[GCI-ICG] Invarianza de la posicion de los revolucionarios frente a la guerra – Significado de la consigna de siempre de “derrotismo revolucionario”

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Grupo Comunista Internacionalista (GCI)

La posición de los revolucionarios frente a la guerra capitalista es siempre la misma: contraponer a la guerra la revolución social, luchar contra “su propia” burguesía y “su propio” Estado nacional. Esta posición se denomina históricamente derrotismo revolucionario porque proclama abiertamente que el proletariado de todos los países debe luchar contra el enemigo que tiene en su propio país, debe actuar para provocar su derrota y que solo así se actúa para la unificación revolucionaria del proletariado mundial, solo así se desarrolla la revolución proletaria en todas partes.

La cuestión de la guerra y la revolución, la cuestión de la contraposición entre guerra y revolución ha sido central desde los orígenes del movimiento obrero. En efecto, es en períodos de guerra y revolución (y toda la historia nos muestra la interacción entre estos dos polos) que más claramente se ve quienes están de un lado y quienes están del otro de la barricada; la posición frente a la guerra y la revolución ha sido históricamente el punto culminante en donde un conjunto de fuerzas y partidos que se habían dicho revolucionarios (o socialistas, o anarquistas, o comunistas…) quedan totalmente desenmascarados por su realidad contrarrevolucionaria (1) afirmando que tal “guerra es justa”, que tal país “fue agredido”, que se oponen “a la guerra pero… en estas circunstancias…”, que “apoyan la liberación de tal nación… contra tal otra…”

En cambio desde le punto de vista revolucionario, las cosas no tienen recovecos, ni vueltas. No hay que esperar a que la guerra se declare para ver de que naturaleza es, no hay que especular con la geopolítica estatal como hacen los intelectuales burgueses o los periódicos cultos (como El Mundo Diplomático), no hay que conocer las declaraciones en nombre de la paz que harán ambos contrincantes para saber quien es “agresor” o “agredido”. Como todas las posiciones programáticas del comunismo, la posición de los revolucionarios frente a la guerra entre Estados burgueses (o fracciones nacionalistas que pretenden la autonomía o la independencia) es simple y terminante:

  • no hay guerras justas que apoyar,
  • no hayguerrasdefensivas,
  • no hay guerras de liberación nacional que puedan no ser interimperialistas (y por lo tanto imperialistas),
  • no hay un bando que esté por la paz y el otro por la guerra,
  • no hay uno que represente la barbarie y el otro la civilización,
  • no hay un lado de la guerra más agresor que el otro,
  • no hay que defender a un bando democrático contra uno dictatorial o fascista… ni la inversa.

Por el contrario, todas esas fórmulas son utilizadas, indistintamente, por uno u otro bando capitalista para reclutar para su guerra (2).

Dicha posición clásica de los revolucionarios, de oponerse con todas sus fuerzas a toda guerra entre Estados nacionales, no viene de una cuestión de ideas sobre como quisiéramos que fuera el mundo, común denominador de todos los pacifistas que, siempre en nombre de la paz eterna, terminan invariantemente de uno u otro lado de la guerra capitalista, ratificando su vocación de defender en realidad la “paz de las tumbas”. Viene por el contrario de los intereses materiales del proletariado; del hecho de que su contraposición general al capital no es una contraposición a tal o cual fracción burguesa en función de la política gubernamental desarrollada sino a toda la burguesía cualquiera sea la política que lleve adelante. La contraposición práctica a toda guerra entre Estados es la consecuencia inevitable del hecho tangible de que nuestros intereses no se contraponen a los burgueses por ser estos “fascistas” o “demócratas”, de derecha o de izquierda, nacional imperialistas o imperialistas nacionales, sino pura y llanamente por ser burgueses; de la verdad ineludible de que entre explotador y explotado no puede haber ninguna unidad que no beneficie al primero; de que todo frente o apoyo crítico a un bando contra el otro beneficia a la burguesía contra el proletariado.

Cada clase actúa en función de sus intereses y su programa fundamental. El capital no es más que capitales enfrentados, en el capital mismo está contenida la guerra entre capitales, precisamente por eso todas las fracciones burguesas, cualquiera sea el discurso, participan de una u otra forma en la guerra comercial y en la guerra militar que se deriva de la naturaleza misma del valor luchando contra otros valores por valorizarse. De la misma manera, el proletariado solo puede actuar como clase, negándose a ser carne de cañón de las guerras nacionales. No se trata de una opción entre muchas, sino de su existencia misma como clase, del hecho de que el proletariado no contiene ningún interés particular o regional a defender que lo oponga a otros proletarios sino que por el contrario cada fracción del proletariado por más limitada que sea su acción de clase contra el capital contiene la globalidad, expresa los intereses de la humanidad contraponiéndose a toda guerra.

Se nos dirá que en muchísimas guerras nacionales los proletarios han participado y apoyado uno u otro bando. Es cierto, pero no lo hacen en función de sus intereses propios, lo hacen precisamente en base a la dominación ideológica de la clase dominante, no lo hacen como clase mundial sino como carne de cañón de los burgueses, no lo hacen como clase revolucionaria sino negándose como clase y adhiriendo al pueblo, a la nación, que es la negación misma del proletariado (que “no tiene patria”). La guerra burguesa, con participación masiva y popular (como por ejemplo la llamada “segunda” guerra mundial), es la liquidación directa del proletariado, del sujeto mismo de la revolución en beneficio del capital. De ahí que más allá de los intereses subjetivos que llevan a cada capitalista, a cada fracción burguesa a la guerra comercial y luego a la guerra militar, el capital en su conjunto tiene un interés objetivoen la guerra: la destrucción del sujeto mismo de la revolución, la desaparición, a veces por un largo período histórico, del comunismo como fuerza.

Frente a ello el desarrollo del proletariado como clase parte de la vida misma. En efecto nuestra lucha comienza con nuestra existencia misma como clase, por encontrarnos en contraposición desde nuestro nacimiento a la propiedad privada, al capital, al Estado. Por eso nuestras posiciones, en tanto que proletarios revolucionarios organizados, no parten de consideraciones sobre lo que dicen los bandos en lucha, sino de nuestro enfrentamiento de siempre contra la explotación, contra las inhumanas condiciones de vida que este sistema impone y que llegan a su nivel supremo (de inhumanidad) en las guerras.

Pero como la guerra es la esencia misma de esta sociedad, como el capitalismo no puede vivir sin guerras periódicas y su mismo ciclo de vida se basa en las destrucciones sucesivas de las fuerzas productivas, la única oposición real, radical, profunda a las guerras es la oposición revolucionaria; solo la revolución social puede liquidar las guerras para siempre.

Por eso el grito de los revolucionarios frente a las guerras ha sido invariantemente el transformar la guerra imperialista en guerra social por la revolución universal.

Sin embargo esta sola consigna se ha mostrado históricamente como insuficiente. En efecto, la contraposición real a la guerra y al capital internacional significa prácticamente una contraposición abierta con la burguesía y el Estado que en cada bando recluta para la guerra. Dicha contraposición se expresa muy prácticamente porque la burguesía utiliza todo el arsenal terrorista de su Estado para imponer la adhesión a la guerra y el reclutamiento: estado de guerra, censura generalizada, movilización general, fanatismo nacionalista (racismo, xenofobia, sectarismo religioso), acusaciones a los revolucionarios de favorecer el bando opuesto (muchas veces acusaciones concretas de espía de tal país o de tal otro), de “alta traición a la nación”etc. (3) En tales circunstancias declararse contra la guerra en general y contra toda la burguesía en general sin una acción concreta contra el aumento de la explotación que toda guerra genera, sin una pelea cotidiana contra la guerra concreta que realiza el Estado contra el proletariado, resulta una mera fórmula de propaganda y no una dirección revolucionaria de la acción. En efecto la guerra burguesa se concreta antes que nada en la guerra del Estado contra “su” proletariado, es decir contra el proletariado en ese mismo país para quebrarlo, para liquidar las minorías revolucionarias y llevarlo mansito a la guerra burguesa. Es decir que resulta indispensable, ineludible, impostergable, el asumir el hecho de que “el enemigo está en nuestro propio país”, que es “nuestra propia” burguesía, “nuestro propio” Estado. Es en la lucha proletaria por provocar la derrota de “su propia” burguesía, de “su propio” Estado, que el proletariado asume realmente la solidaridad internacionalista con la revolución mundial. O dicho desde el punto de vista de la globalidad, la revolución mundial es precisamente la generalización del derrotismo revolucionario del proletariado mundial.

Más todavía, el proletariado “de” tal o cual país (4) no puede asestar un golpe de clase a “su” burguesía y a “su” Estado ni tenderle la mano a su hermano de clase que “en el otro bando” que está también en guerra contra “su” burguesía y “su” Estado, sin cometer un “delito de alta traición”, sin contribuir a la derrota de “su propio ejército”, sin actuar abiertamente por la disgregación del ejército de “su propio país”. Además el derrotismo revolucionario se concreta no solo en la fraternidad en los frentes con los soldados (proletarios en uniforme) del “otro bando” (único aspecto admitido por el centrismo), sino en la acción concreta para destruir “su propio” ejército.

Históricamente los revolucionarios se distinguen también aquí de los centristas por llamar a la organización independiente de soldados contra los oficiales, por dirigir la acción directa de sabotaje del ejército, por levantar la consigna tirar contra “sus propios oficiales” (y llevarla adelante con todas sus fuerzas), por dar vuelta los fusiles apuntados hacia “el enemigo extranjero”haciéndolos apuntar contra los “oficiales” de la patria.

En efecto la experiencia de la guerra y la revolución, y en particular la experiencia concreta de la llamada “primera guerra” mundial, permitió dejar clarito que la consigna de lucha revolucionaria contra la guerra burguesa, es totalmente insuficiente y prácticamente centrista, si no iba acompañada de la concreción práctica, es decir de la lucha abierta contra “su propia” burguesía, por la derrota de “su propio” Estado, pues en todos los casos la “guerra contra el extranjero” implica antes que nada una “guerra contra el proletariado” de ese país. En efecto cuando se está prácticamente enfrentando una movilización general dirigida por una burguesía y un Estado nacional concreto el decir que se lucha “contra toda la burguesía por igual”, o el levantar únicamente la consigna de la “lucha revolucionaria contra la guerra” sin actuar concretamente por la derrota de “su propio” país es caer en el propagandismo (5) y hacerle el juego al chovinismo. Durante aquella guerra todo el centro de la Segunda Internacional (por oposición a la derecha que se declaró por “la defensa de la patria”) declaraba oponer la revolución a la guerra y lanzaba consignas tan radicales como “guerra a la guerra” pero al mismo tiempo se oponía a las consignas derrotistas revolucionarias porque decía, (¡igual que los generales del ejército!) que ello beneficia al enemigo nacional y levantaba consignas como “ni victoria, ni derrota”.

No debe olvidarse que ninguna fracción burguesa se declara nunca por la guerra sino que todas dicen luchar por la paz: hasta los generales saben que la paz no es más que un arma fundamental de la guerra. Los socialdemócratas como E. David cuando votaron los créditos de guerra (6) no lo hicieron tampoco en nombre de la guerra sino de la paz y para “impedir la derrota”. E. David justificaba así su voto: “El sentido de nuestra votación del 4 de agosto es este: no en pro de la guerra, sino contra la derrota.” Es claro que frente a la guerra que se concreta en la guerra entre el proletariado y “su propio” Estado, tanto esta posición clásica del socialismo burgués, como aquella que dice “ni victoria ni derrota” desorganiza al proletariado y contribuye a llevarlo al matadero.

[…]

Obsérvese que también esta concreción de la posición de siempre de los revolucionarios, de contraponer la revolución social a la guerra, que consiste en el derrotismo revolucionario, no surge de ninguna especulación ideológica sobre la política de tal o cual fracción burguesa, sino de la esencia misma del proletariado, de sus necesidades vitales. En efecto toda la lucha del proletariado, todo el contenido programático de la revolución comunista, surge de la lucha contra la explotación. Lo más natural es que el proletariado frente a la guerra no solo no abandone la lucha permanente contra la explotación (lucha contra “sus propios” patrones, contra “sus propios” burgueses, contra “sus propios” sindicatos, contra “su propio” gobierno) sino que intensifique la misma, porque la guerra implica siempre que todas las condiciones de explotación y en general todas las condiciones de vida (y lucha) se vean brutalmente agravadas. Serán esos mismos burgueses, esos mismos sindicalistas, esos mismos políticos y gobernantes los que sin excepción tratarán de que el proletariado haga abstracción de sus condiciones de vida y pidan más sacrificios, más trabajo con menos paga y muchas otras cosas que dependen de los países o circunstancias, pero que van desde la colecta voluntaria para el frente, pasando por el decreto ministerial que impone días de trabajo forzado para sostener el esfuerzo de guerra, o que de ahora en adelante tal porcentaje del salario va para que la “nación” pueda hacer la guerra […]. En dichas circunstancias mientras el nacionalismo ataca al proletariado, el centrismo trata de dilatar la lucha revolucionaria inmediata (8) contra los sectores de la burguesía que imponen directamente los sacrificios de guerra, para lo cual no dudarán en levantar consignas vagas acerca de la oposición de la revolución a la guerra en general, diciendo que no hay que hacerle el juego al “país enemigo”, que la lucha contra el capitalismo en general no requiere en absoluto del derrotismo revolucionario porque todas las fracciones del capital son iguales (9) como sucedió con todo el centrismo socialdemócrata. Es justamente, en esos momentos en donde toda lucha inmediata contra la explotación asume el carácter de sabotaje del esfuerzo nacional de guerra y donde la lucha revolucionaria pasa a ser indispensable hasta para obtener el pan de cada día, que esas posiciones del centrismo, que se asemejan a una clásica posición de neutralidad burguesa aumentada de un conjunto de declaraciones rimbombantes contra la guerra y por la revolución, pueden revelarse como la última barrera de contención contrarrevolucionaria.

En todos los casos de guerra se aumenta directamente la tasa de explotación (plusvalor sobre capital variable), al mismo tiempo que se le impone al proletariado una degradación de todas las condiciones de existencia producida por la guerra misma, por la destrucción, por el desabastecimiento (y el consecutivo aumento de precios), y porque la guerra implica además que el terrorismo del Estado será utilizado para llevar a los proletarios a morir y a matar en el frente de batalla.

Por eso la posición de luchar contra “su propia” burguesía, pelear por la derrota de “su propio” campo nacional (imperialista) no es algo que los revolucionarios tienen que inventar o introducir desde afuera en el movimiento, sino que también esto resulta del desarrollo mismo de la lucha contra la explotación que, con la guerra, da un salto cualitativo. La separación entre economía y política con la que se quiere engatusar a los proletarios y que parece tener una cierta realidad en tiempos de paz, queda prácticamente liquidada durante la guerra: toda ilusión de defender las condiciones económicas del proletariado sin hacer política se desmorona, toda acción del proletariado por defender sus intereses vitales se contrapone a la política de “su propio” Estado: la lucha “económica” del proletariado en tiempos de guerra es directamente una lucha derrotista, es directamente una lucha revolucionaria. El derrotismo revolucionario es una cuestión de vida o muerte para el proletariado. Toda acción basada en los intereses proletarios conduce a la derrota “de su propio Estado” y […] toda agitación realmente revolucionaria es una contribución a la derrota de “su propio campo”.

Por eso siempre que en nombre de lo que sea se nos dice que hay que abandonar la lucha contra la explotación, o que no es la más importante en este momento sino que el enemigo principal es otro (por ejemplo tal dictadura, o el fascismo (10)), lo que se está buscando es pura y simplemente liquidar la lucha del proletariado. Peor todavía, como el proletariado no puede en épocas de guerra defender sus condiciones más elementales de vida sin luchar contra “sus propios” burgueses, sin actuar abiertamente por la derrota de “su propio” gobierno, si no lo hace, el proletariado no solo deja de lado sus intereses materiales más elementales, sino su existencia misma como clase.

Es decir que las posiciones de los revolucionarios frente a la guerra se encuentran en completa conformidad con las posiciones generales pues las mismas surgen de los intereses mismos del proletariado, de los intereses inmediatos e históricos del proletariado que son inseparables. Bajo ningún aspecto, bajo ninguna circunstancia, el proletariado puede tener interés en sacrificar nada, absolutamente nada en nombre de la guerra contra el enemigo exterior o en nombre, de que como los enemigos son todos iguales, lo mejor frente a la cuestión de la guerra es “ni derrota ni victoria”. Siempre que se hable de dejar de lado las condiciones mismas de vida, de sacrificarse en nombre de la lucha contra el fascismo, contra el imperialismo, contra el enemigo exterior,… se está traicionando los intereses del proletariado.

Para terminar debemos responder a una última objeción con la que desde siempre se combate la posición derrotista de los revolucionarios. Es evidente que toda la contrarrevolución asimilará la derrota nacional con la victoria del bando nacional adverso y fue en base a dicha argumentación que los centristas levantaban consignas como ni victoria, ni derrota. Pero es evidente que esta posición se sitúa exclusivamente en el cuadro nacional (y no de clase) y que no ve en la guerra otra cosa que triunfos nacionales y no liquidación revolucionaria del ejército, insurrección proletaria, etc. Más aún, aunque esta posición se disfrace de izquierda o de extrema izquierda es la misma argumentación militarista e imperialista de los generales que conducen la guerra: para ellos es lógico que el proletariado revolucionario sea un verdadero “traidor nacional”, que “favorece al enemigo de la patria”. La realidad es que cuanto más se acelera la derrota del ejército nacional y más sublevamientos de tropas y motines insurreccionales se producen, más fraternización se da en los frentes, más se debilita también el ejército nacional adverso y es históricamente verificable que son los oficiales de “nuestro propio” ejército que se entenderán con los del bando adverso para luchar contra el movimiento proletario. Lo que es totalmente normal porque la descomposición insurreccional del Estado supera siempre el cuadro estrictamente nacional y cuando el proletariado está realmente atacando a “su propia burguesía”, a “su propio ejército”, a “su propio Estado”, está en el mismísimo acto atacando a toda la burguesía, a todos los ejércitos burgueses, a todo el Estado mundial, en síntesis al capital mundial. No es por otras razones que frente a ese proceso de derrotismo generalizado, vemos en toda la historia capitalista a toda la burguesía mundial tendiendo a unificarse, a lograr acuerdos contra la deserción en ambos campos, a atacar conjuntamente los bastiones insurreccionales. Es inevitable, entonces, que el enfrentamiento de clase contra clase pase a primer plano.

O mejor dicho, volviendo a lo que argumentábamos antes la derrota revolucionaria es la mejor manera de transformar internacionalmente la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria, la guerra entre naciones o fracciones del capital en revolución social.

Además cuanto más se afirma la derrota y desorganización de “nuestro propio” Estado, más incapaz de reprimir la acción revolucionaria será ese Estado y más fáciles resultarán las comunicaciones y la centralización de la acción revolucionaria llevada adelante conjuntamente con el proletariado del otro campo. La lucha “contra la propia burguesía” y contra “su propio” Estado llega así a su nivel supremo cuando de los dos lados del frente burgués de batalla, la agitación y la acción directa va provocando la desorganización y derrota revolucionaria de todos los ejércitos fortificándose frente a ellos la acción revolucionaria del proletariado.

Claro que en muchos casos el derrotismo revolucionario es mucho más fuerte en un campo que en el otro, lo que se puede producir generalmente porque el desgaste político-militar del ejército de un campo es mayor que el otro o/y por la misma acción revolucionaria, por la organización de soldados, por la decisión de los sectores de vanguardia del proletariado. Desde el punto de vista burgués también ello será utilizado para afirmar que por ello se favorece el campo nacional opuesto. Sin embargo la fuerza del derrotismo revolucionario en un campo permite una acción todavía más decidida para desarrollar y fortificar el derrotismo revolucionario en el campo adverso por los mismos mecanismos que están dando resultados en “nuestro” campo. La acción coordinada con los internacionalistas que se encuentran en el otro campo permitirá una propaganda derrotista mucho más eficaz, los llamados a la deserción “en el otro campo” tendrán mucha más fuerza y serán mejor comprendidos por los soldados del mismo.

En efecto no hay que olvidar ni un instante que la transformación de la guerra imperialista en guerra social revolucionaria es posible por la generalización del derrotismo revolucionario, lo que a la vez requiere una agitación y una acción directa en todos los campos que deberá ser instrumentalizada por los sectores de vanguardia del proletariado coordinando el accionar por encima de las líneas de frente que la burguesía internacional intente imponer. Será precisamente en el campo en donde el derrotismo revolucionario es más general y profundo que las minorías de vanguardia se encuentren con mayor capacidad para desarrollar el derrotismo revolucionario también en el “campo adverso”. Resulta evidente que en donde el derrotismo revolucionario es débil, donde la represión es exitosa, etc. la mayor ayuda internacionalista vendrá de los compañeros que en el “otro campo” van logrando imponer la derrota revolucionaria. Como decíamos antes la mejor ayuda de los compañeros del “otro campo” vendrá de la derrota revolucionaria de “su” ejército que en la medida que lo van logrando adquieren mayor capacidad para convocar a la fraternización en los frentes, a la deserción, a la organización de la lucha por la generalización del derrotismo de todos los ejércitos burgueses.

El derrotismo revolucionario es por su propio contenido general y nunca nacional, por eso aunque el mismo se exprese a diferentes niveles en los diferentes países o campos burgueses, al irse concretando en un país o campo tiende inevitablemente a generalizarse a los otros. Dicha determinación histórica es lógicamente tomada a cargo y dirigida por la vanguardia proletaria que intentará concentrar sus esfuerzos derrotistas (de propaganda, de acción, de sabotaje…) precisamente en aquellos lugares y “campos” de la guerra imperialista en donde el derrotismo tenga menos fuerza para mostrar al proletariado de “ese campo” que con el derrotismo revolucionario no tienen nada que perder sino un mundo a ganar.

En todas las grandes experiencias revolucionarias se ha podido constatar ese fenómeno inevitable de generalización del derrotismo revolucionario (11). Contrariamente a todos los argumentos defensistas o neutralistas (de los centristas) lejos de ser más dominable o invadible un país en el cual el derrotismo revolucionario se ha impuesto resulta un enorme riesgo para la burguesía del bando opuesto el mantener la guerra interburguesa. Desde la Comuna de París a la revolución proletaria en Rusia en 1917 se puede constatar que frente al movimiento insurreccional del proletariado el “ejército nacional adverso” se encontró paralizado, con gran tendencia a la fraternización y a los movimientos de tropa contra “su propia” burguesía. Cuando en el 18/19, la burguesía alemana quiso desconocer esta ley y continuar la guerra imperialista contra Rusia insurrecta, se encontró rápidamente con que el derrotismo revolucionario tomaba una inusitada fuerza en Alemania misma gracias al “contagio” y a la acción derrotista revolucionaria de los comunistas de ambos campos: el resultado fue la insurrección proletaria también en Alemania (aunque la misma luego fue derrotada). Los antiguos aliados de Rusia también declararon la guerra a la Rusia revolucionaria por “no respeto de los acuerdos diplomáticos y militares anteriores” y casi una decena de ejércitos intentaron liquidar el movimiento insurreccional en ese país. Pero también aquí el derrotismo revolucionario se generalizó por todos esos ejércitos y la organización de obreros y soldados, así como la fraternización, el fusilamiento de oficiales, la ocupación de buques por los marineros en revuelta y de cuarteles por la tropa fue muy importante en las fuerzas armadas francesas, belgas, inglesas,… El derrotismo revolucionario fue general en todos los países que habían participado en la guerra así como lo fue la ola de insurrección proletaria mundial en 1919 hasta el extremo que los burgueses más lúcidos comprendieron que no es posible combatir la insurrección y el derrotismo revolucionario enviando más soldados, más ejércitos porque los mismos se descomponen frente al proletariado insurrecto en forma cada vez más rápida y violenta. Dicha verdad fue expresada por WinstonChurchill diciendo que intentar parar una insurrección en base al ejército es igual que intentar parar una inundación con una escoba.

Es decir que el derrotismo revolucionario no debe ser nunca concebido como una cuestión de países o de naciones, sino como una contraposición general del proletariado contra el capital. En efecto, hasta el presente hemos hablando, sin ninguna otra aclaración, de “nuestra propia” burguesía, “nuestro propio” Estado, etc. y como todos nuestros lectores saben, nuestro grupo no ha dejado de afirmar desde su origen que el Estado es mundial, que el capital es mundial. Desde el punto de vista derrotista revolucionario cuando se actúa contra “su propia” burguesía o “su propio” Estado no se puede bajo ningún aspecto creerse que se trata de una cuestión de nacionalidad de los burgueses o del gobierno como nuestros enemigos intentando deformar el contenido invariante de nuestras posiciones tratarán de hacer creer. Nos cansamos de repetir que el proletariado debe luchar contra todos los burgueses y contra todos los gobiernos. Se trata de afirmar la lucha contra los patrones directos y los represores directos pero como parte de la lucha mundial del proletariado contra la burguesía mundial. El proletariado no puede luchar por medio de intermediarios de ningún tipo, por eso mismo la lucha contra el capital, es siempre lucha contra la explotación directa y la represión estatal directa. No es una opción, sino una necesidad. Por eso mismo el parlamentarismo nunca podía servir al proletariado, porque éste solo puede luchar por sus intereses por medio de su propia acción directa. Es esa lucha contra la explotación y la represión directa que ataca las bases mismas de la acumulación mundial del capital y el Estado mundial. O dicho de otra forma: la característica central de la lucha del proletariado es la centralidad orgánica de su acción directa contra el capital, por la cual (y en contraposición a la lucha del capital) aunque dicha lucha se produzca en un solo barrio, distrito industrial, o ciudad, contiene la totalidad y representa, independientemente de la consciencia que de ello tengan los protagonistas inmediatos, los intereses orgánicos generales del proletariado como globalidad.

Las determinaciones centrales de la lucha de la burguesía y del proletariado son exactamente opuestas. Por más general que pretenda ser la lucha de una fracción burguesa (12) siempre contiene el interés egoísta y particular porque la valorización ataca a otros procesos de valorización con intereses contradictorios. Por eso su unidad es fundamentalmente una unidad democrática, una alianza inestable, resultado de unificar intereses contrapuestos y que se vuelve a resquebrajar una y otra vez. Los diferentes niveles de unificación burguesa, son siempre unificación contra otros y todos se producen para enfrentar mejor al competidor (o enemigo militar). En cambio en el proletariado, por más particular que sea una lucha concreta, la misma afirma su ser orgánico como totalidad frente al capital en su conjunto.

Por eso cuando decimos “nuestro propio” Estado, “nuestra propia” burguesía nosotros entendemos, no la burguesía y el Estado de esa nación (13), sino simple y directamente la burguesía que nos está explotando directamente, los represores que nos están reprimiendo directamente, los curas o/y sindicalistas que tenemos enfrente y que quieren llevarnos al matadero de la guerra, en fin el tentáculo del Estado mundial que nos está apretando y que debemos cortar para mejorar la correlación de fuerzas general frente al monstruo capitalista internacional.

Si en un momento dado para reimponer el orden del capital los patrones directos que enfrentamos son sustituidos por otros, o el gobierno nacional solicita ayuda al exterior para reprimir, el derrotismo revolucionario continuará aplicándose totalmente contra esos nuevos patrones y represores directos independientemente de la nacionalidad de los mismos de la misma manera y por las mismas razones que se enfrentaron a los viejos patrones y al viejo gobierno. Esto es sumamente importante frente a toda la problemática burguesa e imperialista de la liberación nacional porque muchas veces la lucha contra los burgueses locales se la trata de desviar hacia la lucha contra los burgueses “imperiales” (14) y en muchos casos la lucha entre las fracciones nacionales trata de imponerse contra la lucha de clases. La situación más compleja a la que se puede llegar es cuando la burguesía local totalmente superada por “su propio” proletariado y teniendo en su oposición a sectores burgueses que hacen discursos “antimperialistas” solicita la ayuda a la “imperialista” para reprimir al proletariado insurrecto o cuando la fracción burguesa que se dice “antimperialista” se impone militarmente frente a las otras. En esos casos se trata de acorralar al proletariado entre dos fuerzas imperialistas, buscando así transformar la lucha social que él lleva adelante en guerra imperialista. Pero incluso en esta situación no se está frente a algo nuevo, sino a la clásica guerra imperialista contra el proletariado disfrazada, como toda guerra imperialista de banderitas nacionales (15). Claro está que frente a ella la posición de los revolucionarios no cambia en absoluto sino al contrario: el derrotismo revolucionario, muestra toda su pertinencia y sigue aplicándose integralmente tanto frente a los “liberadores de la nación” que se pretenden antimperialistas como frente a la fuerza militar de la “potencia imperial”que intenta reimponer el orden.

Es decir que en absolutamente todos los casos la lucha revolucionaria por transformar la guerra imperialista en guerra social contra “su propia” burguesía se concreta en el derrotismo revolucionario, es decir en la lucha contra el enemigo que se encuentra “en nuestro propio país”, contra el que asume directamente, en nombre del capital mundial, “nuestra” explotación directa, “nuestra” represión directa. La fuerza del proletariado para enfrentar al capital depende precisamente de su capacidad para adaptarse a la lucha contra las diferentes fracciones burguesas, contra las diferentes formas de dominación que el capital intenta.

Es en este sentido que frente a toda guerra burguesa los revolucionarios han levantado, levantan y levantarán siempre la misma consigna del derrotismo revolucionario.

Hoy como ayer:

¡El enemigo está en “nuestro propio”pais! ¡Es “nuestra propia” burguesía!

¡Apuntemos las armas que quieren que apuntemos contra el extranjero contra “nuestro propio” Estado!

¡Transformemos la guerra interburguesa en guerra revolucionaria!

¡Transformemos la guerra entre Estados en guerra de destrucción de todos los Estados!

Notas

1. El hecho de que la socialdemocracia europea oficial, se coloque en 1914 del lado de la guerra nacional, no es más que la confirmación de su naturaleza contrarrevolucionaria que muchos militantes revolucionarios habían denunciado siempre. La socialdemocracia alemana en particular, por otra parte, ya había apoyado la acción militar imperialista de “su propio” Estado. Pero el hecho de que en 1914 el carácter imperialista y burgués de los partidos socialistas quedase totalmente desenmascarado conduce muchas veces a la mistificación (mantenida por un sin número de grupos y partidos centristas) de que la socialdemocracia abandona recién en dicho año el carácter de organización proletaria.

2. Aquí se trata únicamente de afirmar nuestras posiciones sin argumentación, ni explicación. Para quien quiera conocer nuestra explicación de por ejemplo porqué toda guerra de liberación nacional es una guerra imperialista, o porqué la paz es parte de la guerra, o porqué rechazamos todo apoyo de un bando democrático contra uno dictatorial o fascista, deben leerse otros números de nuestra revista central Comunismo […].

3. En este “etcétera” los Estados han llegado hasta bombardear regiones enteras en donde se agrupaban los desertores (véanse nuestros diferentes textos sobre la lucha de clases en Irak), hasta destruir ciudades y pueblos enteros por la falta de adhesión a la guerra.

4. Siempre es más correcto programáticamente entender el proletariado (mundial) en tal o cual país, pero a veces resulta una formulación demasiado pesada dado el lenguaje dominante. Es sumamente importante, en lo que sigue, no perder nunca de vista que, independientemente de la formulación que nos vemos forzados a emplear, nosotros nos referimos siempre al proletariado mundial en tal o cual región o país.

5. En el fondo se trata de la misma posición idealista que la que sostienen aquellos que no se debe luchar por las reivindicaciones inmediatas porque eso es reformista y que se debe luchar por la revolución. ¡Cómo si los reformistas pudiesen satisfacer los intereses inmediatos del proletariado! ¡Cómo si la lucha por la revolución social pudiese emerger y fortificarse de otra manera que por la generalización de todas las reivindicaciones inmediatas! ¡Cómo si la revolución misma fuese otra cosa que la necesidad cada vez más inmediata del proletariado en su conjunto!

6. El famoso voto de los créditos de guerra por los socialdemócratas con el que tanto cacareo se hizo, no es más que la parte simbólica de una acción generalizada de la socialdemocracia para quebrar al proletariado y llevarlo al matadero. La mistificación consiste en creerse que este voto fue decisivo para la guerra cuando no fue más que una formalización parlamentaria de una acción mucho más generalizada que duró décadas de domesticación socialdemócrata para que los proletarios aceptaran ir a matar y a hacerse matar en interés de los señores burgueses. Hecha esta aclaración, debemos agregar que los socialdemócratas mismos siempre mistificaron dicho voto, por eso resulta interesante citarlos cuando pretenden justificar el mismo.

[…]

8. Nuestro Grupo ha condenado siempre la separación socialdemócrata entre lucha económica y lucha política, entre lucha inmediata y lucha histórica que lleva siempre a establecer luego programas intermediarios o puentes. Esto por supuesto tiene una validez general, pero es precisamente, en épocas de guerra y de consecutivo esfuerzo y movilización nacional, que nuestra afirmación resulta socialmente más evidente y directamente asumable. En efecto en dicho momento toda lucha económica del proletariado ataca el esfuerzo nacional de guerra, toda lucha inmediata contra la explotación asume un carácter de guerra contra el Estado y que la lucha autónoma del proletariado es inmediatamente lucha revolucionaria.

9. Es evidentemente cierto que todas las fracciones del capital son igualmente enemigas del proletariado, el problema es que ese argumento sirve en estas circunstancias para paralizar la única lucha que es posible: la lucha concreta contra la burguesía y el Estado que explota, domina e impone el esfuerzo nacional de guerra. Más todavía, es esa la única manera que tiene el proletariado de desarrollar su propia potencia y de luchar al mismo tiempo contra la burguesía del campo adverso y contra todo el capital en general, lo que se concreta, como veremos enseguida, con la derrota revolucionaria de “su ejército” y la generalización de la insurrección.

10. El asustar con el cuco del fascismo es una constante de la contrarrevolución que la humanidad ha pagado con centenas de millones de muertos desde los años 20 (entre ellos los 60 millones de muertos de la llamada Segunda Guerra mundial). Recordemos que fue con el cuco del fascismo que el Estado (republicano) logra liquidar y desarmar al proletariado en España en 1936/37 que constituía la última barrera revolucionaria a la guerra que el capital mundial necesitaba imponer y que en última instancia logró llevar adelante.

11. Y viceversa: cuando el derrotismo revolucionario no se impone en ninguna parte y el proletariado ha sido sometido a la nación, al frente popular, al fascismo y al antifascismo, como por ejemplo sucediera durante la llamada “segunda” guerra mundial el nacional imperialismo se desarrolla en todos los frentes y en todos los campos y la generalización de la masacre es total. En esos casos la guerra destruye todo lo que el capital necesita para reiniciar un nuevo ciclo expansivo basado en las montañas de cadáveres de “obreros” muertos abrazados a su banderita nacional.

12. ¡Y el Estado Yanqui no es el primero en la historia de la formación social burguesa en pretender encarnar los intereses generales del capital mundial! Desde el origen del capitalismo diferentes potencias y alianzas burguesas (desde el propio Vaticano a las Compañías de Indias o la potencia marítima del Imperio Británico) intentaron crear un orden único y firme. Pero esa unidad siempre se resquebraja, dando por tierra con todas las teorías sobre el Monopolio mundial y el Ultraimperialismo que tantos aficionados tuvo y tiene en el campo de la burguesía en general y de la socialdemocracia en particular.

13. Además como hemos visto en sucesivos textos la nación no coincide nunca con la estructuración en Estados de la burguesía.

14. No debe olvidarse que los burgueses locales, son también imperialistas.

15. Aprovechamos para subrayar que contrariamente a todos los mitos acerca de la “liberación nacional” este tipo de guerras del capital no son característica de “países coloniales”, “pobres” o “subdesarrollados” como dice la “izquierda burguesa” sino del mundo entero y sigue siendo en la vieja Europa adonde más “guerras nacionales” hubo y habrá mientras el capitalismo dure. Tampoco pertenecen al pasado del capital o a una fase del mismo, sino que son producto del desarrollo mismo del capital y seguirán existiendo mientras este sistema social exista.

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