[Tristan Leoni] Irak, del motín a la reforma imposible (2018-2019)

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Primera parte: Rabia e incendios 2018

“Deje la escuela en primaria, pero ya sabía disparar con el Kalachnikov. Nos entrenábamos en el barrio”.
Un habitante de Basora, antiguo miliciano.

Desde el aplastamiento del Estado Islámico (EI) en el otoño de 2017, la actualidad iraquí ha sido regularmente interrumpida por episodios de manifestaciones y disturbios con el telón de fondo de las demandas sociales básicas (para el acceso a la electricidad, al agua potable, y el empleo) y para denunciar corrupción del personal político.

En el contexto de paz y concordia nacional finalmente recuperado, se abrió un período particularmente favorable para iniciar reformas y tratar de satisfacer las inmensas expectativas de la población. Valioso capital político que el gobierno ha derrochado en pocos meses de intensa inacción. La ira y la frustración de la población, una vez más, no tiene límites; los esfuerzos y sacrificios realizados durante la guerra contra el Califato fueron en vano. Con el paso de los meses, las olas de movilización, la violencia y determinación de los manifestantes parecían aumentar; disturbios, incendios y enfrentamientos con los organismos encargados de hacer cumplir la ley sacudieron cada vez más el país. Hasta este mes de octubre de 2019, cuando el movimiento de protesta entra en una nueva fase, de mayor magnitud, pero con prácticas diferentes. Mientras el gobierno está más que nunca expuesto a la crítica, sabemos que el Estado será preservado.

Un país en ruina

Guerra tras guerra, ruina tras ruina. De 2014 a 2017, la mitad norte de Irak, de mayoría sunita, una vez más es asolada por los combates, primero por la fulgurante conquista dirigida por la EI (que se detiene a 100 km al norte de Bagdad), y luego por su muy lenta liberación. El coste de la destrucción vinculada a este conflicto estimado por el Banco Mundial, en enero de 2018, en 45.700 millones de dólares. En algunas zonas, todo está destruido, las ciudades están casi completamente arrasadas, en otras no queda ninguna infraestructura. Por ejemplo, sólo el 38% de las escuelas del país siguen en pie y apenas la mitad de los hospitales. Una ciudad como Mosul sólo fue “liberada” de la EI a cambio de 8 millones de toneladas de escombros y cientos de miles de personas desplazadas.

Evidentemente, la economía del país no se ha liberado del sector esencial de los hidrocarburos, que representa el 88% de los recursos presupuestarios, el 51% del PIB y el 99% de las exportaciones del país. Irak sigue siendo el segundo productor de crudo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), después de la Arabia Saudita, con una producción media de 4,5 millones de barriles diarios. Algunas infraestructuras se han visto especialmente afectadas, por ejemplo la refinería de Baiji, la mayor del país, que sólo se reiniciará parcialmente en la primavera de 2018. Durante varios años, Irak ha tenido que importar productos refinados (incluido el combustible), gas y electricidad de los países vecinos, en particular de Irán. Tres cuartas partes de la infraestructura hidráulica y la mitad de las centrales eléctricas han sido destruidas. Dependiendo de la región, los iraquíes sólo reciben entre cinco y ocho horas de electricidad al día, y la escasez de agua potable es crónica; en Bagdad, por ejemplo, una cuarta parte de los habitantes no tiene acceso al agua potable. La producción agrícola también ha disminuido, en particular debido a la destrucción de los sistemas de irrigación, exacerbando un éxodo rural ya endémico.

En 2018, la tasa oficial de desempleo en Irak era del 23%, pero se espera que alcance el 40% entre los jóvenes (los menores de 24 años representan el 60% de la población). De hecho, hay relativamente poco trabajo en Irak. El sector económico primario, el petróleo, en última instancia proporciona pocos puestos de trabajo, especialmente porque las empresas extranjeras contratan a muchos migrantes asiáticos (que se consideran más dóciles y cordiales que los trabajadores locales). El sector privado sigue siendo débil y, de hecho, sólo hay dos ramas de actividad que proporcionan empleo a la población: en primer lugar, la administración pública, con cinco millones de funcionarios (incluidos los jubilados), frente al medio millón del 2003; en segundo lugar, el sector de la violencia, con el ejército iraquí que cuenta con unos 200.000 hombres, y las Hashd al-Chaabi, unidades de movilización popular (UMP), alrededor de 100.000. Esta última, es una coalición de unas cincuenta milicias, en su mayoría chiítas, que creció fuertemente en 2014 después de que la fatua del Gran Ayatolá Ali al-Sistani ordenara la movilización contra las tropas del EI. Decenas de miles de voluntarios (en su mayoría desempleados), un tercio de los cuales son de la provincia de Basora, respondieron a esta llamada. Miles de personas murieron, y muchas regresaron heridas, a veces con amputaciones. El fin de la guerra contra EI conduce a una desmovilización parcial de estas tropas; un miliciano de vuelta a la vida civil significa una fuente de ingresos menos para una familia y una boca más que alimentar.

En Kuwait, en febrero de 2018, en una conferencia sobre la reconstrucción del país, mientras que el gobierno iraquí pide más de 88 mil millones de dólares, la comunidad internacional sólo promete unos 30 mil millones en forma de créditos e inversiones (en particular Turquía, Kuwait, Arabia Saudita y Qatar). Sin embargo, debido a una corrupción excepcional, que está entre las más altas del mundo, se sabe que parte de la ayuda internacional –así como parte de la renta petrolera‒ desaparece en los bolsillos de los políticos locales; los sucesivos gobiernos habrían malversado desde la caída de Saddam Hussein en 2003 cerca de 410.000 millones de euros, el doble del PIB del país.

Para colmo, Irak una vez devastado por la guerra, se endeudó, en 2016 el país llegó a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y, a cambio de préstamos, se comprometió a tomar medidas de austeridad (reducción del número de funcionarios, aumento del precio de la electricidad, aumento de los impuestos aduaneros y sobre la renta, etc.).

Como podemos ver, en Irak, es poco probable que los años de liberación y reconstrucción sean descritos como gloriosos. La decepción, la frustración y la ira de los habitantes parecen tan grandes como antes del episodio del Califato; ya sea porque no se benefician realmente de él (veteranos de guerra o civiles arruinados o desplazados), o bien porque han vuelto a perderlo todo (partidarios de EI, sunníes humillados por la ocupación chiíta). Parece haber un retorno al statu quo ante. O peor.

Las premisas de la revuelta (2011-2015)

Durante la Primavera Árabe de 2011, miles de iraquíes tomaron las calles de muchas ciudades para expresar su ira contra un régimen (ya) corrupto y unas condiciones de vida (ya) deplorables. El movimiento es rápida y violentamente reprimido por el primer ministro Nouri al-Maliki a costa de decenas de muertos. Como la seguridad parecía haberse restablecido definitivamente a todos los niveles, las tropas estadounidenses abandonaron el país a finales de año. A partir de entonces, las provincias sunitas experimentaron nuevos episodios de protesta, y la respuesta del gobierno fue idéntica: la policía. Esto fue suficiente para enriquecer el caldo de cultivo para el crecimiento de EI y explicar que, parte de la población lo acogerá en 2014 como un libertador.

A pesar de la guerra, en Bagdad estallaron manifestaciones populares contra la corrupción, apoyadas por parte del clero chiíta; en julio de 2015, estuvieron dirigidas principalmente por los partidarios del atronador Moqtada al-Sadr. Pero en el sur del país, en Basora y Kerbala, son los repetidos cortes de electricidad los que principalmente llevaron la gente a las calles. Para calmar los espíritus, el primer ministro Haidar al-Abadi, en el cargo desde 2014, se contenta con prometer reformas… que no se van a producir. La cólera de los iraquíes estalla de nuevo de febrero a mayo de 2016; la “zona verde”, el perímetro ultra seguro de Bagdad que alberga edificios oficiales, es incluso invadido brevemente, y el parlamento es ocupado por los manifestantes sadristas. Un nuevo intento de ocupación, en febrero de 2017, resultó un fracaso, con cuatro muertos y decenas de heridos. En frente de la “zona verde”, en la orilla opuesta del Tigris, la plaza Tahrir se convirtió en un lugar simbólico de protesta; donde generalmente los viernes después de la oración, se reúnen grupos de activistas y manifestantes con sus pancartas. Pero el epicentro de la revuelta proletaria se encuentra más al sur.

Venecia a la deriva

La provincia del sureste tiene una población de unos cinco millones de habitantes, pero sólo su capital, Basora, tiene una población de tres a cuatro millones. En teoría, es una de las regiones más ricas del país (si no del mundo), con casi el 80% del petróleo de Irak extraído de ella (más que del vecino Kuwait). La ciudad alberga una importante actividad petroquímica y, en el extraradio, los únicos puertos de Irak abiertos al Golfo Pérsico, incluido el puerto de aguas profundas de Umm Qasr (50 Km. más al sur). Desde este punto, completamente saturado, los bienes (especialmente los alimentos) entran a Irak y se exportan millones de barriles de petróleo cada día. Muchos inversores extranjeros están presentes en la ciudad (por ejemplo, compañías navieras francesas o italianas), y no faltan estudios para nuevas infraestructuras industriales y logísticas. Ni tampoco los faraónicos proyectos inmobiliarios de lo más delirantes: construcción de hoteles de cinco estrellas, viviendas de alta gama, centros comerciales, distritos de negocios con la torre más alta del mundo (230 pisos); suficiente ‒esperan algunos‒ para rivalizar con Dubai. Mientras tanto, la actividad económica real aporta millones de dólares cada día al Estado iraquí, casi nada a la región, y menos aún a sus habitantes.

La provincia de Basora ha sido durante mucho tiempo una zona agrícola de gran importancia, conocida por sus palmeras datileras. El estuario de Chatt Al-Arab, que solía ser ecológicamente rico y con una agricultura exuberante, se ha transformado en un infierno ecológico, devastado por décadas de guerra, hormigón y contaminación industrial ‒con una incidencia ad hoc de cáncer para su población. Pero, lo que es peor, entre la subida del nivel del mar debido al calentamiento global y la disminución del caudal de los ríos debido a la irrigación intensiva (construcción de presas en Turquía e Irán, despilfarro en Irak), estamos asistiendo ahora a una creciente salinización de la tierra y de las aguas subterráneas.

“Unas cuantas malas hierbas están esparcidas por la parcela de tierra agrietada. ‒En los viejos tiempos, todo era muy verde aquí. Cultivé vegetales, forraje para mis animales, dátiles y manzanas. Con sus cuatro hectáreas de tierra, su rebaño de unas 30 ovejas y algunas vacas, este agricultor podía ganar hasta 25 millones de dinares al año (unos 20.000 euros). ‒Pero este año, lo he perdido todo. Nada crecerá. Tengo tres hijos que alimentar, así que para sobrevivir, vendo mis animales. Ante la escasez de agua dulce, este sexagenario debe llenar los abrevaderos con agua embotellada.”

Recientemente, el gobierno ha tenido que prohibir los cultivos que consumen demasiada agua dulce, como el maíz y el arroz. Esto, junto a la expropiación de los agricultores para la ampliación de la infraestructura petrolera, está contribuyendo a un importante éxodo rural que alimenta los barrios de chabolas y los asentamientos informales en las afueras de Basora. Así, la población de la ciudad ha aumentado en más de un millón de habitantes desde 2003. El “ritmo de creación de empleo” obviamente no ha seguido el mismo ritmo, y un tercio de la población vive ahora por debajo de la línea de pobreza, con menos de 2 dólares al día. Los majestuosos canales de la ciudad que una vez la hicieron conocida como la “Venecia de Oriente Medio” ahora parecen cloacas abiertas y vertederos de basura flotantes. Sus habitantes tienen poco o ningún acceso a servicios públicos básicos como agua corriente, electricidad o la gestión de la basura. En un intento de abordar estos problemas, la gobernación de Basora ha firmado acuerdos directamente con los países vecinos. Kuwait, por ejemplo, suministra diariamente combustible a las centrales eléctricas iraquíes, pero esto se debe principalmente al temor de que oleadas de migrantes crucen su frontera. El suministro de electricidad desde Irán está sujeto a riesgos como las sanciones de EE.UU. o las dificultades de pago. En cuanto a Arabia Saudí, que sin embargo desea contrarrestar la influencia de Teherán, por el momento se ha contentado con promesas.

Los habitantes de Basora no se resignan a ello, ciertamente la región conserva huellas de una tradición de lucha, sobre todo en los sindicatos, y en el pasado la influencia de los movimientos políticos marxistas fue muy importante. El chiísmo político iraquí se impregnó de ella en la segunda mitad del siglo XX (para contrarrestar la influencia comunista), apoyándose en particular en el barniz pro-justicia social que posee esta religión. Una insurrección casi mítica como la de 1991 contra el régimen de Saddam Hussein, permanece en la memoria. La capital de la provincia no es, comprensiblemente, conocida por su estabilidad social, y las manifestaciones forman parte de la vida cotidiana en ella.

Los disturbios de julio / La electricidad

Las noticias iraquíes del verano de 2018 deberían haber estado dominadas por los altibajos políticos tras las elecciones legislativas de mayo. Estas elecciones, en las que se registró una abstención récord de más del 55%, dieron como resultado un parlamento fragmentado sin una clara mayoría.

A la cabeza se situó la coalición Sayirun (En marcha), que podría describirse como populista y nacionalista; una alianza sin precedentes de los partidarios chiítas del soberanista Moqtada al-Sadr y del modesto Partido Comunista Iraquí (este último, sin embargo, sólo tiene 2 diputados de los 54 miembros elegidos de la coalición). En segunda posición la Alianza Fatah (Alianza de la Conquista); chiíta ortodoxa e inspirada políticamente por el modelo iraní, está dirigida por Hadi al-Ameri; rama política de la UMP, obtiene su legitimidad de su participación activa en la lucha contra EI. La formación del primer ministro Al-Abadi, el Partido Islámico de Al-Dawa, sólo está en tercer lugar.

Si, a priori, estos bloques políticos parecen difíciles de reconciliar, al menos dos de ellos tienen que unir sus fuerzas para nombrar un primer ministro y compartir el poder; esto es tanto más complejo cuanto que deben respetar las cuotas etnico-confesionales en la distribución de los puestos y, finalmente, no deben molestar ni a Teherán ni a Washington. Después de un mes de negociaciones y de espectaculares cambios de rumbo, parece haber pasado la primera etapa: finalmente se ha alcanzado un acuerdo para la formación de un gobierno entre Haidar al-Abadi y Moqtada al-Sadr.

Pero mientras que en los palacios climatizados de la “zona verde” los políticos luchan febrilmente por la asignación de ministerios, los habitantes de Basora se enfrentan a la peor crisis del agua de Irak, así como a espantosas olas de calor. Con temperaturas superiores a los 50°C, los ventiladores, los aires acondicionados y los refrigeradores se están convirtiendo en algo más que esenciales. La electricidad sigue siendo necesaria. El 6 de julio, debido a facturas impagadas, Irán simplemente cerró varias líneas eléctricas, incluyendo la que abastece a Basora. Los proletarios, al darse cuenta de que la solidaridad chiíta tiene sus límites, tuvieron que recurrir a sus viejos, costosos y contaminantes generadores. En cuanto a las autoridades iraquíes, no encuentran otra solución que pedir a los habitantes… que ahorren energía.

Dos días más tarde, el domingo 8 de julio, tuvo lugar un tipo de manifestación bastante común en las afueras de Basora: unas pocas docenas de personas bloquearon una carretera que conduce a los campos petrolíferos de West Qurna-2 (explotados por la empresa rusa Lukoil) y West Qurna-1 (por Exxon Mobil), impidiendo a los empleados acceder a los campos. Esperaban conseguir algunos trabajos, pero la situación degeneró y un manifestante resulto muerto a tiros por la policía. En ese momento, nadie sabía que este suceso iba a encender la mecha.

Parece que primero los jeques tribales locales buscaron justicia y reparación y luego recibieron el apoyo de otras tribus. Las manifestaciones se reanudaron el martes siguiente. Al día siguiente, los manifestantes intentaron entrar en las instalaciones petrolíferas cerca de Basora, se enfrentaron a las fuerzas de seguridad y prendieron fuego a los edificios de entrada del lugar. La tensión era tal que las compañías petroleras extranjeras ordenaron la evacuación de sus ejecutivos. Durante los dos días siguientes, se llevaron a cabo manifestaciones en varias ciudades del sur del país (Basora, Nassiriya, Najaf, Samawa y Kerbala) hasta Bagdad. En muchos casos, los manifestantes trataron de bloquear las rutas económicamente estratégicas, como los campos petroleros, los cruces fronterizos (para impedir el paso de camiones), los aeropuertos y el puerto de Umm Qasr. Los edificios oficiales fueron ocupados. Hubo enfrentamientos con la policía y heridos en varias ciudades.

El viernes 13, el Primer ministro Haidar al-Abadi viajó a Basora, donde se reunió con los líderes militares, políticos, tribales y económicos e intentó calmar a la población anunciando (sin más detalles) que liberaría “los fondos necesarios” para la ciudad. Con motivo del sermón del viernes, el Gran Ayatolá Ali al-Sistani, fiel a su tibio equilibrio, dio su apoyo a los manifestantes, pero les pidió que evitaran el desorden y la destrucción. Sin embargo, al anochecer, estallaron disturbios en varias ciudades; los manifestantes, aunque muy respetuosos con sus religiosos, optaron por ignorar sus recomendaciones y, por el contrario, atacaron edificios oficiales, locales de partidos políticos y milicias (con la excepción de las organizaciones sadristas), e incluso en alguna ocasión intentaron incendiarlos. Los combates con las fuerzas de seguridad se sucedieron durante toda la noche; ocho manifestantes fueron asesinados. A lo largo de la semana siguiente, estas manifestaciones se repitieron y se extendieron a otras provincias del sur del país.

¿Qué quieren estos manifestantes? Sobre todo el agua, la electricidad, mejores servicios y trabajos. Un hombre de 25 años, graduado en la Universidad de Basora, dijo: “Queremos empleos, agua limpia y electricidad. Queremos ser tratados como seres humanos, no como animales”. Otro empleado de 29 años afirmaba: “La gente tiene hambre y vive sin agua ni electricidad. Nuestras demandas son simples: más trabajo, estructuras de desalinización del agua y la construcción de centrales eléctricas”. Además de estas demandas materiales básicas, los manifestantes sumaron una vaga pero virulenta denuncia de la corrupción y de todos aquellos “ladrones” que dirigen el país; también hicieron aparecer de forma más explícita eslóganes políticos, como “¡El pueblo quiere que caiga el régimen!”.

A medida que avanzaba la semana, la ira expresada adquirió también matices soberanistas, y los manifestantes gritaban: “¡Fuera Irán! ¡Bagdad libre!” Los partidos chiítas, que llevan años en el poder, están de hecho asociados a un Irán cuyo dominio sobre el país parece extenderse, y los símbolos de la República Islámica (muy presentes en el sur del país) sirven de salida a la rabia de los amotinados: por ejemplo, prendiendo fuego a las pancartas y paneles en homenaje a Jomeini (fundador de la República Islámica del Irán).

¿Quiénes son estos manifestantes? En primer lugar, son hombres, exclusivamente; sobre todo jóvenes (a veces muy jóvenes), proletarios pobres y desempleados, incluidos los jóvenes graduados (los menores de 35 años representan el 70% de la población). Las manifestaciones son bastante espontáneas, no responden a la llamada de ningún partido o sindicato, no surge ningún líder o dirigente, y aunque localmente las reuniones pueden ser iniciadas por militantes o jeques tribales, rápidamente se vuelven incontrolables. Inicialmente, la movilización parece concernir únicamente a los chiítas (que sin embargo representan el 60% de la población), y las regiones del país y los barrios de la capital en los que son mayoría, pero pronto se hace evidente que realmente trasciende las divisiones de la comunidad, que los sunitas participan, y algunas regiones mixtas están a su vez afectadas.

Desde el principio, la ira de los manifestantes se ha dirigido contra la élite política y sus símbolos, y las sedes de la autoridad como las gobernaciones, los ayuntamientos o los tribunales; las oficinas de los partidos políticos son regularmente atacadas, saqueadas e incendiadas. Estos jóvenes proletarios usan la violencia de una manera bastante “natural”, espontánea y primitiva. Esto puede explicarse fácilmente por la dureza de la vida cotidiana iraquí, por la “brutalización” que los años de guerra han infligido a la sociedad (en el sentido de George L. Mosse), pero también por una cultura popular que trivializa la violencia. El gobierno iraquí prefiere denunciar la presencia de “vándalos” infiltrados en las manifestaciones. Sin embargo, este uso poco moderado de la violencia parece estar extendiéndose, o al menos ser aceptado por otras categorías de manifestantes, como dice la periodista Hélène Sallon: “Esta disposición a usar la violencia fue compartida más tarde por muchos manifestantes. Gente que no era necesariamente de esa generación encolerizada y muy joven, me dijeron: Bueno, sí, porque no tenemos otro recurso, no nos escuchan, sólo hacen promesa tras promesa. Y así, en algún momento, sí, por qué no la violencia”. ¿Dónde estaríamos sin los incesantes llamamientos a la moderación por parte de las autoridades políticas y religiosas?

La periodista constata sin embargo una movilización más débil en Bagdad, quizás por el peso que Moqtada al-Sadr ejerce allí sobre una parte del proletariado, pero también sin duda por la brecha entre los militantes y los jóvenes proletarios que salen a la calle: “En Bagdad, vemos que este movimiento tampoco ha despegado, porque tengo la impresión de que la protesta allí está mucho más politizada, en el sentido de los partidos, y vimos en las manifestaciones de este verano algunas diferencias entre estos los viejos activistas, más politizados y más apegados a los partidos, y esta nueva generación, diferencias que ellos mismos no podían entender y de los que no estaban seguros de sus intenciones. Vimos en Bagdad una mayor dificultad en la capacidad del movimiento para mezclarse, más que en Basora o Najaf, donde las razones socioeconómicas son compartidas por todos.”

Las autoridades, desbordadas, ante la urgencia y desorden, sólo progresivamente se dieron cuenta de la magnitud de la revuelta. Lo primero que tuvieron que hacer fue limitar la destrucción, de ahí la implantación de un toque de queda nocturno y el despliegue de la policía antidisturbios utilizando gases lacrimógenos y cañones de agua. Pero el ejército será llamado rápidamente para proteger las instalaciones petroleras que los manifestantes regularmente amenazan con entrar. A fin de limitar la movilización, se corta el acceso a Internet varias veces en todo el país, a veces durante varios días, con cortes totales o a veces sólo las redes sociales.

El primer ministro Al-Abadi adoptará públicamente una postura conciliadora con los manifestantes, cuyas demandas legítimas dice entender, y dice querer proteger el derecho a manifestarse (pacíficamente). También se compromete a acelerar los proyectos de agua y electricidad en el sur, invita a las delegaciones de los líderes tribales a reunirse con él y anuncia una asignación inmediata de 3.000 millones de dólares para la región de Basora. Apenas puede contar con el apoyo de su aliado Moqtada al-Sadr, quien, aunque ahora tiene un pie en la “zona verde”, espera, como de costumbre, sortear la protesta sin llamar a sus partidarios a tomar las calles. Sin miedo, el líder chiíta no duda en utilizar el hashtag de Twitter “la revolución del hambre gana”; con cautela, pide a los manifestantes que muestren moderación y que no ataquen los edificios públicos. Después de más de ocho días de manifestaciones y sin duda muchas vacilaciones, creyendo que el movimiento continuará, pide a sus diputados que suspendan las negociaciones sobre la formación de un nuevo gobierno hasta que se cumplan las demandas de los manifestantes.

El día 20 de julio parece ser un punto de inflexión. Ante el imponente aparato policial y militar desplegado tanto en las provincias del sur como en la capital, los manifestantes evitaron la confrontación y se reunieron en las principales plazas públicas. En Bagdad, varios miles de manifestantes trataron de acercarse a la “zona verde”, pero la policía los hizo retroceder. Las manifestaciones, que se volvieron mucho menos violentas, continuaron hasta el domingo 22. En ese momento el movimiento llega a su fin, después de catorce días de manifestaciones en todo el sur del país, incluyendo por lo menos ocho días de disturbios. La represión dejó 11 personas muertas, la mayoría de ellas manifestantes muertos a tiros. Esa movilización, esa violencia y esa represión parecen inéditas en Irak.

Motines de setiembre / El agua

Uno podía pensar que una vez pasado el levantamiento el gobierno podría disfrutar de un momento de respiro, pero no ha sido así. Todo está empezando de nuevo en Basora, esta vez por el agua. Debido a las deplorables condiciones sanitarias y meteorológicas, el agua distribuida por las autoridades, a partir de agosto, resulta ser mucho más salada y más contaminada de lo habitual. En pocas semanas, su consumo incluso causa la intoxicación y hospitalización de más de 30.000 personas. Como de costumbre, el gobierno responde con aspavientos, imaginando que la suspensión del ministro de Electricidad y de algunos funcionarios será suficiente para calmar los espíritus y permitir que la “zona verde” vuelva a su pintoresco curso diario. Sin embargo, una mala señal, el domingo 2 de septiembre, cientos de manifestantes bloquearan varios puntos estratégicos en la provincia de Basora. Al día siguiente, en Bagdad, se celebra la reunión inaugural del parlamento elegido en mayo; dividido entre la alianza de Moqtada al-Sadr y el Primer Ministro Haidar al-Abadi por un lado y la del líder de las milicias pro-iraníes, Hadi al-Ameri, y el ex Primer Ministro Nouri al-Maliki por el otro, no pudiendo elegir un presidente de la cámara.

El martes, varios miles de personas se reunieron en Basora para protestar contra la negligencia de las autoridades. Las fuerzas del orden dispararon al aire y usaron gas lacrimógeno para dispersarlos, y se produjeron enfrentamientos. Al final del día, seis personas fueron asesinadas. Los manifestantes fueron aún más numerosos el miércoles. El jueves 6 de septiembre, el acceso al puerto de Umm Qasr fue bloqueado por los manifestantes y, por la noche, en Basora, los alborotadores atacaron edificios públicos y sedes de partidos políticos, incluido el consulado iraní, siendo repelidos por las fuerzas de seguridad.

Las autoridades, temiendo el estallido de manifestaciones después de las oraciones del viernes (que tienen lugar al mediodía), desplegaran un gran número de agentes del orden en Basora e introducen el toque de queda en la ciudad a partir de las 16 horas. Sin embargo, durante el día los manifestantes tratan de entrar en uno de los centros petroleros cerca de la ciudad, y otros bloquean de nuevo los accesos a Umm Qasr, la situación se recrudecerá al anochecer. Los residentes se reúnen en las calles y, cada vez en mayor número, atacan rápidamente los edificios gubernamentales, las oficinas de los partidos y de las milicias, las oficinas y la residencia del gobernador regional, quemando todo lo que se pueda. Lo que provoca una gran repercusión, incluso internacionalmente, es el asalto por segunda vez del consulado iraní, y esta vez se para convertirlo en humo. En el transcurso de la noche, tres manifestantes más son asesinados a tiros por la policía.

El día siguiente, sábado 8 de septiembre, en comparación es particularmente tranquilo. El puerto de Umm Qasr reanudará sus actividades, y la fuerza policial se sitúa a la espera. Algunos militantes que se presentaron como “organizadores” de las protestas denunciaron la destrucción del día anterior y anunciaron que detendrían el movimiento. El toque de queda será finalmente levantado por la tarde. Cabe señalar que, por primera vez, el comandante de la UMP declara que sus tropas están listas para desplegarse en las calles de Basora para garantizar la seguridad y proteger a los manifestantes pacíficos contra los agentes provocadores.

Por otra parte, el gobierno promete una vez más liberar fondos (sin dar cantidad ni calendario), aunque nadie ha visto todavía alguno de los 3.000 millones de dólares prometidos en julio. El mismo día, el parlamento se reunirá urgentemente para discutir la crisis de Basora, pero parte de la asamblea, entre ellos la Alianza Fatah (el ala política de la UMP), pide la dimisión del primer ministro Al-Abadi. Sin embargo, teatralmente, esta petición será recogida por Moqtada al-Sadr, que hasta entonces había sido un aliado de Al-Abadi! El líder soberanista insinuó así una alianza con el bloque pro-iraní. Este cambio de rumbo se vio facilitado por las posiciones adoptadas por el Gran Ayatolá Ali al-Sistani, que fue muy crítico con el primer ministro. Este último se vio finalmente obligado a tirar la toalla y fue Adel Abdel Mahdi, antiguo Ministro de Petróleo, quien fue nombrado para sucederle (no tomó posesión del cargo hasta el 25 de octubre de 2018).

La situación sigue siendo algo confusa pero, aunque algunos denuncian los disturbios como resultado de un complot para contrarrestar la influencia iraní, parece, paradójicamente, que el bloque pro-iraní ha salido fortalecido.

Nada que a priori pudiera satisfacer a los manifestantes, de los cuales, en menos de una semana, trece fueron asesinados y docenas más heridos. Nada que anunciara una mejora en sus condiciones materiales de vida. Sin embargo, las manifestaciones no se están reanudando, y la vida cotidiana en Basora y Bagdad está volviendo a la normalidad. ¿Por cuánto tiempo? Todos están esperando la próxima explosión y permanecen en guardia. Pero nadie sospecha que tardará alrededor de un año en ver a los proletarios iraquíes de vuelta a las calles, equipados con su ira incendiaria.

Fin de la primera parte

Tristan Leoni, Noviembre 2019

Fuente en francés: https://ddt21.noblogs.org/?page_id=2517

Traducción en español: https://inutil.home.blog/2020/02/28/irak-del-motin-a-la-reforma-imposible-2018-2019/

 

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