordará otros muchos ejemplos! Ni siquiera bajo la esclavitud y bajo el régimen de servidumbre existió jamás una opresión tan tremenda del pueblo trabajador como la que sufren los obreros cuando no pueden oponer resistencia a los capitalistas, ni conquistar leyes que limiten la arbitrariedad patronal.

Pues bien, para no llegar a verse reducidos a tales extremos, los obreros inician la lucha más porfiada. Como advierten que cada uno de ellos por sí solo nada puede, y que pende sobre él la amenaza de perecer bajo el yugo del capital, los obreros empiezan a alzarse juntos contra sus patronos. Comienzan las huelgas obreras. Al principio es frecuente que los obreros no tengan ni siquiera una idea clara de lo que tratan de conseguir, no comprenden por qué actúan así: simplemente rompen las máquinas y destruyen las fábricas. Lo único que desean es dar a conocer a los patronos su indignación, prueban sus fuerzas mancomunadas para salir de una situación insoportable, sin saber aún por qué su situación es tan desesperada y cuáles deben ser sus aspiraciones.

En todos los países, la indignación de los obreros comenzó con disturbios aislados, con motines, como los llaman en nuestro país la policía y los patronos. En todos los países, estos disturbios dieron lugar, por un lado, a huelgas más o menos pacíficas y, por otro, a una lucha multilateral de la clase obrera por su emancipación.

¿Cuál es el significado de las huelgas (o paros) en la lucha de la clase obrera? Para responder a esta pregunta debemos tener primero una visión más amplia de las huelgas. Si el salario del obrero se determina —como hemos explicado— por un convenio entre el patrono y el obrero, y si cada obrero por sí solo es en todo sentido impotente, resulta claro que los obreros deben necesariamente defender juntos sus reivindicaciones, recurrir a las huelgas para impedir que los patronos rebajen el salario o para lograr un salario más alto. Y, en efecto, no existe país capitalista alguno en el que no estallen huelgas obreras. En todos los países europeos y en América, los obreros se sienten impotentes cuando actúan individualmente; sólo pueden oponer resistencia a los patronos si están unidos, bien declarándose en huelga, bien amenazando con ella. Y cuanto más se desarrolla el capitalismo, cuanto mayor es la rapidez con que crecen las grandes fábricas, cuanto más son desplazados los pequeños capitalistas por los grandes, más imperiosa es la necesidad de una resistencia conjunta de los obreros, porque se agrava la desocupación, se agudiza la competencia entre los capitalistas, que tratan de producir las mercancías lo más baratas posible (para lo cual es preciso pagar a los obreros lo menos posible), y se acentúan las oscilaciones de la industria y las crisis.* Cuando la industria prospera, los patronos obtienen grandes beneficios y no piensan en compartirlos con los obreros; pero durante las crisis tratan de cargar las pérdidas sobre los obreros. La necesidad de las huelgas en la sociedad capitalista está tan reconocida por todos en los países europeos, que allí la ley no las prohíbe; sólo en Rusia han quedado bárbaras leyes contra las huelgas (de estas leyes y de su aplicación hablaremos en otro momento).

Pero las huelgas, que son determinadas por la naturaleza misma de la sociedad capitalista, significan el comienzo de la lucha de la clase obrera contra esa estructura de la sociedad. Cuando con los potentados capitalistas se enfrentan obreros desposeídos que actúan individualmente, ello equivale a la total esclavización de los obreros. Pero cuando estos obreros desposeídos se unen, la cosa cambia. No hay riquezas que puedan reportar provecho a los capitalistas, si éstos no encuentran obreros dispuestos a trabajar con los instrumentos y los materiales de los capitalistas, y a producir nuevas riquezas. Cuando los obreros se enfrentan individualmente con los patronos, siguen siendo verdaderos esclavos, que trabajan siempre para un extraño por un pedazo de pan, como asalariados siempre sumisos y silenciosos. Pero cuando proclaman juntos sus reivindicaciones y se niegan a someterse a quien tiene la bolsa de oro, entonces dejan de ser esclavos, se convierten en hombres y comienzan a exigir que su trabajo no sólo sirva para enriquecer a un puñado de parásitos, sino que permita a los trabajadores vivir como seres humanos. Los esclavos empiezan a presentar la reivindicación de convertirse en dueños: trabajar y vivir, no como quieran los terratenientes y los capitalistas, sino como quieran los propios trabajadores. Las huelgas infunden siempre tal espanto a los capitalistas porque comienzan a hacer vacilar su dominio. «Todas las ruedas se detienen, si así lo quiere tu brazo vigoroso», dice sobre la clase obrera una canción de los obreros alemanes. En efecto: las fábricas, las fincas de los terratenientes, las máquinas, los ferrocarriles, etc., etc., son, por decirlo así, ruedas de un enorme mecanismo: este mecanismo suministra distintos productos, los elabora, los distribuye adonde es menester. Todo este mecanismo lo mueve el obrero, que cultiva la tierra, extrae el mineral, elabora las mercancías en las fábricas, construye casas, talleres y líneas férreas. Cuando los obreros se niegan a trabajar, todo este mecanismo amenaza con paralizarse. Cada huelga recuerda a los capitalistas que los verdaderos dueños no son ellos, sino los obreros, que proclaman sus derechos con creciente fuerza. Cada huelga recuerda a los obreros que su situación no es desesperada y que no están solos. Véase qué enorme influencia ejerce una huelga, tanto sobre los huelguistas como sobre los obreros de las fábricas vecinas o próximas, o de las fábricas de la misma rama de industria. En tiempos normales, pacíficos, el obrero arrastra en silencio su carga, no discute con el patrono ni reflexiona sobre su situación. Durante una huelga, proclama en voz alta sus reivindicaciones, recuerda a los patronos todos los atropellos de que ha sido víctima, proclama sus derechos, no piensa en sí solo ni en su salario exclusivamente, sino que piensa también en todos sus camaradas, que han abandonado el trabajo junto con él y que defienden la causa obrera sin temor a las privaciones. Toda huelga acarrea al obrero gran número de privaciones, terribles privaciones, que sólo pueden compararse con las calamidades de la guerra: hambre en la familia, pérdida del salario, a menudo detenciones, expulsión de la ciudad donde residía y trabajaba. Y a pesar de todas estas calamidades, los obreros desprecian a quienes abandonan a sus camaradas y entran en componendas con el patrono. A pesar de las calamidades de la huelga, los obreros de las fábricas vecinas sienten entusiasmo cuando ven que sus camaradas han iniciado la lucha. «Los hombres que resisten tales calamidades para quebrar la oposición de un burgués, sabrán quebrar también la fuerza de toda la burguesía», [1] decía un gran maestro del socialismo, Engels, hablando de las huelgas de los obreros ingleses. Con frecuencia, basta que se declare en huelga una fábrica para que inmediatamente comience una serie de huelgas en otras muchas fábricas. ¡Tan grande es la influencia moral de las huelgas, tan contagiosa es la influencia que sobre los obreros ejerce el ver a sus camaradas que, aunque sólo sea temporalmente, se convierten de esclavos en personas con los mismos derechos que los ricos! Toda huelga infunde con enorme fuerza, a los obreros, la idea del socialismo: la idea de la lucha de toda la clase obrera por su emancipación del yugo del capital. Es muy frecuente que, antes de una gran huelga, los obreros de una fábrica o de una industria o una ciudad cualquiera no conozcan casi el socialismo ni piensen en él, pero que después de la huelga se extiendan cada vez más entre ellos los círculos y las asociaciones, y sean más y más los obreros que se hacen socialistas.

La huelga enseña a los obreros a comprender cuál es la fuerza de los patronos y cuál la de los obreros: enseña a pensar, no sólo en su patrono ni en sus camaradas más próximos, sino en todos los patronos, en toda la clase capitalista y en toda la clase obrera. Cuando un patrono que ha amasado millones a costa del trabajo de varias generaciones de obreros, no accede al más modesto aumento del salario e inclusive intenta reducirlo todavía más si los obreros ofrecen resistencia, arroja a la calle a miles de familias hambrientas, entonces resulta claro para los obreros que toda la clase capitalista es enemiga de toda la clase obrera, y que los obreros pueden confiar sólo en sí mismos y en su acción unida. Ocurre muy a menudo que un patrono trata de engañar a todo trance a los obreros, de presentarse ante ellos como un bienhechor, de encubrir la explotación de sus obreros con una dádiva cualquiera, con cualquier promesa falaz. Cada huelga destruye siempre de golpe este engaño, mostrando a los obreros que su «bienhechor» es un lobo con piel de cordero.

Pero la huelga, además, abre los ojos a los obreros, no sólo en lo que se refiere a los capitalistas, sino también en lo que respecta al gobierno y a las leyes. Del mismo modo que los patronos se esfuerzan por aparecer como bienhechores de los obreros, así también los funcionarios y sus lacayos se esfuerzan por convencer a los obreros de que el zar y el gobierno zarista se preocupan de los patronos y de los obreros por igual, con espíritu de justicia. El obrero no conoce las leyes y no se codea con los funcionarios, en particular con los altos, por lo que frecuentemente da crédito a todo esto. Pero estalla una huelga, se presentan en la fábrica el fiscal, el inspector fabril, la policía y a menudo las tropas, y entonces los obreros se enteran de que han violado la ley: ¡la ley permite a los fabricantes reunirse y discutir abiertamente cómo reducir el salario de los obreros, mientras que éstos son tildados de delincuentes por reunirse y tratar de ponerse de acuerdo! Desalojan a los obreros de sus viviendas, la policía cierra las tiendas en que podrían adquirir comestibles a crédito y se intenta azuzar a los soldados contra los obreros, inclusive cuando éstos mantienen una actitud serena y pacífica. Se llega a dar a los soldados la orden de abrir fuego contra los obreros, y cuando matan a trabajadores indefensos aplicándoles la ley de fuga, el propio zar manifiesta su gratitud a las tropas (así lo hizo con los soldados que mataron a huelguistas en 1895, en Iaroslavl). [2] Para todo obrero resulta claro que el gobierno zarista es su enemigo jurado, que defiende a los capitalistas y maniata a los obreros. Comienza a comprender que las leyes se dictan en beneficio exclusivo de los ricos, que también los funcionarios defienden los intereses de los ricos, que al pueblo trabajador se le tapa la boca y no se le permite expresar sus necesidades, y que la clase obrera debe necesariamente arrancar el derecho de huelga, de publicar periódicos obreros y participar en una asamblea popular representativa, encargada de promulgar las leyes y de velar por su cumplimiento. A su vez, el gobierno comprende muy bien que las huelgas abren los ojos a los obreros, y por ese motivo les tiene tanto miedo y se esfuerza a todo trance por sofocarlas lo antes posible. Un ministro alemán del Interior, que adquirió fama por su enconada persecución contra los socialistas y los obreros conscientes, declaró no sin motivo, en una ocasión, ante los representantes del pueblo: «Tras cada huelga asoma la hidra de la revolución». [3]

En cada huelga crece y se desarrolla en los obreros la conciencia de que el gobierno es su enemigo, y de que la clase obrera debe prepararse para luchar contra él, por los derechos del pueblo.

Así, pues, las huelgas enseñan a los obreros a unirse, les hacen ver que sólo unidos pueden sostener la lucha contra los capitalistas, les enseñan a pensar en la lucha de toda la clase obrera contra toda la clase patronal y contra el gobierno autocrático y policíaco. Por eso, los socialistas llaman a las huelgas «escuela de guerra», escuela en la que los obreros aprenden a librar la guerra contra sus enemigos por la emancipación de todo el pueblo, de todos los trabajadores, del yugo de los funcionarios y del yugo del capital.

Pero la «escuela de guerra» no es la guerra misma. Cuando las huelgas se difunden, algunos obreros (y algunos socialistas) comienzan a pensar que la clase obrera puede limitarse a las huelgas y a las cajas o sociedades de resistencia, que las huelgas por sí solas pueden procurar una gran mejora de su situación y aun su emancipación. Cuando ven la fuerza que representan la unión de los obreros y aun sus pequeñas huelgas, algunos piensan que a la clase obrera le basta con declarar la huelga general en todo el país para conseguir de los capitalistas y del gobierno todo lo que quieran. Esta opinión la expresaron también los obreros de otros países cuando el movimiento obrero estaba en su etapa inicial y los obreros contaban aún con muy poca experiencia.

Pero esta opinión es errónea. Las huelgas son uno de los medios de lucha de la clase obrera por su emancipación, pero no el único, y si los obreros no prestan atención a otros medios de lucha, demoran el desarrollo y los éxitos de la clase obrera. En efecto, para que las huelgas tengan éxito son necesarias las cajas de resistencia, a fin de mantener a los obreros mientras dure el conflicto. Los obreros (por lo común los de cada industria, cada oficio o cada taller) organizan estas cajas en todos los países, pero en Rusia esto es muy difícil, porque la policía las persigue, se apodera del dinero y detiene a los obreros. Naturalmente, los obreros saben resguardarse de la policía; por supuesto, la organización de estas cajas es útil, y no queremos disuadir a los obreros de que se ocupen de esto. Pero no se debe confiar en que, estando prohibidas por la ley, las cajas obreras puedan atraer a muchos contribuyentes; y mientras el número de cotizantes sea escaso dichas cajas no reportarán gran utilidad. Además, aun en los países en que existen libremente las asociaciones obreras, y en los que son muy fuertes las cajas, aun en ellos la clase obrera de ningún modo puede limitarse en su lucha a las huelgas. Basta con que sobrevengan dificultades en la industria (una crisis, como la que, por ejemplo, se acerca ahora en Rusia), para que los patronos provoquen en forma premeditada las huelgas, porque a veces les conviene suspender temporalmente el trabajo, les resulta provechoso que las cajas obreras agoten sus fondos. De ahí que los obreros no puedan, en modo alguno, circunscribirse a las huelgas y a las sociedades de resistencia.

En segundo lugar, las huelgas sólo pueden tener éxito cuando los obreros poseen ya suficiente conciencia, cuando saber elegir el momento para declararlas y presentar reivindicaciones, cuando mantienen contacto con los socialistas y reciben de ellos volantes y folletos. Pero hay todavía pocos obreros así en Rusia, y es necesario orientar todos los esfuerzos a aumentar su número, hacer conocer la causa obrera a las masas obreras, esclarecerlos sobre el socialismo y la lucha obrera. Esta es la misión que deben asumir los socialistas y los obreros conscientes, organizando para ello el partido obrero socialista.

En tercer lugar, las huelgas muestran a los obreros, como hemos visto, que el gobierno es su enemigo y que es preciso luchar contra él. En efecto, han enseñado gradualmente a la clase obrera, en todos los países, a luchar contra los gobiernos por los derechos de los obreros y por los de todo el pueblo. Como ya hemos dicho, esta lucha sólo puede llevarla a cabo el partido obrero socialista, difundiendo entre los obreros las ideas justas sobre el gobierno y sobre la causa obrera. En otra ocasión nos referiremos en particular a cómo se realizan en Rusia las huelgas y a cómo deben utilizarlas los obreros conscientes. Por ahora debemos indicar que son, como ya hemos anotado más arriba, una «escuela de guerra», pero no la guerra misma; sólo son uno de los medios de lucha, una de las formas del movimiento obrero. De las huelgas aisladas los obreros pueden y deben pasar, y pasan realmente en todos los países, a la lucha de toda la clase obrera por la emancipación de todos los trabajadores. Cuando todos los obreros conscientes se convierten en socialistas, es decir, cuando tienden a esta emancipación, cuando se unen en todo el país para difundir entre los obreros el socialismo y enseñarles todos los medios de lucha contra sus enemigos, cuando organizan el partido obrero socialista, que lucha por liberar a todo el pueblo de la opresión del gobierno y por emancipar a todos los trabajadores del yugo del capital, sólo entonces la clase obrera se incorpora plenamente al gran movimiento de los obreros de todos los países, que agrupa a todos los obreros y enarbola en alto la bandera roja en la que están inscritas estas palabras: «¡Proletarios de todos los países, únanse!»

* Sobre las crisis en la industria y su significado para los obreros hablaremos algún día con más detalle. Ahora observamos sólo que, en los últimos años, los asuntos industriales en Rusia han ido a las mil maravillas, la industria «ha prosperado», pero ahora (a fines de 1899) se observan ya claros síntomas de que esta «prosperidad» desembocará en la crisis: dificultades para la venta de mercancías, quiebras de fabricantes, ruina de pequeños propietarios y terribles calamidades para los obreros (desocupación, disminución del salario, etc.).

[Escrito a fines de 1899. Publicado por primera vez en 1924, en la revista Proletárskaia Revolutsia, núms. 8-9. Se publica de acuerdo con un manuscrito copiado por N. Krúpskaia. Lenin escribió este artículo en el exilio, para Rabóchaia Gazeta (véase ob. cit., tomo IV, págs. 211-213, «Carta al grupo de redactores»). En el archivo del Instituto de Marxismo Leninismo adjunto al CC del PCUS se guarda sólo la primera parte del artículo, y no se ha podido establecer si las dos restantes fueron escritas. ]

NOTAS

[1] Lenin cita el libro de F. Engels La situación de la dase obrera en Inglaterra.

[2] La huelga en la manufactura de Iaroslavl ocurrió en abril-mayo de 1895, con motivo de que la administración implantó tarifas nuevas que disminuyeron el salario de los obreros. Pararon más de 4.000 personas; la huelga fue reprimida por las tropas llamadas a Iaroslavl con este fin (10 compañías del regimiento de Fanagóreia). Las consecuencias de la brutal represión fueron: un obrero asesinado, catorce heridos y once procesados. El zar Nicolás II escribió al margen del informe que se le hizo llegar: «Agradezco a los bravos muchachos del regimiento de Fanagóreia su conducta firme y varonil en los disturbios obreros».

[3] Frase de von Puttkamer, ministro del Interior de Prusia.

Fuentes:

http://unidadyresistencia.blogspot.fr/2012/11/sobre-las-huelgas.html

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