El mayor proceso de eugenesia de la historia no lo cometieron los nazis

Sergio Parra

Cuando se habla de eugenesia o de purificación de la raza invocamos a menudo el holocasto judío y la ideología nietzscheana de los nazis, al más puro estilo Reductio ad Hitlerum. Sin embargo, probablemente el mayor proceso de eugenesia de la historia (por su número, impacto social y apoyo institucional y académico) tuvo lugar unos años antes, en Estados Unidos, y con la aquiescencia de muchos científicos y personas pudientes de la época.

Como si fuera una caza de brujas cognitiva, era muy sencillo que alguien dictaminara que eras retrasado mental: a veces bastaba con que alguien te acusara de ello. Así, se estimó alegremente que el 80% de la población reclusa y el 50% de la militar padecían debilidad mental, y que sólo en Nueva York habitaban 200.000 retrasados mentales. La solución, desde la óptica de Harry H. Laughlin, era la esterilización a gran escala.

ERO

La Eugenics Record Office (ERO) era un archivo sobre eugenesia inaugurado en 1909 en la costa norte de Long Island, y que estaba financiada por millonarios, empresarios y, en general, todos aquellos que se creían superiores al resto. La misión de esta institución era evitar que, vía ADN, proliferaran rasgos de debilidad entre la población, como la pereza, la criminalidad o la tendencia a la mentira. Con todo, el director del ERO, Charles Davenport, un biólogo de Harvard, sostenía que una de las características que más emponzoñaba el genoma era el mestizaje racial.

La ERO no pretendía exterminar a las personas inferiores, sino evitar que aparecieran más a través de su esterilización. Davenport, sin embargo, opinaba que lo más eficaz era la castración, para así controlar no sólo la capacidad reproductora, sino el deseo. Para que asimilemos un poco mejor este contexto de clasismo económico exacerbado, vale la pena leer qué se presentó en la Exposición del Sesquicentenario de Filadelfia en 1926, en palabras de Bill Bryson en 1927:

«La Sociedad Eugenésica Estadounidense tenía un stand con un contador mecánico que mostraba cómo cada 48 segundos nacía una persona de naturaleza inferior en algún lugar de Estados Unidos, mientras que las personas de “calidad superior” llegaban al munto tan sólo cada siete minutos y medio. La distinta velocidad a la que avanzaban los contadores hacía patente de forma espectacular con qué rapidez la nación se estaba viendo arrollada por una ola de inferioridad. Se convirtió en una de las muestras más populares de la exposición».

Harry H. Laughlin

Davenport, no obstante, era un tipo amable y considerado si lo comparábamos con su protegido, Harry H. Laughlin, un biólogo de Princeton. Tras conocerse ambos en 1910, Davenport nombró a Laughlin director de la ERO.

Para Laughlin no bastaba con la estirilización o la castración, sino que también había que encarcelar a muchos inferiores, así como evitar la inmigración, a lo Trump. Pudiera parecernos que Laughlin era un mad doctor, el típico científico chiflado de una película, pero no estaba solo: el comité que creó Laughlin estaba presidido por el rector de la Universidad de Stanford e incluía a la flor y nata de Harvard, Princeton o Yale, entre otras.

Inspirados por esta pléyade de expertos, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Ley Dillingham de 1921 para la Restricción de la Inmigración. Poco después, había más deportados que recién llegados. El siguiente paso fue fijar el foco sobre los débiles mentales nacionales, la mayoría de ellos entre la población reclusa y militar.

Habida cuenta que, tras los cálculos, un tercio de la población tenía alguna clase de diferencia (y naturalmente todos los integrantes de este comité pensaban que ellos estaban excluidos), Laughlin decidió que ya era hora de esterilizar a los dementes, a los deficientes mentales, a los huérfanos, a los vagabunos, a los sordos y a los ciegos, que, según Laughlin, ya constituían el 10% de lo peor de la humanidad.

También consideró inferiores a los epilépticos, a pesar de que el propio Laughlin era epiléptico (si bien él nunca lo reconoció). De esta manera, se pudo concluir también que los mediterráneos, los judíos rusos y los eslavos, entre otros, albergaban una gran cantidad de genes defectuosos.

El ocaso eugenésico

Algunos procesos legales para determinar la imbecilidad de una persona se ponían en marcha sencillamente porque una trabajadora social, por ejemplo, consideraba que había algo raro en la persona, con un simple examen visual. Así pues, para empezar a determinar con más equidistancia a la gente, se desarrolló la nueva versión del test Binet-Simon, del que proceden los actuales test de inteligencia: sí, la finalidad de su invención, en sus inicios, no era la de cuantificar la inteligencia, sino la estupidez de las personas.

Los tribunales también propiciaron que, finalmente, Estados Unidos se convirtiera en el primer país avanzado que ostentaba el derecho a someter a operaciones quirúrgicas a ciudadanos sanos en contra de su voluntad.

La eugenesia parecía imparable, y sólo unas cuantas notas discordantes procedían de algunos académicos y genetistas. Hasta que el nacimiento del partido nazi alemán, que trabó ciertas relaciones con Laughlin, empezó a generar los primeros atisbos de mala prensa sobre sus prácticas.

Sí, irónicamente, empezábamos a atisbar los primeros indicios del Reductio ad Hitlerum y cuán eficaces eran a la hora de deslegitimar una idea, tanto si era buena o, como en este caso, nefasta. También hubo otros factores coadyuvantes, como explica Dan Agin en su libro Las mentiras de la ciencia:

El movimiento eugenésico estadounidense no llevó a cabo todos sus propósitos quizás a causa de la gran depresión de la década de 1930. La opinión pública estaba preocupada por cuestiones mucho más prosaicas, como su propia supervivencia, que en el futuro patrimonio genético del país (…). Conviene tener en cuenta también que la sociedad estadounidense, por lo general optimista, muestra una resistencia casi natural a aceptar cualquier teoría que pretenda demostrar que el destino individual está escrito de antemano. Por eso, la eugenesia, pese a contar con partidarios muy influyentes, no tardó en pasar a una posición marginal. Peor suerte corrieron los ciudadanos de la Alemania nazi, donde las tesis eugenésicas se convirtieron en el fundamento de un régimen de terror difícil de comprender.

Progresivamente, salieron a la luz todas las irregularidades del sistema eugenésico que estaba implantando Laughlin: falsificación de datos, manipulación de resultados, fraudes científicos y un largo etcétera para reafirmar sus prejuicios sobre las evidencias.

La ERO fue clausurada en 1938, después de que al menos 60.000 personas hubieran sido esterilizadas. No sabemos qué hubiera llegado a ocurrir si la ERO hubiera sobrevivido otra década más. Lo vedaderamente inquietante, por encima de las cifras, es que 30 estados ya habían implantado aquellas leyes, y en los de Virginia y California se habían generalizado.

Eugenesia institucional global apoyada y financiada por los ricos y los científicos con mayor reputación. Toda una distopía en los prolegómenos del siglo XX que quedó injustamente eclipsada por el alzamiento del movimiento nazi.

Fuentes:

El mayor proceso de eugenesia de la historia no lo cometieron los nazis

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