[GCI-ICG] Al margen de un aniversario (8 de mayo de 1945/2025)

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/ GUERRA de CLASES / El 8 de mayo de 2025, amplios sectores de la clase burguesa celebran el octogésimo “aniversario” del final de la Segunda Guerra Mundial, el gigantesco baño de sangre que dejó más de sesenta millones de seres humanos, proletarios, muertos en el altar del lucro y del nacionalismo. Ayer, hoy y mañana, estas masacres se perpetúan en nombre del antifascismo (para unos) o del fascismo (para otros), en nombre de la democracia, de la libertad, de “la patria en peligro”, de la religión y de la paz.

El capitalismo parece haber llegado al final de un ciclo: demasiada desvalorización, demasiadas mercancías acumuladas, demasiadas máquinas, demasiados proletarios, insuficientes mercados solventes y beneficios… Las contradicciones entre los diferentes sectores nacionales de un mismo ser global sanguinario, que se alimenta de la explotación de nuestros cuerpos, de nuestra carne, de nuestra energía, de nuestras vidas y de nuestras aspiraciones, estas contradicciones toman la forma de la guerra, y los bloques belicistas comienzan a formarse de nuevo para llevar a cabo la empresa de destrucción de los vivos, tan necesaria para la revitalización del imperio de la muerte que es el modo de producción capitalista.

Hoy, el rearme está a la orden del día, y miles de millones de dólares y euros se invierten en las tecnologías más avanzadas para esta morbosa tarea de acabar con los proletarios y los medios de producción sobrantes. El ejército está en el candelero, las banderas patrióticas (sean las que sean) ondean al viento de la furia destructora de nuestros enemigos de clase, los programas de radio y televisión, la prensa de las potencias (y las que vendrán), toda la propaganda de estos títeres del orden capitalista ruge con una sola voz: ¡a toda máquina a la guerra!

El capitalismo vive de la guerra, el capitalismo es guerra: guerra comercial, guerra militar, guerra permanente entre los distintos valores en su búsqueda de beneficios, etc. La guerra está inscrita en el tejido mismo del capitalismo. La guerra está inscrita en el ADN del capitalismo. Se suele decir que “el dinero es el sostén de la guerra”, pero lo contrario es igualmente cierto, e incluso más dialéctico: ¡la guerra es el sostén del dinero! Y ante esta realidad, nuestra única respuesta como proletarios, tanto en tiempos trágicos de guerra como en tiempos de paz (social), es la huelga y la guerra de clases, el sabotaje de la economía, el derrotismo revolucionario, la insurrección, la revolución…

Con este motivo, volvemos a publicar aquí un texto del Grupo Comunista Internacionalista (GCI) que data de hace treinta años y que en su momento aprovechó el mismo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial para recordarnos que el capitalismo necesita la guerra y que en sus altares de muerte son siempre nuestros hermanos y hermanas de clase los sacrificados.

Fascista o antifascista, ¡la dictadura del Capital es la democracia, su paz y su guerra!

GdC – 8 de mayo de 2025.

El Capitalismo en plena acción: El bombardeo de Dresde / febrero 1945

Fuente: Comunismo No.39, noviembre 1996

Cada vez que la burguesía decide conmemorar una fecha histórica aprovecha para afirmar la falsificación de los hechos históricos que presentan su actual sistema social como la última e idílica estación de la historia, en fin para atontar y abombar mejor a la masa amnésica e ignorante de ciudadanos. En 1989 la burguesía festejaba, a través del bicentenario de la llamada “revolución francesa”1, el reino purificado de la democracia y de sus sacrosantos “Derechos del hombre” burgués: “libertad”, “igualdad”, “fraternidad”, que en realidad no son más que la “libertad” de vender su fuerza de trabajo, la “igualdad” en la explotación y la “fraternidad” entre las clases. Durante lo que se decidió llamar el “derrumbe del muro de Berlín” fueron espectaculares los cantos triunfantes de “la victoria de la democracia sobre el totalitarismo”, del “fracaso del comunismo” y hasta el nuevo anuncio del “fin de la historia”. Estas fueron las ocasiones tan soñadas para reforzar el cuadro generalizado y estructurante de la democracia como única perspectiva de la humanidad.

Las repugnantes ceremonias de conmemoración de la “Liberación”, surgen de esta misma estrategia. Estas campañas de promoción de la democracia tienen como objeto predilecto el espectador a que el capitalismo fue reduciendo el ser humano, el individuo aislado, atomizado, núcleo de base de esta sociedad, con el objetivo de integrarlo más, de atarlo más fuerte, de asociarlo más potentemente a la defensa del Estado. Hoy en día los gigantescos espectáculos, organizados en base a laser y decibelios en las calles o en los estadios, han reemplazado a las grandes misas nazis de ayer, como las del congreso de Núremberg y las marchas con antorchas, con sus masas compactas, adiestradas y disciplinadas…; sin embargo, todas estas movilizaciones participan gustosa e idénticamente a la misma comunión mística, irracional y colectiva que afirma el ser de la comunidad ficticia del Capital. El propio Hitler, en su pretensión megalómana, afirmaba ya, al igual que “nuestros” expertos y economistas actuales, ¡haber destruido, por lo menos por 1000 años, la existencia de las clases! El antifascismo, a través de la manipulación de las masas y de sus emociones místicas, juega al mismo nivel que el fascismo. Durante esas grandes ceremonias religiosas colectivas, el proyecto burgués se afirma plenamente por lo que es: una lógica mercantil templada en el acero que excluye cualquier otra perspectiva humana que la del modo de producción capitalista. La adhesión del individuo aislado a la Patria, a la Comunidad de ciudadanos, tiene que ocultar definitivamente la guerra que se libran cotidianamente los poseedores de los medios de producción contra los que solo poseen su fuerza de trabajo. Toda crítica es reprimida, todo cuestionamiento de la historiografía oficial es calificado de “revisionista” intentando la amalgama contranatura entre las posiciones del proletariado y lo que se llama extrema derecha. Así los mitos fascistas, antifascista, etc., ejercen su principal función: asociar a los ciudadanos en la fraternización con el Estado y servir de exutorio para que cada uno se sienta seguro de su porvenir y sobre todo del porvenir guerrero que prepara el Capital.

Las verdaderas causas y objetivos de la guerra, que transformaron al planeta en una enorme carnicería humana durante 1939-1945, (como todas las otras guerras) se disimulan detrás de este concierto unánime, se ocultan más que nunca a través de una gran campaña destinada a la opinión pública que promociona “el horror de los campos”, “la crueldad nazi”, “los excesos de la guerra”… Por un lado tenemos a los “buenos”, del otro los “malos”; ¡fuera de este paradigma la salvación no existe! Y los pretendidos “antifascistas”2 lavaron rápidamente sus propias matanzas en las aguas nauseabundas de los horrores de sus competidores fascistas. La polarización fascismo-antifascismo se despliega otra vez como las dos mandíbulas de la misma trampa para organizar el alistamiento de los proletarios en dos campos enemigos lo que conduce inexorablemente a la preparación de una nueva “solución final” a los antagonismos sociales: ¡LA GUERRA!

En realidad, en la lucha entre los campos antifascistas y fascistas, ninguno de los dos campos tiene el monopolio del “horror” y de la “barbarie”. Los competidores, sedientos en la lucha a muerte por aumentar sus ganancias, responden a las mismas necesidades impuestas por el Capital, llevando la destrucción y la muerte a un nivel jamás alcanzado. El reino total de la democracia, la más alta expresión de la civilización capitalista, se cristalizó, así, en estos momentos de la prehistoria humana, en los campos de concentración, las bombas atómicas, los campos de batallas, los bombardeos masivos, la guerra a sin escrúpulos. Toda la negación de la especie humana que portan las sociedades de clase, se materializa, bajo estas expresiones, a un nivel hasta entonces desconocido. Con respecto a la guerra que se desarrolla desde 1939 a 1945, veremos en este texto que los burgueses ingleses, americanos, rusos,… “aliados”,… antifascistas, no tienen nada que envidiar a los fascistas en su capacidad de planificar la muerte.

A través de este trabajo se pondrá en evidencia, en muchas ocasiones, la capacidad de la burguesía para realizar de forma consciente el objetivo central de la guerra para la reorganización del capital: la destrucción de fuerzas productivas y la destrucción del proletariado. Veremos ejemplos de cómo la destrucción masiva del proletariado, es realizada con un cinismo y una conciencia impresionante. ¿Esto implica una visión maquiavélica de la historia? o ¿un abandono del materialismo dialéctico? No y ello por varias razones. La primera es que antes que nada la burguesía realiza sus objetivos de clase y de expresión subjetiva del sistema social capitalista buscando liquidar a su enemigo inmediato en la guerra: destrucción de su infraestructura, de su logística, pero también liquidación y desmoralización de sus tropas, así como de la población obrera indispensable en el frente productivo. Segundo, porque la burguesía mundial ha extraído enseñanzas de las guerras y revoluciones pasadas y el espectro de Rusia del 17 hace temblar a cualquier fracción burguesa y así como algunos revolucionarios de entonces esperaban un resurgimiento de la clase a partir de la catástrofe de la guerra, todos los estrategas militares y civiles del capital sabían que lo que había que temer era la revuelta proletaria en las ciudades más desorganizadas del capital y en particular en los países en los que el ejército se descomponía como fue el caso en Italia y Alemania (y como había sido el caso en Rusia, a pesar de que ese Estado estaba en el lado “triunfante” de la guerra). En última instancia porque aunque algunas fracciones burguesas hayan sido siempre conscientes de la necesidad para su sistema de las guerras imperialistas y particularmente de la destrucción de amplias capas del proletariado en la misma para volver a imponer un ciclo de acumulación exitoso, la burguesía no puede cambiar voluntariamente el curso de la historia, no se comporta como sujeto de la historia, sino que necesariamente actúa como marioneta del capital ejecutando sus determinaciones independientemente de la consciencia, siempre relativa, de tal o cual protagonista3. En síntesis, la burguesía como clase no hace lo que quiere sino lo que históricamente su sistema social le obliga, lo que no debe implicar desconocer que algunas fracciones de la clase dominante no actúen con consciencia y determinación en la necesidad de mantener su sistema social teniendo siempre presente que más allá de su enemigo inmediato (el otro campo de la guerra imperialista) asecha el enemigo histórico (el proletariado) y por ello no escatimen ningún esfuerzo en preparar maquiavélicamente su masacre.

El terror viene del cielo

A partir de l940, los estrategas ingleses instalan el “Bomber Command”, cuartel general de bombarderos pesados con el objetivo de la destrucción de las ciudades alemanas y la exterminación de sus habitantes. Los burgueses ingleses, para justificar esta estrategia asesina, para cubrir ideológicamente su lanzamiento, se apoyaron en la utilización del bombardeo alemán de Londres y Coventry durante el otoño de 1940 y el de Rotterdam cuyas consecuencias fueron deliberadamente exageradas. Así se orquesta la intoxicación ideológica, que permite a los verdugos del capital el desplegar toda su ciencia asesina.

En marzo del 42 el Profesor Lindeman presenta un informe realizado a pedido del Bomber Command en el que dice:

Una ofensiva de bombardeos extensivos podría minar la moral del enemigo si se dirige contra las zonas obreras (el subrayado es nuestro NDR) de las 58 ciudades alemanas que tienen una población de 100.000 habitantes cada una Entre marzo 1942 y mediados de 1943, tiene que dejarse sin abrigo a un tercio de la población total de Alemania.

/ Informe final del profesor Lindeman del 30 de marzo 1942, hecho a pedido del Bomber Command /

Si bien los burgueses tienen la ventaja de la claridad cuando hablan entre ellos, para la masa de ciudadanos del “mundo libre” es necesario construir un segundo discurso que alimente el mito de que el campo antifascista organiza la guerra con humanidad. Se trata, evidentemente, de presentar la “barbarie” y la crueldad como el patrimonio exclusivo del campo enemigo. La mistificación se auto-alimenta, solo es necesario reforzar su impacto entre las masas sometidas al proyecto guerrero de la burguesía, ocultar los verdaderos objetivos de los bombardeos, declarando perseguir exclusivamente fines militares. Así el Bomber Command presentará oficialmente sus funciones de una manera mucho más “humanitaria”:

“… el Bomber Command solo bombardeará de acuerdo a fines de orden estrictamente militar y solo apunta a objetivos militares, toda alusión a ataques contra zonas obreras o civiles tienen que ser descartados como absurdos y que atentan contra el honor de los aviadores que sacrifican su vida por la patria…”

El doble discurso es de rigor, a pesar de todas las mentiras destinadas a ocultar la siniestra realidad al público adicto, entre los más lúcidos estrategas de la burguesía no tienen ningún problema en definir, con todo el cinismo y la claridad que la caracteriza, los objetivos de los bombardeos: la masacre debe ser sistemática.

“… queda claro que el blanco debe ser las zonas construidas y no, por ejemplo, los puertos o las fábricas… Esto debe ser afirmado claramente, cuando no ha sido aún comprendido.

/ Informe del jefe del Estado Mayor de la Aviación Sir Charles Portal, 14 de febrero 1942 /

Luego de tres años de perfeccionamiento de las diversas estrategias de bombardeo, el grado de precisión del terror alcanza una operacionalidad más que apreciable; a partir de entonces varias centenas de aviones cuadrimotores participarán en las sucesivas olas de bombardeos de una ciudad. La primera ilustración sangrienta de esta realidad fue el bombardeo de Wuppertal en mayo 1943, en el que los objetivos militares concentrados en Elberfeldse son sistemáticamente evitados dándosele prioridad absoluta a los barrios obreros de Barmen.

El polo antifascista, como el de su competidor fascista, van a ir aún más lejos en la organización sistemática del horror. El Capital, atacado por el cáncer de la desvalorización, no encuentra otro remedio, que el aumento de su capacidad destructiva. En efecto, es a través de la guerra, por y para la guerra que este sistema agonizante logra encontrar los momentos más elevados de cambio y de revolución completa de su base productiva que le permite crear condiciones para una nueva fase de valorización. La destrucción física pura y simple de los medios de producción no es más que la continuidad, a un nivel superior, de la guerra comercial que se libran en permanencia los diferentes competidores. La guerra no se gana únicamente a nivel del desarrollo de las fuerzas productivas, sino también en su extensión en la economía militar. Por ello no debe sorprendernos el constatar que en esta época aparezcan nuevas tecnologías, nuevas invenciones, nuevos conceptos, que la guerra sea el terreno por excelencia del progreso capitalista. Es como siempre en la muerte, que los curas de túnica blanca adoradores del ternero de oro, mostrarán sus extraordinarias capacidades. Mientras del lado fascista, se elabora pacientemente los cohetes VI, el bombardeo de Hamburgo en 1943 por la aviación antifascista inaugura la era de la tempestad de fuego: la utilización masiva de bombas incendiarias mata a más de 50.000 personas y hiere a 40.000. El centro de la ciudad queda totalmente destruido, y en tres noches la cantidad total de víctimas, sin entrar acá en una polémica de cifras macabras, alcanza el número de muertos que se dio del lado inglés durante todo el transcurso de la guerra. Luego le toca el turno a Kassel en donde en octubre del 43 mueren alrededor de 10.000 civiles en gigantescas hogueras. Las tempestades de fuego materializan la capacidad de la sociedad capitalista y de su desarrollo científico para sofisticar y racionalizar la muerte.

“… la asociación repentina de un gran número de fuegos aislados provoca un tal calentamiento del aire que se produce una violenta corriente ascendiente, que a su vez atrae de todos los lados el aire fresco hasta al centro de la zona en brasas. Esta extraordinaria aspiración provoca movimientos de aire de una fuerza superior a la de los vientos normales. En meteorología, las diferencias térmicas varían de 20 a 30 C, en este incendio ellas son del orden de 600, 800, e incluso 1.000 grados centígrados. Esto pone en evidencia el colosal poder de los vientos que provoca la tempestad del fuego… Una vez desatada la tempestad de fuego ninguna medida de protección civil podrá controlarlas. Se trata de verdaderos monstruos creadas por el hombre (¡sic!, ¡entendamos bien por el Capital! NdR), y que este jamás podrá dominar.

/ Informe del director de la policía de Hamburgo, a propósito del bombardeo de julio 1943 /

La única respuesta a este genocidio sin precedentes, fueron los refugios en donde se amontonaban los habitantes, como animales desesperados, tratando esperando, así, de escapar a las explosiones y a las llamas. Pero los bunkers mismos se transformaban en gigantescas ollas de presión en donde morían miles de hombres, mujeres, niños,… sea por la falta de oxígeno o sea por que literalmente sus cuerpos se cocinaban como carne en las brasas.

Luego de varias semanas, cuando los equipos de auxilio pudieron abrirse camino para penetrar en los Bunkers y en los refugios herméticamente sellados, el calor engendrado en el interior fue tan intenso que nada quedaba de sus ocupantes: solo encontramos una fina capa ondulada de cenizas grises en un bunker, el número de víctimas lo estimamos entre 250 y 300… La presencia de charcos de metal fundido, originalmente vasijas, ollas, y instrumento de cocina traídos a los refugios, testimonian las temperaturas impresionantes que se dieron en ellos.

Frente al alcance de los daños ocasionados a las poblaciones civiles surgen entonces en la opinión pública una serie de interrogantes y cuestionamientos, dado que resultaba demasiado evidente que era imposible tirar todas esas bombas sin ocasionar horribles daños entre los civiles. El gobierno antifascista inglés responde con la misma seguridad y arrogancia ante todas las dudas emitidas:

“… no se dio ninguna instrucción de destrucción de habitaciones… los objetivos del Bomber Command son siempre militares.

/ Sir Archibald Sinclair, Secretario de Estado de la Aviación, 31 marzo 1943 /

Como es de costumbre, en el mundo de mentiras erigidas en sistema de pensamiento único, el idiota útil al Capital continúa tragando y reproduciendo el discurso dominante y podrá seguir siendo enviado al frente para seguir sirviendo de carne de cañón. La ronda infernal de los bombardeos, cargada de futuras promesas de jugosos negocios que se realizarán una vez terminada la guerra, vuelve y esta vez con una mayor fuerza. Durante 1944 se perfecciona la técnica hasta tal punto que ningún metro cuadrado de las zonas de habitación escapa a las bombas incendiarias. Las bombas que se lanzan sobre Kónigsberg (a fines de agosto), Darmstadt (setiembre), Braunschweig (octubre), Heilbronn (diciembre), Bremerhaven, etc. provocan varias decenas de miles de víctimas sorprendidas por el fuego y las brasas. La intoxicación ideológica sigue siendo total y nada impide que día tras día, los aviones bombarderos hagan centenas de viajes de Londres a Alemania para lanzar miles y miles de bombas. Para el hombre de la calle esta era la respuesta adecuada a los horrores del otro campo militar.

Y mientras que la opinión publica digiere el conglomerado de discursos repugnantes que sus explotadores le susurran, desde los dos campos del frente, otros se las arreglan para borrar toda huella de esa bien planificada y organizada masacre. Así, de la misma manera que Himmler ordenará la destrucción de toda prueba sobre que permita vislumbrar la barbarie de los campos de concentración, el general americano Eaker, declara:

A ningún precio permitiremos que los historiadores de esta guerra nos acusen de haber dirigido bombardeos estratégicos contra el hombre de la calle.

Quince días antes de esta declaración un ataque de los caza bombarderos americanos había provocado en Berlín la muerte de 25.000 personas, lo que este chacal con galones no podía ignorar. No podemos dejar de relacionar estos hechos con la mentira y el cinismo que prevalecieron durante la guerra del Golfo, y constatar la larga y sólida tradición en la materia, que por supuesto no es el privilegio exclusivo del ejército de los Estados Unidos de América del Norte, sino la de todos los burgueses del pasado y del futuro. Esas mentiras buscan camuflar el gigantesco esfuerzo, intrínseco a la sociedad capitalista, de perfeccionar su arsenal de terror y de destrucción. La guerra para la sociedad burguesa, es un gigantesco laboratorio viviente para experimentaciones tecnológicas y al mismo tiempo una gigantesca fuente de acumulación de ganancias.

De la misma manera que el campo fascista se aprovechó de los esclavos de los campos de concentración para perfeccionar un buen número de descubrimientos científicos, como los fueron los cohetes VI y V; sus competidores directos no escatimaron esfuerzo alguno para la construcción de bombas cada vez más fuertes, poderosas y destructivas. Así, frente a la falta de eficacidad de las bombas tradicionales, que excepcionalmente alcanzaban sus objetivos, se elaboran bombas perforantes que tienen por objetivo la masacre de un número mucho mayor de proletarios que se escondían en los refugios. Es necesario subrayar que durante los bombardeos los proletarios se amparaban en los refugios subterráneos o en los sótanos y la explosión de una bomba clásica, se producía, en la mayoría de los casos, en la parte más elevada de los mismos en donde se producía el primer contacto con el edificio, lo que hacía que aunque el edificio resultase muy destruido muchos proletarios saliesen ilesos del bombardeo. El ingenio burgués se dirigió a la búsqueda de técnicas que le permitieran dañar más profundamente la carne que intentaba escapar o esconderse. La pestilente casta científica a quien ninguna hijadeputéz capitalista la detiene inventa, entonces, un arma capaz de ir a buscar la carne humana en los lugares adonde se oculta: se necesitan bombas que destruyan hasta lo más profundo de esas madrigueras. Así las nuevas bombas que se desarrollarán entonces, no explotan cuando se produce el primer impacto, sino que atraviesan el techo, perforan y atraviesan los pisos y solamente explotan cuando su verdadero objetivo es alcanzado: los sótanos construidos en hormigón armado.

La cúspide del terror: el bombardeo de Dresde

El terror y la muerte, consecutivos a estas expediciones de la aviación que tienen como principal víctima a la población obrera, alcanzó su paroxismo en Dresde durante el bombardeo de febrero 1945 que fue el más terrorista, el más incomprensible de toda la guerra (incomprensible para aquellos que se forjan ilusiones sobre la humanidad del campo imperialista antifascista). Desde el punto de vista estrictamente militar, nada puede justificar la masacre suplementaria que se dio: Alemania ya estaba vencida. Nada sino el anuncio próximo del fin del baño sanguinario en curso y la voluntad manifiesta, de la fracción burguesa victoriosa, de destruir todo lo que aún podía ser destruido.

Dresde era una ciudad en la que no había ningún tipo de industria estratégica y vital, ni tampoco ninguna instalación militar importante. Por eso mismo la ciudad se había constituido en refugio para centenas de miles de personas que intentaban escapar a los bombardeos y al avance del ejército soviético (otra banda de criminales con patente de humanitarios). Todos estos refugiados confiados en la propaganda de los Aliados y persuadidos que nunca se bombardearía Dresde, se refugiaban por montones en los hospitales las escuelas, las estaciones de ferrocarril,… de la ciudad. El gobierno británico no ignoraba estos hechos, lo que se tradujo en el hecho de que hasta ciertos jefes militares del Bomber Command emitieron serias reservas con respecto a la validez militar de tal objetivo. En efecto, era difícil hacer tragar la píldora, incluso a los pilotos en un momento en que la guerra tocaba a su fin y las tropas alemanas retrocedían y se encontraban en plena dislocación en todos los frentes de que el bombardeo de la ciudad tenía objetivos militares cuando de lo que se trataba era de realizar la masacre más grande de toda la guerra. La respuesta fue cínica: se dijo que Dresde era un objetivo prioritario en plena conferencia de Yalta para colocarse gracias al bombardeo, en una posición de fuerza estratégica frente al rápido avance de las tropas rusas.

El 13 y el 14 de febrero del 45 se bombardea la ciudad. La burguesía sabía perfectamente que allí se encontraban cerca de un millón y medio de habitantes, entre los cuales un gran número de refugiados de Silesia, muchos heridos, prisioneros de guerra, deportados del trabajo,… En el transcurso de dos noches se lanzan bombas de un tonelaje jamás empleado: cerca de 3.000 toneladas. Unas 650.000 bombas incendiarias, caen sobre la ciudad produciendo la más gigantesca tempestad de fuego de toda la guerra. Los vientos del incendio que consumen la ciudad superan pasan los 200 a 300 kilómetro por hora. ¡Dresde arde durante ocho días, el brillo de las brasas es visible a más de 300 kilómetros! ¡Algunos barrios de la ciudad queman tanto que fueron necesarias varias semanas antes de poder entrar a los sótanos! Para el resultado esperado se empleó todo el abanico de bombas destructivas y asesinas conocidas hasta entonces: fósforo, napalm,… La gente transformada en verdaderas antorchas humanas, se tiraban al Elba adonde seguían achicharrándose. La corriente de fuego descendía del centro de la ciudad hacia el Elba llegando hasta el río adonde continúa ardiendo. Los cadáveres decapitados, víctimas de las bombas “antipersonales” a fragmentación, tapizan las calles. De 35.000 inmuebles habitacionales solamente 7.000 quedaran en pie, todo el centro de la ciudad, una superficie de 18 kilómetros cuadrados, quedó calcinado. La mayoría de los hospitales fueron destruidos, mientras que las vías férreas, el aeródromo militar y algunas fábricas existentes en los alrededores quedaron intactas.

El desarrollo de la intervención se llevó acabo metódicamente: los que la concibieron tuvieron en cuenta hasta del viento para que el incendio pudiese extenderse a una rapidez impresionante. En la noche del 13 al 14 de febrero, más de 1.000 bombarderos ingleses sembraron el terror, al día siguiente, 450 aviones americanos tomaron inmediatamente el relevo lanzando 771 toneladas de bombas incendiarias, de las cuales un gran numero eran bombas de relojería. Esta “novedad” permitió al Bomber Command el asegurarse un coto de caza mucho más impresionante aún. Estas bombas, explotaban luego de varias horas del pasaje de los aviones y liquidaban a todo aquel que intentaba apagar el incendio, a todo los que buscaba escapar a la ciudad en brasas. El balance, de lo que fue sin duda una de las más altas expresiones de la Civilización y del Progreso del Capital supera la cifra de 250.000 muertos (casi todos civiles) y ni hablar de las decenas de miles de heridos: quemados, agonizantes, locos, destrozados,…

“… una decena de días después del bombardeo, un grupo de presos que habían despejado los escalones que conducían al subsuelo, se negaban a entrar en el mismo; algo extraordinario había pasado en el interior. Los hombres permanecían a la entrada del subsuelo, con aire sobrio. Entonces el director civil, que quería dar el ejemplo, desciende al sótano con una lámpara de acetileno en la mano. Este se siente seguro por la ausencia del olor habitual de podredumbre. Los últimos escalones estaban resbalosos, el piso del sótano estaba cubierto de una mezcla líquida de sangre, de carne humana y de huesos, que tenía un espesor de treinta centímetros. Una pequeña bomba explosiva había atravesado los cuatro pisos del inmueble y reventado en el sótano… Se sabía, por el portero del bloque, que aproximativamente 200 a 300 personas se encontraban esa noche en el sótano.

/ Hans Voigt, director del “Abteilung Tote”, el “Despacho de los Muertos” encargado de limpiar la ciudad de sus cadáveres /

El centro de la ciudad, por el riesgo de epidemia, fue declarado zona prohibida. Cada día se llevaban a miles de cuerpos a la plaza central de la ciudad, o al menos a lo que quedaba de ésta, para luego de una última tentativa de identificación, amontonarlos en hogueras de 400 a 500 cadáveres y quemarlos. Así se incinera en Altmarkt cerca de 70.000 víctimas. Por primera vez en la historia de la guerra, los sobrevivientes no son lo suficientemente numerosos para enterrar a los muertos. El apocalipsis se abate como el rayo. Durante varias semanas un repugnante olor de podredumbre mezclado al de la carne humana carbonizada, reinó sobre las ruinas y los alrededores. Bandas de perros recorrían los escombros en búsqueda de cadáveres. Decenas de miles de fantasmas errantes recorren los caminos en búsqueda de un refugio, los ojos desorbitados, con algunos trapos chamuscados como vestimenta, verdaderos muertos vivientes. Es imposible describir con palabras o con cifras la realidad la más profunda de este verdadero apocalipsis. ¡El vocabulario que hoy en día nos sirve para comunicar, es extremadamente pobre para expresar la repugnancia, el odio que nos inspira esta organización sistemática, metódica, científica del terror, de la muerte! Y el asco que nos inspiran estas acciones de la burguesía antifascista es aún más profundo cuando constatamos como se ha enterrado toda crítica dirigida a ellos denunciando precisamente… la organización sistemática, metódica, científica, del terror como el monopolio de sus competidores. A este nivel el Capital nos ha asestado un golpe fuerte, muy fuerte.

El horror que la burguesía es capaz de desplegar no tiene límites. Los aviones caza de los aliados llegaron hasta ametrallar a las columnas de refugiados que se escapaban de la ciudad sometida a fuego y sangre, y también a los equipos de socorro que llegaban de localidades vecinas. Cuando se ordena el bombardeo de Chemnitz, los días siguientes, el comando aliado no se desprende de ninguna precaución oratoria, cuando declara a los aviadores:

Vuestra razones para ir allá esta noche son las de terminar con todos los refugiados que pudieron escaparse de Dresde.

Estos perros de guardia del capitalismo, como una jauría embriagada por el olor de la sangre, llaman a nuevas orgías sanguinarias para colmar su sed de cadáveres. La alianza antifascista no tiene nada que envidiar a la coalición fascista en lo concerniente al refinamiento con el que aseguran la sobrevivencia de esta civilización moribunda. En el transcurso de 18 meses de bombardeos, 45 de las 60 ciudades principales en Alemania fueron completamente destruidas, arrasadas, aplastadas. Por lo menos 650.000 proletarios, en su mayoría civiles, murieron en el transcurso de estas expediciones de terror. Ni hablar de aquellos que pudieron escapar a este infierno y que terminaron el resto de sus vidas en los hospitales y los asilos para locos. Justamente, es sobre montañas de cadáveres que la victoria del campo antifascista se celebró el 8 de mayo 1945.

Efectivamente fue una hermosa “Victoria” la de ocultar sus propios crímenes por debajo del colchón de los horrores de los competidores. ¡Hermosa “Victoria” que festeja los campos de cadáveres!

Necesidad capitalista de la guerra…

Cuanto más se desarrolla el Capital más se acrecientan y exacerban el conjunto de sus contradicciones. No es por azar que la guerra existe permanentemente en uno u otro lugar del mundo, que se extiende regularmente bajo una forma cada vez más generalizada. La lucha por el máximo beneficio, la competencia, la guerra comercial y simplemente la guerra, son tan esenciales a los capitalistas como la respiración lo es al ser humano.

Esta sociedad no puede vivir sin guerra pues la masa de capital crece más rápidamente que sus posibilidades de valorización; así periódicamente se produce una sobreproducción generalizada de capital, lo que hará que la valorización de una parte de este capital social mundial excluya la valorización de otra parte de este mismo capital social mundial. Los cierres de fábricas o la destrucción de otros capitales fijos no son suficientes para restablecer la situación. Así aparece regularmente una depresión generalizada que conduce inevitablemente a una desvalorización general de todo el capital existente. El Capital se encuentra frente a una situación en la que sus posibilidades de rentabilización son estrechas y por ello tiene que “normalmente” llevar a la bancarrota a los capitalistas menos rentables. Estos, como los otros, se organizan para resistir a esta ley inexorable del Capital. La organización de las diferentes fracciones burguesas, a diferentes niveles de centralización, para llevar adelante la guerra según una relación de fuerza favorable a sus intereses específicos (sociedades anónimas, Estados nacionales, bloques o constelación de Estados, cárteles) hace periódicamente efectiva la guerra: ella se presenta, por ello, como una solución parcial a los problemas del capitalismo mundial. Al destruir una parte importante del capital, y por ello al impedir su funcionamiento como tal, la guerra renueva de hecho las condiciones generales de la totalidad del capital social mundial permitiendo la reiniciación, bajo nuevas bases, de un nuevo ciclo de valorización. Esta solución, que es inmediata, tiene otra cara: desarrolla aún más el problema aún insoluble de los capitalistas en el futuro. Una nueva fase de sobreproducción de capital, mucho más importante que la precedente, hará necesaria la desvalorización violenta, por la destrucción, de cada vez más medios de producción.

La llamada “segunda guerra mundial” no escapo a estas leyes invariantes del capitalismo. No debemos buscar en la cabeza de un Hitler, ni tampoco en la de un Stalin o Truman, la explicación de esta gigantesca carnicería, sino exclusivamente en las entrañas de esta sociedad que muchos, aún y sobre todo entre los proletarios, tienen dificultades en reconocerla por lo que es: una sociedad de clases. Los medios de comunicación burgueses reemplazan esta evidencia reforzando las ideologías que fabrica para su opinión pública, alistando al bravo ciudadano, siniestro Homo Democraticus, de conmemoraciones, desfiles militares, reportajes que retrasan la psicología de tal o cual idiota útil para el Capital para finalmente hacerle aceptar lo inaceptable: la participación a la guerra para salvar su sistema moribundo.

¿Y el proletariado?

Hasta ahora no hemos abordado al proletariado sino como objeto de la historia, como carne de cañón, de las bombas y de las fábricas; es decir como un ser totalmente negado. No podemos terminar este texto sin por lo menos evocar las tendencias de nuestra clase para imponerse como sujeto, para luchar por sus propios intereses, para imponer el comunismo como única afirmación de nuestra humanidad pues “El proletariado es una clase explotada Y revolucionaria” (K. Marx); es decir que no existe sea como explotado sea como revolucionario, sea como objeto sea como sujeto histórico, sino que es dialécticamente las dos. Pese a ser derrotado al finalizar la guerra, pese a que la revolución no se encuentre al orden del día, pese a su canalización en la polarización burguesa fascismo-antifascismo, y sobre todo pese a que fue aplastado por las bombas y el terror, el proletariado, como el viejo topo de Marx, se manifiesta siempre como clase, como sujeto en alguna parte a través de su lucha, y ello a pesar de que se intente fijarlo como un simple objeto de la explotación.

Como vimos antes, lejos de limitarse a una cuestión de competencia interburguesa la estrategia guerrera de tiene por objetivo la destrucción de un máximo de fuerzas productivas excedentarias a las necesidades de valorización de esta sociedad de muerte. Esto implica directamente la eliminación de batallones de proletarios, el lanzamiento de miles de toneladas de bombas sobre las zonas obreras como materialización de la capacidad de nuestro enemigo de clase de golpear preventivamente todo foco de tensión proletaria. Si el proletariado en los años 39-45 tenía grandes dificultades, por su sometimiento en la atomización de las polarizaciones interburguesas, para reconocerse como proletariado, la burguesía fue capaz, más allá de sus divergencias ideológicas, de golpear allí donde el peligro se presentaba según el interés impersonal de su Estado Mundial.

Fue por ello que para no ver reeditada la ola insurreccional precedente, la aviación aliada tuvo como misión, en sus terroristas incursiones, no solo el bombardeo de los centros industriales alemanes, sino también las mayores aglomeraciones sembrando la masacre y el terror en las filas proletarias. Estos bombardeos no fueron aleatorios ni ciegos; sino que al contrario los mismos fueron sumamente selectivos: el objetivo predilecto de las bombas fueron los barrios obreros.

Esto se “justificaba” aún más desde 1943 en Europa adonde, en muchas partes, resurgían luchas proletarias de resistencia a la explotación. Numerosos mitos burguesas intentan ocultar la lucha proletaria que se desarrolló al fin de la guerra presentándonos una situación de delirio y festividad popular derivado de la “liberación del fascismo”. Contra corriente afirmamos que, en Europa, al finalizar la guerra y bajo la presión de las necesidades materiales, resurge nuestra clase. El espectro de la revolución social parece levantarse otra vez en base a la lucha proletaria por la satisfacción de nuestras necesidades.

¡Claro está que 1945 no fue 1918!… y la mayoría de los pocos núcleos de militantes revolucionarios existentes en esa época que lograron mantener la continuidad clasista en plena tempestad contrarrevolucionaria, tendieron a sobreestimar las perspectivas de lucha concluyendo, de una manera mecánica, que un sublevamiento proletario en Alemania como en el 18 era eminente. Estos focos de lucha que aparecieron fueron una respuesta proletaria aún frágil y marcada por 25 años de terror contrarrevolucionario: 25 años en los que se eliminó a la vanguardia revolucionaria. En efecto, la burguesía logró perfeccionar su ciclo de contrarrevolución y numerosos militantes de la ola revolucionaria de 1917-21 desaparecieron en los campos de concentración, fueron asesinados en los campos de horror, o recuperados en los partidos estalinistas y triturados por “el Partido del Orden”.

La burguesía mundial había extraído las lecciones de la ola revolucionaria, anterior, dotándose, de los medios materiales para no tener que enfrentar un ejército en disolución, un proletariado derrotista revolucionario que dirige sus armas contra “sus propios” generales, contra “su propia” burguesía para transformase en nuevos batallones de la revolución. Fue gracias a estos medios de destrucción cualitativa y cuantitativamente superiores en relación a la fase precedente de esta guerra de clases, que la burguesía se dio como perspectiva el asumir la liquidación, el “genocidio” de clase, no solo de los millones de proletarios alistados bajo el uniforme, sino también de centenas de miles de otros proletarios “civiles”.

No fue por casualidad que se intensificaron los bombardeos sistemáticos en el mismo momento en el que importantes huelgas se declaraban en Alemania (también en Italia, en Francia, etc.4 y cuando las deserciones en el ejército alemán tienden a aumentar. La complementariedad de las fracciones “rivales” burguesas se expresa claramente en la represión anti-proletaria que la burguesía despliega. La clase obrera se encontró embretada entre dos fuegos convergentes: por un lado el terror que venía del cielo y por el otro los pelotones de ejecución que asesinaban a los huelguistas para obligar a los obreros a asumir la “producción de guerra” y la “victoria final”.

La burguesía, al finalizar la “segunda guerra mundial”, cierra su ciclo guerrero habiendo neutralizando temporalmente al proletariado. Las dos guerras mundiales son dos momentos de una gigantesca matanza anti-proletaria que se extiende de 1914 a 1945 y que la lucha del proletariado interrumpe en el 1917-18. Solo este nivel de abstracción de la realidad del Capital puede permitir comprender hechos que, para los historiadores burgueses son o bien incomprensibles o bien el producto de la maldad de un “genio malo”: Hitler, Stalin, Roosevelt, Churchill u otros,…; lo que no es más que la personificación idealista de la historia que oscurece la verdadera significación abiertamente anti-proletaria de todas las guerras sean anti-fascistas, “de liberación nacional”, “por la defensa del socialismo” o cualquier otra justificación.

El fin de la guerra constituyó, para la burguesía, un campo de experiencias extraordinario; todas las lecciones sacadas de las luchas precedentes contra el proletariado fueron puestas a prueba. Precisamente, la burguesía, para impedir que se renovase la situación revolucionaria que caracterizó a Alemania durante el fin de la “primera guerra mundial” (1914-18), para reprimir preventivamente toda posibilidad de sublevamiento proletario, define su accionar en 1945 en función de tres ejes principales:

  1. liquidar a los proletarios que podían constituir una amenaza y aplastar, físicamente toda tentativa de resistencia proletaria en las ciudades;
  2. siguiendo esta dirección, invadir completamente Alemania y ocuparla militarmente; los ejércitos aliados se encargarían de imponer el orden: se disuelve el gobierno alemán y los ejércitos aliados entran a Berlín;
  3. mantener fuera de Alemania durante varios meses e incluso años a los soldados prisioneros (concentración masiva) a fin de evitar la reproducción de los desórdenes que se produjeron en noviembre 1918; aparentemente el retorno de los soldados “alemanes” desmovilizados a sus hogares destruidos impresionó a la burguesía mundial a tal punto que no solamente se expidieron centenas de miles de esos soldados al Gulag soviético, sino que además ¡se internó a más de 400.000 obreros uniformados en… Inglaterra! ¡Hasta… 1948! Otros fueron enviados a campos de concentración en Francia, Bélgica o al otro lado del Atlántico en los Estados Unidos5.

El proletariado, como lo afirmamos en nuestra Tesis No.26 (Ver “Tesis de orientación programática”) reivindica y lleva adelante únicamente una guerra: la guerra social contra toda la burguesía.

Los obreros no tiene patria no se les puede quitar lo que no tienen. Toda defensa de la “nación” sea cual sea el pretexto, en nombre del cual se opere, constituye en realidad una agresión contra toda la clase obrera mundial. Bajo el reino de la burguesía todas las guerras son guerras imperialistas (el proletariado reivindica una sola guerra, la guerra social contra toda burguesía) que oponen dos o varias fracciones o grupos de intereses del capital mundial e, independientemente de las intenciones inmediatas de los protagonistas, tienen como función esencial la de afirmar el capital y destruir objetiva y subjetivamente a la clase subversiva de esta sociedad. Por ello más allá de ser “simples” guerras entre Estados nacionales, entre “liberadores de la patria e imperialistas”, entre potencias imperialistas, son en su esencia guerras del capital contra el comunismo. Frente a todas las oposiciones interburguesas entre fracciones “progresistas y reaccionarias”, “fascistas y antifascistas” de “izquierda” y de “derecha” que encuentran en la guerra imperialista su continuación lógica, el proletariado tiene una sola respuesta posible: la lucha intransigente por sus propios intereses de clases, contra todo sacrificio, tregua y solidaridad nacional, el derrotismo revolucionario, apuntando las armas contra sus propios explotadores y opresores inmediatos, a los efectos de transformar, por la centralización internacional de esta comunidad de lucha contra el capital, la guerra capitalista en guerra revolucionaria del proletariado mundial contra la burguesía mundial.

Tomamos esta Tesis para concluir este texto reafirmando que de Dresde a Rotterdam, de Hiroshima a Londres, de Stalingrado a Varsovia, la única “Victoria” en 1945 fue, en definitiva, la de la burguesía: a partir de 1945 la acumulación capitalista abre un nuevo período glorioso sobre las cenizas del proletariado. Un momento de la perpetuación de esta derrota se concentra en la legitimidad que se le da a los crímenes de los “Aliados”, “anti-fascistas”, a través de la publicidad de los crímenes del otro campo. El campo imperialista triunfante hará malabarismos publicitarios para hacer olvidar hasta las masacres de Dresde, de Hiroshima, de Nagasaki.

Frente a la situación actual en donde vuelven a intensificar las campañas militaristas del capital subrayamos que fascista o antifascista, la dictadura del Capital es la democracia y llamamos a que nuestros lectores no permanezcan en una actitud pasiva, sino que luchen con nosotros contra la amnesia que estructura la burguesía. No solo hay que criticar este texto, sino también hacernos llegar material que nos permita conocer mejor la historia de nuestra clase, su lucha durante los años 1939-45.

1 Si tomamos distancias con respecto a la terminología dominante de “revolución francesa” e incluso de “revolución burguesa en Francia” es porque para nosotros los años 1789-93 fueron esencialmente años revolucionarios desde el punto de vista de la afirmación del proletariado como clase revolucionaria. En donde la Historia oficial ensalza el advenimiento de la Luces de la burguesía nosotros descubrimos la recuperación, la canalización y liquidación de una lucha proletaria, en base a su transformación en lucha interburguesa en beneficio del reforzamiento del modo de producción capitalista. La verdadera revolución burguesa no se produce en 1789, sino mucho antes a lo largo de los siglos XIV, XV y XVI, con la consolidación del mercado mundial y la reducción de la humanidad al modo de producción capitalista.

2 El único verdadero enemigo del fascismo, o de cualquier otra tentativa bonapartista edificada por la burguesía para destruir a nuestra clase, es el proletariado revolucionario. La lucha revolucionaria contra el fascismo no puede disociarse de la lucha contra todas las otras fracciones burguesas, lo que incluye a las fracciones pretendidamente antifascistas, que no tienen otro proyecto que el de mantener la explotación capitalista bajo otra forma y bajo la dictadura de otros gestores. Por ello, el “antifascismo” proclamado por estas fracciones, en la mayoría de los casos no es más que un antifascismo de apariencia, que utiliza esta terminología por oportunismo para enfrentar más fácilmente a su competidor capitalista. Su “antifascismo” es una banderola que le facilita, en ciertas ocasiones, el reagrupamiento de fuerzas para justificar su guerra, pero es siempre inconsecuente, oscilante y los cambios de campos y de alianzas entre las fuerzas burguesas son moneda corriente. Recordemos que Stalin escogió, en un primer momento, como aliado a Hitler y al fascismo, para luego aliarse con Churchill, Roosevelt y con los Aliados. La burguesía no es enemiga del fascismo, como no lo es de ninguna otra forma de gestión capitalista (ver recuadro). El verdadero y único enterrador de la dictadura de capitalista, es el proletariado, cualesquiera sean las formas de aquella dictadura: fascista, antifascista, popular, republicana, bonapartista…

3 Es como aquello de que el no tener una visión policial de la historia no implica desconocer el papel de la policía en la historia, con todas sus maquinaciones y provocaciones.

4 Recordemos, como ya lo hicimos en otras ocasiones que en ese momento surgieron importantes luchas de clase, siendo las más conocidas entre ellas, las que se desarrollaron en Italia del Norte (1943-45) y en Grecia pero deben señalarse también las desarrolladas en Alemania, en Bélgica, en Francia, en Yugoslavia, y hasta en Rusia. Y no fue por pura casualidad que concentraciones obreras como Milán, Turin o Roma, que nunca habían sido bombardeadas durante la guerra, fueron bombardeadas por la aviación de los Aliados cuando estallan las huelgas. Se trata de imponer la paz social por medio del terror.

5 ¿Es necesario precisar aún, que estas medidas adoptadas se dieron únicamente contra los proletarios? A los generales, oficiales nazis, industriales, científicos…, a excepción de ciertas crápulas que se liquidó durante el gran espectáculo de los procesos de Núremberg, se les promovió a altas funciones en el campo adverso (este fue el caso de los científicos como Von Braun) y a otros se les encarceló (lo que era, de todas maneras, menos drástico que el encontrarse sometidos a los trabajos forzados como fue el caso de la mayoría de los soldados) y luego se les liberó para empezar una carrera capitalista en la “nueva Alemania”. Así, cuando varias décadas después la “Fracción Armada Roja” ejecuta a H.M. Schleyer queda claro que este patrón de los patrones alemanes había sido un antiguo dignatario nazi. Aprovechemos para señalar que a la muerte del mismo el Estado Alemán declaró un duelo nacional al adhirieron toda la clase dominante y todos los aparatos del Estado burgués actual, incluido por supuesto los sindicatos de todo pelo y color.

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