Entrevista a Domenico Losurdo

Matteo Gargani

Traducción: Patryk J. Bywalec

“Una teoría general del conflicto social. Lucha de clases, marxismo y relaciones internacionales”

“En Marx la crítica de la economía política no tiene nada que ver con la reivindicación ni con la celebración populista de la distribución igualitaria de la miseria o la penuria como prueba de la excelencia moral”

“La caída en el idealismo es a la vez la caída en el eurocentrismo. En Marx y Engels (y Lenin, Gramsci) el materialismo tiene detrás por un lado la revolución industrial y por otro lado la revolución política. Ambas revoluciones no se limitan a Europa. La primera acelera la formación del mercado mundial, del expansionismo colonial, de la acumulación originaria del capital; la segunda inspira el levantamiento de los esclavos negros”

“Se ha presentado una recopilación de las catástrofes iniciadas con la revolución de octubre, sin mencionar el impulso que “Octubre” les dio a las revoluciones anticoloniales del mundo”

En el marxismo italiano de posguerra se pueden – con adecuadas precauciones historiográficas – distinguir tres corrientes básicas. La primera es el marxismo histórico, es decir, el canon interpretativo del PCI, cuyas premisas fueron impuestas por Togliatti y cuya inspiración viene de la lectura de Gramsci y pasa por el triángulo De Sanctis-Labriola-Croce. La segunda es el marxismo “operaista”, nacido en el año 1960 con la revista “Quaderni Rossi”, que contaba con personalidades de formaciones y opiniones políticas muy distintas como Tronti, Panzieri, Asor Rosa, Negri y Cacciari. La tercera es llamada “dellavolpismo” que, sobre todo debido a la actividad de Volpe y Colleti, trataba de interpretar a Marx enfocándose en el aspecto científico de la crítica de la economía política, minimizando la influencia del joven Marx y acentuando, a su vez, el distanciamiento de Hegel. ¿Cómo leía usted a Marx en sus años de formación? ¿Cómo posicionaría su interpretación de Marx con respecto a las tres corrientes?

Losurdo: La tres corrientes no las consideraría como iguales. El reclamo de Togliatti a Labriola e incluso al Risorgimento, no le impiden poner el acento al problema del colonialismo (ignorado por Labriola que apoyaba la expansión italiana en Libia) y denunciarlo (con Lenin) como “una discriminación bárbara de seres humanos” caractéristica de capitalismo y liberalismo. Partiendo del Risorgimento y sus corrientes más radicales, Togliatti por un lado rechaza la visión de Gobetti, según la cual el fascismo fue “una autobiografía de la nación” por otro lado critica la tesis de Croce, para quien la dictadura fascista fue una inexplicable explosión de barbarie y locura, comparable con “la invasión de los Hicsos”.

La lectura esencialista del fascismo de Gobetti no es menos ingenua que la auto-absolución de la Italia liberal que proclama Croce. Ambas explicaciones del fascismo aquí citadas cometen el error de ignorar la lucha de las clases, y el enfrentamiento entre el progresismo y la reacción que caracterizaba tanto a la historia de Italia como a la de otros países. Este conflicto nos permite entender la aceptación que tuvieron en Italia las ideas de la revolución de octubre y la consecuente formación del partido comunista, que no fue una importación de la ideología extranjera, como lo sostenía la propaganda reaccionaria.

Del mismo modo en Cuba, incluso antes de Fidel Castro, se invocaba la figura de José Martí que, a pesar de no conocer Marx, había comprendido la necesidad de la lucha contra el neocolonialismo, además de la lucha contra el colonialismo clásico, y ha reconocido la dimensión económico-social de la liberación nacional. También en China la liberación empezó con la figura de Sun Yat-sen que, sin haber sido marxista, recibió la revolución de octubre como el comienzo de la revolución anticolonialista en el mundo, esperada, apoyada y promovida por él.

En todos estos casos cabe destacar el carácter nacional de los movimientos revolucionarios, a veces alimentados tanto por filosofía de Marx como por la de Lenin; de hecho el marxismo-leninismo como plataforma teórica de estos movimientos me parece indiscutible. Es esta la tradición a la que pertenezco.

¿Qué pienso sobre la escuela encabezada por Galvano della Volpe? Me parece que en su pensamiento la cuestión colonial juega un papel muy reducido. Cuando en 1954 Norberto Bobbio empieza a contrastar  negativamente el campo socialista con el occidente liberal, Togliatti responde destacando la “discriminación bárbara de los seres humanos” sobre la cual ya he hablado, y hace un llamado de atención a la opresión que sufren no sólo los pueblos coloniales, sino también  los de origen colonial (por ejemplo los afroamericanos confrontados con violencia por el régimen de White supremacy). Mientras tanto, Della Volpe se limita a la distinción entre libertas major (la socialista) y libertas minor (la liberal), aunque nunca hace el esfuerzo para explicar por qué la segunda debería ser reemplazada por la primera. Significativamente, en el momento de su ruptura con el marxismo y el comunismo, Lucio Coletti ha presentado una recopilación de las catástrofes iniciadas con la revolución de octubre, sin mencionar el impulso que “Octubre” les dio a las revoluciones anticoloniales del mundo.

La actitud que toma el operaismo frente a la cuestión colonial es probablemente mucho más discutible e inquietante. En 1966 Matio Tronti publica Operai e capitale; un libro donde nos habla de “Lenin en Inglaterra” (como se llama capítulo central) pero no con el objetivo de analizar desde adentro el Imperio británico involucrado en una guerra colonial tras otra y dispuesto a la confrontación por la dominación del mundo o, en palabras de Engels, “una nación que explota al mundo entero”; un país donde, según Marx, los obreros infectados con la ideología dominante consideran y tratan a los irlandeses (habitantes de una colonia salvajemente explotada) como niggers. No, en “Lenin en Iglaterra” se habla exclusivamente de la fábrica y de la condición de la clase obrera: en otras palabras, el gran revolucionario es asociado con el sindicalismo, posición política fuertemente criticada por Lenin. La última reflexión que cabe añadir: en Operai e capitale Tronti llama a “eliminar el trabajo” lanzando así un eslogan, mejor dicho una frase (en el sentido leniniano), que en términos prácticos revela la resignación de la lucha por una sociedad concretamente distinta de la existente y así reduce el marxismo a la (impotente) “teoría crítica” o bien a la espera mesiánica.

Creo haber explicado las razones y el porqué de mi apoyo a la primera corriente.

En cuanto a mi “formación”, considerándola como un asunto secundario, quisiera mencionar un detalle: he empezado con la publicación en 1970, en “Studi Urbinati”, de un extenso ensayo (un libreto) titulado “El estado y la ideología en el joven Marx”. Eso llamó la atención de Bobbio y fue introducido en la corta bibliografía del artículo por él escrito – “Marxismo” – para el Dizionario di politica (Utet). No he publicado este texto nunca más, ya que contiene algunos rasgos del pensamiento de Althusser, de un autor del cual me estaba alejando paulatinamente.

Gargani: “La teoría de la lucha de las clases se presenta como una teoría general del conflicto social”, esta parece ser la tesis en la que se basa toda la obra titulada “Lucha de las clases”. Antes de analizar de cerca todas las implicaciones de esta tesis, quisiera preguntarle si la “teoría de la lucha de las clases” representa para usted el aspecto más importante del pensamiento de Marx y qué tipo de relación hay, según usted, entre la “teoría de la lucha de las clases” y el maduro proyecto marxiano de la crítica de la economía política

Losurdo: El capital, que tiene como subtítulo “La crítica de la economía política”, dedica mucha atención a la lucha de la clase obrera por la reducción de la jornada laboral, a las formas particulares de la explotación laboral de las mujeres, al exterminio de los pueblos indígenas de América y a la “caza de los negros” (esclavitud) que acompañaron el surgimiento y el desarrollo del capitalismo. Así que los tres modos de la lucha de clases que analizo en mi libro están muy presentes en la obra de Marx. En cuanto a la crítica de la economía, hay una cuestión que debería quedar clara: en Marx ella no tiene nada que ver con la visión del joven Ernst Bloch quien, en 1918, invoca el fin de “cada forma de economía privada” y de “economía del dinero” además de “la moral mercantil que consagra todo lo malo que hay en el ser humano”. Proclama todo eso cuando la carnicería de la primera guerra mundial se está revelando como una forma violenta de la competición por el acceso a las materias primas, a los mercados y a las ganancias, pero también, y sobre todo, como la realización del lema auri sacra fames.

Estos son también los años en los que se introduce en la Rusia soviética el “comunismo de guerra”, interpretado y celebrado por un ferviente católico que visitaba Rusia (Pierre Pascal) como la llegada de una sociedad dedicada a la absoluta igualdad, una sociedad donde puede haber solo “pobres y muy pobres”. Se trata de las ideas y actitudes que, en el clima ideológico de la época, encuentran sus representantes en el partido bolchevique y en el movimiento comunista internacional. Habría que recordar el fragmento del Manifiesto del Partido Comunista: “Nada más fácil que dar al ascetismo cristiano un barniz socialista”; esta es la actitud de los que “profesan un ascetismo universal y un torpe y vago igualitarismo”.

En otras palabras, en Marx la crítica de la economía política no tiene nada que ver con la reivindicación ni con la celebración populista de la distribución igualitaria de la miseria o la penuria como prueba de la excelencia moral. Ya en los Manuscritos económico-filosóficos podemos leer que el capitalismo intenta de transformar al proletario en un “esclavo ascético, pero productivo”. La crítica de la economía política no es un culto a la austeridad o al “decrecimiento”; por el contrario, es la crítica de un sistema que, según Smith, promete la “riqueza de las naciones”, pero que en realidad impone a las masas el ascetismo (y la miseria espiritual estrechamente conectada con él). Es ese el sistema que la lucha de clases tiene que derrumbar.

Gargani: “Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases”, estas palabras abren el Manifesto del Partido Comunista. Usted comenta la tesis afirmando: “La transición del singular al plural nos sugiere que la lucha del proletariado contra la burguesía es sólo una de las luchas de clases y que estas, penetrando la historia universal, no caracterizan exclusivamente la sociedad burguesa e industrial”. Usted reconoce la pluralidad de las formas que toma la lucha de clases, exhortando a evitar la interpretación binaria de la misma, expresada exclusivamente en los términos de la lucha de burguesía contra proletariado.  Además de la última usted distingue otras dos formas de luchas de clases, es decir, la de la emancipación de la mujer y la de la emancipación de los pueblos de la condición colonial y neocolonial. Sin embargo, los mismos Marx y Engels  enfrentados con los acontecimientos de la época tomaron posiciones, para dar algunos ejemplos, a favor de la Union en la guerra civil en Estados Unidos, a favor de la liberación nacional de Polonia en 1863 o en defensa de las rebeliones de los irlandeses (es decir, acontecimientos que escapan a la interpretación binaria según el esquema burguesía/proletariado), sin haber elaborado una completa propuesta teórica de las luchas de clases, que de facto estaban poniendo en práctica. ¿Es posible interpretar esta falta de la teoría como una prueba del permanecer en el pensamiento de Marx y Engels de una cierta atracción hacia la filosofía de la historia entendida como un proceso finalista? En otras palabras, ¿acaso no determina el hecho de que Marx y Engels favorecían la lucha de clases entre proletariado y la burguesía que esta lucha fue para ellos la contradicción históricamente decisiva, cuya resolución llevaba una cierta carga mesiánica?

Losurdo: ¿Es cierto que Marx y Engels favorecían la lucha de clases entre proletariado y la burguesía? En realidad, en muchas de sus obras el espacio dedicado a la cuestión nacional de Polonia e Irlanda y a la cuestión colonial es muy amplio. Efectivamente, es la reflexión sobre estos temas la que produce conclusiones teóricas de gran importancia: «Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre». O: «La profunda hipocresía y la barbarie propias de la civilización burguesa se presentan desnudas ante nuestros ojos cuando, en lugar de observar esa civilización en su casa donde adopta formas honorables, la contemplamos en las colonias, donde se nos ofrece sin ningún embozo.»

Juzgar un país (y su sistema político) abstrayendo de su política internacional y de la forma en que trata los pueblos coloniales o del origen colonial, como lo suele hacer hoy la ideología dominante, significa mutilar la realidad y no tomar en cuenta el dicho de Hegel (bien conocido por Marx y Engels): «La verdad es el todo». Lo cierto es que Marx y Engels no «han elaborado una completa propuesta teórica de las luchas de clases»; no han pensado al fondo la ruptura con la lectura binaria del conflicto social; por lo tanto no han llevado a cabo dicha ruptura.

Lenin estaba avanzando en esa dirección, aunque el clima apocalíptico de la primera guerra mundial le ha impedido llevar a cabo el proyecto. La lectura binaria lleva consigo el riesgo del mesianismo. Sin embargo, debo añadir que romper con la lectura binaria y con el mesianismo no significa aceptar la visión, ya criticada por Hegel, según la cual no habría nada nuevo bajo el sol y todo se dejaría reducir a un “matadero”. No se trata de elegir entre una visión que reduce el proceso histórico a un incesante y absurdo “matadero” y un finalismo, en el cual la predeterminación del resultado final cancela la «seriedad de lo negativo».

Gargani: La interpretación plural de la lucha de clases que usted propone parece estar, desde el punto de vista teórico, en deuda con el texto que Mao escribió en el año 1937 Sobre la contradicción. El gesto de Mao de distinguir entre las «contradicciones principales» y las «secundarias» coincide con su intención de captar la específica naturaleza de conflicto social. Así pues su teoría afirma la posibilidad de “trascender” la dimensión binaria de la lucha de clases, entendida como enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado, y busca siempre destapar la contradicción decisiva en cada situación. Por otro lado, la tesis de Mao del año 1938, según la cual en la resistencia anti-japonesa «la lucha de clases toma la forma de lucha nacional», juega un papel central en el modo en que usted interpreta el conflicto social al nivel geopolítico. ¿Está usted de acuerdo? ¿Qué importancia le da usted a la interpretación de Mao del pensamiento de Marx?

Losurdo: La deuda que tengo con el pensamiento de Mao es indiscutible, evidente e incluso declarada. Mao reflexiona sobre la revolución anticolonial más grande en la historia, la que se desarrolla mientras las tensiones tanto dentro del gran país asiático como a nivel mundial siguen manifestándose; de hecho los choques entre las potencias coloniales e imperialistas que buscan dominar la China se vuelven cada vez más violentos: en el año 1937 Japón tomó las posiciones de Gran Bretaña y de los Estados Unidos, ocho años después Estados Unidos sometió a Japón. ¿Cómo orientarse en semejante trama de contradicciones? ¿Cuál es la contradicción principal? ¿Cómo se manifiesta la lucha de clases? ¿Quiénes son los aliados con los que pueden contar los protagonistas de la lucha por la emancipación (el pueblo sometido al yugo colonial y comprometido a destruirlo)? Tratando de responder a todas estas preguntas, Mao rechazó la lectura binaria del conflicto social y enriqueció la perspectiva de Marx y Engels: en sus escritos los pueblos coloniales no toman el protagonismo en el proceso revolucionario que cambia el rumbo de la historia mundial.

Gargani: Louis Althusser es un autor con quien usted polemiza vigorosamente. Usted no acepta la concepción de la supuesta “ruptura epistemológica” entre el Marx humanista de antes de 1845 (todavía comprometido con la ética primero liberal, luego inspirada en Feuerbach) y el Marx científico, fundador de una «nueva ciencia» – «ciencia de la historia» – ajena a la ética del humanismo y definida en El capital. En su libro leemos: «si la Tesis sobre Feuerbach termina criticando los filósofos que no son capaces de “transformar” el mundo que aplasta e humilla al ser humano, El capital se presenta como una “crítica de la economía política” – también en el sentido moral: el “economista político” viene criticado no sólo por sus errores teóricos, sino también por su “estoica indiferencia”, es decir, por su incapacidad de indignarse frente a las tragedias generadas por la sociedad burguesa. En resumen: ¡resulta difícil de imaginarse un texto más cargado con la indignación moral que el primer tomo de El capital!». Además de eso, Louis Althusser me parece un autor que valorizaba dos cuestiones que a usted le importan mucho. Primero, pienso en el tema de la pluralidad de las contradicciones, es decir, la cuestión de la contradicción «sobredeterminante». Ella le permite a Althusser a refutar la interpretación reduccionista que ve en la contradicción entre las «fuerzas productivas» y las «relaciones de producción» la contradicción central. Segundo, pienso también en los ensayos en Lenin y la filosofía y en Para una crítica de la práctica teórica, donde Althusser subraya la lucha de las clases en el ámbito de la práctica filosófica y constata que «la filosofía es, en última instancia, lucha de clases en la teoría». ¿Es usted crítico frente a Althusser también con respecto a estas dos cuestiones? ¿No cree que la propuesta antihumanista de Althusser es una rebeldía contra la lectura de la historia con herramientas de la filosofía de la historia (que utiliza categorías como el “fin” y el “inicio”), una lectura de la cual Marx trata de tomar distancia? Consecuentemente, ¿podríamos decir que la tesis anithumanista de Althusser no tiene nada que ver con la concepción mesiánica de la historia que usted también critica?

Losurdo: Después de haber leído Lenin, el teórico de la revolución, (que rompió el eslabón más débil de la cadena imperialista, donde la concentración de las contradicciones fue más alta) y haber estudiado el ensayo de Mao Sobre la contradicción (al que explícitamente se refiere Leer el Capital), las consideraciones de Althusser alrededor del concepto de la contradicción «sobredeterminante» me resultan interesantes y penetrantes, pero no particularmente originales. Es verdad que en mis primeros escritos estuve influenciado por la polémica contra el humanismo. Sin embargo, mi crítica actual está dirigida a este tema, es decir, al antihumanismo. Y no se trata meramente de una cuestión filológica. El antihumanismo impide la comprensión de la lucha de clases como una lucha por el reconocimiento. Un famoso manifiesto de la campaña abolicionista muestra un esclavo negro en cadenas que exclama: «¿No soy yo también un hombre y un hermano?»

A fines del siglo XVIII, Toussaint Louverture dirige una gran revolución de los esclavos negros proclamando «aplicación del principio según el cual ningún ser humano, rojo (mulato), negro o blanco, pueda ser una propiedad del otro ser humano»; por más modesta que sea su condición, el ser humano no puede ser «confundido con un animal», que es lo que sucede en el sistema de esclavitud. Por otro lado, Napoleón, que busca recuperar el control colonial sobre Haití/Santo Domingo y volver a introducir la esclavitud, proclama: «Apoyo a los blancos, porque soy blanco; no hay ninguna otra razón, pero esta es suficientemente buena».

Medio siglo después, cuando el sistema colonial llega al colmo, en las entradas de algunos parques públicos en el sur de Estados Unidos se podía ver los carteles que decían: «Prohibida la entrada de perros y negros» (Niggers); en Shanghai, La Concesión Francesa defiende su pureza colgando carteles que dicen «Prohibida la entrada de perros y chinos». Hagamos un salto de algunas décadas: tomando en la mirada los negros y los pueblos coloniales, el estadounidense Lothrop Stoddard elabora el concepto Under man. La traducción alemana del mismo – Untermensch – pasa a ser la palabra clave de la ideología nazi y sirve como una bandera en la gigantesca y bárbara contrarrevolución colonial lanzada por el Tercer Reich.

Ahora bien, miremos al líder del movimiento comunista que con indignación denuncia la disolución del concepto universal del hombre. Lenin llama la atención al hecho de que para las potencias occidentales las víctimas de la expansión colonial «ni siquiera son seres humanos (¿los asiáticos y africanos son hombres?)»; en definitiva, las víctimas están excluidas de la comunidad humana.

Aún más explícitamente se expresa Gramsci, quien denuncia los «blancos superhombres» y nota que incluso para un filósofo famoso (Bergson) «la humanidad significa el Occidente». Para concluir: la lucha de clases atraviesa los siglos; no podemos comprenderlos partiendo del antihumanismo. Soy consciente de que en su polémica Althusser apunta contra el humanismo dedicado a ocultar la realidad del sufrimiento y de la opresión. Sin embargo, creo que aquí se comete otro error. No existen conceptos teóricamente y políticamente «puros». Para nombrar un ejemplo: en los Estados Unidos del siglo XVIII como «democrática» se consideraba la defensa de esclavitud y del régimen de White supremacy, a pesar de esto no podemos dejar de revindicar la idea de democracia.

La eliminación de la plataforma teórica que permite comprender siglos de las luchas de clases tiene dos consecuencias, muy reveladoras y negativas a la vez:

1) Marx insistía que su teoría fue la expresión teórica de los procesos y movimientos reales. En cambio, Althusser se acerca al idealismo. El materialismo histórico es para él un producto de un individuo genial: después del descubrimiento «del continente matemático por los griegos» y del «continente físico por Galileo y sus seguidores», viene el descubrimiento del «continente de la historia» por Marx. Después de haber criticado repetidamente el humanismo por ocultar la lucha de clases, ahora es el mismo Althusser quien hace desaparecer la lucha de clases debido a su elaboración del materialismo histórico. 2) La caída en el idealismo es a la vez la caída en el eurocentrismo. En Marx y Engels (y Lenin, Gramsci) el materialismo tiene detrás por un lado la revolución industrial y por otro lado la revolución política, en primer lugar, la francesa. Ambas revoluciones no se limitan a Europa. La primera acelera la formación del mercado mundial, del expansionismo colonial, de la acumulación originaria del capital; la segunda inspira el levantamiento de los esclavos negros en Santo Domingo y resulta en la abolición de esclavitud que se declara en París por la Convención Jacobina.

Por el contrario, para Althusser la elaboración del materialismo histórico pasa a ser un capítulo más en la historia intelectual de Europa.

Gargani: Usted detecta en Marx una «visión trágica del proceso histórico y de la misma lucha de clases», lo cual le hace reconocer que «las demandas nacionales de checos y otros pueblos pueden perder su legitimidad, no porque carezcan de fundamentos, sino porque están siendo absorbidas por una realidad más poderosa que amenaza más gravemente la libertad y la emancipación de las naciones». Admite usted también la importancia del «momento catártico» de Gramsci, que significa la supresión de las necesidades inmediatas de las clases subalternas en nombre de la adquisición de una verdadera conciencia de clase.

Como ejemplo invoca usted la situación del proletariado durante los años de NEP, cuando la clase políticamente dominante no dominaba económicamente, y cita las palabras de Benjamin que veía en la política de NEP la interrupción de la «ósmosis entre dinero y poder». La obtención de una mirada panorámica, que fuera capaz de justificar las renuncias que a primera vista parecen contradictorias a los intereses de la clase, constituye una cuestión fundamental del leninismo, se trata de la “conciencia desde afuera”. Usted escribe: «La adquisición de la conciencia de clase y la participación en la lucha revolucionaria presuponen la comprensión de la totalidad social en cada su aspecto». Aquí aparece un problema que, a mi modo de ver, está en la sombra de sus consideraciones; hablo del papel del partido o cualquier otra organización política que debe reconocer, dirigir y dar forma a las luchas de clases que sin su intervención permanecerían en un estado incipiente o se dispersarían. ¿Qué papel desempeñan el partido o simplemente las fuerzas políticas organizadas en el reconocimiento, el manejo – a veces en la “creación” – de las luchas de clases?

Losurdo: Partiendo de mi interpretación del Manifesto del partido comunista, mi libro cuenta también la historia de los partidos que revindicaban el socialismo. Particularmente presto atención a ¿Qué hacer?, el texto en que Lenin le proporciona el fundamento teórico al partido bolchevique. Mi libro es también una historia del proceso que empieza con la Primera y llega a la Tercera Internacional (con algunas palabras críticas sobre la Cuarta), o sea, es una historia de las organizaciones y de los partidos socialistas y comunistas. En este sentido paso mucho tiempo demostrando que la Internacional no puede ser considerada como protagonista de la revolución: durante cada crisis histórica, comenzando con la guerra franco-prusiana hasta los dos conflictos mundiales, la Primera, la Segunda y la Tercera Internacional no estuvieron a la altura de las circunstancias. Es la prueba de que el proceso revolucionario puede ser llevado a cabo solamente por un partido de un país determinado; un partido que, siendo internacionalista, rechaza cualquier forma de «nihilismo nacional» (por decirlo con Dimitrov), logra radicarse en el territorio nacional y sabe representar no sólo el interés del proletariado, sino también el interés de toda la nación. Se entiende que la teoría del partido sigue desarrollándose después de la revolución.

“Todavía falta un amplio análisis del panorama del mundo con el fin de la guerra fría y el cada vez más visible declino del imperio americano”

“Después del triunfo en la guerra fría, los presidentes de Estados Unidos asumieron el monopolio de la violencia legítima: las guerras fueron definidas como operaciones de la policía internacional, mientras los que resistían fueron considerados forajidos que deberían ser juzgados y condenados”

“La tesis según la cual siempre y en cada caso los Estados Unidos han considerado como irrenunciables las libertades liberales es un mito o, para ser exacto, una ideología de guerra contra los potenciales enemigos”

Gargani: Su teoría de la pluralidad del conflicto social contiene elementos que podrían ser considerados como poco populares y, en algunos puntos, incluso ásperos para la sensibilidad contemporánea. Usted destaca el rol principal del trabajo y de la producción como herramientas imprescindibles para todos los países ex coloniales o semicoloniales que buscan establecer una sociedad socialista; en eso invoca usted el caso histórico de la NEP en la Unión Soviética y por ella inspiradas reformas económico-políticas de Deng Xiaoping en China en los años 70 (2). Todo eso presupone un profundo reconocimiento de la importancia teórica de conceptos como individuo, trabajo y por último – responsabilidad. Su actitud es diametralmente opuesta a la crítica de la subjetividad que, empezando con Foucaoult (3), forma parte del panorama filosófico de hoy. En este sentido usted responde también al ataque de Serge Latouche al «totalitarismo de productividad» y a la crítica de la «sociedad del crecimiento». En cuanto a los países socialistas que buscan cerrar la grieta entre ellos y los países más avanzados, para no caer de nuevo en la dependencia económico-política, su discurso me parece justificado, sin embargo sus textos no tocan el tema de la formación de la subjetividad y de la específica naturaleza del trabajo en las sociedades occidentales. Esta última es una subjetividad intrínsecamente pasiva ante los procesos de reproducción e indiferente respecto a la idea no sólo de la lucha de clases, sino también al conflicto en general. Más allá de algunas observaciones incorrectas que contiene la crítica de la subjetividad – usted define a Foucault como una suerte de ícono para la izquierda occidental – ¿no cree que la sociedad occidental está marcada por la presencia de una nueva forma de subjetividad, cuyas características la biopolítica supo discernir?

Losurdo: No me convence la contraposición entre “Este” y “Oeste” o entre “Sur” y “Norte”, y no porque también (o incluso sobre todo) en el “Oeste” o el “Norte” hay que combatir contra el desmantelamiento del estado social, la polarización social y el regreso de “working or”. La principal razón es otra. Ni siquiera el compromiso ecológico se puede llevar a cabo sin la participación del «individuo» y su sentido de la «responsabilidad»: en el caso contrario, ¿qué eficacia tendría la lucha contra la contaminación ambiental? Así como la cuestión de «trabajo»: es siempre el trabajo el factor que posibilita la reducción de energía por unidad de producto, la introducción de las energías renovables, la protección y la construcción de edificios y ciudades que permiten ahorrar la energía y el agua, la promoción y la difusión de espacios verdes, la protección de medioambiente. No, para comprender el fenómeno ideológico a que usted alude, hay que planteárselo de otra manera. Hoy en día gran es el número de los que con Nietzsche declaran la muerte del hombre o, más enfáticamente aún, con Foucault, el fin del sujeto; tan numerables como los primeros son los que, con Bobbio y otros autores, hablan de derechos humanos como de la religión de nuestros tiempos. Ambas propuestas no son compatibles una con otra. A pesar de eso no faltan en la izquierda los que decretan la muerte de sujeto y los derechos humanos como una religión contemporánea. Estamos inmersos en un clima ideológico en el cual la música de las palabras reemplaza la disciplina conceptual: ¿acaso no invitaba Giorgio Colli a «escuchar a Nietzsche como se escucha la música»? Entre las dos perspectivas la segunda me parece definitivamente más confiable: siguen apareciendo las organizaciones, gubernamentales y non-gubernamentales, dedicadas a buscar y denunciar cada posible ofensa del hombre o de la mujer, al sujeto. Tan común es la religión de los derechos humanos que muchas veces está siendo instrumentalizada por lo que muchos definen como el «imperialismo de los derechos humanos». Todavía hay que dar la explicación de la amplia aceptación del motivo de la muerte del sujeto. (He tratado de hacerlo en la parte final del ensayo sobre Sebastiano Timpanaro).
Para resumir usando una analogía: después de haber celebrado en su juventud (y en el clima de entusiasmo despertado por la revolución francesa) el camino que empieza con la «pérdida de sí» (en un «mundo extraño») para después alcanzar la «subjetividad», en los años de la restauración Schelling llega a condenar la «filosofía negativa» por promover la subjetividad cartesiana. Como explica Hegel, con la abrupta aparición de la desilusión y el desencanto, la celebración de la creatividad del sujeto puede fácilmente transformarse en lo opuesto. Del mismo modo, después de la segunda guerra mundial, la izquierda occidental celebra con entusiasmo el pathos del engagement del sujeto y la crítica del materialismo histórico de Sartre (que no logró demostrar que la «realidad del hombre es la acción»), para después caer en la denuncia de Heidegger de olvido de Ser, y consecuentemente en la teoría de la muerte del sujeto y del hombre.
Mientras tanto, el clima ideológico y político ha cambiado de nuevo. La crisis económica y el creciente riesgo de guerra provocan la resistencia, como lo demostraron la enorme manifestación contra la segunda Guerra del Golfo y las recientes protestas contra «Wall Street y War Street». Lo que todavía falta es un amplio análisis del panorama del mundo con el fin de la guerra fría y el cada vez más visible declino del imperio americano.

Gargani: Usted sostiene que: «No importan las consecuencias, hay que tomar nota de la amarga verdad: aplicada prematuramente y de modo ingenuo, la democracia de un país puede abrir el camino a las maniobras desestabilizadoras y golpistas y así solidificar la dictadura planetaria del imperialismo. Esto nos demuestra que carece de credibilidad una declaración de fe democrática que no luche por la democratización de las relaciones internacionales». En este contexto usted define lo que llama el “silogismo de la guerra” que forma la base ideológica de las llamadas intervenciones “humanitarias” de los últimos veinticinco años: «existen los valores universales; el Occidente tiene la histórica responsabilidad de interpretarlos y defenderlos, por lo tanto tiene el derecho de exportarlos, en caso necesario recurriendo a la guerra unilateralmente declarada». Dice también: «Es evidente que reservándose el derecho a declarar la soberanía de otros países como superada, los países de la OTAN asumen una soberanía dilatada e imperial, la cual se extiende más allá de su territorio nacional. De esta manera se reproduce la dicotomía (naciones elegidas realmente soberanas y / pueblos que no merecen un estado nacional independiente) característica de imperialismo». Con respecto al concepto de soberanía, usted utiliza la «clásica» definición weberiana, según la cual la «soberanía estatal» es «el monopolio del uso de la fuerza legítima» y añade: «a nivel internacional los Estados Unidos se comportan como si tuvieran la el monopolio de la violencia legitima, reservándose a ellos mismos (y a sus aliados y vasallos) el jus ad bellum y controlando La Corte Penal Internacional y la ejecución de la justicia internacional en su conjunto». En cambio si consideramos la concepción schmittiana de la soberanía, lo que sucede durante las «intervenciones humanitarias» ya no puede ser calificado como violación de la soberanía, sino como una manifestación de la capacidad de transgredir la misma legalidad que dicha soberanía defiende. ¿No le parece que es la concepción de la soberanía elaborada por Carl Schmitt en su Teología Política, o sea la tesis que: «el soberano es el que decide sobre el estado de excepción», es la que revela el auténtico carácter de la soberanía operante en las repetidas (e impunes) violaciones del derecho internacional?

Losurdo: No veo ningunas contradicciones entre Weber y Schmitt; no es por casualidad, que el segundo a veces se consideraba como un seguidor del primero. Ambos han logrado a formular dos iluminantes concepciones: según la primera, lo que define un estado moderno, es decir un estado moderno que funciona bien, es el monopolio de la violencia legítima; la segunda concepción afirma que lo que define el soberano es su capacidad de decidir sobre el estado de excepción (y como resultado, de restablecer el monopolio de la violencia legitima cuando este se encuentra amenazado por una devastadora crisis en plano político o político-constitucional). Inmediatamente después del triunfo en la guerra fría, los presidentes de Estados Unidos que pasaron por Casa Blanca, actuaban como jefes de un estado global todavía en construcción: las guerras por ellos lanzadas fueron definidas como operaciones de la policía internacional, mientras los que resistían fueron considerados forajidos que deberían ser juzgados y condenados (fue un intento por parte de EE UU de asumir el monopolio de la violencia legítima); los presidentes estadounidenses aprovechaban las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cada vez cuando a su juicio tenían que resolver una crisis humanitaria a través de una intervención, pero no cambiaban sus planes militares si no las obtenían (el residente de la Casa Blanca actuaba como un soberano que decide sobre el estado de excepción mundial). Notablemente, un exponente del primer plano de la «revolución neoconservativa» (Robert Kagan) invitaba EE UU a que abandonase todas las hesitaciones y a que se comportase como un «verdadero sheriff internacional, un sheriff que tal vez tenga sólo la estrella colgada en su pecho, pero que con benevolencia asume su responsabilidad de imponer la paz y la justicia en el mundo salvaje, donde es necesario combatir los delincuentes, muchas veces con las armas». Fue en el año 2003, cuando la Segunda Guerra del Golfo encontró la resistencia en la ONU no sólo por parte de China y Rusia, sino también de Alemania y Francia; en el mismo Iraq la resistencia armada venía desde importantes sectores del pueblo; en las ciudades de Occidente y en el mundo protestaban las masas. Ya en este momento la pretensión del presidente estadounidense de jugar el papel del soberano planetario o de sheriff internacional se reveló disparatada.

Pero hay una consideración más importante. Los conceptos de monopolio de la violencia legitima y de proclamación del estado de excepción por parte del soberano han sido siempre declinados en plural respectivamente por Weber y Schmitt, quienes jamás han puesto en discusión el orden westfaliano. Si quisiéramos analizar la postura de EE UU en cuanto a la lección de Schmitt, en vez de la Teología Política deberíamos examinar otro de sus ensayos: Völkerechtliche Formen des Imperialismus.

Gargani: Usted menciona varias veces el famoso fragmento del mensaje al Congreso en el discurso del estado de la unión del presidente Franklin Delano Roosevelt en el enero de 1941, donde se enumera las «cuatro libertades» fundamentales, sobre las cuales se fundará el futuro orden mundial: de expresión, de culto, (el derecho) de vivir sin penuria y sin temor. Justificando algunas de las decisiones tomadas por los gobiernos de Cuba y China, usted introduce la posibilidad de establecer una jerarquía entre las dichas libertades. Una semejante jerarquización se lleva a cabo en razón de la diferencia en las condiciones económicas entre países y sobre todo en las circunstancias geopolíticas en las que tienen que actuar sus gobiernos. A propósito de esto usted escribe lo siguiente: «por siglos sometida por el colonialismo español y después por el protectorado estadounidense, víctima de una invasión en 1961, sitiada y amenazada por una superpotencia que en el pasado muchas veces trató de asesinar el líder de la isla rebelde, Cuba se ve obligada a establecer entre diversos valores universales una escala de prioridad, al cuyo colmo se encuentra el valor de la independencia y dignidad nacional. Consideraciones similares se podría hacer en cuanto a otros países». Con respecto a los dirigentes chinos, usted escribe más adelante: «hasta ahora ellos han puesto el acento en el derecho a la vida y a la liberación de la penuria de cientos de miles de personas – hablamos de valores cuya universalidad no puede ser negada – en vez de la democratización, la cual no rechazan y cuya dimensión universal reconocen, destacando al mismo tiempo su carácter nacional que debe repsetarse». A pesar de todo eso usted está consciente de la extrema precaución con la que se recibe la propuesta de la jerarquía de las libertades y advierte: «Obviamente, si no las prioridades establecidas por los dirigentes chinos y cubanos (o vientamitas, etc.), los tiempos de la realización de los diversos valores universales pueden ser puestos a discusión, pero quizá deberían frenar su arrogancia los campeones de la Cruciata democrática, que en EE UU han mutilado el principio y el valor universal de rule of law, como lo comprueba Guantánamo, la práctica de la ejecución de la kill list semanal». Grosso modo, entonces, por un lado, existe el mundo occidental, que antepone las libertades de expresión y de culto a los derechos de vivir sin penuria y sin temor, por otro lado, tenemos el mundo que por las razones que usted considera legítimas antepone los derechos a vivir sin penuria y temor a las dos primeras libertades. Parece que aquí encontramos un verdadero caso de la lucha de clases en el plano global, en la cual dos campos del mundo buscan, partiendo de las diferentes condiciones del poder económico, político y mediático, de manera parecida justificar “ideológicamente” su propia actitud en las cuestiones de derechos y de política interna e internacional. En el Manifiesto del partido comunista Marx, hablando de la lucha de clases como una «batalla», agrega que ella «conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes» ¿Es verdad que también aquí tenemos un caso de la lucha de clases en el plano global? ¿Qué resultado puede tener este conflicto?

Losurdo: Aunque no lo he elaborado en el modo sistemático, en muchas partes de mí libro evoco el tema del «conflicto de las libertades», que en circunstancias determinadas puede ocurrir en este o aquel país, cualquiera sea su régimen político-social. En el enero de 1941 Franklin Delano Roosevelt pudo con facilidad proclamar y enumerar las «cuatro libertades», para él esenciales e irrenunciables; a pesar de ello, un año después, cuando empezó la guerra con Japón, con una simple orden ejecutiva, él mismo decidió deportar e internar todos los ciudadanos norteamericanos de origen japonés (4), incluyendo las mujeres y los niños. Podemos y quizá debemos discutir hasta qué punto fue real el peligro de que se formara una quinta columna en el territorio estadounidense, ubicado a la distancia de miles de kilómetros de teatros de operaciones de guerra. Más difícil resulta poner en duda la jerarquización de las libertades (priorizando la seguridad nacional y el «derecho de vivir sin temor») mientras se produce una gran guerra. No muy diferente había actuado Wilson en tiempos del primer conflicto mundial. ¿Qué tan liberal se puede considerar el lanzamiento del Espionage Act el día 16 de mayo de 1918?  Sobre su base se podía condenar hasta por veinte años de cárcel por haberse expresado en modo «desleal, profano, difamatorio o abusivo sobre la forma de gobierno de los Estados Unidos, sobre la Constitución de Estados Unidos, o la bandera de los Estados Unidos, o el uniforme del Ejército o de la Marina».

Es la regla que «incluso protegida por el Atlántico y el Pacífico, cada vez que se ha sentido, con razón o sin ella, en peligro, la República de América del Norte ha fortalecido más o menos drásticamente el poder ejecutivo y restringió en mayor o menor medida la libertad de asociación y expresión. Este fue el caso en los años inmediatamente posteriores a la Revolución Francesa (cuando sus seguidores en América fueron afectados por las duras medidas proporcionadas por las Leyes de Extranjería y Sedición) y durante la Guerra Civil, la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión, la Guerra Mundial II, la Guerra Fría y la situación creada por el ataque a las Torres Gemelas». Por otro lado, un texto clásico, incluso sagrado, del constitucionalismo liberal estadounidense afirma claramente que en una situación de crisis aguda el poder ejecutivo debe poder proceder «sin límites» (without limitation) y sin «restricciones constitucionales» (constitutional shackles). (Hamilton, «The Federalist»)

Como vemos, la tesis según la cual siempre y en cada caso los Estados Unidos han considerado como irrenunciables las libertades liberales es un mito o, para ser exacto, una ideología de guerra contra los potenciales enemigos. Por largo tiempo la República Popular China ha sido excluida de la ONU, ha sido aislada diplomática, económica y militarmente, e incluso amenazada con armas nucleares; hasta hoy su inmediato espacio marítimo y aéreo está siendo amenazado por un gigantesco aparato de guerra. En estas circunstancias, ¿debemos asombrarnos sobre la atención, la prioridad que el gran país asiático le atribuye a la seguridad nacional, es decir, al derecho «de vivir sin temor»?

El conflicto de las libertades puede manifestarse también entre los derechos liberales por un lado y los derechos económico-sociales por otro. La prioridad de los últimos ha sido reconocida por los grandes filósofos occidentales. Según Hegel, un ser humano que corre el riesgo de la muerte por hambre experimenta una «absoluta privación de derechos». Facilitado también por un fuerte poder ejecutivo, que ha impedido el descarrio de los inevitables conflictos políticos, sociales y nacionales, el prodigioso desarrollo económico de la China ha salvado cientos de millones de personas de aquella situación de la «absoluta privación de derechos» que, por lo menos en cierto grado, fue el resultado de la agresión colonial iniciada con las guerras del opio. Se puede criticar el lento y contradictorio carácter del proceso de la democratización en el grande país asiático, pero el modo en el cual este enfrenta los dos conflictos de las libertades aquí analizados, la prioridad asignada a la seguridad nacional y a los derechos económico-sociales, o sea a la vida libre de temor y penuria, todo esto me parece incontestable. De todos modos, el Occidente liberal no tiene ninguna razón para titularse como maestro y mentor.

Gargani: Usted está entre los firmantes de la petición para la reconstrucción del partido comunista y ha participado en algunas iniciativas en el contexto de este proyecto, sin embargo ha titulado su libro “La izquierda ausente”. En fin, profesor Losurdo, ¿izquierda o comunismo? Como ve usted la relación entre ambas posiciones políticas? ¿Privilegia la continuidad o el hiato entre ellas?

Losurdo: El último capítulo del Manifiesto del Partido Comunista lleva el título «Actitud de los comunistas ante los otros partidos de oposición». Son los partidos que, partiendo de diversas posiciones políticas e ideológicas, intentan a transformar las «existentes condiciones políticas y sociales» y que más tarde Marx y Engels, analizando los debates de la Asamblea de Fráncfort, definirán como la «izquierda». Con respeto a tal izquierda, los comunistas asumen la actitud que es al mismo tempo de unidad y de lucha (de crítica de las debilidades e inconsecuencias). Esta es la postura de los partidos socialistas y comunistas ya maduros y es esa la tradición en la que me inscribo.

No veo ninguna contradicción entre el compromiso por la reconstrucción del partido comunista y el deseo por la reaparición de una izquierda en nuestro país (o en el Occidente). Una vez superada la lectura binaria del conflicto social, se comprende perfectamente la necesidad de la existencia de fuerzas que, aunque no respalden en ningún modo el programa del derrocamiento del orden capitalista-imperialista, peleen en defensa del estado social y la política de paz. En todo caso, fueron autores como Bobbio que sostenían que el derrocamiento del campo socialista en Europa oriental y la disolución de los partidos comunistas en Occidente impulsará la izquierda occidental. Como he mencionado, ocurrió lo contrario. Lo que señala “La izquierda ausente”. Con este propósito el libro precisa que la reactivación de la izquierda en el Occidente (que en algunas partes se delinea) sí implica la lucha contra desmantelamiento del estado social, pero también contra las guerras, cuyo carácter neocolonial y cuyas consecuencias catastróficas son ahora visibles para todos.

NOTAS:

  • Publicada originalmente en la Revista Contropiano.

Autor: MATTEO GARGANI

Traducción: Patryk J. Bywalec

Publicación original: https://contropiano.org/documenti/2016/06/19/teoria-generale-del-conflitto-sociale-lotte-classe-marxismo-relazioni-internazionali-intervista-domenico-losurdo-080602

Fuentes:

Entrevista a Domenico Losurdo – Parte 1

Entrevista a Domenico Losurdo – Parte 2

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