El partido bolshevique en la lucha por el coronamiento de la edificación de la sociedad socialista e implantación de la nueva constitución (1935-1937)

Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la U.R.S.S.

XII

1. La situación internacional en los años 1935 a 1937. – Amortiguamiento temporal de la crisis económica. – Comienza una nueva crisis económica. – La ocupación de Abisinia por Italia. – La intervención germano-italiana en España. – Invasión de la China central por los japoneses. – Comienza la segunda guerra imperialista.

La crisis económica, que se había iniciado en los países capitalistas en la segunda mitad del año 1929, prosiguió hasta fines de 1933. A partir de esta fecha, el descenso de la industria se contuvo, la crisis se estancó, y, algún tiempo después, la industria comenzó a reanimarse algo, experimentó un cierto auge. Pero, no era el auge que precede a un proceso de florecimiento industrial sobre una base nueva y más alta. La industria mundial capitalista no logró recobrar ni siquiera el nivel del año 1929; hacia mediados de 1937, sólo había logrado remontarse hasta el 95 ó 96 por 100 de aquel nivel. Y en la segunda mitad de 1937, se iniciaba ya una nueva crisis económica, que afectaba, sobre todo, a los Estados Unidos. A fines de 1937, la cifra de obreros parados en los Estados Unidos volvía a elevarse hasta 10 millones de hombres. En Inglaterra, comenzaba a crecer también rápidamente el número de obreros parados.

Por tanto, cuando aún no habían tenido tiempo de reponerse de los golpes de la reciente crisis económica, los países capitalistas veíanse obligados a hacer frente a una nueva crisis.

Esta circunstancia acentuó todavía más las contradicciones existentes entre los países imperialistas, así como las contradicciones entre la burguesía y el proletariado. En relación con esto, recrudecieron más y más los intentos de los Estados agresores de resarcirse de las pérdidas ocasionadas por la crisis económica dentro del país a costa de otros países mal defendidos. En estas tentativas se unió a los dos conocidos Estados agresores, Alemania y el Japón, un tercer Estado: Italia.

En 1935, la Italia fascista se lanzó sobre Abisinia y la esclavizó. La agredió, sin tener el menor fundamento ni el menor pretexto desde el punto de vista del «Derecho internacional», sin declaración de guerra, de un modo furtivo, como es ahora moda entre los fascistas. Este golpe no iba dirigido solamente contra Abisinia, sino también contra Inglaterra, contra sus comunicaciones marítimas entre Europa y la India, con el Asia. Los intentos de Inglaterra para impedir que Italia se adueñase de Abisinia no dieron resultado. Para tener las manos libres, Italia salió más tarde de la Sociedad de las Naciones y comenzó a armarse intensivamente.

De este modo, se formó un nuevo foco de guerra en las rutas marítimas más cortas entre Europa y Asia.

La Alemania fascista rompió con un acto unilateral el tratado de paz de Versalles y se propuso ejecutar el plan de revisar por la fuerza las fronteras de los Estados europeos. Los fascistas alemanes no ocultaban que su mira era someter a su imperio a los Estados vecinos o, por lo menos, apoderarse de los territorios de estos Estados habitados por alemanes. Según este plan, se procedería primeramente a la ocupación de Austria, luego se descargaría el golpe contra Checoslovaquia, en seguida tal vez contra Polonia, donde existe también todo un territorio poblado por alemanes y fronterizo de Alemania; más adelantes…, más adelante, «ya se vería».

En el verano de 1935, comenzó la intervención armada de Alemania e Italia contra la República española. Con el pretexto de ayudar a los fascistas españoles, Italia y Alemania pudieron ir situando por debajo de cuerda sus unidades militares en el territorio de España, a retaguardia de Francia, y sus escuadras, en las aguas españolas, en la zona de las Islas Baleares y de Gibraltar, en el Sur, en la zona del Océano Atlántico, en el Oeste y en la del golfo de Vizcaya, en el Norte. A comienzos de 1938, los fascistas alemanes ocuparon Austria, clavando su zarpa en la región central del Danubio y extendiéndose por el Sur de Europa hasta las cercanías del Mar Adriático.

Al desplegar su intervención contra España, los fascistas germano-italianos aseguraban a todo el mundo que ellos sólo luchaban contra los «rojos» españoles y que no perseguían ningún otro objetivo. Pero esto no era más que un burdo y torpe subterfugio, bueno para engañar a los tontos. En realidad, el golpe iba dirigido contra Inglaterra y contra Francia, pues los fascistas interceptaban las comunicaciones marítimas de estos países con sus formidables posesiones coloniales de Africa y Asia.

Por lo que se refiere a la ocupación de Austria, no había ni el menor asidero para encuadrarla dentro del marco de la lucha contra el tratado de Versalles, dentro del marco de la defensa de los intereses «nacionales» de Alemania y de su aspiración de recobrar los territorios perdidos con motivo de la primera guerra imperialista. Austria no formaba parte de Alemania, ni antes de la guerra ni después de ella. La anexión por la fuerza de Austria por Alemania no es más que un acto descaradamente imperialista de ocupación de un territorio extranjero. Este acto revela, indudablemente, la aspiración de la Alemania fascista a conseguir una posición dominante en el continente de la Europa occidental.

Era un golpe asestado, en primer lugar, a los intereses de Francia e Inglaterra.

De este modo, se formaron nuevos focos de guerra en el Sur de Europa, en la zona de Austria y del Adriático, y en la punta extrema del Occidente europeo, en la zona de España y de los mares que bañan la península ibérica.

En 1937, los militaristas fascistas japoneses se apoderaron de Pekín, invadieron la China central y ocuparon Shanghai. La invasión de la China central por las tropas japonesas se llevó a cabo, lo mismo que la de Manchuria unos años atrás, con arreglo al método japonés, es decir, subrepticiamente, por medio de embrollos de ratero, pretextando diversos «incidentes locales» provocados por los mismos japoneses, violando de hecho todas y cada una de las «normas internacionales», tratados, convenios, etc. La ocupación de Tientsin y de Shanghai ponía en manos de los japoneses la llave del comercio con China, con su inmenso mercado. Esto quiere decir que, mientras tenga en sus manos Shanghai y Tientsin, el Japón podrá en cualquier momento desalojar de la China central a Inglaterra y a los Estados Unidos, que tienen inversiones gigantescas en aquel territorio.

Claro está que la heroica lucha del pueblo chino y de su ejército contra los invasores japoneses, el formidable movimiento nacional de China, las gigantescas reservas de hombres y de territorio de este país y, finalmente, la decisión del Gobierno nacional chino de mantener la lucha de liberación de China hasta el final, hasta arrojar al último invasor al otro lado de las fronteras del país, son otros tantos testimonios indudables de que los imperialistas japoneses no han podido ni podrán adueñarse de China.

Pero tampoco puede desconocerse, por otra parte, que el Japón sigue teniendo en sus manos las llaves del comercio con China y que su guerra contra este país es, en el fondo, un golpe muy serio asestado contra los intereses de Inglaterra y de los Estados Unidos.

De este modo, se ha formado en el Océano Pacíficon, en la zona de China, un foco más de guerra.

Todos estos hechos atestiguan que la segunda guerra imperialista ha comenzado ya, en realidad. Ha comenzado solapadamente, sin declaración de guerra. Los Estados y los pueblos han ido deslizándose casi insensiblemente dentro de la órbita de la segunda guerra imperialista. Han desencadenado la guerra en los diversos confines del mundo de los tres Estados agresores: los círculos gobernantes fascistas de Alemania, Italia y el Japón. La guerra se extiende a lo largo de un inmenso territorio, desde Gibraltar hasta Shanghai. Ha conseguido arrastrar ya a su campo de acción a más de 500 millones de seres. Esta guerra va dirigida, en último resultado, contra los intereses capitalistas de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, ya que tiene por finalidad el reparto del mundo y de las zonas de influencia en provecho de los países agresores y a costa de los llamados Estados democráticos.

El rasgo característico de la segunda guerra imperialista consiste, por el momento, en que, mientras las potencias agresoras mantienen y desarrollan las guerras, las otras potencias, las potencias «democráticas» contra las que van expresamente dirigidas, hacen como si esta guerra no fuese con ellas, se lavan las manos, retroceden, hacen protestas de su amor por la paz, lanzan invectivas contra los agresores fascistas y… les van cediendo poco a poco sus posiciones, aunque asegurando a cada nueva cesión que se disponen a resistir.

Como se ve, esta guerra presenta un carácter bastante extraño y unilateral. Pero esto no obsta para que sea una guerra furiosa, una guerra descaradamente anexionista, que descarga sus golpes sobre las espaldas de los pueblos débilmente defendidos de Abisinia, España y China.

Sería falso pretender explicarse este carácter unilateral de la guerra por la debilidad militar o económica de los Estados «democráticos». Es evidente que estos Estados son más fuertes que los Estados fascistas. El carácter singular de la guerra mundial desencadenada tiene su explicación en la ausencia de un frente único de los Estados «democráticos» contra las potencias fascistas. Es cierto que los llamados Estados «democráticos» no aprueban los «excesos» de los Estados fascistas y temen que éstos se fortalezcan. Pero temen aún más al movimiento obrero de Europa y al movimiento de liberación nacional de Asia y entienden que el fascismo es un «buen antídoto» contra todos estos movimiento «peligrosos». Por eso, los círculos gobernantes de los Estados «democráticos» y, principalmente, los círculos conservadores gobernantes de Inglaterra, se limitan a la política de exhortar a los caudillos fascistas desbocados para que «no vayan demasiado lejos», dándoles al mismo tiempo a entender que «comprenden perfectamente» su política reaccionario-policíaca contra el movimiento obrero y de liberación nacional y en el fondo simpatizan con ella. Los círculos gobernantes de Inglaterra mantienen aquí, poco más o menos, la misma política que mantenía bajo el zarismo la burguesía monárquico-liberal rusa, la cual, aun temiendo los «excesos» de la política zarista, temía aún más al pueblo, por cuya razón adoptó la política de persuadir al zar, y, por tanto, la política de confabularse con el zar contra el pueblo. Como es sabido, la burguesía monárquico-liberal rusa pagó muy cara esta política de doblez. Es de esperar que los círculos gobernantes de Inglaterra y sus amigos de Francia y los Estados Unidos obtengan también su merecido histórico.

Es evidente que ante el cambio operado en los asuntos internacionales, la U.R.S.S. no podía pasar por alto estos acontecimientos tan graves. Toda guerra, por pequeña que sea, iniciada por los agresores, representa un peligro para los países amantes de la paz; y la segunda guerra imperialista, que tan «insensiblemente» ha ido abatiéndose sobre los pueblos y que abarca ya a más de 500 millones de seres, no puede menos de representar un peligro gravísimo para todos los pueblos, y, en primer lugar, para la U.R.S.S. Testimonio elocuente de este es el «bloque anticomunista» establecido entre Alemania, Italia y el Japón. Por eso, la Unión Soviética, aun persistiendo en su política de paz, ha seguido reforzando la capacidad defensiva de sus fronteras y la combatividad del Ejército Rojo y de la Flota Roja. A fines de 1934, la U.R.S.S. entró en la Sociedad de las Naciones, sabiendo que, a pesar de su debilidad, este organismo podía servir de tribuna para desenmascarar a los agresores y de instrumento, aunque débil, de paz para frenar el desencadenamiento de la guerra. La U.R.S.S. entendía que, en los tiempos que corrían, no se debía desdeñar ni siquiera una organización internacional tan débil como la Sociedad de las Naciones. En mayo de 1935, se concertó entre Francia y la U.R.S.S. un pacto de asistencia mutua contra un posible ataque de los agresores. Simultáneamente, se concertó un tratado análogo con Checoeslovaquia. En marzo de 1936, la U.R.S.S. firmó un pacto de ayuda mutua con la República popular de Mongolia. En agosto de 1937, se firmó un pacto de no agresión entre la U.R.S.S. y la República China.

Fuentes:

https://www.marxists.org/espanol/tematica/histsov/pcr-b/cap12.htm

Uso di Cookies

Questo sito utilizza i cookies per voi di avere la migliore esperienza utente. Se si continua a navigare si acconsente all'accettazione dei cookie di cui sopra e l'accettazione della nostrapolitica dei cookie, fai clic sul link per maggiori informazioni. Cookie Policy

ACEPTAR
Aviso de cookies