Boletín La Oveja Negra nro.69: Coronavirus y cuestión social (es) (en) (fr) (de)

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Última actualización: 01/08/2020

La Oveja Negra
Año 9 · Número 69 · abril 2020
Boletín de la Biblioteca y Archivo Alberto Ghiraldo · Rosario

CORONAVIRUS Y CUESTIÓN SOCIAL (número especial de 16 páginas)
• ¿El virus es el capitalismo?
• Fe en la ciencia
• La reacción del Estado
• Estado de aislamiento
• Salud pública y fuerza de trabajo
• «Estamos en guerra»
• El coronavirus no causó la crisis económica
• ¡Trabajo, trabajo, trabajo!
• ¿Vuelta a la normalidad?
• Cuadro/ «Aceptémoslo, el estilo de vida que conocíamos no va a volver»
• Cuadro/ No se necesita una conspiración
• Cuadro/ No hay “chetos”, hay clases sociales
• Nuevos títulos: Contagio social. Guerra de clases microbiológica en China (Chuang)
• Temperamento Radio. Especial: Coronavirus y Capitalismo

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Nos encontramos en un estado de excepción, aunque dentro de la normalidad capitalista. La razón estatal no sabe de excepciones sino de reglas. No es el fin del mundo. Y no es necesario entrar en una suspensión de la reflexión o de la acción por causas de fuerza mayor.

El capitalismo es una catástrofe cotidiana. Sin embargo, presenta como un grave problema únicamente aquello a lo cual pretende dar solución de manera inmediata. Lo que ya ha naturalizado como inevitable pasa a formar parte de su normalidad. Por eso, todas las propuestas que no se propongan luchar contra el capitalismo no aspiran más que a gestionar su catástrofe.

Entre los hechos asumidos de esta sociedad está el “dato” que 8.500 niños mueren en el mundo cada día de desnutrición según las estimaciones de Unicef, el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud. Se escribe rápido, cuatro dígitos… pero es un espanto indescriptible. ¿No es suficiente para desesperarse? ¿Para pensar que esta sociedad no va más? ¿No significa eso que hay que cambiarlo todo? ¿No deja finalmente en evidencia el mundo en que vivimos? ¿O acaso tiene que llegar una pandemia a las ciudades donde habitamos quienes tenemos la voz para quejarnos y los medios para asombrarnos y reclamar?

Evidente y lamentablemente, desde hace ya mucho tiempo, esas muertes por hambre ya no son una excepción. Esas cifras parecen aún más abstractas por la distancia geográfica, y de todo tipo, que tenemos con el continente africano, sede indiscutible del hambre mundial. Allí el capitalismo explota no solo mediante el salario como suele ser acá, sino particularmente con trabajo semiesclavo, a la vez que despojando y destruyendo de manera brutal.

La pandemia comenzó afectando principalmente países que son importantes centros de la producción capitalista: China, Italia, España, Estados Unidos, amenazando con paralizar la producción y circulación de mercancías al extenderse mundialmente, y provocar además el colapso del sistema sanitario.

Es precisamente por haber alcanzado tales regiones, con población productiva que accede a sistemas médicos y hospitalarios, por lo que se volvió tan alarmante. Sin embargo, la mayoría de las personas nos hallamos fuera de ese circuito, y ligadas escasamente a trabajos formales.

Cabe recordar que la sociedad capitalista es la sociedad del trabajo asalariado y el trabajo doméstico no directamente remunerado, así como el trabajo esclavo en la República Democrática del Congo o en el norte de Argentina. No hay un lado bueno y un lado malo, son aspectos necesarios para el funcionamiento de la normalidad capitalista.

Por otra parte, cabe preguntarnos cómo es posible que con semejante parate de la actividad económica productiva los bancos se siguen enriqueciendo. A falta de vacuna para el COVID-19 la Reserva Federal de los Estados Unidos, por ejemplo, inyectó miles de millones de dólares para calmar los mercados y evitar que la pandemia amenace el crecimiento. Estados Unidos ha bajado sus tipos de interés hasta el 0% anual.

Hoy el capitalismo se sostiene en base a la producción incesante de capital ficticio, de deudas y todo tipo de inyecciones financieras que le permiten continuar. La burguesía comienza a ser consciente de la ficción y por tanto este miedo generalizado dominante no es más que el miedo de la clase dominante.

Volviendo a nuestra más palpable y macabra realidad global aclaramos, de ser necesario, que no estamos menospreciando esta pandemia que nos azota. Una situación no quita ni opaca la otra, para peor, se potencian. No existe el “privilegio” de tener coronavirus en Italia frente a la posibilidad de morir de hambre en Burundi. Pero sí vemos que algunos muertos valen más que otros, lo que no debe perderse de vista al analizar un problema que se supone global.

Mientras escribimos esto, la pandemia comienza a acechar a la India. Allí el confinamiento obligatorio tendrá sus propias características por tratarse del segundo país más poblado del mundo, y porque según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) al menos el 90% de la fuerza laboral en India trabaja en el sector informal.

La pandemia del coronavirus, el pánico que se ha apoderado de la población y su tocante cuarentena son una experiencia viva compartida por millones de personas. El colectivo Chuang, en su artículo Contagio social. Guerra de clases microbiológica en China, señala que «la cuarentena es como una huelga vaciada de sus características comunales pero que es, sin embargo, capaz de provocar un profundo choque tanto en la psique como en la economía. Este hecho por sí solo la hace digna de reflexión». Con este número especial de La Oveja Negra queremos contribuir a la necesaria reflexión sobre la situación que estamos atravesando.

6 de abril de 2020

¿El virus es el capitalismo?

Los virus son agentes infecciosos que no podemos ver a simple vista, de hecho, son microscópicos. Puesto que son acelulares solo pueden multiplicarse dentro de las células de otros organismos. Infectan animales, hongos, plantas y bacterias. Por su aparente actividad “parasitaria” hay quienes metafóricamente los vinculan con el capitalismo. Pero el capitalismo no es un agente externo que vive gracias a nosotros, ni siquiera los burgueses son simplemente parásitos. Insistir sobre la inocencia de la víctima y el carácter exterior del “virus capitalista” no hace más que incurrir en esquemas inútiles para comprender la naturaleza del capitalismo y para afirmar la pasividad de una “clase trabajadora” que no quiere abolirse sino mejorarse.

La aparición de esta pandemia viene a recordarnos, y qué alienados estamos, que somos seres biológicos. Tanto nosotros como un integrante de la Corona inglesa podemos enfermarnos. Algún famoso “inalcanzable” puede ser alcanzado por el virus más famoso del momento, porque es también y principalmente un cuerpo humano.

Y es que sin virus no existiría la vida tal como la conocemos. Aunque exista la creencia generalizada de que los virus y también las bacterias son nuestros enemigos, la vida existe gracias al equilibrio y “apoyo mutuo”, y no a la competencia.

El desarrollo y la propagación del coronavirus en la escala presente no pueden suceder sino al interior del capitalismo. Y no simplemente porque existe el turismo y un mundo globalizado, sino porque están intrínsecamente relacionados con la forma de producir, y por tanto de circulación, de la sociedad capitalista, que es totalitaria y mundial. Porque estamos afectados por una sociedad que antepone la ganancia a la vida, y esto impacta directamente en nuestra alimentación, condiciones habitacionales, vínculos y salud mental. Toda enfermedad surge y se desarrolla en condiciones materiales específicas.

Enfermarnos en esta sociedad capitalista significa muchas cosas: no poder descansar lo suficiente, dormir en un sitio húmedo y frío, trabajar enfermo, proseguir con las obligaciones con las piernas temblando, no tener a mano lo necesario para ingerir, padecer en completa soledad o estar rodeados de demasiada gente. Nuestra inmunidad está directamente relacionada al ambiente y a la forma en que vivimos, pero esto no quiere decir que exista la posibilidad de que los seres humanos estemos exentos de enfermedades.

Tal como señala Alfredo M. Bonanno, en Enfermedad y capital: «Las cosas son algo más complicadas. Básicamente, no podríamos decir que las enfermedades no existirían en una sociedad liberada. No podríamos decir que, si se lograse ese maravilloso evento, la enfermedad se reduciría a un simple debilitamiento de alguna fuerza hipotética que se encuentra todavía por descubrir. Creemos que la enfermedad es parte de la naturaleza del estado del hombre que vive en sociedad, y que sería el precio a pagar por corregir un poco las condiciones óptimas de la naturaleza para obtener la artificialidad necesaria para construir incluso la más libre de las sociedades. Ciertamente, el crecimiento exponencial de la enfermedad en una sociedad libre donde la artificialidad entre individuos sería reducida a lo estrictamente imprescindible, no podría compararse con el que hay en una sociedad basada en la explotación, tal y como es nuestra sociedad actual. Así, la enfermedad podría ser una expresión de nuestra humanidad tal y como hoy en día es una expresión de nuestra terrible inhumanidad.»

No es necesaria una conspiración para que un virus aparezca en un país y se extienda por el globo, esto sucede “naturalmente” en el artificial mundo en que vivimos. Para abordar la cuestión del virus que está detrás de la actual pandemia (SARS-CoV-2), recomendamos el artículo de Chuang citado previamente, dada su síntesis y claridad. Allí se señala que «al igual que su predecesor, el SARS-CoV de 2003, así como la gripe aviar y la gripe porcina que la precedieron, se gestaron en el nexo entre la economía y la epidemiología. No es casualidad que tantos de estos virus hayan tomado el nombre de animales: la propagación de nuevas enfermedades a la población humana es casi siempre producto de lo que se llama transferencia zoonótica, que es una forma técnica de decir que tales infecciones saltan de los animales a los humanos. Este salto de una especie a otra está condicionado por factores como la proximidad y la regularidad del contacto, todo lo cual construye el entorno en el que la enfermedad se ve obligada a evolucionar.»

Fe en la ciencia

En este contexto, parece que es la ciencia la que ha tomado el comando de la situación, la que viene a traer certezas en medio del caos, a salvarnos de la catástrofe. Pero esta idea, cinematográfica por cierto, de una ciencia que despliega todo su potencial para garantizar la salud de las personas es algo que necesitamos quebrar definitivamente. La tecnociencia, tal como caracterizamos el estado actual del conocimiento racional, es un sistema complejo empresarial-técnico-científico y constituye una de las múltiples y simultáneas facetas articuladas por la maquinaria capitalista. No es neutral en absoluto. No hay ciencia separada del Capital. Se han desarrollado en forma sinérgica, nutriéndose mutuamente.

No podemos olvidar que estos enviados de la Ciencia en la Tierra son los mismos que justifican el uso de agrotóxicos en esta misma región, que desarrollan no solamente las armas para las guerras sino también los medicamentos que nos enferman y matan, así como un sinfín de elementos que apuntalan este sistema aparentemente irracional.

El Capital produce expertos científicos como expresión plena de la división del trabajo. Definen el problema y demarcan la estrategia, aprovechando una de las tantas desposesiones que sostienen a la sociedad moderna: la quita de los saberes del cuidado y la preservación de la dinámica de lo vivo. Los especialistas cuantifican el mundo, ejercen una reducción matemática de lo real, creando modelos de entendimiento-dominación de la naturaleza humana y no-humana. Un saber que, al trascender el plano discursivo y devenir acción concreta, violenta la materialidad de modo irreversible.

Esta forma de comprensión del mundo asigna “propiedades” a los “objetos de estudio”, en este caso al virus, como poseedores de ciertas características absolutas, independientes del medio en el que surgen y despliegan su existencia. Todo se focaliza en el agente. La operación borra las condiciones materiales donde la acción se desarrolla. Se habla sobre el virus, la enfermedad y las medidas para la mitigación de las consecuencias, pero nunca de las relaciones sociales de producción y reproducción que incuban los acontecimientos.

Otro aspecto de la codificación que el saber dominante hace sobre el mundo es el de identificar a lo extraño como enemigo. Es el totalitarismo impuesto por la metáfora militar, el juego macabro de la defensa y el ataque, la destrucción sistemática de lo otro. Los gobiernos aplican la táctica, el cómo hacer del qué hacer impuesto por el ejército racional, y así ejecutan decisiones determinantes como declarar una cuarentena, parar tal o cual línea de producción, cerrar uno u otro establecimiento, obligar y desobligar al trabajo, perseguir, encerrar y torturar a quien no acata sus directivas.

La subordinación de las acciones a una determinada rama tecnocientífica es temporal y cambiante. Cuando se necesite otro tipo de acción sobre lo real, asumirá la conducción el saber experto que mejor se adapte al manejo de esa situación social particular. Se intercambian con la facilidad con que se reemplaza un repuesto. Porque son parte de lo mismo. Engranajes de este sistema que se ponen alternativamente al comando o a disposición. Que si es necesario hablan de las personas, del ambiente, del pasado, del futuro o de la vida, pero siempre con la calculadora en la mano.

La reacción del Estado

Tal como señala el colectivo Angry Workers en un reciente artículo, (1) el debate oscila entre una desconfianza justificada en la motivación del Estado (“el estado usa la crisis para experimentar con medidas de contrainsurgencia y represivas”) y la crítica de la incapacidad del Estado mismo para hacer lo que debería (“la austeridad ha destruido la infraestructura de salud”):

«Podemos asumir que las medidas represivas y los bloqueos se imponen para cubrir y contrarrestar la falta de soporte y equipamiento médico, por ejemplo para realizar testeos masivos. Asimismo, las medidas estatales no deben dejar de considerarse en el contexto de las recientes “protestas populares”, desde los chalecos amarillos [en Francia] hasta las recientes protestas callejeras en Latinoamérica. Todas las protestas antigubernamentales fueron prohibidas en Argelia; el ejército está en las calles de Francia; antes de que se produjeran muertes y de que se adoptaran otras medidas médicas, en Chile se decretó un estado de emergencia de tres meses. El actual régimen que impone el coronavirus no es una conspiración contra esas protestas, pero el Estado sabe que debe ser visto como “la recuperación del control en interés del público en general”.»

Las medidas de los Estados son contradictorias entre sí. Cada gobierno se ve presionado, por un lado, a controlar a su población (toques de queda, cierre de fronteras) para evitar el colapso del sistema sanitario; y, por otro lado, a la necesidad de mantener la producción en marcha (obligar a la gente a concurrir al trabajo, rescatar empresas). Lo importante es manifestarnos como podamos en estas circunstancias y luchar por nuestras necesidades inmediatas sin fortalecer aún más al Estado y sin permitirle que en su reacción se vuelva aún más reaccionario. Sin duda, las exigencias a endurecer el confinamiento colaboran en ello, por no hablar de la generalizada tendencia a hacer la vista gorda a los atropellos policiales hacia quienes rompen momentáneamente dicho mandato, generalmente por necesidad.

Pero no hace falta ir a los supuestos excesos de las fuerzas del orden defensoras de la propiedad privada, y por tanto de los burgueses. El confinamiento es ya una medida represiva, incluso de reclusión, que consiste en imponerle límites a alguien y no dejarlo salir de ahí. Tiene que ver con lo estático, con el inhibir y con el encierro. Se puede utilizar, por ejemplo, como una medida política de prevención o castigo. (2)

En Argentina, por ejemplo, el gobierno nos ha amenazado con el estado de sitio, y aunque no ha llegado a ello, la situación se asemeja demasiado. La diferencia es la pérdida oficial de las garantías constitucionales. Sin embargo, el aparato policial y militar toma las calles y está envalentonado para hacer de las suyas. Los gobiernos les dicen a sus ciudadanos cómo, dónde y con quién circular. Uno de los atributos del triste ciudadano es la “libre circulación”, bueno, hasta eso se está perdiendo. Si ser ciudadanizado es una condena, quizás pronto seamos menos que eso.

“Circule” dice el policía en la calle generalmente. Ahora en cuarentena lo cambia por un: “métanse en sus casas”. Y si lo considera necesario, pega, obliga a hacer sentadillas y a cantar el himno, como en los barrios de la República Argentina.

Este tipo de medidas desesperadas y agresivas a nivel mundial se asemejan, tal como señala Chuang, a las de los casos de contrainsurgencia, recordando muy claramente a las acciones de la ocupación militar–colonial en lugares como Argelia o, más recientemente, Palestina. Nunca antes se habían llevado a cabo a esta escala, ni en megalópolis que albergan a gran parte de la población mundial. La conducta de la represión ofrece entonces una extraña lección para quienes tienen la mente puesta en la revolución mundial, ya que es, esencialmente, un simulacro de reacción a nivel internacional, coordinada por los Estados.

La contrainsurgencia es, después de todo, una especie de guerra desesperada que se lleva a cabo solo cuando se han hecho imposibles formas más sólidas de conquista, apaciguamiento e incorporación económica. Es una acción costosa, ineficiente y de retaguardia. El resultado de la represión es casi siempre una segunda insurgencia, ensangrentada por el aplastamiento de la primera y aún más desesperada. Pero podemos agregar que esta especie de contrainsurgencia sucede de manera particular, porque no es simplemente contra una población sino con la población, haciendo de cada hogar un cuartel y de cada ciudadano un soldado de sí mismo y del vecino. Sus armas: el whatsapp, la cámara de fotos, las “redes sociales”; y sus trincheras pueden ser sus ventanas o balcones.

Nuestro rechazo al Estado y todas sus medidas no parte de un principismo ideológico, sino de nuestra realidad material de explotación y dominación. Ya hay voces de sobra a las que les encanta decir lo que el Estado debería hacer, a la espera de poder hacerlo ellos mismos. Por el contrario, es preciso criticar el accionar estatal y luchar por su necesaria supresión. Frente a los problemas que no puede resolver, nosotros recordaremos que es parte del problema, y nunca su solución, no importa quién esté al mando.

El coronavirus es ejemplificador en este sentido. No negamos la existencia del problema que representa la propagación de un virus a nivel mundial. Tampoco el hecho de que haya medidas menos destructivas que otras para la clase proletaria. Lo que señalamos es que lo que se pretende como solución está empeorando gravemente la situación.

Desde la política se nos dirá que no hay alternativa, que son medidas criticables pero peor sería que no se haga nada. Los pocos que critican la cuarentena masiva hablan de la necesidad de realizar testeos a gran escala, de aislar únicamente a los enfermos y personas con síntomas, de focalizar los cuidados en la población de riesgo. Quienes van un poco más allá, exigen decisiones fuertes frente al sector privado de la salud, así como medidas económicas que vayan desde subsidios masivos a los trabajadores informales a imposiciones sobre las empresas como freno a los despidos, pago completo de sueldos, incluso reconversiones productivas de algunas fábricas para producir respiradores y demás implementos sanitarios.

Podríamos seguir en ese camino y pensar medidas que tengan el menor impacto posible sobre las condiciones de vida del proletariado, partiendo por esa necesidad esencial de la que dependen todas las demás que es la vinculación entre seres humanos y la lucha colectiva. Esas necesidades que, buscan ser reducidas a derechos por parte del Estado: Derecho a reunirse, a circular, a manifestarse… siempre y cuando el Estado lo considere oportuno. Con nuestras necesidades traficadas en derechos, la lucha se reduce a lo que “el Estado debería hacer”. Esa es la trampa que ha permitido este encierro masivo mientras se realiza la mayor avanzada de las últimas décadas sobre el proletariado a nivel mundial.

Estado de aislamiento

Es cada vez menos lo que hay que develar. Los Estados hablan abiertamente de imponer medidas de “aislamiento social”. Bastaría con hablar de distanciamiento físico, pero prefieren ser más transparentes.

En Argentina, premonitoriamente, Alberto Fernández ya venía repitiendo desde septiembre del año pasado, cuando aún no era presidente: «Evitemos estar en las calles». Esa fue la recomendación a sus súbditos: que no protesten en los últimos meses del gobierno de Macri porque la solución estaba en las urnas y no en las calles, es decir, en el ciudadano individualizado (una persona/un voto) y no en lo colectivo. Pretendía que nadie tome la costumbre de protestar porque el peso se seguiría devaluando respecto al dólar, el desempleo creciendo, y nuestras vidas empeorando. Con o sin pandemia, como decía el general Perón: «De la casa al trabajo y del trabajo a la casa». Claro que para quien tenga trabajo y casa.

Hace unos días, ya en ejercicio de su mandato, y al redoblar la duración de la cuarentena, el presidente reafirmó que «es una guerra contra un ejército invisible que nos ataca en lugares donde a veces no esperamos». Nuevamente la política como guerra por otros medios. Será por eso que, ante una pandemia, dan soluciones políticas que rápidamente se vuelven militares.

Optaron por esperar para luego confinarnos y reprimirnos, tanto a quienes estén infectados como a quienes no. Lo habitual en la historia ha sido poner en cuarentena a personas infectadas. Esto de aislar a millones de personas que no padecen la enfermedad que desata la cuarentena es un nuevo modelo de gestión de crisis.

Es notable la imposibilidad que significa hoy referirnos a lo específicamente nacional. Los sucesos se repiten, a veces al pie de la letra, en diferentes regiones con diferencia de días. Es una situación inédita, en la cual proletarios en tantos países vivimos una realidad similar.

La pandemia del COVID-19 está siendo usada como laboratorio de control social global. Esta posibilidad ya la venía planeando la OTAN y la Unión Europea públicamente desde, al menos, el 2010. No es necesario crear un virus de laboratorio conspirativamente. Desde hace décadas los Estados han ampliado los motivos por los cuales pueden intervenir militarmente un territorio. A las situaciones insurreccionales, de revuelta o incluso terroristas, han agregado las relacionadas con “catástrofes naturales” o epidemias. Ponen todas al mismo nivel porque para ellos simplemente se trata de operaciones militares para restaurar el orden, poco les importa de dónde viene el desorden. (3) Ya hablan los especialistas de combatir al virus mundialmente como se combate al terrorismo.

Esta es la prevención social que la burguesía de todo el mundo implementa en defensa de sus beneficios. Claramente no tiene la capacidad de evitar fenómenos como los terremotos, aunque no podríamos decir lo mismo de otros como los incendios o las inundaciones. Pero en ambos casos, tampoco logra prevenir sus consecuencias sociales. Del mismo modo, tampoco puede prevenir una epidemia y evitar que una enfermedad se propague rápidamente por el planeta. Su objetivo no es defender nuestra salud, a menos que se trate de una cuestión de gestión sanitaria que vaya en sintonía con sus ganancias.

Tal como señalaba Marx: «El capital no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad lo obliga a tomarlas en consideración. Al reclamo contra la atrofia física y espiritual, contra la muerte prematura y el tormento del trabajo excesivo, responde el capital: ¿Habría de atormentarnos ese tormento, cuando acrecienta nuestro placer (la ganancia)? Pero en líneas generales esto tampoco depende de la buena o mala voluntad del capitalista individual. La libre competencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista, frente al capitalista individual, como ley exterior coercitiva.»

Quienes conforman la clase explotada y oprimida, el proletariado, necesaria y generalmente suelen razonar como sus amos. Y comienza a importarles tal o cual enfermedad cuando el Estado y el Capital lo señalan como un problema de salud nacional. No es que la pandemia de coronavirus no sea un gran problema, pero sucede que no es el único.

El pánico y los clichés circulan más rápido que el coronavirus. En contra de lo que se nos quiere hacer creer, el coronavirus no puede ser el principal problema del planeta cuando, según cifras oficiales, hay 925 millones de personas desnutridas.

Sin ir muy lejos, en Argentina se muere de hambre y millones no mueren pero están desnutridos. Según datos del propio INDEC, uno de cada tres argentinos es pobre, es decir, más de 14 millones de personas. Así y todo, el Estado y sus amplificadores humanos ¡mandan a lavarse con agua y jabón a miles de personas que en este país no tienen agua potable!, o sin ir más lejos, que tienen que ir a buscar agua potable fuera de su casa, a la vez que ordena a quedarse en casa a personas sin hogar, o a gestionar subsidios miserables por internet.

Entonces tampoco es el principal problema de la Argentina. Solo por hacer referencia a la salud, recordemos que ni siquiera las muertes por cáncer vinculadas al uso de agrotóxicos en el litoral argentino lograron unir a tantas personas ni desencadenar actitudes de conmoción y vigilancia como las observadas en la situación actual.

Para mayor tristeza, la cuarentena por el coronavirus no frenó las fumigaciones con agrotóxicos, pero parece importar poco al buen ciudadano, quien entró en un estado de suspensión de la razón y ahora tiene solo un problema del cual preocuparse, aterrorizarse y esperar la solución del Estado. «Hace ya unos días que viene sucediendo esto, parecería que se aprovechan del decreto presidencial que obliga al aislamiento social para poder fumigar sin control alguno», dijo un vecino de Ramayón (Santa Fe) que prefirió resguardar su identidad. (4)

Atrincherados en sus hogares, y “redes sociales” mediante, millones de ciudadanos llaman a quedarse en casa, con insultos si es necesario, practicando la delación y avalando de hecho el accionar de las fuerzas de seguridad del Estado, que se vieron envalentonadas para maltratar, patotear y reprimir a vecinos en las calles. Temen entrar en contacto, contagiarse del otro.

La conmemoración del golpe de Estado de 1976 fue con amenazas de estado de sitio por parte del capitán Beto. El 24 de marzo, el Estado argentino festejó con más de 16.000 personas detenidas en solo los primeros tres días de las medidas de excepción dispuestas por el Decreto de Necesidad y Urgencia 297/2020, y con muertos que se iban contando en los motines de las cárceles de Coronda y Las Flores (Santa Fe), que se sucedieron ante el temor de los presos de contagiarse el virus a través de los agentes penitenciarios, lo cual podría ocasionar una masacre debido a las condiciones de hacinamiento, el estado de salud y los servicios sanitarios internos.

Partidarios del gobierno, y no justamente de izquierda, eran elocuentes al respecto de toda la situación nacional: «La lucha contra la pandemia de coronavirus vino a recordarnos abruptamente que los Estados están ahí para proteger a sus ciudadanos. (…) que sin Estado “el hombre es el lobo del hombre”. (…) Habrá que reconocer por fin límites a la sacrosanta libre empresa. La lucha contra la pandemia ha venido a recordarnos que el interés general puede justificar la imposición de límites a cualquier actividad humana.»

A los liberales deberá quedarles claro que no hay posibilidad alguna de salvación de sus ganancias ante una emergencia si no es mediante el control y la represión del Estado.

«Entiendan que es un momento de excepción, no tenemos que caer en el falso dilema de es la salud o la economía, una economía que cae siempre se levanta, pero una vida que termina no la levantamos más», dijo el presidente argentino. Evidentemente, calculadora en mano, a la burguesía le parece mejor parar gran parte de la producción a tener que afrontar un posible colapso sanitario. En momentos no tan excepcionales este “dilema” no parece ser tan importante, mientras mueren miles de personas de cáncer por las fumigaciones con agrotóxicos. Así como un trabajador o trabajadora cada 14 horas por lo que llaman “accidentes laborales”. (5)

En esta crisis social, ahora agravada por la pandemia y fundamentalmente por las medidas adoptadas, debemos luchar contra la escalada represiva y el silencio cómplice de los ciudadanos. Debemos luchar contra la justificación de cualquier atropello, ya sea en nombre de la economía, la “salud” o la “unidad de la nación”.

Salud pública y fuerza de trabajo

Cuando es muy políticamente incorrecto defender sin tapujos al progreso, a la industrialización más destructiva, a las armas “inteligentes”, a la obsesión por la velocidad o al mismísimo reloj, se suele recurrir a la medicina para justificar lo benéfico del progreso y la ciencia, poniendo en práctica la ideología de la eficacia: tal enfermedad es curada al costo que sea, aunque la solución venga aparejada con otras cuestiones no tan benéficas, aunque su modo de producirlas genere más enfermedades, aunque se realice una brutal experimentación en humanos y demás animales. Pese a este “alto costo” no se cura al total de los enfermos, y el mismo proceso de no-curación enfermó y mató a más personas de las que pudo sanar. Entonces, la supuesta eficacia no es tal, es un engaño no sólo por sus consecuencias a corto y a largo plazo, sino también en lo inmediato.

Para la medicina institucional el enfermo es un elemento pasivo, un paciente (del latín patris: sufriente) que en el hospital es recibido como una máquina averiada que necesita una intervención eficaz para volver a la normalidad. Incluso cuando el médico, enfermero o estudiante desee hacer lo contrario, las condiciones son tan determinantes que es muy difícil salirse del molde. (6)

Del mismo modo que la medicina opera como la mejor coartada de la ciencia y el progreso, la salud pública lo hace en la defensa del Estado.

«No somos héroes, somos trabajadores», expresan quienes trabajan en el area de la salud que en diferentes partes del mundo padecen las extenuantes jornadas laborales frente a la pandemia, contando con escasos recursos y mínimas condiciones de seguridad. Ese martirologio al que se busca someter a los trabajadores, es parte de la lógica sacrificial que impone el Capital sobre la vida en este mundo, aunque quiera vendernos lo contrario.

Cuando se nos dice que la vida es la prioridad, incrédulos nos preguntamos de qué vida están hablando. Los especialistas frecuentemente nos abruman con cifras como las tasas de mortalidad infantil o de esperanza de vida para cantar loas al desarrollo capitalista. En este caso, desde hace meses nos han taladrado la cabeza con tres cifras con las que tratan de eclipsar cualquier otro aspecto de la realidad: cantidades de enfermos, muertos y recuperados del coronavirus. Estos números nada dicen acerca de las condiciones de vida de la clase proletaria, cómo nos encontrábamos antes y cómo nos encontraremos después de que pase la pandemia. Somos sujetos de la subordinación de lo cualitativo a lo cuantitativo, de lo concreto a lo abstracto.

Que la vida pueda reducirse a cifras en una pantalla se debe al hecho de que, bajo el dominio del Capital, la enorme mayoría de los seres humanos importamos únicamente en tanto fuerza de trabajo. Los sistemas de salud se han ido transformando en función de las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo al servicio de la explotación. Claro que nos enfrentamos a esa realidad y de hecho nuestro presente es producto de sucesivas derrotas de nuestra clase contra los avances del Capital. Pero mientras tengamos que vendernos a cambio de un salario para vivir, las prácticas de salud no podrán escapar de la lógica del rendimiento, atendiendo el síntoma y no la causa, buscando prolongar la vida útil, cuidando de la fuerza de trabajo como si se tratase de cualquier otro insumo de la producción.

Vuelven a escucharse consignas de la izquierda como “nuestra vida vale más que sus ganancias”, que nos recuerdan justamente que no aspiran ir más allá de disputar el valor de nuestra fuerza de trabajo. ¡Cuando de lo que se trata es de que nada en la vida tenga valor! El desmantelamiento del sistema sanitario durante las últimas décadas es utilizado para machacarnos con la crítica del neoliberalismo, que cada vez más opera como un discurso en defensa del intervencionismo estatal que como un rechazo al capitalismo. Las críticas de los sistemas de salud de países como Estados Unidos o el Reino Unido, así como de su retórica liberal que se replica en personajes como Bolsonaro, se orientan en función de un estatismo fervoroso, donde las cifras del coronavirus parecen formar parte de una repugnante guerra ideológica sobre cómo llevar las riendas del Estado. Hasta circulan defensas hacia el gobierno chino y su “capacidad” de control de la enfermedad, amparadas en que “aún no es del todo capitalista”. La construcción de un gigante hospital en 10 días habla de la espeluznante capacidad productiva de un país, no de su preocupación por la salud. De hecho, la situación actual parece terminar siendo una oportunidad para China de afianzar su posición económica en el mercado mundial.

El artículo de Chuang nos advierte que la propagación del coronavirus «no puede entenderse sin tener en cuenta las formas en que el desarrollo de China en las últimas décadas en y a través del sistema capitalista mundial ha moldeado el sistema de salud del país y el estado de la salud pública en general. (…) el coronavirus fue originalmente capaz de arraigarse y propagarse rápidamente debido a una degradación general de la atención sanitaria básica entre la población en general. Pero precisamente porque esta degradación ha tenido lugar en medio de un crecimiento económico espectacular, se ha ocultado detrás del esplendor de las ciudades brillantes y las fábricas masivas. La realidad, sin embargo, es que los gastos en bienes públicos como la atención sanitaria y la educación en China siguen siendo extremadamente bajos, mientras que la mayor parte del gasto público se ha dirigido a la infraestructura de ladrillos y cemento: puentes, carreteras y electricidad barata para la producción.»

Frente a tal nivel de pauperización de las condiciones mínimas de supervivencia en todas partes del mundo, sumado al agravante actual, se refuerza la propuesta de reformar el Estado, sus instituciones, sus políticas, con la bandera de la salud pública a la cabeza. Debemos recordar que es el Estado quien está sujeto al devenir económico y no al revés. Y que la salud y la vida solo estarán por sobre la ganancia cuando ésta sea barrida de este mundo.

«Estamos en guerra»

«La pandemia del COVID-19 es una crisis sin igual. Parece una guerra, y en muchos sentidos lo es. La gente está muriendo. Los profesionales de la salud están en el frente de batalla. Quienes trabajan en servicios esenciales, distribución de productos alimenticios, servicios de entregas y suministros públicos hacen horas extraordinarias para respaldar estos esfuerzos. Y también están los soldados escondidos: aquellos que luchan contra la pandemia confinados en sus hogares, sin poder contribuir plenamente a la producción.

En una guerra, el gasto masivo en armamento estimula la actividad económica y los servicios esenciales se garantizan mediante disposiciones especiales. En esta crisis, las cosas son más complicadas, aunque una característica común es el aumento del papel del sector público.» (Políticas económicas para la guerra contra el COVID-19, del blog del FMI sobre temas económicos de América Latina)

El presidente argentino señaló que «Estamos luchando contra un enemigo invisible». No fue nada original, ya que otros mandatarios hicieron lo propio. «Estamos en guerra», dijo el presidente Emmanuel Macron en un discurso al pueblo francés en el cual hacía defensa de la unidad nacional. El mismo que viene reprimiendo la lucha de los “chalecos amarillos”, dejando tuertos y mancos con su represión no letal. (7) Pedro Sánchez, presidente socialista español, pidió a la Unión Europea la movilización histórica de recursos para enfrentar el coronavirus con la misma coartada: «Estamos en guerra». Evidentemente es más civilizado que declararle la guerra abiertamente a la población, tal como hizo Sebastián Piñera el año pasado en Chile. (8)

Una de las personas más ricas de la Argentina, Claudio Belocopitt, quien optó por no otorgar licencias pagas por cuidado de los hijos a los empleados de Swiss Medical, una de sus empresas, expresó: «Nosotros somos actores protagónicos pero no somos directores del teatro de operaciones. Esto es una guerra.» Y agregó: «Es necesario que el presidente entienda que vamos a darle todo. Todo lo que haga falta. Pero tenemos que trabajar en conjunto, esto es una guerra, tenemos que trabajar todos en conjunto.»

Algunos burgueses hacen referencia a la situación excepcional para despedir, no pagar días y reducir salarios, otros prefieren reconocer abiertamente la guerra de clases y señalar sus aliados.

El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, afirmó que la pandemia de coronavirus «es la crisis más complicada que ha enfrentado el mundo desde la Segunda Guerra Mundial». Las comparaciones suenan desmedidas y empezamos a preguntarnos el porqué de tanta insistencia con la retórica bélica.

La guerra constituye la respuesta más drástica del Capital a sus crisis de valorización. Cuando los otros mecanismos como el capital ficticio, las reestructuraciones productivas y las sucesivas crisis económicas no permiten una reactivación suficiente, es la guerra la que abre camino para permitir una nueva etapa de valorización más duradera. El Capital llega al punto paradojal de necesitar una des-valorización brutal para dar un nuevo impulso a la valorización.

Traemos esto a colación porque muchos se sorprenden que en este contexto de pandemia tantas empresas se hayan plegado sin muchas quejas al parate de la producción, con las pérdidas económicas que esto supone. Ese hecho parece ser el mejor argumento para hacernos creer que en este barco estamos todos juntos, que la vida estaría efectivamente antes que la ganancia.

Creemos necesario reflexionar si este escenario de guerra mundial frente a la pandemia, de despidos masivos, ajuste, encierro, represión y control social, de reconfiguración de diversos sectores del apa-rato productivo, de transformación y pauperización de las formas de trabajo y empleo, no responde sino a una necesidad propia de la economía en crisis, que encontró en el coronavirus el enemigo ideal para justificar una serie de medidas sobre la cual cimentar la tan ansiada reactivación. (9)

Como decíamos anteriormente en torno a la contrainsurgencia, tanto el “enemigo invisible” como los montajes del “enemigo interno”, propician el asentamiento y expansión en los territorios de nuevos o mejorados sistemas de control y represión. Si la guerra es la continuación de la política por otros medios y la cuestión sanitaria se establece como la política prioritaria, la salud pasa a tener estatuto de guerra. Lo que no cambia, es que la guerra no expresa más que la economía por otros medios. Y los invadidos, disciplinados, reprimidos y masacrados los ponemos siempre los explotados y oprimidos.

Constatamos hasta qué punto esta sociedad de la competencia y la violencia se enfrenta a cualquier acontecimiento como si de una guerra se tratase. Incluso ante un virus se actúa tácticamente en términos de defensa, ataque y dominación. Una enfermedad puede traer padecimiento, muerte y dolor, pero eso no la convierte en una guerra. Y no se la combate con armas, tanques y patrulleros como están haciendo los Estados del mundo. Debemos asumirla enteros, juntos y fuertes, y eso es imposible en el confinamiento y el terror al que estamos siendo sometidos.

Los “daños colaterales” de esta supuesta guerra están a la vista. El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, afirmó que los denominados femicidios son “daños colaterales” que impone la cuarentena. Desde el primer día de confinamiento obligatorio se comenzaron a contar las mujeres asesinadas en su hogar por su marido o acompañante. Pero hay muchos más “daños colaterales” que es imposible contabilizar: las agresiones intrafamiliares “no-letales”, los abusos sexuales, los casos de depresión y el empeoramiento de la salud mental, la soledad impuesta, el hacinamiento, el padecimiento que el encierro supone para los niños.

Entonces, lo que empeora aún más las condiciones de vida del proletariado mundial no es solo un virus, sino el pánico inducido por el terror de Estado, el encierro, el aislamiento, la criminalización de las relaciones directamente humanas y por tanto necesariamente corporales, la represión abierta y la militarización. Brutales condiciones que, “frente al horror del virus”, el Capital impone en las ciudades, en el campo, en los barrios proletarios, en los hospitales, cárceles, psiquiátricos y campos de refugiados. Todo esto se suma al desempleo, las deudas y la miseria que a corto plazo empieza a estallar, evidenciando que el remedio agrava la enfermedad.

El aislamiento total o parcial de nuestros seres queridos implica suspender los lazos afectivos que hacen a nuestras vidas. Esto no solo nos debilita emocionalmente, sino que también nos deja a merced de la extraña compañía de distintos dispositivos tecnológicos. Pantallas, táctiles o no, que nos bombardean con su sobreinformación y que median entre el mundo y nosotros, manteniéndonos en contacto solamente a través de la virtualidad. La inactividad del confinamiento nos conduce al agotamiento físico y por tanto también al agotamiento psicológico paulatino. Así mismo, la incertidumbre sobre el futuro y el pánico dominante nos agota emocionalmente lo cual también nos produce cansancio físico. Cabe recordar que en las guerras de las últimas décadas los muertos de posguerra, enfermos y suicidados, duplican a los caídos en enfrentamiento.

El coronavirus no causó la crisis económica

Sino que empeora el horizonte de previsiones que tenían los economistas burgueses, en la medida que el plan de contención mundial del virus se produce a costa de profundizar aún más la desaceleración de la actividad económica.

Como señala recientemente Raul Zibechi en su artículo El coronavirus como tapadera de la crisis sistémica: «la conjunción de guerra comercial, Brexit, deuda pública y privada, y desigualdad crecientes, ya estaban causando estragos cuando apareció el coronavirus. Por lo tanto, la epidemia no es la causa de la crisis económica sino su catalizador». Demás está decir que los gobernantes a nivel mundial y fundamentalmente de los países económicamente emergentes, pueden usar la pandemia como explicación de la crisis económica y sus consiguientes medidas excepcionales.

Sin embargo, ya en enero de este año, el Fondo Monetario Internacional publicó sus previsiones en la 50º reunión anual del Foro Económico de Davos, revisando y corrigiendo con valores menores de lo esperado su pronóstico anterior de crecimiento para 2020-21. Su principal conclusión fue que la economía mundial se encuentra en una situación “peligrosamente vulnerable”. En estas reuniones el FMI analiza el desarrollo de la actividad económica mundial según sus diferentes aspectos tanto políticos, comerciales, geopolíticos y culturales, así como los desastres “naturales” que se vienen agudizando (huracanes, incendios, inundaciones y sequias).

Finalmente, un dato no menor en torno a la “desaceleración de la economía”, es el desarrollo de las protestas sociales masivas durante 2019. (10) La situación que se vivía en unos 20 países, algunos de los cuales hemos mencionado, ha entrado en un terreno distinto, ante el experimento de control social en casi 200 países que estamos soportando.

Diversos economistas acuerdan en que desde el final de la crisis de 2008-09 y hasta el año pasado, la situación de la economía mundial no es de depresión o recesión, pero tampoco de fuerte crecimiento. Las economías de la zona del euro y Japón continuaban estancadas; el crecimiento era débil en Estados Unidos y Canadá; y relativamente importante en los países atrasados. Desde 2009 se da un prolongado período de crecimiento global débil o de semi-estancamiento, y de baja inversión.

La irrupción del coronavirus se inserta en esta particular situación financiera y de debilidad de la acumulación, en la cual las mermas en la producción y la demanda, y la agudización de las dificultades financieras, tienen un efecto de realimentación y amplificación de la misma crisis.

Con la caída económica en proceso, es muy probable que nuestra explotación se profundice. Se avecinan tiempos de aumento del desempleo, disminución de los salarios y empeoramiento de las condiciones de vida.

¡Trabajo, trabajo, trabajo!

La crisis va a empeorar las condiciones de trabajo. Tendrá efectos nocivos de gran alcance para quienes se incorporen al mercado laboral y contra los asalariados en general. Según una evaluación de la OIT se estima que entre 5,3 y 24,7 millones de personas perderán su empleo, mientras que 22 millones fueron los despedidos por la crisis financiera mundial de 2008-2009.

La OIT también estima que en todo el mundo entre 8,8 y 35 millones de personas más estarán en situación de pobreza laboral, frente a la estimación original para 2020 que pronosticaba una disminución de 14 millones a nivel global.

Se prevé, además, un aumento exponencial del subempleo, puesto que las consecuencias económicas del brote del virus se traducirán no solo en reducciones de las horas de trabajo y de los salarios, sino también en desplazamientos a otras areas laborales.

Actualmente el Capital se reestructura, sometiendo a la clase proletaria bajo la premisa humanitaria, para adaptarse a las necesidades de acumulación y reproducción.

La destrucción capitalista crea nuevos productos y oportunidades de mercado, como por ejemplo el sector de la biotecnología, que hasta ahora está extremadamente concentrado en Asia, especialmente en Israel. Las entregas a domicilio se están expandiendo y también el comercio por internet creció a tal punto que llevó a Amazon, por ejemplo, a iniciar la búsqueda de 100.000 trabajadores más para sus almacenes en Estados Unidos con el fin de hacer frente a la creciente demanda.

También el “trabajo en casa” se está popularizando. Los portales de internet brindan información y consejos para armar la oficina en el hogar. Sin duda será más barato tener empleados trabajando desde casa que en el lugar de trabajo, mientras un software hace posible un monitoreo efectivo.

Más allá de quién paga y arriesga su vida en esta crisis, que no es menor, las patronales están empeorando de modo sistemático las condiciones de trabajo en los llamados “trabajos esenciales”. En todos los casos, se aplazan las negociaciones salariales y de condiciones de trabajo, las cuales se flexibilizan de modos impensados. Se preparan reducciones de sueldo y aumentan las suspensiones.

¿Vuelta a la normalidad?

Evidentemente se trata de una situación crítica que, impuesta de arriba hacia abajo, nos encuentra hiperatomizados. Por tanto, antes de agitar consignas o establecer proyectos de lucha social recordemos que esta situación no fue desatada por luchas grandes o pequeñas sino por el tratamiento que un puñado de Estados le dieron a una enfermedad que comenzaba a propagarse.

Seguramente haya quienes vean la verdadera cara de esta sociedad cuando sucede un sacudón de estas características: relativamente brusco y por sobre todo cercano. Otros ya veníamos percibiendo y enunciando las características de la sociedad capitalista en su conjunto. Bien, es momento de encontrarnos y reflexionar en común. No es un momento para suspender la reflexión ni la acción porque simplemente hay que aislarse, higienizarse y encerrarse. Por otra parte, pensar confinadamente conduce a conclusiones del propio confinamiento. Si bien siempre hay un momento de reflexión personal, no es suficiente. Incluso el llamado autoconocimiento también es con otros.

La burguesía reconoce en muchos artículos de su prensa que “el mundo que conocemos no volverá” y evidentemente será para beneficio del Capital. El panorama no es halagüeño. (ver cuadro)

Este brutal golpe mundial al proletariado ha incrementado el aislamiento, el individualismo, la desconfianza mutua, así como ha barrido de un plumazo con empleos y puede que modifique las formas de trabajo como ha hecho varias veces el Capital desde sus inicios. Finalmente, el encierro y el contacto reducido a lo virtual se han extendido por largas semanas, donde millones de personas no pudieron encontrarse, ni tocarse, ni olerse, pero se mantuvieron conectadas. Volvemos a subrayar que en esta cuarentena mundial se han criminalizado las relaciones directamente humanas y por tanto necesariamente corporales.

Por su parte, miles de patrones finalmente pudieron reducir gastos enviando a sus empleados a trabajar desde la casa. A otros tantos los enviaron a su casa ya sea sin trabajo o sin sueldo. Los Estados van intensificando sus técnicas y tecnologías de control. Mayores controles de desplazamiento, aplicaciones en smartphones, monitoreo de comportamientos y pruebas sanitarias obligatorias. No sería extraño que China comience también a exportar, y en estas cuestiones lleva la delantera, su sistema meritocrático estatal desarrollado con tecnología para medir el “valor social” de cada ciudadano.

El ya implementado sistema de crédito de China es posible gracias a la combinación e integración de varias tecnologías como el big data, el reconocimiento facial y la monitorización de internet, ayudados además por más de 600.000 cámaras de vigilancia con inteligencia artificial. A eso es a lo que descaradamente llaman “comunismo”.

La mayoría de los gobiernos nacionales han salido fortalecidos en una situación sanitaria adversa a la que solo han podido responder con represión y confinamiento. Y la noción de Estado ha salido más fortalecida aún, porque bien ha hecho lo que debía o porque debe venir alguien que sí lo haga.

Hasta ahora la principal reacción ciudadana, de izquierda a derecha, ha sido solicitar al Estado efectividad en sus medidas sanitarias (pidiendo que se refuerce el aislamiento, la cuarentena y, de ser necesario, también la represión). Además, aunque en menor medida, se solicita agua potable y alimentos, parar los despidos, que se paguen los sueldos, mejores condiciones para quienes deben trabajar en estas cuarentenas y hasta reclamos por el cese del pago de alquileres e impuestos. Pero solicitar aislados y/o encerrados no es el mejor escenario para imponer nuestras necesidades. Más aún que en otras ocasiones, no hay lucha, sino demandas que fortalecen la legitimidad del Estado.

Pero no todo es paz y silencio. En esta situación comienzan las huelgas en la industria del automóvil en España, Italia y Canadá. Protestas por parte de los trabajadores de Amazon en Francia, España y Estados Unidos a causa de las condiciones de explotación. Huelgas de alquiler y ocupaciones en algunas ciudades de Estados Unidos.

También ha habido saqueos en diferentes países, y motines en cárceles y centros de detención en Italia, Francia, España, Alemania, Líbano, Argentina y Brasil, entre otros.

Y esto no parece que vaya a desaparecer sino a incrementarse. Pese al miedo, la desconfianza y el control, la solidaridad no se hace esperar, así como tampoco la autoorganización para dar pelea a las consecuencias sociales de una pandemia en un mundo capitalista. Pero aún son minoritarias las redes públicas o discretas entre vecinos, amigos y cercanos, así como ollas populares. La cuestión es cómo podemos evitar que estas luchas no acaben estranguladas por la desesperación o que sean meros gestos limitados en el tiempo y el espacio.

Desde un punto de vista radical, para ir a la raíz del problema, no se trata de proponer medidas que el Estado y el resto de la burguesía deban realizar para simplemente cumplir con su función, sino de imponer las necesidades, a pesar del Estado, que no está aquí más que para hacer prevalecer la ganancia frente a la vida.

Asumiendo que la vida bajo el Capital es una vida de muerte, de pandemias, de enfermedades productos de este modo de producción, tenemos que comenzar a actuar y pensar en cómo luchar contra estas condiciones de vida en este nuevo escenario. Tenemos que reflexionar por qué la burguesía, con los Estados a la cabeza, se lanzó a este tipo de medidas en este caso concreto. Y por supuesto discutir qué hacer, cómo combatir la idiotización mediática y, por sobre todo, cómo contraponernos a la mayor austeridad y control que se vienen.

A su vez, este parate generalizado de la producción y la circulación trajo aparejados drásticos cambios que, aunque no vayan a durar demasiado pueden darnos algunas pistas. Se ha sucedido una drástica reducción de la emisión de gases contaminantes y de efecto invernadero, con la consiguiente mejora en la calidad de vida de las personas que habitan las regiones afectadas, incluso bajando la cantidad de afecciones respiratorias por dicho motivo. Han disminuido notablemente, por ejemplo, los accidentes de tránsito y los mal llamados “accidentes laborales”, cuyas cifras “normales” de muertes no tienen nada que envidiar a una pandemia. Esta inesperada situación debería llevarnos a reflexionar acerca del correlato que alimentar al monstruo de la economía tiene en la destrucción del hábitat donde vivimos, o al menos lo intentamos. Mientras la cuarentena pasa, el aire se limpia y el agua se vuelve cristalina. No somos obtusos, somos conscientes de lo limitado y excepcional de estos fenómenos que se suceden al mismo tiempo que el monocultivo, la megaminería, la tala y tantas otras nocividades, que no se han detenido. Simplemente vemos y hacemos notar cómo el mundo se puede ir transformando en lapsos tan breves de tiempo.

Lamentablemente como fue decisión estatal paralizar la economía en determinadas regiones, la potestad de reiniciarla también corresponderá al Estado, y por esto, los momentáneos beneficios de dicha suspensión se verán revertidos en cuestión de días también. Sin embargo, estos ejemplos dejan una enseñanza al respecto de las prioridades de un sistema en la cual la producción de valor reina notablemente sobre la salud tanto de personas como del ecosistema terrestre mismo. Y nos impulsa a afirmar que el sistema productivo actual debe ser desmantelado para la supervivencia de la especie.

La realidad es tan perversa que confinados y temerosos deseamos volver a la normalidad, pero como gritan desde todas las regiones en revuelta a las que estas medidas han pausado momentáneamente: ¡La normalidad es el problema!

Notas:

(1) Discutir el régimen de Covid-19 desde una perspectiva revolucionaria de la clase trabajadora en siete pasos. Traducido al español por Emancipación Buenos Aires.

(2) El terror a lo invisible, Susanna Minguell

(3) Como decíamos, esto puede leerse en sus documentos públicos.Ver el libro Ejército en las calles publicado originalmente en el 2010

(4) Ver nota completa en Conclusión

(5) Es la cifra a la que arribó el espacio Basta de asesinatos laborales en su informe anual del 2019.

(6) Extraído del apartado Ciencia y enfermedad, en Cuadernos de Negación nro. 8: Crítica de la razón capitalista.

(7) Ver La Oveja Negra nro.68, Heridas internacionales

(8) Ver La Oveja Negra nro.66: En tiempo de revueltas: Chile y Ecuador

(9) Al respecto recomendamos el panfleto de Proletarios Internacionalistas: Contra la pandemia del capital ¡Revolución social!

(10) Recomendamos al respecto la publicación A propósito de las revueltas de 2019, realizada desde la biblioteca La Caldera de Buenos Aires.

Cuadro/ «ACEPTÉMOSLO, EL ESTILO DE VIDA QUE CONOCÍAMOS NO VA A VOLVER »

En 1972 un grupo de expertos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) publicó, encargado por el Club de Roma, un informe titulado Los límites al crecimiento en el que detallaban los desastres ecológicos, climáticos y sociales que nos deparaba el desarrollo capitalista. Hace unos días un experto del MIT publicó un artículo titulado Aceptémoslo, el estilo de vida que conocíamos no va a volver nunca donde nos explica, en su clásico tono apacible y neutral, cómo esta pandemia va a cambiar nuestras vidas:

«No sabemos exactamente cómo será este nuevo futuro, por supuesto. Pero es posible imaginar un mundo en el que, para tomar un vuelo, a lo mejor haya que registrarse en un servicio que rastree los movimientos de los pasajeros a través del teléfono. La aerolínea no podría ver dónde habían ido, pero recibiría una alerta si algún pasajero ha estado cerca de personas infectadas confirmadas o de puntos calientes de enfermedades. Habría requisitos similares en la entrada a grandes sitios, como edificios gubernamentales o centros de transporte público. Habría escáneres de temperatura en todas partes, y su lugar de trabajo podría exigirle usar un monitor que controle su temperatura u otros signos vitales. Actualmente, las discotecas hacen controles de edad y puede que, en el futuro, también exijan un justificante de inmunidad: una tarjeta de identidad o algún tipo de verificación digital a través del teléfono que demuestre que la persona ya se ha recuperado y vacunado contra la última cepa del virus.

Nos adaptaremos y aceptaremos esas medidas, de la misma forma que nos hemos acostumbrado a los cada vez más estrictos controles de seguridad en los aeropuertos a raíz de los ataques terroristas. La vigilancia intrusiva se considerará un pequeño precio a pagar por la libertad básica de estar con otras personas.

Como de costumbre, además, el coste real será asumido por los más pobres y los más débiles. Las personas con menos acceso a la sanidad y las que vivan en áreas más propensas a enfermedades también serán excluidas con mayor frecuencia de lugares y oportunidades abiertas para todos los demás. Los trabajadores autónomos, desde conductores hasta plomeros e instructores de yoga, verán que sus trabajos se precarizan aún más. Los inmigrantes, los refugiados, los indocumentados y los expresidiarios se enfrentarán a otro obstáculo para hacerse un hueco en la sociedad.

Además, a menos que se impongan reglas estrictas sobre cómo se calcula el riesgo de contraer una enfermedad para cualquier persona, los gobiernos y empresas podrían elegir cualquier criterio: ganar menos de 30.000 euros al año podría considerarse un factor de riesgo, así como tener una familia de más de seis miembros y vivir en ciertas partes de un país, por ejemplo. Eso abre la puerta al sesgo algorítmico y la discriminación oculta, como sucedió el año pasado con un algoritmo utilizado por las aseguradoras de salud estadounidenses que resultó favorecer accidentalmente a las personas blancas.

El mundo ha cambiado muchas veces, y ahora lo está haciendo de nuevo. Todos tendremos que adaptarnos a una nueva forma de vivir, trabajar y relacionarnos. Pero como con todo cambio, habrá algunos que perderán más que la mayoría.»

Cuadro/ NO SE NECESITA UNA CONSPIRACIÓN

Muchas “explicaciones” del surgimiento de la pandemia se han nutrido de la idea paranoica de conspiración, así como de prejuicios racistas. Los partidarios de la primera no comprenden a los Estados como garantes de un orden mundial que nos mata, nos debilita y nos enferma sino como personajes oscuros que deben introducir ciertas enfermedades para que nuestras vidas sean efectivamente malas. Evidentemente, no hace falta una conspiración de ese tipo. Los Estados efectivamente coordinan entre sí, incluso discretamente, para garantizar este orden que da ganancias a unos y arruina la vida de la mayoría.

Vivimos en un sistema donde las personas que ocupan posiciones de decisión y gestión son perfectamente intercambiables en su mayoría, lo que hace que el real problema esté en el sistema en sí, y no en los “actores”. El decir esto no es nada nuevo, como el decir que el capitalismo trae la guerra, el hambre y la crisis sin necesidad que nadie desde la sombra, desde grupos ocultos y ocultistas esté provocando estos hechos. (1)

Aunque las “teorías” de la conspiración están muy ligadas al racismo, hay una explicación directamente racista que se ha basado en un prejuicio sociocultural: el supuesto gusto de los chinos por comer alimentos extraños como sopa de murciélago. Ambos intentos de explicación olvidan la dimensión social del asunto.

El ciudadano obediente teme de un virus que piensa viene de afuera, porque para él lo malo siempre viene de afuera, es un problema externo. Tiene miedo de un virus del griego ἰός toxina o veneno. “Tóxico”, palabra tan de moda que expresa todo lo que se supone es exterior al individuo y a lo que se tiene terror. Así las relaciones son catalogadas como tóxicas, la gente que no les gusta es tóxica, y quienes protestamos somos tóxicos. Y así el individuo libre de culpa y cargo se desresponsabiliza del mundo en el que vive y evita mezclarse con el resto a fin de no ser intoxicado.

Notas:

(1) Hay algo más allá de nuestras narices. Crítica a las teorías de la conspiración. Mariposas del caos, 2009.

Cuadro/ NO HAY “CHETOS”, HAY CLASES SOCIALES

Hay un intento por explicar ya no solo la propagación del virus sino sus consecuencias sociales. Esa explicación, y a su vez arenga, viene a decirnos que se trata de una enfermedad de chetos (o cuicos, o pitucos según el país) que la difunden viajando de vacaciones por el mundo. Cada vez se habla más de clase para no hablar del existente antagonismo de clase, sino de clases socio-culturales. La clase social es así reducida a los gustos personales de un sector de la sociedad y parece ser ya un estado mental más que una condición material de existencia. Aunque hoy parezca de un pasado muy lejano, hasta hace un mes la patota de rugbiers que había asesinado a golpes a Fernando Báez Sosa en un boliche en Buenos Aires era casi la única noticia que circulaba en los medios de comunicación. Por el homicidio hay diez imputados, de los cuales ocho se encuentran bajo prisión preventiva. Es una historia donde los buenos son buenos y los malos son malos. Fernando era un pibe hijo de inmigrantes, pero nacido en argentina, de familia trabajadora. Y los rugbiers unos desagradables que se regocijaban en su matonería, racistas y de lo que se considera clase media alta. Hay quienes han querido ver en esto alguna forma de clasismo. Y algo puede haber, pero al igual que con quienes vienen del exterior del país, se trata de un clasismo sociológico.

No se habla de clases en torno a la explotación capitalista, sino desde un punto de vista cultural e identitario. Por otra parte, es un clasismo que orbita en torno a lo que en Argentina se considera clase media. Cuando se señala el racismo de los rugbiers («negro de mierda te vamos a matar») se señala inmediatamente su clasismo, pero es el clasismo de jóvenes que no provienen de la más alta burguesía y no sabemos siquiera si provienen de la burguesía, es el clasismo de unos chetos. Por su parte, la familia de Fernando tampoco es pobre o marginal como la de la mayoría de jóvenes que son asesinados en este país, mayormente a manos de las fuerzas de seguridad del Estado, o en los crímenes a causa del narcotráfico, por lo cual seguramente haya generado una mayor empatía.

Puede ser que «romantizar la cuarentena es un privilegio de clase». Porque la enfermedad, el temor a la enfermedad o la obligación de confinamiento no son lo mismo para todos los ciudadanos del territorio argentino, o de cualquier otra parte del mundo. Somos iguales ante la ley lo que siempre significa ser completamente diferentes frente a su aplicación y sus consecuencias.

Pero ante la insistencia sobre los “privilegios de clase”, hay que tener en cuenta qué se entiende por clase, qué se entiende por privilegio y de dónde emanan las clases y los privilegios. En ese sentido, es preciso atender y entender de manera profunda y crítica la composición de clase capitalista y no repetir eslóganes que apelan al sentido moral, justamente judeocristiano y capitalista. Si dejamos de lado la cuestión de la explotación, la opresión y el dominio no entenderemos en qué sociedad vivimos. Y terminaremos viendo chetos por un lado y pobres por el otro, sin ningún tipo de modo de producción y reproducción. Es por eso que hay quienes consideran que nuestros gobernantes no son chetos, sino que estarían con el pueblo. La crítica fácil de personajes como Macri o Bullrich del gobierno pasado, o la crítica hacia los chetos violentos e irresponsables, oculta la necesidad de criticar a los burgueses y políticos en tanto funcionarios del Capital y el Estado. Un clasismo progre que solo apunta hacia individuos y no relaciones sociales, no solo es superficial, sino que es muy favorable para el orden dominante.

NUEVOS TÍTULOS: CONTAGIO SOCIAL. GUERRA DE CLASES MICROBIOLÓGICA EN CHINA

Contagio social. Guerra de clases microbiológica en China presenta un análisis integral, contundente e indispensable de las causas de la actual crisis sanitaria por COVID–19, y sus consecuencias para China y el resto del mundo.

El 19 de marzo, mientras se imponía el aislamiento masivo en la región argentina, terminábamos de preparar la primera publicación del artículo en formato libro con nuestro proyecto editorial Lazo Ediciones. A raíz de la cuarentena, hasta el momento solo ha podido circular en su versión digital, posibilitando sin embargo numerosas conversaciones en espacios virtuales.

Publicado originalmente por el grupo Chuang el 26 de febrero de este año, semanas antes de que las cuarentenas se aplicaran en el resto del mundo, el artículo no ha perdido vigencia, y posee la claridad necesaria para abordar la cuestión en su complejidad.

El texto evidencia la realidad social y las transformaciones derivadas del desarrollo económico de las últimas décadas por el que China pasó de ser «una economía estatal planificada aislada a un centro de producción capitalista integrado». En su descripción social de la ciudad de Wuhan, foco inicial de la enfermedad, logra caracterizar las condiciones en las que se reproduce la vida en los principales complejos urbanos industriales de esa vasta región. Muestra así, que la proliferación de nuevos virus está íntimamente ligados al profundo deterioro, implícito en el capitalismo, de nuestra vinculación como especie con el entorno natural no-humano.

Por otra parte, el análisis acerca de las políticas del totalitario Estado chino, vanguardia en varios aspectos de la tecnología puesta al servicio del control social, permite reflexionar sobre el impacto en la población de las medidas de aislamiento y cuarentena, que fueron tomadas inicialmente en China y que luego se replicaron en prácticamente todo el mundo.

Y en estas latitudes, ¿qué es lo que sabemos sobre China? Sabemos de la descomunal potencia con que produce y consume mercancías. Sabemos también que es el destino principal de la producción agropecuaria de nuestra región. Los productos made in China forman parte de los hogares, oficinas y talleres de todo el planeta. Pero al mismo tiempo, la región ha sido testigo de intensos conflictos. La actualidad económica mundial de tendencia recesiva, invita a pensar en las consecuencias del potencial accionar de su clase trabajadora. Lo que sucede entonces en los centros urbanos y zonas rurales es de vital importancia para todos nosotros.

En este sentido, Chuang realiza una gran contribución. Este grupo comunista de China, parte tanto de la crítica del “capitalismo de Estado” del Partido Comunista Chino como de la oposición liberal de los movimientos de “liberación” de Hong Kong. En su sitio web publican, además de los artículos del blog, una revista temática que ya tiene su edición en inglés.

Este es el primer texto de este grupo traducido al castellano. Esperamos prontamente lanzar la versión en papel, y que este libro sea un motivo más para el encuentro, el ejercicio de la crítica radical y la necesaria reflexión anticapitalista.

Libro completo disponible en nuestro sitio web: lazoediciones.blogspot.com

Fuente: https://boletinlaovejanegra.blogspot.com/search/label/nro.69?m=0

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